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Cocinar al otro lado de la frontera, o cómo los indígenas aumentaron las remesas en la pandemia

Raúl Parra, becario / Corriente Alterna el 8 de noviembre, 2020

En los inicios de la pandemia, organismos y bancos internacionales predijeron que los envíos de remesas disminuirían como consecuencia de la crisis económica. Las predicciones fallaron: los mexicanos en Estados Unidos continuaron enviando dinero a sus familias y el flujo alcanzó un máximo histórico. Jornaleros, cocineros, trabajadores migrantes en sectores esenciales no dejaron de trabajar ni de sostener a dos países: uno que los expulsa, otro que no los acepta.

Guanajuato, Guanajuato.- Odilia Romero cree que cocinar puede ser una suerte de activismo. Además de trabajar como coordinadora del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB) hasta octubre pasado, Odilia es directora ejecutiva de Comunidades Indígenas en Liderazgo (Cielo), una organización que ha logrado gestionar un fondo de un millón 700 mil dólares para apoyar a los trabajadores indígenas migrantes durante la contingencia sanitaria por Covid-19.

Originaria de San Bartolomé Zoogocho, en la Sierra Norte Oaxaca, sus padres comenzaron a preparar morcilla hace 51 años, justo después de casarse. La receta fue un regalo de su tío abuelo: para que se mantengan, les dijo. Emigraron a Estados Unidos en la década de 1970 y aquella receta, el sabor de la sangre de res bien sazonada, les permitió ganarse la vida y establecerse. La venta de morcilla también les permite enviar dinero cada año a su abuela, la única pariente que hoy les queda en Oaxaca; en la región de la Sierra Norte es común que emigren familias enteras. Hoy en Zoogocho quedan alrededor de 400 pobladores, la mitad son adultos mayores.

En 1981 la familia envió por Odilia, quien llegó a Los Ángeles a los 10 años. Hablaba sólo zapoteco pero no tardó en aprender inglés. Eso sí, se llevó años en hablar español. No hacía mucha falta: en Los Ángeles existe una comunidad muy grande de habitantes de la Sierra Norte. Allí se come morcilla y barbacoa de borrego, hay más de 40 bandas de música que tocan en fiestas típicas como las guelaguetzas y las calendas oaxaqueñas.

Como directora de Cielo ha recorrido Los Ángeles y constatado cómo miles de jornaleros continuaron trabajando durante la pandemia. Por menos horas y con menos paga.  Según la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, hay dos millones 400 mil trabajadoras y trabajadores en la agricultura estadounidense. Un 75% proviene de México. Más de la mitad se encuentra en una situación migratoria irregular. El 6% se identifica como indígenas.

Por eso, dice Odilia, hablar una lengua indígena en Estados Unidos, aferrarse a eso, es un acto político. Lo mismo cocinar y comer comida de sus lugares de origen: no sólo se refuerzan los vínculos entre las comunidades de ambos países, la comida también les permite mandar un alguito al pueblo.

Remesas alcanzan máximo histórico

Bruno Ávila emigró hace 17 años de Puebla a Estados Unidos. Hasta la fecha acostumbraba a enviarles mil 200 dólares mensuales a sus padres, aunque la pandemia hizo que esa cantidad disminuyera a la mitad. 

Hoy vive en Washington D.C., en un departamento de 30 metros cuadrados, con tres personas más. Cuenta que, durante la contingencia, los migrantes indocumentados trabajaron en cocinas fantasma: establecimientos sin fachada desde donde preparaban alimentos para cinco o seis cadenas de restaurantes que entregaban a domicilio. Y mientras los ciudadanos estadounidenses cobraron el seguro de desempleo y consumieron la comida de los migrantes.

“En Estados Unidos hay una ola masiva de despidos ante el confinamiento y el impacto de la pandemia está racializado y clasificado”, explica Amarela Varela, doctora en sociología especializada en el fenómeno migratorio. “La mayoría de los empleos que se perdieron durante la pandemia son precarios, que son los de los trabajadores migrantes de las ciudades”.

