El rumor se escucha en las calles, circula en las redes sociales y en los chats de vecinos. Que la capacidad de propagación del coronavirus (SARS-COV2) se debilita con el calor, que las altas temperaturas de la primavera y el verano nos ayudará a sortear los efectos de la pandemia, que respirar el aire caliente de un sauna o una secadora ayuda a matar el virus. Incluso Donald Trump, durante su conferencia de prensa del jueves 23 de abril, afirmó que los expertos del mundo deberían buscar la manera de inyectar luz ultravioleta al cuerpo de los enfermos.
Es cierto que el debate continúa abierto. Algunos estudios científicos, por ejemplo, apoyan la teoría de que ciertos factores medioambientales ayudan a disminuir el nivel de contagio. Como los que anunció el asesor de ciencia y tecnología del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, William Brayan: “hemos visto un efecto similar tanto en las temperaturas como en la humedad. El alza de las temperaturas o la humedad, o de los dos, es generalmente menos favorable para el virus”.
En esta misma línea se encuentran los resultados preliminares del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), dos instituciones españolas que revisaron la correlación entre la temperatura y la propagación en comunidades autónomas de ese país. Entre sus hallazgos de registra que: “a menor temperatura promedio, mayor incidencia de la enfermedad”.
Sin embargo el consenso científico es que esta postura tiene serias limitaciones. La misma Organización Mundial de la Salud advierte: “Puede contraer la Covid-19 por muy soleado o cálido que sea el clima”, “Bañarse en agua caliente no proporciona ninguna protección”, “No, los secadores de manos no matan el coronavirus”.
Así lo repite Mauricio Rodríguez Álvarez, especialista en virología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): no debe correrse el riesgo de confiar en estos enfoques.
Vocero de la Comisión para la Atención de la Emergencia del Coronavirus de la UNAM, el doctor Rodríguez Álvarez reconoce que, ciertamente, “existe una estacionalidad de las enfermedades causadas por virus del sistema respiratorio, como el coronavirus o la influenza. Hay un mayor número de casos durante el invierno y ese número disminuye hacia los meses de calor, durante la entrada de la primavera y el verano”.
Las temperaturas más altas, explica, sí representan un reto a los microorganismos: los deshidratan más fácilmente, la mucosidad se reseca, los microorganismos se fracturan y el flujo de contagio se dificulta.
Pero el Covid-19 es un virus nuevo para nosotros y desde una etapa temprana los científicos comenzaron a estudiar “si el calor, la humedad o la presión atmosférica tenían alguna relación con la cantidad de casos, con la intensidad de los contagios, con la velocidad de propagación”.
Por ejemplo, el Análisis de temperatura, humedad y latitud para predecir la propagación potencial y la estacionalidad del COVID-19 compara los factores climáticos de ciudades en donde la propagación del virus fue masiva, con los de otras metrópolis donde el registro fue menor. Aunque existen ciertos patrones meteorológicos entre las ciudades con mayor número de infecciones, Rodríguez Álvarez no los considera suficientes. No podemos confiarnos.
“No se ha encontrado nada concluyente”, dice y recuerda que el Covid-19 ya se encuentra en regiones del mundo mucho con climas mucho más altos. A principios de mayo, en África se registran 45 mil casos de contagio y más de mil 600 muertes. La cifra crece cada día.
“Si hubiera alguna contribución del calor o de la humedad ambiental que modificara la transmisión del virus, esto ya se hubiera visto en algún sitio claramente. No es el caso”.
Además, en México, las entidades con climas calientes presentan cifras disímiles. Por un lado, Colima registra pocos contagios y es la entidad con menos decesos, mientras que el panorama en Tijuana, Baja California, cada día es más crítico.
Es imposible predecir, advierte el doctor Rodríguez, si el calor y otros factores medioambientales como la humedad, la presión atmosférica o el viento tendrán un impacto real. El clima no es el único factor que determina la propagación de un virus y no debería ser una razón para minimizar medidas y recomendaciones sanitarias.
“No es conveniente pensar que el calor nos va a salvar. Porque no hay nada demostrado. Lo que sí se comprobó que tiene un impacto es el distanciamiento, el aislamiento de enfermos para evitar contagios, lavarse las manos, el estornudo de etiqueta… eso sí tiene un impacto y se ha visto en otros países”.