Inaugurada en 1964, la Unidad Habitacional Tlatelolco parece una pequeña ciudad, con sus pasillos mudos y edificios que representaron el proyecto de vivienda masiva más grande del país. Alberga a casi 70 mil habitantes distribuidos en más de 11 mil departamentos, con sus propias escuelas, hospitales, centros culturales y comercios.
A lo lejos, siento que se escuchan las balas, una ola de pisadas que se acerca rápidamente a mí, pero solo son los fantasmas que permanecen.
Alzo la vista y, entre tantos edificios, hay uno que destaca. Uno cuya altura y vista es la ideal para enfocar hacia un objetivo: la entonces sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Clic. La primera foto de la tarde. Cada vez estoy más cerca de la Plaza de las Tres Culturas; reconozco de inmediato la parroquia de Santiago Apóstol, donde hace 57 años, a unos metros de aquí, cayeron las bengalas verdes desde el helicóptero, que fueron la señal para el inicio de la matanza.
Por fin llego a la plaza. La historia es dura, dolorosa; se impregna en la memoria, pero también evoluciona y cambia la percepción de los espacios. En el mismo lugar por donde las y los estudiantes probablemente huyeron de los disparos, ahora hay varios negocios locales que prosperan. El edificio Chihuahua, que funcionó como refugio de muchos estudiantes, ahora es el hogar de cientos de habitantes que aprovechan sus tiempos libres para pasear con sus perros; niños y niñas alegres que corren por toda la plaza, y veo grupos de jóvenes que hacen recordar a aquellos que fueron parte del movimiento estudiantil.
En medio de la plaza, una muchedumbre se reúne para ver la ópera prima No nos moverán del director mexicano Pierre Saint-Martin. El auditorio al aire libre improvisado está repleto. La gente está lista para ver en pantalla a Socorro—interpretada por Luisa Huertas—, una abogada de más de setenta años que perdió a su hermano cincuenta años atrás, en la emboscada orquestada y ejecutada por militares vestidos de civiles con un distintivo guante blanco. “¡Batallón Olimpia, nadie se mueva!”, se escucha el eco en los pasillos del edificio frente a mí.

Antes de iniciar la proyección, aprovecho para tomar unas fotos del memorial a los compañeros caídos. Velas, flores, pancartas y fotografías lo rodean. “Cuitláhuac Gallegos Bañuelos, 19 años. Ana María Maximiliana Mendoza, 19 años. Gilberto Reynoso Ortiz, 21 años. Antonio Solórzano, 47 años. Agustina Matus de Campos, 60 años (…)”.
¿Cuántos nombres faltarán? ¿Trescientos? ¿Quinientos? ¿Mil? La cifra oficial del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz estimó de 20 a 30 muertos, mientras que John Rodda, corresponsal en ese entonces del periódico The Guardian, reportó 325 fallecidos. En la actualidad, no existe un número oficial de víctimas, aunque las estimaciones históricas cifran las muertes entre 300 y 400.
En cada visita a Tlatelolco, lo primero que pienso es: “Ahí estaban los miembros del Consejo Nacional de Huelga hablando por el megáfono”, “aquí cayeron las bengalas”, “en esos departamentos se escondieron muchos estudiantes para no ser atrapados”, “por esas ruinas entró el ejército”. Todo lo que alguna vez vi en algún documental o leí en los libros, se recrea frente a mí.
Mientras el público espera el inicio de la película, se escucha No nos moverán, del cantautor español Adolfo Celdrán.
No, no nos moverán.
No, no nos moverán.
Igual que el pino junto a la ribera,
no nos moverán.
Si quieren disolvernos
no nos moverán.
Haciéndonos promesas
no nos moverán.
Si buscan esquiroles
no nos moverán.
Los viejos reaccionarios
no nos moverán.
Cambiando de chaqueta
no nos moverán.
Unidos venceremos
no nos moverán.
Minutos antes de iniciar la película, aparece Huertas, quien además de ser la protagonista del filme, participó en el movimiento estudiantil cuando era estudiante de teatro. Con euforia grita: “¡2 de octubre no se olvida!”. Me hace pensar que continúa siendo esa estudiante que luchó por un país más democrático

Conforme la película avanza, el frío recrudece, pero la gente sigue atenta a la pantalla. Socorro —personaje basado en Silvia Castellanos, madre de Pierre— es una mirada íntima de lo que puede ocasionar la venganza ante la falta de justicia, pero también es la muestra del largo camino que tuvo que pasar para encontrar la paz.
Uno de los momentos que me resultan más tristes del filme llega cuando Socorro entre lágrimas dice: “Él traía su pantalón de pana y sus volantes, sus putos volantes (…) Luego comenzaron los disparos, los vidrios rotos. Me acuerdo que se fue la luz. Tocaba y tocaba. No quería abrir, tenía miedo. Yo solo quería que nos dejara en paz, no quería que lo mataran”.
Termina la proyección. Parte del elenco dirige unas palabras a la audiencia.
“Estoy profundamente conmovida de estar en esta plaza con todos ustedes. Les agradezco muchísimo su presencia, ver que hay mucha gente joven, y que por medio de No nos moverán (…) sirva para conservar la memoria de algo que no debe volver a pasar en nuestro país, nunca más. Gracias, de verdad, por estar aquí”, dice Huertas mientras los aplausos se escuchan en la sala.
Pierre Saint-Martin toma el micrófono y lee unas palabras de Ofelia Murrieta, militante del movimiento, quien no pudo asistir por los recuerdos que le traen y las emociones condensadas en Tlatelolco. “Tengo muchos mensajes, pero son de tristeza y dolor, de voces que me acompañaron en ese momento. Por ellos, los que ahí duermen (en la Plaza de las Tres Culturas), quisiera decirles que seguimos en el camino de vislumbrar un México más justo y que muchos hemos encontrado diversas formas de resistencia… El 2 de octubre no se olvida, pero se supera, se trasciende, se transforma y se sigue luchando por las causas presentes”.

