“Es muy probable que el futuro sea más incómodo de lo que es el presente, por la incertidumbre, respecto a un chingo de cosas: la sustentabilidad, la política, las guerras, los genocidios; eso, por un lado. Por otro lado, la certidumbre del presente tan horrendo que nos está tocando vivir, es muy incómodo igual en muchas cosas”, así vive algunas de las ideas que le parecen angustiantes, y le llevan a deprimirse, a un joven de 23 años que pertenece a la llamada generación Z y al que llamamos Rojo.
En The ABC of XYZ: Understanding the Global Generations (El ABC de XYZ: Entendiendo las generaciones globales), Emily Wolfinger y Mark McCrindle, definen generación como grupo de individuos que comparten edad o etapas comparables al vivir en un periodo de tiempo determinado.
Lo que significa que las situaciones que vive cada generación distan de ser iguales las unas de las otras. Lo que sucede en esta sociedad mexicana, para estos jóvenes adultos, impacta de una cierta manera, que solo ellos pueden comprender.
“Todo pasa y nada importa. No podemos estancarnos en las mismas situaciones. Necesitamos ayuda, y hay un montón de personas que nos pueden ayudar. Pero el hecho es que nosotros demos el primer paso”, alienta una chica de 26 años a quien llamaremos Naranja.
Este grupo etario nació entre 1995 y 2009. Es decir, tienen entre 14 y 28 años. En 2023, el 25% de la población mundial era parte de esta generación. De acuerdo con varios estudios, resulta más propensa a sufrir problemas de salud mental ante la realidad que enfrentan. Pero, ¿y cuál es esta realidad que observa y vive esta generación Z?
El 2020 fue el año con más suicidios en México de toda una década; según el INEGI hubo 7,896. Es decir, 21 personas se quitaron la vida cada día en el país. Tres años después la cifra creció, fueron 8,837; es decir, cada hora una persona se quitó la vida. En el caso de jóvenes entre 15 y 24 años, el suicidio es la tercea causa de muerte, de acuerdo al reporte del primer trimestre 2024 del INEGI.
Nos dimos a la tarea de entrevistar a un especialista y a siete personas de la generación Z, para escuchar sus historias y conocer qué emociones son parte de su vida, en especial si lo es la depresión. Por respeto, en todos los casos, sustituimos sus nombres reales por colores.
¿Quién es la generación Z?
En palabras de Rosa, “es una generación que está muy cansada, consciente y con ganas de revolucionar, cambiar las cosas. Una generación harta, de lo que vivió”. Este cambio no viene solo de ella o sus pares, afirma Rosa, “tengo muchos amigos que son de la Iglesia, amigos cristianos, ahí también están cambiando las cosas”.
Para los centennials algunas de las razones que condicionan su estado anímico son: el ver el futuro como algo catastrófico, la sobrepoblación, el derretimiento de los polos, las sequías, las guerras, los conflictos económicos, la falta de control; “el sentir que no avanzamos, sino que retrocedemos”, explica Rosa, de 22 años.
Piensan en que puede romper límites, así lo dice Rojo “genera muchas expectativas respecto a esas generaciones que, viéndonos a nosotros, piensan que podemos hacer un chingo de cosas y en parte está cool, pero también cargar con expectativas siempre es difícil”.
En un mundo así de globalizado, las identidades, tanto individuales como colectivas, son infinitas. Lo que consumimos, por ejemplo, en redes sociales, es tan específico que existe un algoritmo con el único fin de adaptarse, y comunicarnos con gente afín a nosotros. Así lo apunta Morado, de 22 años y hermana de una adolescente de 15, “conozco demasiados contextos, demasiados estilos de vida de gente de nuestra edad, la generación es muy versátil, con nuevos paradigmas”.
A los Centennials también se les caracteriza por su fácil aprendizaje de la tecnología. Sin embargo, con la tecnología llegan las redes sociales.
El acceso a la información se ha tornado problemático, discernir la verdad, de lo inventado. ¿A quién le hacemos caso?, no solo es decidir qué creer, sino también estar al tanto de la romantización que nos alcanza a través de estas plataformas. Rosa se ha dado cuenta de que “hay una normalización de estar mal, de estar en la mierda. Esto de cierta forma, si te representa, hace que te identifiques…”.
