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Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual
Yásnaya Aguilar Gil, retrato

Ilustración: René Zubieta / Fragmento del texto Ka’amä’äny 6, de Yásnaya Aguilar

México es una nación artificial: Yásnaya Aguilar

Rafael Lozano, estudiante, y Carlos Acuña, reportero / Corriente Alterna el 26 de febrero, 2022

Yásnaya Elena Aguilar Gil cree que es un buen momento para guardar silencio, al menos en la arena pública de Twitter. Su última interacción en esta red social, en donde cuenta con más de 50 mil seguidores, data de septiembre de 2021.

“Nos tiene huérfanos [de tuits]”, se bromeó hace poco en un taller donde se analizan algunas de sus ideas.

Lingüista, escritora, traductora e investigadora en ayuujk –o mixe, una lengua hablada por más de 100 mil personas, sobre todo en la sierra norte de Oaxaca–, Yásnaya Elena Aguilar se tornó en 2021 en una figura incómoda. Molestaba su insistencia en que el Estado mexicano busca homogeneizar, dentro de la categoría de indígena, a los muchos y distintos pueblos que habitan el territorio nacional. Y su señalamiento de que, por medio del folclor, se perpetúa un despojo cultural hacia los pueblos, convirtiendo sus rasgos culturales en objetos de consumo.

A mediados de 2021 Yásnaya cuestionó el primer proyecto del gobierno de la Ciudad de México para sustituir el monumento de Cristóbal Colón, sobre Paseo de la Reforma, por la cabeza colosal “estilizada” de una mujer olmeca tallada en piedra por el artista Pedro Reyes. Después del escándalo, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, descartó la cabeza colosal de Reyes y anunció que se pondría una réplica de la figura prehispánica de “La joven de Amajac”. A Yásnaya, sin embargo, le llovieron descalificaciones de un sector de simpatizantes del presidente Andrés Manuel López Obrador. Una tormenta similar se desató cuando compartió una foto de la toma de protesta de Manuel Vázquez (conocido como Omar García, uno de los sobrevivientes de la masacre de estudiantes de Ayotzinapa) como diputado federal por Morena, con un comentario al margen: “chale”.

–No es que no valore la interacción en redes –dice–. Me parece importante y he aprendido un montón, pero no es mi prioridad, en absoluto.

Desde aquel exilio de Twitter, pero desde un lugar llamado Tukyo’m –o Ayutla Mixe–, en la sierra de Oaxaca, Yásnaya responde.

El Estado mexicano: un gran apropiador cultural

–México es una nación artificial –advierte Yásnaya en entrevista para Corriente Alterna–. Pero eso no significa que no opere sobre personas concretas. Por eso, cuando se pone entredicho, levanta tanto enojo.

Aunque Yásnaya Aguilar se ha convertido en una de las figuras más visibles que defienden este postulado, desde hace décadas los movimientos indígenas han insistido en que México y la identidad mexicana son maneras de borrar las culturas sobrevivientes de la conquista española. Afirman, además, que el colonialismo no es un fenómeno concluido sino un proceso permanente que se ejerce, en la actualidad, desde el Estado mexicano.

En el territorio nacional existen, al menos, 68 naciones originarias. Sus habitantes hablan lenguas agrupadas en doce familias lingüísticas radicalmente distintas entre sí. Muchos de estos pueblos, además, ejercen distintas formas de gobierno y organización política de acuerdo con sus contextos culturales, territoriales e históricos.

Ocurrió justo después de la Revolución. La idea del mestizaje se convirtió en una política de estado, con José Vasconcelos como uno de sus principales promotores. La eugenesia –la idea de que las “razas” pueden “mejorarse”– comenzó a tener cierta influencia en las políticas de salud públicas. Así nació, por ejemplo, la Sociedad Eugenésica Mexicana para el Mejoramiento de la Raza cuyos miembros consideraban a la “raza indígena” como un “serio problema nacional”. Esta misma Sociedad aconsejaba al Estado promover la cruza con la “raza blanca” para que los indígenas heredaran “cualidades de progreso y civilización”. El miedo a la “degeneración de la raza” derivó, en 1930, la expulsión de miles de personas chinas y en el aislamiento de personas afro-descendientes.

