Violencia intragénero: entre el silencio y la invisibilidad
Quienes experimentan violencia intragénero, la viven en el silencio, la vergüenza y el miedo. (Ilustración: Cecilia Falcón)

Daniel conoció a su primer novio en la primavera del 2022 a través de una amiga en común. Ambos se seguían en redes sociales y coincidían en el mismo plantel del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, donde estudiaban el bachillerato. Después del confinamiento de la pandemia, su semestre era híbrido, es decir, unas clases eran en línea y otras presenciales, lo que permitió explorar ciertos aspectos de su orientación sexual e identidad de género. 

“Cuando lo conocí, estaba como en ese punto de sentirme más libre, de sentirme valiente por haberme atrevido a tener una relación con un hombre cuando nunca la había tenido”, recuerda. Con el tiempo entendió que esa ilusión de libertad le impidió ver que estaba cayendo en una relación agresiva, donde era víctima de violencia intragénero. 

La violencia intragénero es definida como la conducta violenta que ocurre entre personas del mismo sexo dentro de una relación afectiva o sexual, según algunos académicos que han estudiado este tema. Al igual que en la violencia de género constituye una forma de ejercicio de poder cuyo objetivo es dominar, controlar, coaccionar o aislar a la víctima, exponen en un estudio el investigador Luis Manuel Rodríguez Otero, de la Universidad Internacional de la Rioja; y las investigadoras Yolanda Rodríguez Castro, María Lameiras Fernández y María Victoria Carrera Fernández, de la Universidad de Vigo. 

Al inicio de la relación, relata Daniel, existía un círculo de violencia: si su expareja hacía algo que le molestaba, respondía con una acción que también lo incomodara. “Creo firmemente que la violencia siempre escala y siempre empieza como con estas red flags que muchas veces uno da por hecho y da como sentado que es lo normal, como burlas o chistes hacia ti”.

Con el paso de los meses, Daniel decidió terminar porque quería experimentar nuevas vivencias y una relación a largo plazo no estaba dentro de sus planes. Sin embargo, en aquel momento no imaginó que en ese punto los episodios de violencia crecerían: su expareja comenzó a acosarle con cartas en las que amenazaba con suicidarse, le chantajeaba y presionaba para que se vieran cada vez que decía sentirse mal, haciéndole sentir culpable por haber terminado la relación. 

La situación escaló cuando su expareja difundió rumores falsos sobre su vida íntima, lo que ocasionó que Daniel fuera objeto de comentarios de odio y acoso sexual en redes sociales. 

Mensajes de apoyo para personas LGBTI en Casa La Moira. (Foto: Victor Rivera)
Mensajes de apoyo para personas LGBTI en Casa La Moira. (Foto: Victor Rivera)

Ante la presión y los sentimientos de culpa, Daniel decidió retomar la relación, y las agresiones pasaron de lo verbal a lo físico y sexual: “Creí que regresando con él muchas cosas se iban a resolver y no me esperaba que fuera a empeorar prácticamente todo”. Los límites se esfumaron y argumentando un dolor emocional, su expareja le obligó a hacer cosas que no quería.

A la par, Daniel comenzó a depender del alcohol y la marihuana para sobrellevar la situación y evitar pensar en lo que estaba viviendo. Describe esa etapa como si estuviera “en un duelo todos los días”. 

En una ocasión, cuenta, sus amigas notaron varios moretones en su cuerpo, provocados por su pareja, quien lo mordía, a pesar de que le pedía no hacerlo. Su entonces novio, recuerda, justificaba esas agresiones diciendo que era su manera de expresar amor. Tras el argumento, Daniel, en silencio, cedía.

Tras un año de relación, la pareja de Daniel decidió terminar su vínculo, argumentando que Daniel había desarrollado una fuerte dependencia hacia él y ya no quería continuar así. El duelo, recuerda, fue particularmente doloroso, no por romper el vínculo de nuevo, sino porque se dió cuenta de la violencia que experimentó todo el tiempo que estuvieron juntos. 

Hoy Daniel estudia el segundo año de su licenciatura y asegura que la situación que atravesó le hizo ser una persona resiliente y empática. Piensa que fue muy importante el acompañamiento de sus amigas y el haber asistido a terapia psicológica porque le ayudó a trabajar el estrés post traumático y la depresión.

Un tema ausente de las conversaciones

Pocos estudios han logrado dimensionar en cifras la violencia intragénero. Uno de ellos es la encuesta sobre la Salud Mental de las Juventudes LGBTQ+ en México realizada por The Trevor Project Mx, en la que participaron 10 mil 635 personas de entre 13 y 24 años. Los resultados revelan que el 25% de las personas encuestadas señalaron que su pareja fue uno de los motivos para intentar suicidarse, 19% se autolesionaba por problemas con sus parejas y el 10% afirmó haber sufrido discriminación de parte de sus parejas debido a su identidad LGBTQ+. 