Una encuesta global realizada por McKinsey & Company, en 2022, consultora estratégica global, concluyó que uno de cada cuatro encuestados de la generación Z informó sentirse más “angustiado emocionalmente”; casi el doble de los niveles reportados por la generación X y millennial y más del triple de los encuestados de la generación del baby boom.
Esto lleva a considerar una de las consecuencias más profundas y otra de las características de esta generación: ‘La depresión Z’.
La tecnología: entre angustia y depresión
Rojo describe a las redes socio-digitales como una de sus principales fuentes de ansiedad y depresión. El “ser una persona pública, y estar en dos realidades; estar hiperconectado todo el tiempo, estar enterándote de noticias, de publicaciones; estar consumiendo tan rápido que llega un punto en el que me enferma”, dice.
Las redes sociales forman parte de la vida diaria. Lo que sucede dentro del entorno digital también afecta a esta generación y la (de)construye. Por ejemplo, para Azul, con 24 años, el miedo de estar ausente —Fear of missing out o por sus siglas en inglés: FOMO—, se ha reforzado en su entorno digital.
“Sentir que no me invitaron, no me hicieron parte de, alimenta el no sentirme suficiente; el compararme con otras personas. No es nada más sentirme solo, sino excluido, rechazado”, reconoce.
Lo que consumimos para pasar el rato también construye nuestro pensamiento, y actualmente, asegura Rojo, “los chavos están siendo formados por influencers, que ganan cantidades enormes de dinero, con contenido que no tiene formación de fondo”.
El algoritmo añade, está diseñado para ‘meterte’ en la pantalla, “dependiendo de tu perfil va filtrando ciertas cosas, que sean útiles o que te estén ayudando, depende de que tu consumo sea muy consciente y crítico respecto de lo que estás viendo”. Pero ¿quién nos ha enseñado a ser selectivo con la información? Nadie.
Entre los jóvenes de esta generación, se ha recurrido el dar ‘de baja’ ciertas aplicaciones cuando sienten que es demasiado para su salud mental. “Yo he tenido amigos, que en un momento de crisis —relata Rosa—, dicen ‘voy a quitar Instagram, porque a mí me hace mucho mal ver otras vidas perfectas, me hace mucho mal tener que compartir’, en mi caso particular eso no me pega en las emociones, pero sé que hay gente a la que sí”.
“Mucha gente dice que ya la pasamos, pero apenas estamos en un proceso de maduración. Todavía tenemos ‘resaca’ de la misma: la ansiedad que heredamos algunos, ataques de pánico, pensamientos de muerte, pensamiento suicida, o pensamientos de que ya no podían con la situación”, explica el Mtro. David Raunel Reyes Domínguez, psicólogo social.
Por ejemplo, Rosa pasó en 2019 de foránea Ciudad de México, lejos de un ambiente “que terminaba con mi salud mental, a por la pandemia regresar a mi casa. Convivir con gente que me hacía daño, eso me volvió a arrastrar, me vino muy mal, además de que el encierro te hace aislarte, no le encontraba ganas a nada”.
Sin embargo, para Rosa la peor etapa llegó al finalizar el encierro “cuando ya había pasado todo y tenía que volver a mi vida ‘normal’, tenía que volver a las clases presenciales, volver a entrenar, volver a todo… yo ya no pude, nunca volví a entrenar, nunca volví a hacer lo que hacía…”.
Ella no fue la única en experimentar esta angustia emocional. Según la línea de la vida, para 2023 en México la cifra de suicidios (que es la consecuencia más grave de trastornos anímicos) se encontraba en 6.4 por cada 100 mil habitantes. En su reporte de DíSí a la VIDA, entre 2020-2023, el 20.6% de las y los solicitantes tenían entre 18 y 30 años, mientras que el 25.4% eran menores de edad.
Según Oliver Wyman, consultora estratégica internacional en Generación Z: dando forma al futuro de las tendencias de consumo. La generación Z es 1.9 veces más propensos que otras generaciones a sufrir problemas de salud mental: un 39% declara haber sufrido depresión en los últimos 2 años y ansiedad un 42%.
La depresión no aparece de un día para el otro
“Yo creo que hay muchos problemas para identificar lo que realmente es un periodo depresivo y lo que es nada más estar triste o con el ánimo bajo”, analiza Azul.
En Causas Sociales de la Depresión: una revisión crítica del modelo atributivo de la depresión por la Universidad Complutense de Madrid en 2010, la depresión es caracterizada por manifestaciones de tristeza, desmoralización, aislamiento, desesperanza, fracaso y pensamientos de suicidio; mientras que el malestar físico haría referencia a problemas como la falta de apetito, la pérdida de peso, las dificultades para conciliar el sueño y el agotamiento, entre otros.