En abril de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) predijo que la crisis económica por la pandemia de coronavirus afectaría no sólo a los trabajadores migrantes en el país de destino, sino también a sus familias en el país de origen debido a la reducción de las remesas.

Los migrantes indocumentados sólo lograron acceder a los apoyos para la pandemia a través de organizaciones no gubernamentales / Foto: cortesía Jon Endow

El banco español BBVA estimó que en 2020 el flujo de las remesas disminuiría 17%. Sin embargo, de acuerdo con los reportes mensuales del Banco de México (Banxico), entre enero y julio las remesas alcanzaron un máximo histórico de 22 mil 821 millones de dólares, lo que representó un incremento de 10% respecto al mismo periodo del año anterior.

“Ese aumento de las remesas en realidad es una transferencia del ahorro”, explica Amarela Varela. “Ante la ola de despidos, el confinamiento y la nula infraestructura de salud, hay mucha gente que convirtió lo que tenía en capital y lo mandó a casa”, explica la profesora-investigadora de la  Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).   

Muchos de los migrantes mexicanos en Estados Unidos trabajan en nichos laborales que no pararon, como la construcción y la agricultura. A los trabajadores agrícolas se les reconoció el estatus de imprescindibles en el imaginario, denuncia Varela, pero eso no se tradujo en la regularización de ese nicho laboral.

Para Rodolfo García Zamora, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), el máximo histórico de las remesas obedece no sólo a la paridad del dólar y la devaluación del peso. La solidaridad transnacional también debe tomarse en cuenta. Así como la profundidad de las relaciones que los migrantes forjaron en ambos países durante décadas.

Por ejemplo, Bruno Ávila dejó de trabajar en marzo, aunque volvió la primera semana de julio. Todavía debe tres meses de renta pero ha preferido enviar sus ahorros a sus familiares en México. 

El campo y la cocina: dos refugios esenciales ante el desempleo

El rasgo más notable de Rodrigo Torres es su sonrisa, la cual se marca incluso detrás del cubrebocas azul que porta mientras recorre Washington D.C., ya sea en automóvil o a pie.

De 41 años, emigró hace 16 a Estados Unidos desde el municipio de Atlixtac, en La Montaña de Guerrero, de donde es originario. Tras pasar por California y el estado de Washington, finalmente se estableció en la capital estadounidense. Allí estudió gastronomía. Y aunque nunca cocinó mientras vivía en Guerrero, en Estados Unidos se vio obligado a hacerlo. Durante 12 años fue chef en una pizzería muy cerca al Capitolio; llegó a preparar comida para cientos de personas, entre ellas el anterior presidente, Barack Obama, su esposa e hijas.         

–Es para ayudar a la familia. Eran prioridad mis papás. Yo me vine por ellos –cuenta. Sus padres y sus abuelos son nahuatlatos (hablantes de náhuatl), él es uno de siete hermanos. 

Cocinar ha sido esencial para seguir enviando remesas a México / Foto: cortesía Octavio Vélez

La pandemia afectó doblemente a las comunidades indígenas: por la barrera del idioma y por la falta de acceso a los servicios de salud debido a su situación migratoria. El cierre de hoteles, bares y restaurantes hizo que los trabajadores del sector de los servicios se quedaran sin empleo y se desplazaran hacia otros nichos laborales. Muchos terminaron en las fábricas de costura y en los campos agrícolas, donde el racismo se siente más fuerte; ganan entre 150 y 200 dólares a la semana.

Al igual que otros compañeros migrantes que laboraban en el sector de los servicios, Rodrigo Torres se quedó sin empleo entre marzo y septiembre, los meses más duros de la pandemia en Estados Unidos. Por esa razón, se involucró en un movimiento vecinal en su edificio para no ser desalojado. Y aunque el gobierno emitió una moratoria que en teoría impide los desahucios, los trabajadores migrantes ya tienen siete u ocho meses de retraso en el pago de la renta.

