La crisis económica producida por la pandemia de Covid-19 es un escenario que sorprende al sector cultural mexicano en un estado de salud precario: arrastrando padecimientos crónicos, como la pérdida de fuentes de trabajo en algunas áreas emblemáticas de la producción cultural, y otros nuevos, como la falta de un plan gubernamental concreto para el impulso del sector a corto y mediano plazo.
Así, basándose en las últimas auscultaciones al paciente, el pronóstico de los expertos es reservado, ya que, tal como en el caso de las personas afectadas por el coronavirus, los problemas que el sector cultural acumulaba desde antes de la contingencia ahondarán los efectos de la pandemia, especialmente los efectos económicos.
Para Ernesto Piedras –doctor en economía, CEO de la consultoría estratégica The Competitive Intelligence Unit, y coautor del libro ¿Cuánto vale la cultura? (2004), uno de los principales estudios sobre la contribución de esta industria en el mercado mexicano–, la pandemia sorprende al sector cultural del país en un momento en el que lidiaba con dos problemas fundamentales: “El primero es antiguo, y es que las autoridades niegan la contribución que este sector hace al Producto Interno Bruto del país, que oficialmente es del 3%, pero que realmente puede ser de entre 5% y 7%, si se contempla la actividad cultural del sector informal y de otros sectores. Se trata de un aporte muy valioso, pero como no hay reconocimiento de su importancia económica, tampoco hay apoyo a estas actividades; y el segundo problema, más bien coyuntural, es que la economía de México ya había entrado en una fase recesiva desde antes de la pandemia, que estaba afectando, entre muchas otras, a las empresas culturales”.
La cultura es un sector económico estratégico en cualquier país, detalla el doctor Piedras, situación que algunas naciones han sabido potenciar, como Itala, Francia y Gran Bretaña, que no sólo han favorecido el crecimiento de las industrias culturales, sino que han generado mecanismos para su protección.
Pero en México, advierte, no existe un reconocimiento pleno del aporte que hace la industria cultural a la economía, ni apoyos suficientes.
Oficialmente, por ejemplo, las empresas culturales generaron en 2018 ganancias por 702 mil 132 millones de pesos, equivalentes al 3.16% del PIB, según el Sistema de Cuentas Nacionales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Sin embargo, al entrar a un estudio más detallado, la Cuenta Satélite de la Cultura en México, también del Inegi, reconoce que el sector cultural movió en el mercado de bienes y servicios alrededor de 1 billón 289 mil 800 millones de pesos, casi el doble de su aporte al PIB, únicamente en 2018.
“El cultural es uno de los sectores económicos más importantes del país –explica Piedras–, porque genera empleo, producción, infraestructura y exportaciones”, pero a diferencia de otras industrias, no recibe estímulos sustanciales.
Las estadísticas oficiales reconocen que, desde 2008, el número de espacios culturales formales ha venido creciendo ininterrumpidamente en México, a un ritmo anual promedio de 1.3%, hasta llegar a 16 mil 661 inmuebles dedicados a actividades culturales en 2018, entre centros educativos y artísticos, museos, librerías, teatros, bibliotecas, galerías y auditorios.
En contraste, la inversión gubernamental en actividades culturales aumentó en el mismo periodo sólo 0.2%, en promedio anual.
Es decir que, entre 2008 y 2018, la oferta de espacios culturales en el país creció a un ritmo seis veces mayor que el de la inversión pública en el ramo.
“El sector cultural ya estaba en crisis desde antes de la pandemia –expone por su parte Eduardo Nivón, doctor en antropología, especialista en políticas culturales, e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana–, y el síntoma más notable de esa crisis era la ausencia del Plan Sectorial de Cultura 2019-2024, que debió ser presentado por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador en enero de 2020, pero ese plazo se venció y no han entregado nada.”
Al omitir el establecimiento de dicho plan, detalla Nivón, el gobierno mexicano demuestra no sólo que desconoce lo que debe hacer con el aparato cultural del país (que incluye talentos, infraestructura y presupuesto) sino que tampoco sabe cuáles son las problemáticas que el sector enfrenta o cómo resolverlas, ni cuáles son sus potencialidades y cómo aprovecharlas.
“El presidente de la República ha expresado gran desconfianza hacia los sectores especializados y hacia las prácticas culturales institucionalizadas –explica Nivón–. Para el presidente, la cultura es sólo lo que se hace en las localidades, sólo la cultura popular, y no sólo es eso. Ahora los creadores y los artistas, los integrantes de los aparatos más formales de la cultura, se preguntan ¿cuál es su papel, si desde la visión gubernamental no son un sector importante? Y esto ya era así desde antes de la contingencia sanitaria.”