Verde, de 22 años, comenzó a notarlo en el 2021, “ya no disfrutaba estar con las personas que quería, no disfrutaba hacer actividades románticas, ni físicas. Comencé con mareos en el gimnasio, con dolores estomacales, vomitaba mucho”.
Sin embargo, continúo su vida aun con estas afectaciones en su cotidianidad, “me hice adicto a la cafeína, me concentré de más en el trabajo, en reprimirlo” y fue hasta enero de este año que sintió la situación rebasada, se desencadenó la ansiedad, “me levantaba con dolores de cabeza, no podía ser absolutamente nada, no podía concentrarme, tenía ganas de vomitar todo el tiempo, mareos”.
Así como lo describe Verde, sucede en muchas personas. La depresión no llega de un día para el otro, es un proceso paulatino, que va degenerando no sólo la percepción de la realidad, sino también la calidad de vida. Muchas de las personas que viven con depresión comenzaron con estos sentimientos a temprana edad.
Rosa habla de cómo comenzó a los 13 años, “yo dormía todo el rato, llegaba de la escuela, me acostaba en el sillón y me quedaba dormida hasta las 6 de la tarde, despertaba, comía, me volvía a dormir hasta el día siguiente…”.
Azul percibe los orígenes de su malestar a sus 14 años. “Comenzó conforme fueron incrementando problemas en mi casa. Fue muy fuerte ese sentimiento como de desmotivación, no nada más estar triste, sino también una incomodidad contigo mismo, mucho odio hacia ti mismo, por estar en ese estado”. También menciona episodios de autolesión que venían de la mano con ideas de no ser suficiente “porque también creo que hace que pierdas esa percepción de ti mismo”.
Desde 2007 la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya catalogaba a la depresión como la principal causa de deterioro en la salud mental que entonces afectaba a 121 millones de personas en el mundo.
Según afirma la OCDE, “una buena salud mental es esencial para poblaciones y economías saludables”. Cuando las personas viven con mala salud mental les resulta más difícil tener éxito en la escuela, en el trabajo y mantenerse físicamente saludables. La OCDE, en 2022, estimó que los costes económicos debidos a los trastornos mentales ascendían a más del 4,2% del Producto Interno Bruto (PIB).
En principio, el psicólogo Reyes Domínguez problematiza el estado anímico normal. “Lo normal lo va a determinar tu sociedad, una persona sana es la que se desenvuelve de manera adecuada a los cánones sociales”. El estado ‘normal’ también lo describe como la combinación de la salud física, social, y psicológica.
“La depresión tiene varios niveles: está la depresión profunda, donde la persona se descuida en el aspecto físico, social y psicológico. Se aísla del mundo, sufre incluso a veces sin entender por qué está deprimida o sin entenderlo está pasando”, detalla Reyes. Esto hasta el punto de modificar su conducta, interacción social, su vida.
Morado, siente que toda la vida la ha tenido, “no soy una persona que disfruta la vida, tengo días buenos, rachas buenas, pero no es constante la verdad”.
La depresión se puede desarrollar por distintas causas: la pérdida de personas cercanas, familia, amigos; la pérdida de rutina; la adaptación a distintos procesos. Y esto no es porque la persona lo desee, o se dé cuenta. Para Rojo comenzó “como algo normal, un cansancio, que no entiendes muy bien de dónde proviene. Pero es tu cuerpo, desequilibrado respecto a hacer cosas. Es como estar confundido”.
Muchas veces el origen o las causas de este malestar son compartidas. La generación Z ya habla de esto en redes sociales, el tema de las enfermedades mentales se ha visibilizado más. “Antes no se hablaba de ello… Por todos lados escuchas depresión, ansiedad, trastornos, etc.”, coinciden Verde y Rosa.
¿Qué deprime a la generación Z?
Según McKinsey & Company, existen determinantes sociales de la salud, necesidades básicas que incluyen: los ingresos, el empleo, la educación, la alimentación, la vivienda, el transporte, el apoyo social y la seguridad. Si no se satisfacen, pueden afectar negativamente a la salud.
Factores como la raza, la etnia, el género, la orientación sexual, la discapacidad y la edad pueden influir también en el estado de salud. En dicha encuesta, el 58% de la generación Z declaró tener dos o más necesidades sociales insatisfechas, en comparación con el 16% de las personas de generaciones anteriores.