El 27 de marzo, el gobierno estadounidense implementó un plan de rescate de dos billones de dólares para contrarrestar los efectos nocivos del COVID en la economía. Pero los migrantes indocumentados, como Rodrigo, sólo pudieron acceder a estos recursos a través organizaciones no gubernamentales. En su caso, recibió una ayuda de mil dólares de la asociación Local 23.

Estos subsidios del gobierno estadunidense son otro de los factores que explican el incremento de las remesas enviadas hacia México. Así lo explican los investigadores especializados en remesas Rodolfo García Zamora, economista de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ),  y Gustavo López Castro, sociólogo de El Colegio de Michoacán (Colmich), en el conversatorio “Mandar amor y dólares. Las remesas en tiempos de COVID”, organizado por la Escuela Nacional de Estudios Superiores de Morelia, el 1 de octubre de 2020.

De Oaxacalifornia a New York Tlan

La mayoría de los hombres de San Francisco Tetlanohcan, Tlaxcala, que emigran a la Unión Americana trabajan en la carpeta, es decir, se dedican a la instalación y el mantenimiento de alfombras en ciudades como Pittsburgh, New Haven y Nueva York. Por esa razón, las mujeres tlaxcaltecas familiares de migrantes se han organizado a ambos lados del río Bravo para trabajar la tierra en sus comunidades de origen y emprender proyectos productivos, como la elaboración de botanas.

En octubre de 2020, Karina Rodríguez viajó a New Haven, Connecticut, para visitar a tres hermanos. Originaria de Tetlanohcan, cuenta su participación en New York Tlan, una ceremonia que busca reconocer la contribución de las comunidades indígenas a Estados Unidos y que cada año reúne a familias separadas por la migración.

A New York Tlan acuden migrantes provenientes de los estados mexicanos de Puebla, Guerrero, Tlaxcala, Veracruz, el Estado de México y la Ciudad de México. Para muchas personas, como la madre de Karina, estos eventos representan la única oportunidad de reencontrarse con sus familiares tras las emigración. Antes de morir, Tomasa Juana Rodríguez cumplió su última voluntad. Luego de más de 10 años de ausencia, logró volver a ver a sus hijas.

Desde allí, colectivos zapotecas, mixtecos, mixes, mayas yucatecos, entre otros, agrupadas en torno a Comunidades Indígenas en Liderazgo (Cielo) buscan revitalizar sus lenguas y fortalecer los lazos de una población en diáspora. Lo mismo han hecho las mujeres organizadas de Tetlanohcan. Yareli Rosete Cuapio, por ejemplo, es vocera de la Asamblea Popular de Familias Migrantes (Apofam) y trabaja en revitalizar el náhuatl. Rosete pertenece a la tercera generación de una familia migrante: su abuelo se fue a trabajar a la agroindustria de Canadá y su hermano Valentín, desde hace 13 años, a Estados Unidos.

Odilia Romero en las oficinas de Cielo / Foto: cortesía Jon Endow

Mientras el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador reconoce y agradece la importancia de las remesas para paliar la crisis y se ha referido a los migrantes como héroes en sus conferencias de prensa, eso no se ha traducido en políticas públicas para apoyarlos. Y mientras Estados Unidos declara a Joe Biden ganador de las elecciones presidenciales, los latinos se revelan como una nueva fuerza política. Pero después de haber platicado con jornaleros, cocineros, migrantes sin trabajo, mientras organiza huelgas de alquiler para resistir la crisis, a Odilia Romero le incomodan esas categorías: latinos, hispanos, mexicanos. Eso implica negar su identidad, sentencia, invisibilizarlos.

Para los pueblos indígenas no importa si eres republicano o demócrata. O si eres del PAN, PRI o Morena. Todos han buscado criminalizar a los pueblos indígenas con megaproyectos en nuestros territorios, con una política de guerra contra las drogas. Pero una gran parte de la economía se mantiene del trabajo de las personas indocumentadas. Nosotros mantenemos a dos países, a México y a Estados Unidos.

*Corriente Alterna le agradece a Atala Chávez, directora del Instituto de Investigación y Práctica Social y Cultural A.C., el apoyo brindado para la elaboración de este reportaje.