El plan de homogeneizar a la población por medio de la mezcla de “razas”, tuvo menos éxito de lo que se cree. En realidad, como apunta el historiador Federico Navarrete en su libro Alfabeto del racismo mexicano, el mestizaje se logró mediante la imposición de una sola lengua, una única cultura y un sólo modelo político: la idenntidad mexicana y el Estado mexicano, tal como hoy los conocemos. 

–Podríamos decir que, así como las razas no existen –ironiza Yásnaya–, México como nación no existe, pero opera sobre personas específicas; así como el racismo opera. Ambas son categorías de opresión.

En este modelo, México adopta a las culturas indígenas como un mero ornamento. La cultura, el arte e indumentaria de los pueblos son usados como objetos de consumo: artesanías folclóricas para mostrar ante el mundo una nación colmada de identidad, aunque esa misma nación despoje a estos mismos pueblos de su lengua, de su agenda política y de sus recursos naturales.

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El año pasado, por ejemplo, el gobierno mexicano conmemoró la caída de México-Tenochtitlán con el lema “500 años de resistencia”, una frase acuñada por los movimientos indígenas en rebeldía.

–Hay una interesante captura del discurso –dice Yásnaya y ríe–. Me sorprendió mucho que decidieran celebrar “500 años de resistencia”. Ahora, palabras como “descolonización” también pasaron al léxico gubernamental. El Estado mexicano es un gran apropiador cultural.

Ejemplos sobran, en el pasado y en el presente. Desde su toma de protesta, el presidente Andrés Manuel López Obrador recibió un “bastón de mando” por parte de individuos indígenas; días después, ensayó un ritual para “pedir permiso a la madre tierra” antes de construir el Tren Maya. Estos gestos contradecían sus hechos y descalificaciones hacia los mismos pueblos y comunidades originarias que se oponen a megaproyectos como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec o el Proyecto Integral Morelos (PIM).

Uno de los ejemplos más recientes es el acuerdo por medio del cual el presidente declaró como asuntos de seguridad nacional las obras de infraestructura del gobierno federal, incluidos los megaproyectos. Instituciones y organizaciones civiles no tardaron en acusar que, para agilizar la construcción de estos, se hace a un lado la obligación de transparentar las finanzas de las obras, vigilar el impacto en el medio ambiente y consultar a comunidades indígenas cuando estos proyectos atraviesen sus territorios.

El arte de administrar lo extraordinario

Defender la idea de que México es una nación artificial, así como promover los modelos de autogobierno y autonomía de distintos pueblos originarios, le ha costado a Yásnaya ser acusada de generar una “idealización negativa del Estado” o  incentivar la “balcanización de México”, un término que remite a la fragmentación del país en estados o gobiernos más pequeños a partir de sus diferencias étnicas. Ella suele refutar estas acusaciones y señalar que no es la primera ni la última en defender la idea de que existen proyectos viables más allá de las instituciones, de los partidos políticos y del mismo Estado.

“Más que buscar ‘nunca más un México sin nosotros’, el ‘Nosotros sin México”. / Foto: Cineoaxaca

–Me impresiona mucho que se me lea individualmente –se queja–. Cuando yo he tratado de insistir en que las cosas que estoy diciendo no las planteé yo.

Recuerda a intelectuales mixes, zapotecos y chatinos que han teorizado, practicado y defendido otras formas de organizarse. Por ejemplo, el intelectual y educador ayuujk Floriberto Díaz (1951-1995), o el intelectual zapoteco Jaime Martínez Luna, actualmente uno de los principales impulsores de la Universidad Autónoma Comunal de Oaxaca. O Tomás Cruz, el intelectual y escritor chatino asesinado en septiembre de 1989.

–Es muy natural –explica–. Cuando quieres organizar una cascarita en tu calle no necesitas del Estado, ¿cierto? Ni para una fiesta… Lo mismo se puede hacer con muchas otras cosas.

Parecen ejemplos sencillos, pero Yásnaya está convencida de que esta misma dinámica puede aplicarse en otros ámbitos de la vida social. Durante las catástrofes naturales, por ejemplo.

–En los sismos surge una autogestión muy rápidamente, lo hemos visto. Porque el Estado no está diseñado para administrar lo extraordinario sino la norma. A largo plazo, ante esta carencia del Estado, es posible que se creen muchas más estructuras autogestivas para responder a los efectos del cambio climático.