Para Naranja, un detonante es el cambio, como la muerte de su abuela, pero también la salida de la universidad, el ingreso al mundo laboral. “La pérdida de ciertas personas en mi vida o de ciertas situaciones”, considera.
Al respecto, Rojo también menciona lo mucho que le cuesta “dejar soltar, dejar de aferrarme a las cosas o a los procesos en los que estoy y aceptar que las cosas están cambiando”. Para Amarillo, de 23 años, es lo mismo “incluso pasar a un nuevo semestre de la universidad, el cambio de ambiente, que la vida cambie”.
El cambio genera la percepción de inestabilidad, lo que crea una necesidad de rutina, para mantener el orden. Morado, por ejemplo, puede estar “bien tres días y todo puede girar perfecto, y luego algo se sale de lo común, de la rutina y justo es eso un factor disparador, una sola cosa hace que todo lo demás, deje de funcionar, empiezas a ver las cosas malas y entonces vuelves a caer en lo mismo”.
Otro de los detonantes, es el sentimiento de soledad. Síntoma de la depresión, así como de otros trastornos de la salud mental, como lo es la ansiedad. Este sentimiento creció a raíz de la pandemia.
En su informe de Health at a Glance 2023, de la OCDE, reportó la prevalencia de la depresión en México, que aumentó en un 71% en comparación con los niveles de 2019. Durante el mismo período, la ansiedad afectó a cinco de cada 10 personas.
Azul menciona como este sentimiento le era más familiar en la adolescencia “el sentirme abandonado, desplazado, el saber que hay veces que, tal vez, no estás considerado para un lugar. Ahora sé que no tiene que ver con la relación que tengo con la persona, pero en mi cabeza este tipo de cosas tienen mucho impacto”.
Otros de los detonantes van de la mano con la aceleración que representa a la modernidad. Por un lado, la sobreestimulación de los sentidos “el calor, mucho ruido, o un olor muy muy intenso, cosas así me detonan”, reconoce Rojo.
Por otro lado, la sobreproducción, por ejemplo, de contenido digital: “la comparación que nos crean las redes sociales, que se alimentan de ella, para que sigas subiendo post, para que sigas viendo fotos, para que sigas interactuando”, destaca Azul.
Pero también la sobreproducción del sistema moderno en el que vivimos. Rosa menciona la hiperproductividad “tengo que estar produciendo todo el tiempo; cuando no estoy haciendo algo las 24 horas del día me voy para abajo. El sentir que no soy suficientemente productiva, para quien yo me inventé en mi cabeza. No sé qué hacer con el tiempo libre”.
De la mano con la sobreproducción está la impotencia, la cantidad de información, saber lo que ocurre en otras partes del mundo, y no poder hacer nada. Tenemos “las herramientas, pero no los recursos para hacer el cambio”, menciona Azul.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2022 “los niveles persistentemente altos de angustia mental ‘más allá de la pandemia’, podrían reflejar la confluencia de múltiples crisis: la crisis del coste de vida, la crisis climática y las tensiones geopolíticas”.
La suma de expectativas
El psicólogo social Reyes Domínguez, habla de la carga que tiene esta generación, pues al estar en desacuerdo con muchas circunstancias, inherentes a ellos; al idealizar no solo el futuro, sino los cambios que se pueden realizar; “se frustran, no lo pueden cambiar y esto hace que ellos no se den a entender, que no se sientan comprendidos y acaban reventando con tanto estrés. Pero también porque la sociedad les exige demasiado, y a la par los limita de saciar estas exigencias”.
Según la encuesta realizada por McKinsey & Company, en 2022 el 25% de la generación Z informó sentirse más angustiado emocionalmente. Esto representa casi el doble de lo informado por la generación millennial y la generación X y más del triple de lo informado por la generación baby boom.
Estas expectativas también vienen “de nosotros mismos, queremos tratar de romper con eso que sentimos que ellos nos impusieron”, explica Naranja. A esto “se suma la expectativa generacional”, añade Azul.
Según Oliver Wyman esto se podría deber a la presión que los Z se imponen a sí mismos: “Es una generación que se caracteriza por valorar y defender el activismo y la inclusión, también tiene mayores y más altas expectativas en múltiples aspectos de la vida, por lo que les resulta sencillo decepcionarse”.
