En las instalaciones de Musaeum dicen que espantan. Este laboratorio de revelado de fotografía analógica funciona en un edificio antiguo y quienes ahí trabajan, aseguran que en ocasiones sienten que alguien más los acompaña. Esa presencia, dicen, es más notoria cuando apagan la luz.
No es difícil pensar en apariciones en un lugar así. El local de Musaeum –un laboratorio de revelado fundado en octubre de 2020, donde actualmente se dan talleres de fotografía analógica, es decir, se enseña cómo usar una cámara mecánica, cómo hacer una foto a nivel químico y físico, además de que también se difunden otras técnicas antiguas– se ubica en el Callejón San Ignacio, junto a lo que fue el Colegio de las Vizcaínas, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, una institución que ofreció refugio y educación a niñas huérfanas y mujeres viudas durante la época colonial.
En los locales vecinos que hay en esos antiguos edificios, deben abundar las historias sobre presencias inexplicables, pero en el de Musaeum suceden otro tipo de apariciones: ahí las imágenes se revelan sobre el papel.


Antes, la fotografía se lograba a partir de un proceso que quizá enloqueció a los alquimistas más cuerdos: una fina capa de cristales de plata, suspendidos sobre gelatina, volvían la luz algo aprehensible, algo capturable. A esa fina capa se le llamó “película” y era capaz de guardar instantes, mediante la receta química correcta.
Con la llegada de la fotografía digital, aquellos recetarios que permitían revelar imágenes en papel u otras superficies se fueron olvidando. Sin embargo, desde hace unos años, cada vez hay más personas que buscan aprender y abrazar los viejos procesos fotográficos. Una muestra de ello es que alrededor del mundo surgen, o resisten, lugares que se dedican a la fotografía química.
Uno de esos lugares es Musaeum.
“La idea del proyecto es tener un lugar donde se mantenga la fotografía química, pero también que exista una ruptura con lo clásico de la fotografía química… Se busca mucho la experimentación”, explica Alan Cortez, uno de los integrantes del equipo de Musaeum, gente que nació cuando la fotografía digital ya dominaba la escena, pero que encontró como vocación un oficio anacrónico.











De nostalgias y pandemias
¿Los rollos de 35 milímetros, las cámaras totalmente mecánicas y los laboratorios de revelado están resurgiendo o más bien nunca se fueron?
Si bien la fotografía analógica o química, como algunos prefieren llamarla, no desapareció completamente, sí dejó de ser algo cotidiano. Incluso, vivió una de sus mayores crisis en el año 2012, cuando la compañía Kodak —la mayor productora de rollos de película y químicos para fotografía— apeló a la ayuda del gobierno de los Estados Unidos para evitar la bancarrota.
Diez años después, cuando las restricciones derivadas de la pandemia del COVID-19 empezaban a suavizarse, fue evidente el repunte en el interés por la fotografía química. Se podría proponer como fecha clave el 11 de octubre de 2022, cuando la compañía Kodak, a través de un breve texto en sus redes sociales anunció que buscaba a personas para laborar en el área de manufactura de películas.
El fotógrafo, restaurador y docente de la Unidad de Vinculación Artística (UVA) del Centro Cultural Universitario de Tlatelolco, Emmanuel Galindo, señala que hubo dos momentos del repunte de la fotografía química. El primero, explica, fue a partir de la aparición de Retrica, una aplicación para celular lanzada en el año 2012, que daba opciones de filtros retro o vintage, para dar esa apariencia a las imágenes digitales.
El segundo momento se vivió en pandemia, cuando el consumo de redes sociales se disparó, pero también muchas personas, al tener más tiempo, comenzaron a encontrar cosas de sus papás o de sus abuelos, “en los cuartos de chácharas encontraban cámaras”.
Galindo considera que durante esta época hubo una mayor circulación de artículos fotográficos antiguos, pues la gente que los descubría tenía dos opciones: usarlas o venderlas.
“Hoy en día hay empresas mexicanas que siguen pidiendo fotografía química en placa para sus grandes promocionales o sus espectaculares, porque hasta ahorita sabemos que la fotografía química sigue teniendo incluso mejor calidad que la fotografía digital”, explica.








Un trabajo de paciencia
Hay quienes no han dejado de lado su pasión por la textura y el grano que da la fotografía analógica o química, como la fotodocumentalista mexicana Patricia Aridjis.
Para ella, la fotografía analógica o química “nunca se ha ido”, aunque reconoce que hay gente que la desdeña, “como si hacer fotografía analógica fuera algo arcaico. A algunos colegas les dices que estás haciendo fotografía analógica y te ven como: ‘Ay, qué pasada de moda estás, cuando ahora con lo digital se pueden hacer tantas cosas’. Yo quiero pensar que nunca se ha ido y que lo que nos ha impedido un poco trabajar con un analógico es el encarecimiento del proceso. Es muy, muy caro”.
El tema de los costos que menciona Aridjis, no es nada menor. Con el repunte en ventas, la poca capacidad de abastecimiento y con el mercado controlado por un puñado de empresas, los precios de rollos y de revelado han subido exponencialmente.

Aridjis añade que “lo digital responde a esta época de rapidez, que todo es inmediato. Antes teníamos mucho más tiempo, entonces todo era mucho más apacible, meterte al laboratorio por horas y digo ahora también en lo digital inviertes mucho tiempo, pero el laboratorio eran horas y horas y todo era de mucha paciencia.”
A pesar de los costos, la paciencia y otros retos que implica trabajar con la fotografía analógica, Aridjis habla con gusto de la materialidad de la película: “Quiero seguir haciendo analógico. Me gusta muchísimo la película en blanco y negro, el grano de la película me parece muy bello. Es otra sensación muy distinta cuando miras los haluros de plata revelados que cuando miras un píxel, es otra la sensación”.

La fotógrafa explica que todos sus trabajos los realiza durante siete años: siete años de insistir en personajes, en ideas, en situaciones. “Me cuesta un poco de trabajo parar y un poco empezar también. Pero cuando ya lo empiezo no lo dejo”.
En el año 2000, para empezar un nuevo siglo y en plena fiebre de digitalización de la vida, Aridjis decidió llevar a cabo el proyecto de Las horas negras, un foto-ensayo sobre mujeres en reclusión, principalmente en penales de la Ciudad de México, a quienes fotografió con su cámara análoga en blanco y negro, cada semana, durante siete años.


Aridjis se rehúsa a afirmar que prefiere una sobre la otra, más bien, para ella “la fotografía digital es una posibilidad más. Una no sustituye a la otra”. Pero reconoce las ventajas de tener un respaldo físico de su obra: “De hecho, me acaba de suceder algo tremendo que me ha puesto a reflexionar sobre la volatilidad de lo digital. Se me tronó un disco duro con dos teras y creo que ya no va a tener remedio. Lo mandé a un laboratorio, creo que no fue el mejor. Y no recuperaron absolutamente nada y ahí estaba un proyecto de siete años.”
¿Cómo resarcir siete años de trabajo perdido? En este punto, Aridjis estaría de acuerdo con Emanuel Galindo, cuando este explica que, durante su trabajo como restaurador, se dió cuenta que la obra de arte que sobrevive es la que se resguarda en los archivos, la que se conserva en los museos, la que está en físico. “La obra de arte que sobrevive al paso de los años es la que existe”, sentencia Emanuel.
Para saber quiénes y por qué están abrazando la fotografía analógica o química, te invitamos a escuchar el podcast “Regresar a la alquimia de la fotografía”.



