Diana decidió compartir con Corriente Alterna su testimonio para la elaboración del corto documental “Soy Mujer y Digo No. Zoom a la violencia laboral de género” que se proyectó en El Aleph 2023, festival cultural de la UNAM.
Diana se presentó para una vacante de diseñadora gráfica en una empresa privada. “Te tiene que ver el jefe”, le dijeron, después de entrevistarla en el área de Recursos Humanos (RH). Pensó: ¿Para qué? Pero llevaba tres meses desempleada en el contexto de la pandemia por covid-19. Consideró que no podía negarse.
Entonces accedió al encuentro tras responder los cuestionamientos habituales de la titular de RH. Al estar frente al “jefe”, las mismas preguntas se repitieron, excepto al final, donde él integró un inesperado cuestionamiento:
—¿Cuál es tu estado civil?—, inquirió el “jefe”.
Lo primero que Diana sintió fue incomodidad y sorpresa, pero respondió:
—Vivo con mi pareja. Tengo una relación de dos años con mi novio…
El futuro “jefe” interrumpió entonces su respuesta, ahora con un “elogio” incómodo:
—¡Qué bueno que no eres lesbiana!
Entré en contacto con Diana vía Facebook, gracias al grupo “Despido injustificado”, donde más de 1 millón de personas comparten experiencias, en su mayoría desfavorables, en el mundo del trabajo.
Diana reconoce que aquella “entrevista” inicial con quien fue su superior jerárquico en ese despacho de diseño, fue el comienzo del acoso laboral. Frente a la sorpresa, casi se sintió inmovilizada.
“No sé… lo dejé pasar. Pero era el primer indicio de que algo andaba mal. Muy pronto pensé que no pasaría nada más. A donde llego yo trabajo y procuro no hacer amistades ni nada para evitarme problemas y conflictos”.
Antes de llegar a esa empresa, Diana dejó su anterior trabajo porque utilizar el mouse de la computadora durante tantas horas, le provocó una severa inflamación del tendón. Solicitó unos días para descansar y cuando regresó a la oficina, descubrió que el director había acumulado todos los pendientes. En ese momento dijo: “Ya basta”. Renunció.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), durante el primer trimestre de 2021 en la Ciudad de México (CDMX), como Diana, 27 mil 406 mujeres abandonaron su trabajo. De esta última cifra, 3 mil 718 tenían, como Diana, entre 20 y 29 años. Este suceso por edad también se duplicó en 2022 con relación al año anterior.
En general, los principales motivos para renunciar fueron los siguientes: malas condiciones, riesgos a la salud, búsqueda de mejor salario y conflictos con superiores jerárquicos.
“Está mal, vuélvelo a hacer”, violencia laboral al acecho
Luego de tomar medidas de autocuidado para su salud física, Diana buscó trabajo en todo lugar posible y mandó su currículum sin recibir respuesta. Un mes. Dos. Tres meses agobiantes. Y nada. Ella trabaja desde los 18 años y nunca había pasado tanto tiempo desocupada.
“Tengo que agarrar lo primero que salga”, pensó. Y lo primero viable fue esta vacante como diseñadora gráfica, publicado en Facebook.
“Debí darme cuenta desde la entrevista, pero uno tiene necesidad o ansiedad de no quedarse sin trabajo…”, dice con Diana, mientras entrecruza las manos como si tratara de escapar de ese recuerdo.
“En una ocasión, el jefe llega, nos saluda a mi supervisora y a mí. Yo estaba metida en mi trabajo, entonces, él repite: ‘Buenos días’. Volteo, lo saludo: ‘Buenos días’. A los pocos minutos pide que mi supervisora vaya a su oficina. Luego, ella baja llorando y diciéndome que la regañaron. La razón: no lo saludamos correctamente”, relata Diana.
De acuerdo con INEGI, su caso forma parte del 21.7 % de las mujeres que han sido agredidas por superiores jerárquicos en algún momento de su vida profesional.
“Diario se paraba atrás de mí diciéndome: ‘Está mal’ o ‘Vuélvelo a hacer’. Un día llegó con una taza de café y la empezó a sorber, así, ruidosamente, a mis espaldas”. La confianza profesional de Diana quedó trastocada por las descalificaciones constantes.
“Hoy todavía me cuestiono qué otra cosa tengo que hacer para ser buena diseñadora y dudo mucho sobre mi trabajo”.