Rodrigo Alanís, psicólogo egresado de la UNAM  y quien en marzo de 2024 formó un grupo para hombres que han vivido violencia de pareja por parte de otros hombres, señala que la violencia intragénero no suele ser un tema de conversación entre las personas LGBTI. Esto se debe, cree él, a que existen una serie de estigmas.

Rodrigo Alanís inició en marzo de 2024 un grupo para hombres que han vivido violencia de pareja. (Foto: Victor Rivera)
Rodrigo Alanís inició en marzo de 2024 un grupo para hombres que han vivido violencia de pareja. (Foto: Victor Rivera)

En el caso de las personas no binarias, menciona, poco se suele hablar de sus vínculos amorosos, por lo que se les invisibiliza, mientras que en el caso de las personas trans, se ha construido una narrativa de que deben sufrir para ser quienes son. En las relaciones de hombres con otros hombres se argumenta que, como son quienes usualmente ejercen la violencia, deberían saber defenderse entre ellos mismos.

Y en el caso de las relaciones sáficas, es común creer que no existe violencia porque se asume que las mujeres son “cariñosas y maternales”. Sin embargo, las agresiones en parejas de mujeres también son recurrentes, como le pasó a Zaira Nieto, una nutrióloga de 43 años de edad, que padeció violencia intragénero durante nueve años.

En 2012, Zaira conoció a una abogada por redes sociales; tiempo después, iniciaron una relación amorosa. Los primeros meses estuvieron marcados por el carácter voluble de su pareja.

“Al inicio era una persona super voluble, yo entendía que a lo mejor era parte de su personalidad […] conforme fui viendo más situaciones, dije: ‘oh, sí tiene un problema de hacer violencia y ser violenta’”, recuerda Zaira.

A los dos años y medio de formalizar su relación empezaron a vivir juntas, sin embargo, recuerda que las agresiones siempre estuvieron presentes: “Un día discutimos como literal hasta porque voló la mosca o había una tontería de por medio y me mordió las piernas… De hecho me dejó una marca, entonces dije: ‘no, se acabó’”.

Los episodios de celos y agresiones físicas se complementaban con los de una violencia económica que se acrecentó cuando compraron un departamento.

Aunque su expareja cubrió la mayor parte del costo, las dos invirtieron en el lugar que pronto se convirtió en un nuevo motivo de discordia, ya que cada vez que discutían, su novia la corría de la casa, cuenta Zaira.

Recuerda que la situación que detonó irse definitivamente fue cuando la amenazó de muerte. Esa vez habló con su terapeuta para confesarle que ya no podía esperar más para huir. 

“Cuando crucé esa puerta y no me llevé nada, la verdad me sentí como cuando te quitas un peso de encima. Y libre, o sea, me sentí muy libre y sin ataduras, y ya no me interesó nada: si la otra persona hacía o deshacía, no me interesó nada”.

Zaira dice que le tomó unos cuatro años superar esa relación, ya que se volvió insegura y le rompió muchas fibras emocionales. Algo que le ayudó a lidiar con el duelo, además de la terapia psicológica, dice que fue hacer trabajo comunitario.

El reto de romper el silencio

Rodrigo Alanís, quien ha estudiado el tema de la violencia intragénero desde hace más de un año, señala que éste resulta difícil de abordar porque las personas LGBTI enfrentan una serie de estigmas por su orientación sexual o identidad de género. 

Entonces, abunda, reconocer que han vivido episodios de violencia les expone a más prejuicios. “Cuando haces algo malo, lo tienes que tapar, porque entonces es una confirmación de que somos malos: ‘ya ven para qué se quieren casar, si se van a violentar’”. 

*Ángel, un diseñador gráfico de 32 años, que tuvo un noviazgo durante su adolescencia marcado por las agresiones físicas y verbales, recuerda lo difícil que fue para él identificar que estaba padeciendo violencia intragénero. Sus sentimientos en ese entonces, cuenta, eran de miedo y vergüenza. 

En esos años, relata, comenzó a entender y conocer su orientación sexual. Sin embargo, no había en su escuela otra persona LGBTI con quien se pudiera acercar y socializar. Por ello, cuando conoció a quien sería su pareja por tres años, construyó un vínculo fuerte con ella porque sentía que de algún modo, con su pareja no escondía su personalidad: “Era lo único que tenía en ese momento”. 