De hecho, para hablar del impacto de esta crisis sobre el sector cultural mexicano, se buscó una entrevista con un representante de la Secretaría de Cultura federal, institución pública encargada de la política de atención a este ramo. Sin embargo, la petición fue ignorada.
La cita con el destino del sector cultural
Aunque los primeros indicadores económicos sobre cultura durante el gobierno del presidente López Obrador se comenzarán a conocer hasta noviembre próximo, las estadísticas disponibles en la actualidad dejan ver que al iniciar la actual gestión federal, una fracción importante de los integrantes del sector ya enfrentaba un contexto de carencia económica.
Según el Inegi, para finales de 2018, las personas que trabajaban de manera formal en el sector cultural mexicano ganaban un promedio de 100 mil pesos al año, equivalentes a tres salarios mínimos diarios (a la cotización de ese momento, que era de 88 pesos).
No obstante, hubo ramos de la cultura y el arte cuyos trabajadores percibieron menos ingresos que la media, por su labor.
Los empleados de bibliotecas, por ejemplo, ganaron en 2018 un promedio de 1.6 salarios mínimos diarios. Los integrantes de compañías teatrales, dancísticas y de espectáculos artísticos percibieron 1.4 salarios mínimos al día. Y los artistas independientes (escénicos, plásticos y líricos) fueron los que menores ganancias obtuvieron por su trabajo en 2018, con un ingreso promedio de 80 pesos al día, es decir, menos de un salario mínimo.
En contraste, los más altos salarios del sector cultural mexicano fueron para los funcionarios gubernamentales vinculados a la atención del sector, quienes en 2018 ganaron en promedio 12 salarios mínimos, que representaban mil pesos diarios.
Los registros estadísticos oficiales, además, dejan ver que entre 2008 y 2018, algunas áreas de la industria cultural no sólo enfrentaron condiciones salariales limitadas, y que algunos gremios enfrentaron un proceso progresivo de pérdida de puestos de trabajo.
Según los reportes del Inegi, de 67 áreas específicas de la actividad cultural y artística analizadas, 29 cerraron 2018 con menos puestos de trabajo que diez años antes.
En esos 29 sectores específicos de la industria cultural (que incluyen actividades tan diversas como el diseño arquitectónico, la cerámica y la juguetería artesanales, la producción de espectáculos artísticos, o la edición de libros, revistas y periódicos, entre otros) se perdieron 33 mil 455 puestos de trabajo formales, en una década.
La industria editorial es la más afectada por la pérdida de espacios de trabajo formales: en diez años desaparecieron 5 mil 471 puestos relacionados con la producción de libros; 4 mil 691, con la edición de periódicos; y 2 mil 717, con la de revistas.
Paralelamente, las publicaciones digitales perdieron 643 espacios laborales formales.
En total, la industria editorial perdió 14 mil puestos de trabajos, mientras que en la industria radiofónica mexicana se eliminaron otras 3 mil 832 plazas.
Luego, a partir de 2019, a este proceso de deterioro de las condiciones salariales y del mercado laboral en buena parte de las áreas que integran el sector cultural, se añadió una disminución en la inversión pública.
“Con el arranque del gobierno de López Obrador, la contribución del gasto público disminuyó en muchos sentidos, incluido el gasto en cultura –explica Eduardo Cruz, periodista especializado en economía cultural–. Si a eso le sumas que el gobierno retiró recursos a las organizaciones de la sociedad civil, incluidas aquellas relacionadas con la cultura, y que el presupuesto global en el ramo creció sólo al ritmo de la inflación, la evaluación de lo ocurrido en el primer año del actual gobierno no es muy optimista.”
Ciertamente, el presupuesto asignado por el gobierno de López Obrador al ramo de cultura aumentó 1.19% en términos reales 2020, en comparación con el año anterior.
Sin embargo, incluso con ese incremento, el presupuesto la parte administrativa creció 3.8%, mientras que los recursos operativos sólo aumentaron 1.18%, además de que los recursos para apoyos cambiaron de destino.
En 2018, por ejemplo se asignaron mil 200 millones de pesos para “Programas de Cultura en las Entidades Federativas”, que desapareció en 2019. Y ahora, para 2020, se creó el programa “Previsiones para el Desarrollo de Infraestructura Cultural”, por mil 668 millones de pesos, para el Complejo Cultural Bosque de Chapultepec (incluido Los Pinos), sin posibilidad de acceso a las entidades que anteriormente solicitaban recursos para proyectos culturales.
Igualmente, el 2 de abril pasado el presidente López Obrador ordenó la extinción de fideicomisos o mandatos gubernamentales sin estructura orgánica, con los que se financiaban distintas actividades particulares, incluidos 99 destinados a investigación científica y 14 a actividades artísticas y culturales.