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En julio de 2022 una compañera asistió a la oficina, enferma, y contagió a Diana. Los síntomas eran escurrimiento nasal, dolor de garganta, tos seca y estornudos. A pesar de todo, el jefe les prohibió que faltaran para no retrasar las tareas. Un día, llegando del trabajo, Diana sintió dificultad para respirar. Habían fallado las inyecciones que compró para aliviarse más rápido. La buena noticia: ya no era covid-19. La mala: el virus había evolucionado a neumonía.
Además del costoso tratamiento, le indicaron reposo y aislamiento, así que llamó para reportar incapacidad. Por fin, el jefe comprendió que no podía asistir a la oficina. Pero también le hizo una contrapropuesta inverosímil tomando en cuenta su estado de salud: le propuso enviar todos los pendientes a su casa para que los atendiera desde ahí.
Otra vez sintió los labios hinchados, creyó que estaba intoxicada, acudió a una farmacia y allí sobrevino la advertencia: “Te está dando una parálisis facial”. En aquellos días estaba escribiendo su tesis, enfrentando violencia laboral y soportando esas condiciones por la necesidad pagar la universidad.
Pensó en demandar
Como Diana gastó toda su quincena en medicamentos, intentó recuperar los ahorros que invirtió en una caja de Cetes a nombre de la empresa. El jefe ofreció prestarle su propio dinero y descontárselo mensualmente.
Indignada y furiosa, Diana buscó una abogada para demandar. Motivos no faltaban y el contrato que firmaba cada mes estaba lleno de lagunas a favor del empleador, sólo necesitaba los comprobantes de pago que inmediatamente le negaron cuando los solicitó.
El jefe advirtió que cualquier demandante saldría perdiendo contra él. Primero, porque su tío era un importante abogado; segundo, porque ninguna empresa iba a contratar después de salir de ahí, a “una mujer joven y liosa”.
Según la ENOE, durante el primer trimestre de 2023, 22.6 millones de personas tuvieron acceso a instituciones de salud como prestación por su trabajo. Es decir, 56.3% de la población encuestada. Pero sí, 17.1 millones aún carecen de este derecho laboral.
“Las relaciones laborales son como relaciones amorosas: te pegan y luego piden perdón. El jefe, por ejemplo, me dijo que estaría a prueba tres meses y más adelante iban a subir mi sueldo. No sucedió”, reflexiona la diseñadora.
El trato con los hombres que trabajaban en esa oficina era distinta. Todo tranquilo, relajado. Ellos podían llegar tres horas tarde porque una noche antes fueron de fiesta con el jefe. No checaban hora de llegada y salían temprano. En cambio, la contadora amenazó a Diana con descontarle un día si llegaba apenas 10 minutos tarde. Fue la gota que derramó el vaso.
Acerca de las mujeres asalariadas, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021 registra que 21.7% sufrió discriminación laboral: tuvieron menos oportunidad que un hombre para ascender (10.8%), les han pagado menos que a un hombre por realizar el mismo trabajo (9.8%), reciben menos prestaciones que un hombre (5.6%) o limitan su desarrollo profesional (4.1%).
A pesar de que la violencia laboral está reconocida por la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y de que estas agresiones pueden denunciarse ante la Junta Local de Conciliación y Arbitraje o en la Procuraduría de la Defensoría del Trabajo; aunque el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México ofrece orientación para diferentes tipos de violencia, denunciar es un proceso extenuante.
Diana no denunció. Estaba cansada y tenía miedo porque su superior jerárquico amenazó a otra compañera con quemar su casa si no quitaba una demanda que ya tenía encima.
Hoy Diana es emprendedora. Diseña ropa, personaliza objetos, hace publicidad e ilustración digital. Vive con su pareja, aprende botica natural y adoptó un gato. No se siente lista ni segura para volver a un equipo de trabajo dentro de una empresa. También es la primera persona con un título universitario en su familia. Al principio de esta entrevista, nos confesó que cuando era niña soñaba con ser patinadora artística. “La vida me llevó por otros caminos”, acepta.
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Cuando se le pregunta qué le diría a alguien que enfrenta violencia laboral y escucha su testimonio, Diana responde:
—Me gustaría decirle que cuesta mucho trabajo salir del trabajo. Pensamos que no encontraremos algo mejor o que no somos suficientemente buenos. Nosotros mismos nos engañamos. A las mujeres siempre nos hacen menos, pero nuestro esfuerzo sostiene a las empresas. Por eso tenemos que aprender a decir: “No, esto es muy poco por todo lo que hago”. Porque el tiempo no regresa. Y es el tiempo que nos están pagando tan barato.