Y un ejemplo claro es la comunalidad que se practica en la Ayutla mixe, donde reside desde hace años.

Archipiélagos fuera del Estado

Hace tiempo que Yásnaya Aguilar regresó a vivir a su comunidad natal en Oaxaca: San Pedro y San Pablo Ayutla, también conocida como Ayutla Mixe o Tukyo’m, en ayuujk. Se trata de una localidad ubicada en la Sierra Norte de Oaxaca, con alrededor de seis mil habitantes.

Yásnaya había residido durante un tiempo en la Ciudad de México, mientras estudiaba la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas y la maestría en Lingüística Hispánica en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ayutla se rige por normativa interna, sin partidos políticos. Ahí, la máxima autoridad es la asamblea comunitaria, la cual, además de realizarse exclusivamente en ayuujk, elige autoridades comunales y aborda los problemas más importantes para la comunidad, entre otras cosas.

–Esta experiencia comunalista –dice– es una noción fuera de la lógica estatal.

Desde su pueblo natal, Yásnaya escribe, investiga y hace activismo en favor de su comunidad. Desde 2017, por ejemplo, participa activamente en la lucha por la reconexión del manantial Jënanyëëj que surte de agua al municipio de Ayutla, destruido por un grupo armado de la comunidad vecina.

Pero la comunalidad de Ayutla no es la única que refuta la idea de Estado. Yásnaya menciona a Gladys Tzul, la socióloga de origen maya-quiché, quien bautizó como archipiélagos a esos actos, prácticas, territorios o comunidades que, desde su aislamiento, erosionan poco a poco la idea del gran Estado-nación. No se trata de actos espontáneos sino de ejercicios de negación constantes e históricos que cuestionan la imposición de una sola lengua, una sola religión, una sola versión de la historia, una sola forma de organizarse políticamente a costa de las demás.

Algunos de esos archipiélagos, dice Yásnaya, se pueden encontrar en la experiencia comunalista de muchos de los pueblos chatinos, zapotecos y mixes de la Sierra Norte de Oaxaca.

Definida conceptualmente por sus habitantes e intelectuales, como Floriberto Díaz y Jaime Luna, la comunalidad se sustenta en la propiedad comunal de la tierra y articula, en torno al territorio, una forma de construir y ejercer el poder de manera comunitaria, en donde el bien común prevalece sobre el interés individual. Otros de sus pilares son el tequio (la faena), el trabajo comunitario, la fiesta comunal, los sistemas de cargos (tradicionalmente honorarios, sin paga) y la máxima expresión de autoridad: la Asamblea Comunitaria.

Yásnaya Aguilar Gil en la Ayutla Mixe
“La reflexión en torno a la comunalidad no las planteé yo: hay un montón de mujeres que están planteando la discusión ahora mismo” / Foto: Cortesía de Yásnaya Aguilar

–Entonces, tienes la experiencia comunalista en Oaxaca, en la Sierra Norte; tienes la experiencia de las Juntas de Buen Gobierno del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en Chiapas, y tienes otras experiencias.

Yásnaya menciona, además, algunos ejemplos más allá de las fronteras como la propuesta de Kurdistán, donde el deseo de crear un Estado kurdo fue transformado por las mujeres, quienes propusieron un sistema de “democracia sin Estado” –el cual ha sido traducido como “confederalismo”–, mediante el cual se buscan mecanismos de autogobierno a partir del reconocimiento de las distintas comunidades, identidades y culturas presentes en ese territorio de Asia Menor. 

–Pero decir todo esto, ahorita, es “hacerle el juego a la derecha” –critica–. Hoy todo discurso anti-Estado se lee como anti-gobierno. Por eso ha sido muy difícil.

En este punto, Yásnaya recuerda lo que ocurrió en febrero de 2019, cuando López Obrador contaba apenas tres meses de haber tomado protesta como presidente y celebraba un mitin en el municipio Cuautla, Morelos. Desde el estrado, el presidente señaló a un grupo de personas que protestaban contra el gasoducto y las dos centrales termoeléctricas que conforman el Proyecto Integral Morelos (PIM); un proyecto que, durante su campaña, había prometido cancelar. Les increpó: “Escuchen, radicales de izquierda: para mí no son más que conservadores”.