El mal humor social
Algo que también puede ser ocasionado por el entorno social, expone el psicólogo social Reyes Domínguez, es el mal humor social. Este es un trastorno psicosocial causado por el estrés exagerado, hacia el entorno, que en un individuo con baja tolerancia desencadena una explosión como respuesta. “La incertidumbre, la inseguridad, los factores que determinan la economía, la corrupción, la violencia, todo esto que nos rodea socialmente”, es lo que estresa al individuo plantea.
Por ejemplo, Morado es una persona de carácter sociable, “cuando estoy bien. Mi nivel de sociabilidad depende mucho de mi estado de ánimo. Llega un momento en que te das cuenta de que los memes sobre ‘el sistema de transporte público te corrompe’ son reales. La gente está harta y se desquita con otra persona”.
Entonces, ¿por qué si la sociedad en su conjunto está desgastada, el cambio que visualiza esta generación es visto como debilidad?
‘La generación de cristal’, como satíricamente se le llama, es frágil “porque son poco tolerantes, tienen más mal humor social, porque se les exige más de lo que en realidad pueden dar, por el tipo de educación que recibieron”, es la razón que da Reyes Domínguez.
Explica que “a la generación Z no la dejamos desarrollarse naturalmente, porque los papás de esa generación, —¡yo soy papá de esa generación!—, con el pretexto de que los hijos no vivan lo que uno vivió, les dimos, la sociedad, les dio a manos llenas, tecnología, confortabilidad. Les facilitamos el mundo y desarrollamos una generación poco tolerante, con mucha frustración”.
Para subir hay que bajar
“Todos hemos tenido un trabajo o una actividad con la que pensamos ‘a ver cuándo acaba’, ¿no? Para mí la vida era un trabajo, una carga, un peso; que yo no había decidido tener, y aparte, no entendía”, así es como describe Verde el instante en que decidió terminar con su vida. “En ese momento no busqué ayuda, sólo me dije: bueno, ya viste que eres muy cobarde como para matarte”.
En la encuesta de McKinsey & Company, se destacó que la generación Z tiene entre dos y tres veces más probabilidades de utilizar servicios de crisis o atención de urgencia de salud mental en los últimos 12 meses. También que uno de cada cuatro personas de dicha generación no podía pagar los servicios de salud mental.
Para Rojo, durante la pandemia, con las clases en línea, estuvo acompañada de “sentirme impotente por no poder siquiera levantarme de la cama. Fue lo que me hizo decidirme por darme de baja”. También la situación económica “el único sostén de mi familia era mi madre, lo que complicó el que yo pudiera seguir asistiendo a terapia”. Estos suma de factores le llevaron a encontrar como única solución “el dejar de existir, dejar de ser yo”.
En el caso de Naranja, pudo comenzar terapia al empezar a formar parte del sistema laboral. “Recuerdo ese momento en donde justo no sabía qué hacer en general de mi vida, hasta ese momento era una persona muy seria, muy introvertida, no mostraba muchos sentimientos, pues, de niños nos educan para nunca permitirse el hecho de llorar o de sentir”.
“Llegó un momento en donde me sentí tan triste que tuve que llorar, para mí fue como: verga algo está mal, no es normal. Después sentí un ataque de ansiedad y fui llorando con mi mamá y le dije: necesito algo”. Actualmente va a terapia y estas emociones, que en algún momento fueron ajenas, comenzó a experimentarlas desde el reaprendizaje.
La OMS también menciona como muchos casos de suicidio ocurren de forma impulsiva, ante situaciones de crisis, cuando la persona enfrenta factores estresantes: “problemas económicos, conflictos de pareja y enfermedades o dolores crónicos”. Además, de “vivir bajo guerras, desastres naturales, sufrir violencia, abusos, la pérdida de un ser querido, o sentirse aislado”. Las tasas de suicidio también son elevadas entre los grupos vulnerables”.
Azul, miembro de la comunidad LGBTIQ+, menciona como su identidad jugó un papel importante en la decisión de terminar con su vida. “Sentía mucha culpa, sentía que no cumplía con las expectativas, y me llevó a ocultar mi orientación sexual; de por sí ya tenía episodios de autolesiones; cuando traté de suicidarme era porque ya tenía la idea dando vueltas en mi cabeza desde semanas atrás”.
Azul dice no haber tenido el valor para realizarlo, sin embargo, a partir de ahí es que realizó un cambio “yo ya no quería seguir así”. En este momento sucedió lo que él conoce por su carrera, en administración, como la ‘teoría del cambio de la raíz cuadrada’.