El espectáculo termina. Algunas personas se dispersan, mientras otras se acercan al elenco para tomarse una fotografía o conseguir un autógrafo. Los asientos comienzan a lucir vacíos y poco a poco la tranquilidad invade la plaza. Quedan algunas personas jóvenes; aprovecho para preguntarles qué reflexiones les deja No nos moverán y el movimiento estudiantil.
Adrián, un estudiante de 25 años de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN, es el primero en hablar. Se le nota firme y seguro. “A pesar de que haya ocurrido hace 57 años (la matanza del 2 de octubre), las represiones siguen ocurriendo al día de hoy. Conocer la historia nos permite saber cómo actuar, cómo superar esos problemas y tratar de combatirlos (…)”. Y remata: “No hay que olvidar que este crimen fue perpetrado por el gobierno y utilizando como arma al ejército, que se supone estaba para proteger, no para reprimir ni asesinar”.
A su lado, Andrea, también estudiante del IPN, resalta la importancia de No nos moverán para mantener viva la memoria: “Ver películas como esta, u otras que hemos visto anteriormente como Rojo amanecer, nos hace entender que esta situación fue muy cruel e inhumana (…) Nos ayuda a entender que venimos detrás de otros pasos y que hicieron un esfuerzo por seguir manteniendo la lucha”. Termina con una reflexión hacia las nuevas generaciones: “Nosotros seguimos tratando de mantenerla (la lucha). Sigue habiendo obstáculos, pero gracias a esta película nos hace ver que, aunque las cosas sean difíciles, seguimos de pie”.
Ha transcurrido media hora desde que terminó la película. Pocas personas siguen en la plaza, unas en búsqueda de la última foto con el director antes de que parta, y otras desmontando la estructura sobre la que se proyectó el filme. Por fin, Saint-Martin se desocupa, y me acerco a él para conocer las sensaciones que le dejó realizar esta película.
El director mexicano asegura que es importante recordar el 2 de octubre porque el movimiento fue de jóvenes y la búsqueda por un mundo mejor. “Creo que eso fue lo que enarboló y sigue enarbolando el movimiento. No lo debemos olvidar nunca, a la gente que arriesgó y sigue arriesgando su vida para tener un mundo mejor. Es un símbolo muy importante de comunidad y resistencia. El movimiento estudiantil lo debemos atesorar y recordar en la memoria”.
La charla fue una oportunidad para recordar otras tragedias e injusticias que han ocurrido en México, como Aguas Blancas, Acteal, Atenco, Ayotzinapa y el Halconazo. “Creo que el dolor y la compasión por las tragedias ajenas y propias nos unen. Las cosas que nos duelen y nos atraviesan son una forma de unirnos en vez de separarnos”, dice el director. Añade que las cosas terribles siempre van a suceder, y hay que ver qué podemos hacer para que nos desarrolle y nos haga mejores seres humanos.
No nos moverán no solo es una historia sobre el 2 de octubre, sino sobre la familia del cineasta. “(El movimiento estudiantil de 1968) es una parte medular, un asunto que siempre me llamó la atención, que me perturbó cuando lo conocí. Me dio curiosidad porque quería saber qué, por qué y a quién le había pasado pero había muy poca información (…)”. Se sincera y habla sobre la muerte de su tío, una de tantas víctimas de la represión: “Es el recuerdo doloroso de mi madre cuando perdió a su hermano, a mi tío, que falleció cuando tenía 17 años. Es una película, para mí, de la familia, de la redención, de abandonar la venganza”.
Antes de terminar nuestra conversación, le pregunto qué significó para México el 2 de octubre. “Fue un movimiento estudiantil y eso le da un peso muy especial, por lo cual tiene ligas como hasta ahora. Gracias a Luisa Huertas, nos ayuda a comprender el suceso, qué y cómo pasó para no repetir las cosas, pero sí utilizar lo que habían hecho (los estudiantes) para enarbolar la resistencia y la rebelión juvenil para tener un mundo mejor, que es lo que le toca a ustedes (a los jóvenes)”.
@corrientealternaunam En 1968, los periodistas ya estaban en los lugares donde ocurrieron las tragedias: Tlatelolco, Ciudad Universitaria, San Ildefonso. Hoy volvemos a visitarlos, porque “2 de octubre no se olvida” no es solo una consigna. Es la manera que tenemos de mantenernos atentos ante la injusticia, necios ante el poder. #2deoctubre #2deoctubrenoseolvida #Tlatelolco ♬ Beethoven Moonlight Sonata-High Sound Quality – Amemiya