Entre el grupo de opositores al PIM estaba Samir Flores Soberanes, un locutor comunitario de origen nahua que encabezaba la defensa del territorio en el municipio de Amilcingo. Fue asesinado diez días después.

–Es lamentable –se queja Yásnaya–. En Morelos se ha defendido, históricamente, la propiedad colectiva de la tierra y estos grupos estaban fuera del espectro tradicional de derecha o izquierda. Tacharlos de conservadores, en una operación discursiva, bajó el costo de indignación social cuando asesinaron a Samir. Después de todo, Samir era un “conservador” en contra de este presidente de la izquierda. Nos ha pasado otras veces: lo que opina AMLO de lo que pasa en Ayutla, en torno al tema de la falta de agua, lo usa después el gobernador de Oaxaca [el priista Alejandro Murat] en contra nuestra. Ahora resulta que es la crítica al Estado, y no el Estado mismo, el que “le hace el juego al capital”.

Entre más de dos mundos

A Yásnaya Elena Aguilar Gil la flanqueaban comandantes zapatistas. El escenario estaba lleno. Era abril de 2018 y ella leía un texto que, insistió, era de autoría colectiva. Unas semanas antes había aceptado una invitación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Congreso Nacional Indígena (CNI) para participar en un conversatorio que serviría como un balance de hechos apenas ocurridos.

Habían pasado dos meses desde que ambas organizaciones intentaron, sin éxito, registrar a su vocera María de Jesús Patricio (Marichuy) como candidata independiente a la Presidencia de la República. Marichuy no obtuvo las firmas necesarias para aparecer en las boletas como candidata sin partido.

El extenso texto que ese día leyó Yásnaya debatía una demanda por la que el CNI ha luchado desde su creación en 1996: “¡Nunca más un México sin nosotros!”.

–¿Cómo creamos un mundo sin Estados en donde podamos seguir siendo mixes, tzeltales y ya no indígenas; un nosotros sin el Estado mexicano? –inquirió ella frente a las y los comandantes, concejales, delegados, bases de apoyo y simpatizantes.

Su idea era buscar un modelo que no integrara a individuos y pueblos indígenas a los engranes del Estado-nación mexicano, sino confrontarlos y prescindir, lo más posible, de ellos.

–Tal vez, disculpen si los contradigo –dijo Yásnaya al finalizar su participación–. Más que buscar ‘nunca más un México sin nosotros’, están creando ya el ‘Nosotros sin México’.

Al terminar su lectura, la Comandancia General del EZLN le pidió el texto: “Los compañeros están aquí comentando que estás llegando a las mismas conclusiones que nosotros”, le dijeron.

Yásnaya Aguilar Gil en la Cámara de Diputados
Yásnaya Aguilar: «¿Cómo vamos a florecer nuestras lenguas cuando matan a quienes las hablan, los silencian o desaparecen?». / Foto: Archivo de la Cámara de Diputados

Casi un año después, el 26 de febrero de 2019, Yásnaya Elena Aguilar subió a otra tribuna, una muy diferente. La Cámara de Diputados del Congreso de la Unión la invitó a abrir la sesión en el marco del Año Internacional de las Lenguas Indígenas. Ese año resultó ser, también, el primero en la historia de México que desde la tribuna de San Lázaro habló una oradora ayuujk en su lengua materna.

Yásnaya leyó toda su exposición en ayuujk frente a una audiencia de diputadas y diputados, en su mayoría distraídos. Los subtítulos en las pantallas traducían al español las palabras contundentes que Yásnaya lanzaba desde la tribuna: “Nuestras lenguas no se mueren, las matan”.

“–Después de 300 años de la conquista de los españoles, en 1862, el 65% de la población hablaba una lengua indígena. El español era una minoría en ese entonces. En la actualidad, los hablantes de lengua indígena somos 6.5%, el español es ahora la lengua que han convertido en dominante –expuso Yásnaya–. Fue México el que nos quitó nuestras lenguas; nos borra y nos silencia.

“A nuestras lenguas también las matan cuando no se respetan nuestros territorios, cuando las venden y concesionan, cuando asesinan a quienes las defienden. ¿Cómo vamos a florecer nuestras lenguas cuando matan a quienes las hablan, los silencian o desaparecen? ¿Cómo va a florecer nuestra palabra en un territorio del que se nos despoja?”