Casa La Moira es el espacio donde Rodrigo Alanís y otros hombres se reúnen para dialogar sobre sus experiencias. (Foto: Victor Rivera)

Ambos provenían de contextos familiares violentos y Ángel sentía que eso los hacía comprenderse. Incluso llegó a pensar que su amor podría ayudar a su novio a sobrellevar sus problemas personales. Pero no fue así: el amor que su pareja decía tenerle, pronto se transformó en agresiones.  

Primero fue violento verbalmente, hasta que la violencia escaló a las agresiones físicas. En una ocasión su pareja le propinó un golpe en la nariz, que le provocó un río de sangre. “Sentí que cuando pasó esa línea, lo que seguía ya no iba a estar bien, es decir, iba a doler, no sé cómo explicarlo… pero lo que seguía iba a ser peor”.

Tiempo después, Ángel enfrentó una situación aún más grave que los golpes en la nariz. Su expareja lo persiguió por la calle, a él y a una de sus compañeras de la escuela, con una navaja en mano. Asustados, corrieron hasta que ambos lograron encontrar refugio en una cafetería. Tras este episodio, dice que vivía con miedo recurrente.

Unos tres años después de haber iniciado aquella relación, la pareja de Ángel fue enviada por su familia a rehabilitación tras un consumo conflictivo de sustancias ilícitas. En ese lapso, Ángel reflexionó sobre todo lo que había pasado y optó por tomar un camino distinto.

Al mismo tiempo que inició terapia psicológica, Ángel comenzó a buscar grupos donde pudiera compartir experiencias con otras personas que también habían tenido relaciones complicadas con alguien de su mismo género. En redes sociales encontró el grupo dirigido por el psicólogo Alanís y decidió asistir.

“Al escuchar a otra persona que se abre, me ayuda a mí mismo a abrirme y poder procesar de una mejor manera o comunicar lo que siento, lo que me pasó y conectarme con con mis necesidades ciudades”, dice Ángel.

Después de mucho tiempo, Daniel logró identificar las violencias que había vivido. Lamenta que casi no se hable de ellas debido a una serie de estigmas en torno a los hombres que se relacionan sexoafectivamente con otros hombres, ya que los roles de género imponen la idea de que ellos deben de adoptar una actitud de cero vulnerabilidad. Sin embargo, cree que a la larga esto resulta doloroso. 

Hoy en día, Ángel piensa que el mayor aprendizaje que le ha dejado asistir a estos dos tipos de ayuda ha sido entender que “el amor no es dolor, sino el amor también es cuidado, el amor también es respeto, el amor es compañía”. 

El tortuoso camino de la denuncia

No existen cifras exactas sobre cuántas personas han vivido este tipo de violencia, y los estudios académicos disponibles son escasos. Uno de ellos, realizado por la investigadora Blanca Berenice López de Loera, de la Universidad Autónoma de Nayarit, consistió en entrevistar a 42 personas de entre 18 y 42 años que se identificaban como parte de la diversidad sexogénerica: 40 dijeron haber sido agredidas por su pareja y 38 reconocieron haber ejercido violencia.

Ninguna de las tres personas entrevistadas para este reportaje denunció a sus parejas. Zaira cuenta que en su momento, no sabía que ese tipo de violencia podría ser sancionada.  

Daniel pensó que si acudía a algún ministerio público se sometería a un proceso burocrático donde seguramente lo revictimizarían, mientras que Ángel tampoco sabía que se pudiera denunciar y no contaba con una red de apoyo que lo pudiera acompañar en ese proceso. 

“Y al ser menor de edad en ese entonces, supongo que hubiera necesitado de alguien adulto. También me imagino, de haberlo hecho, hubiera sido minimizado”, expresa.

Alix Trimmer, abogada de 35 años y miembro de la firma legal  LAIN. (Foto: Victor Rivera)

Alix Trimmer, abogada de la firma legal LAIN, que se ha especializado en defender a personas LGBTI en distintos procesos legales, menciona la falta de denuncias en estos casos es una de las razones que ha ocasionado que no haya  cifras sobre las personas que experimentan la violencia intragénero.

Ella lo atribuye a que el sistema de justicia mexicano no contempla este tipo de casos ni su contexto social al momento de castigar las agresiones. Además, durante el proceso de denuncia, las personas se exponen a ser revictimizadas o discriminadas por parte de las autoridades. 

La abogada explica que, en los casos de violencia entre parejas LGBTI, las autoridades suelen recurrir a las leyes sobre violencia de género como marco de referencia. Sin embargo, estas fueron creadas para atender las problemáticas específicas que enfrentan las mujeres, por lo que, al no existir una tipificación propia de la violencia intragénero, se generan vacíos legales que pueden derivar en impunidad.

*Ángel pidió omitir su verdadero nombre para respetar su privacidad.