“La vida es como una raíz cuadrada, cada que va a haber un cambio, bajas y vas a llegar al peor de tus estados; pero un organismo que se encuentra en el peor de su estado tiene dos opciones morir y quedarse ahí o subir porque ya llegaste a lo más bajo, y entonces se da el cambio. Tú tienes que tomar la decisión”. El cambio que realizó fue el cambio de ángulo sobre su vida. En este caso, salir del clóset, “si ya no te importa, pues ya no importa lo que estaba ocultando”.
El sistema está en proceso
El mexicano promedio tiene dos opciones, ir al médico general y soportar el proceso para ser derivado a psiquiatría, o pagar terapia privada que ronda entre los 500 a los 2 mil pesos por consulta (según datos del Economista).
Sobre la primera opción, Verde habla sobre su difícil experiencia, y la revictimización que vivió. En principio le costó tomar la decisión de buscar ayuda “me creí el que echándole ganas se quita”. En su caso particular, su estado anímico también se manifestó con síntomas físicos: tener sueño, cansancio; dolor en el tronco superior, estómago y piernas.
Esta expresión de estrés intervino en el diagnóstico médico, pues un doctor le dijo tener un problema de colesterol “y me mandó atorvastatina y los hartan, lo que me puso peor; me dieron medicamento para gente mayor de 60, yo no tenía nada cardiovascular, estuve 5 meses así, hasta que por fin llegué con un psiquiatra”.
Este estigma es la misma razón por la que a Verde se le dificultó tomar sus medicamentos “me daba mucha pena, sentía que era débil por no poder por cuenta propia”. Actualmente, el mismo proceso terapéutico ha hecho que siga cuidando de sí mismo “sé que, si no sigo con mi tratamiento, puedo recaer, sé que por mi situación familiar yo tuve el privilegio de acceder a los servicios de salud mental, puedo darme el lujo de faltar a terapia, pero hay gente que no puede acceder simplemente por la gran brecha entre la salud pública y privada”.
En México, la ENBIARE del 2021, determinó que el 11.6% de la población encuestada reconoció tener consumos problemáticos (alcohol, drogas, juegos de azar o tiempo excesivo en redes sociales); mientras 35% externó preocupación por estos consumos de sus cohabitantes.
Este tipo de conductas problema, son vistas comúnmente como solución. Tal es el caso de Azul. “Tuve problemas con las sustancias desde mi primer episodio depresivo, entre los 13 y 14 años. Me acuerdo que la primera borracha que me he puesto en mi vida fue un día que yo estaba muy, muy, muy, muy, muy triste y no podía dormir. De repente, me acordé que mis papás tenían botellas guardadas de alcohol y pues fui, agarré una, porque me quería dormir. La destapé y me la empiné, así en seco, la garganta me ardía muchísimo; me ‘empedé’, y me quedé dormido. Y a veces cuando me sentía muy mal hacía eso. Si no me quedaba dormido, me daba mucha risa y me empezaba a sentir feliz”.
Este consumo disminuyó al entrar en la preparatoria, donde Azul cambió el alcohol por el tabaco. “Ahora cuando tomo, a veces me llega este sentimiento de tristeza que sentía a los 13. En la preparatoria yo fumaba mucho, me paraba en las madrugadas y fumaba hasta tres cigarros. Cuando entré a la universidad, antes de la pandemia, me fumaba hasta una cajetilla al día”. Con la pandemia dejó el cigarro por los problemas respiratorios de la época, pero “regresé al alcohol y otra vez a emborracharme para dormir”. Actualmente, recurre a la marihuana, “ya no he vuelto a tener un episodio así de intenso, pero generalmente lo que ocupo cuando empiezo a sentir tristeza es un porro o un pipazo”.
Este tipo de ‘soluciones’, que reemplaza cualquier sentimiento relacionado con la tristeza por alguno más agradable, son momentáneas. Incluso podrían agravar no solo los síntomas, sino también el diagnóstico. Así, se confirma en el Informe sobre la Situación de la Salud Mental y el Consumo de Sustancias Psicoactivas en México, realizado por la Comisión Nacional Contra las Adicciones, en 2021, tras la pandemia de la Covid-19.