Y remató: “Nuestras lenguas no mueren, las matan. El Estado mexicano las ha borrado. El pensamiento único, la cultura única, el Estado único, con el agua de su nombre, las borra.”

Al terminar su lectura, el presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, indiferente ante la gravedad de estas acusaciones, se limitó a decir:

–Agradecemos el mensaje de Yásnaya Aguilar. Una verdadera lección de convivencia humana y de derechos humanos, la invitamos a retirarse del salón de sesiones cuando lo deseé.

Lo que da y quita el sueño

Yásnaya recuerda a Emily Wilson quien, en 2017, se convirtió en la primera mujer en traducir la Odisea de Homero al inglés. Su trabajo permitió detectar que, hasta entonces, ciertos pasajes de la Odisea habían sido traducidos con un sesgo misógino que no existe en la obra original.

–Esta anécdota es muy significativa para mí porque, en esta disputa por la historia, muchas voces de pueblos indígenas estamos tratando de librarla en español. Porque no es posible que esta conversación la llevemos en mixe, por ejemplo, donde lo que se pone en escena son otras categorías.

–Llama la atención que todo el debate se haya personalizado en ti –se le pregunta en la entrevista–. Muchas veces se te interpela o se te ubica como la representante de los pueblos originarios al margen del Estado. ¿Cómo lo vives tú?

–Eso es muy problemático… –responde Yásnaya–. Yo he estado pensando en callarme… O sea, creo que es un buen momento. Por un lado, nunca los voy a poder traer a mi cancha, a la cancha de mi lengua, a la cancha de mis presupuestos. Por otro lado, es impresionante que se me lea nada más a mí como representante de algo así. Perdón, pero la reflexión de la comunalidad no la planteé yo; y, antes que una teoría, es primero un ejercicio. Más aún, hay un montón de mujeres que están planteando la discusión y que no se leen tampoco. Está el proyecto Tzam, que es algo que me entusiasma mucho, en donde hay muchas mujeres discutiendo de independencia, del Estado, de la alimentación, el techo, el trabajo.

Últimamente Yásnaya tiene un régimen de autovigilancia: procura no escribir más en español que en mixe. Pese a ello, se le critica que, como una voz indígena que denuncia el colonialismo del Estado, escriba en un diario español como El País o en revistas mexicanas como Este País y Gatopardo. Ella no puede evitar reír por la ironía de ese reclamo.

–Lo que escribo en mixe no lo van a poder leer: lo único que tiene peso para ellos es lo que está en español. Escribir una columna o dos en estos espacios, cuando me invitan, me permite mantenerme [económicamente] en proyectos como el Colegio Mixe, hacer seminarios y talleres, buscar en archivos históricos, explicar la historia en mixe, traducir del español al mixe o del inglés al mixe. Esa es la direccionalidad que me interesa. Muchos creen que lo único que hago es escribir en El País.

Más allá de esas colaboraciones, que escribe a contratiempo y al vuelo –“porque en el ejercicio de la comunalidad tienes poco tiempo para escribir”–; más allá de los debates de las redes sociales, siempre en la tensión constante entre diferentes maneras de entender y organizar el mundo, Yásnaya vuelve siempre a Tukyo’m, a su lengua ayuujk y al ejercicio cotidiano de la autonomía comunitaria como quien regresa a Ítaca.

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–En un contexto terrible de cooptación y de apropiación de discursos que estamos viviendo, es en mixe como estamos debatiendo estas ideas –aclara–. Entonces, no es que no valore la interacción en redes, pero no es mi prioridad, en absoluto. Mi prioridad es que me dejen hablar en mi asamblea, que no siempre es fácil como mujer. Las redes me gustan, pero me distraen: el asunto del “chale” en Twitter me distrajo de unas cosas horribles que estaban pasando con el tema del agua aquí.

Es en Ayutla donde está su corazón, confiesa, no en las redes sociales. Yásnaya Aguilar prefiere la defensa práctica del agua, la tierra y el territorio. En el habla y la escritura en ayuujk, todo siempre en relación con su comunidad y el mundo que ella pisa, la ocupa y preocupa más que el resto. “Allí sí me apasiono, ahí sí me enojo: eso es lo que, en verdad, me da y me quita el sueño”.