En este informe se establece una relación, entre el 60% de las personas que recurrieron al consumo de sustancias ilegales tras haberlo dejado durante el comienzo del confinamiento; y estados emocionales como “ansiedad, el estrés y el aislamiento fueron las causas principales para que las personas recurrieran de nuevo al consumo”. De este porcentaje, algunos consideraron no necesitar ayuda, solo uno de cada cinco indicó “haber tenido acceso a algún apoyo profesional para sobrellevar la emergencia”.
Al respecto, tanto el psicólogo como los testimonios concuerdan en que el problema está en el sistema “tenemos que hacer grandes cambios de raíz”, dice Reyes Domínguez. “El mal humor social no nos lo vamos a quitar de encima, tenemos que atenderlo y entenderlo. Tenemos que atacar, primero la sociedad, para que después tenga un impacto en el individuo”, explica.
El psicólogo opina que parte del problema de la generación Z, es su educación, “no tienen autocontrol y más bien tienden a tener altos niveles de frustración (lo que lleva al mal humor social). Entonces, cuando pierden el control de su entorno, genera una reacción muchas veces agresiva, por la incapacidad de entender lo que está pasando a nivel cognitivo, pero lo demuestran a nivel conductual” y eso lleva a violencia hacia terceros o a sí mismo, que son cosas que puedes controlar.
Entonces, ¿el mal humor social es una consecuencia del tiempo en el que vivimos? A esta cuestión Reyes Domínguez respondió que sí, “al ir evolucionando la dinámica social, más con la tecnología: tienes exceso de información de cualquier tipo, tema y tamaño, lo que hace que la gente disminuya sus niveles de tolerancia, en un ambiente que exige reacciones rápidas que llevan al mal humor social”.
Rojo opina que la felicidad como sinónimo de éxito “es negarte a entender el rango completo de lo que es estar viviendo. Yo no me considero feliz, y eso me costó mucho aceptarlo”.
Entonces… ¿Qué opciones hay?
Hay que tomar conciencia de que existe, “normalizarlo, hablar de ello y no perder la esperanza, a mí me parece sorprendente ver a la abuelita de mis primas ir a la terapia”, dice Rosa.
Desde su experiencia, Morado opina que la solución está en entender “que hay quienes luchan más que otros; tener empatía, sé que llega un punto en el que no puedes ni con tu vida, no te aguantas ni tú, menos tienes ganas. Pero siempre se puede comenzar con las personas cercanas a ti”.
Los llamados ‘gritos de ayuda’ existen, por ejemplo, en el reporte DiSí a la VIDA, resultó que el 98% de las personas que se comunicaron en la fase tentativa suicida habían dado señales de alerta o expresaron su deseo de morir a algún amigo o familiar, y no se les creyó.
No hay que olvidar que, al igual que cualquier otra enfermedad, es un estado que no se decide “es un proceso desgastante, cansado, que te pesa emocionalmente, es una tristeza profunda hacia todo”, explica Naranja.
“Es algo que te ata a tu cama, a tu sillón, te inmoviliza. Aunque tengas muchos amigos, aunque te guste vivir la vida, te limita, te aísla”, profundiza Rosa.
También hay que tener en mente, que no es necesario encauzar lo que sentimos, Rojo relata que “a veces sólo me dedico a sentirlo y en pocas ocasiones entenderlo, es difícil, te das cuenta de cosas incómodas, que no estás listo para afrontar, pero es importante para el futuro, y me gusta compartir lo que voy comprendiendo”.
Pero si aun así en tu caso la terapia es inaccesible, siempre se puede buscar la forma de producir serotonina (la hormona de la felicidad). Por ejemplo, el consejo que en experiencia brinda Rojo es moverse. En la pandemia “estuve haciendo ejercicio en casa, aprovechar los arranques de energía para hacer cosas, pero lo que más me ayudó fue tener una rutina. En la que dormía casi 10 horas, me levantaba a una cierta hora, me dormía a una cierta hora, me condicionaba el uso de algunos dispositivos. Me ayudó mucho ponerle orden a mi vida”.
No eres la primera persona en tener depresión, tampoco serás la última. “Hay gente que engorda, gente que adelgaza, gente con ansiedad, con síntomas físicos”, dice Naranja. No se está solo. Y siempre hay señales: “pensamientos de tristeza, no quiero vivir, y empieza a escalar, hasta que me aparecieron problemas de movilidad física”, sostiene Rosa.El chiste es seguir en la lucha. “En pro de la salud mental, debemos estar todos”, finaliza Rosa.
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