De ellos, sólo tres lograron salvarse, a raíz de las protestas del sector, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad y el Mandato del Antiguo Colegio de San Ildefonso, cuyas funciones serán absorbidas por la Secretaría de Cultura federal.
En este escenario adverso se encontraba el sector cultural cuando se desató la pandemia, y a partir de ese momento, afirma el doctor Nivón, “el panorama es de nubarrones de un gris intenso, porque el futuro será lamentable mientras el gobierno no encuentre otra manera de enfrentar la crisis que no sea reducir al Estado a su mínima expresión, reduciendo presupuestos públicos e inversión en campos que no considere prioritarios, como la cultura”.
El argumento con el que el presidente López Obrador inició su política de austeridad, según el cual se podía eficientar el gasto eliminando los costos de la corrupción, ya no es válido en este momento, advierte Nivón, “porque esos ajustes ya se hicieron en su primer año de gobierno, y no se puede seguir diciendo de forma indefinida que se debe hacer más con menos, porque eso tiene un límite, y ahora ya se están tocando áreas de operación, y de seguir así, provocarán una parálisis de las instituciones, entonces, no hay manera de ser optimistas”.
Experiencias de resistencia
En el pasado reciente, la sociedad mexicana y su industria cultural han enfrentado dos episodios de inestabilidad económica que sirven de antecedente a la actual crisis por la pandemia de Covid-19.
El primero de estos episodios fue la contingencia sanitaria de 2009, causada por la expansión del virus de influenza AH1N1, por el que también se decretó un periodo de confinamiento, especialmente en la Ciudad de México, aunque de menor duración, entre el 1 y el 5 de mayo; mientras que el segundo episodio fue la contracción económica mexicana derivada de la crisis económica en Estados Unidos.
En el primer evento, disminuyó el consumo de bienes y servicios culturales por la supresión del espacio público, mientras que en el segundo evento la caída en el consumo fue derivada de la incertidumbre económica.
En ambos casos, sin embargo, la industria cultural mexicana logró recobrar dinamismo a los pocos meses de pasado el trauma, o mantener un nivel de aporte positivo al PIB, aun en un contexto de contracción de la economía.
Hoy, coinciden los especialistas, esa tendencia de recuperación puede esperarse nuevamente, sobre todo si se considera que en el presente se cuenta con un ingrediente nuevo: la conectividad masiva.
“Siempre hubo algún grado de conectividad –explica el doctor Ernesto Piedras–, antes estaban las líneas telefónicas físicas, el correo físico, la telegrafía, la radiodifusión, pero hoy tenemos un grado de conectividad muy avanzado, gracias a la banda ancha, que nos deja tener una operación social que casi podemos llamar normal, para trabajar, para estudiar, para apropiarnos de contenidos creativos, para socializar.”
Esta nueva realidad, destaca, ha puesto en evidencia las brechas digitales que son fuente de nuevas formas de desigualdad, porque 44% de los hogares mexicanos no cuentan con conexión a internet. Pero al mismo tiempo, ha ofrecido como nunca en una situación similar, una oportunidad para que el sector cultural mexicano encuentre salida para sus contenidos creativos, y también para cumplir una función social trascendental en momentos de crisis: proveer a la gente de herramientas de tranquilidad, para enfrentar este periodo de desesperación.
Ese factor, el incremento de la demanda de servicios digitales, en alguna medida compensará el duro golpe económico que sin duda recibirán las distintas áreas que integran el sector cultural, y también abrirá la posibilidad de que la función social del sector sea revalorizada y apreciada en su verdadera importancia.
“Creo que hay un consenso al respecto de que después de esta crisis nada va a ser igual –subraya Piedras–, y eso es una buena noticia, porque yo no quiero regresar al tratamiento marginal, despectivo, frecuentemente otorgado a la cultura, y espero que eso reoriente las políticas públicas dirigidas al sector, hasta el largo plazo.”
Además, explica el especialista Eduardo Cruz, si bien en este momento están paralizadas total o parcialmente las actividades culturales que implican proximidad, “la crisis de 2009 nos enseñó van a repuntar las actividades vinculadas a la cultura digital, y eso al final de 2020 probablemente permita que el desempeño del sector no se afecte tanto, aunque sólo desde una visión económica, porque obviamente muchas personas, freelance, artistas independientes, artistas escénicos, proyectos cuya actividad está relacionada con la proximidad, se van a ver fuertemente afectados”.
Pero incluso ellos volverán a los foros y los espacios culturales.
“Cuando se abra de nuevo la llave –confía Cruz– el gasto va a dispararse, porque la gente va a salir con muchas ganas de recuperar esos lugares que tuvo vetados por estos meses y esperemos que a partir de julio empiecen a abrirse un poco las compuertas y venga un impulso que ayude al sector.”
El optimismo, sin embargo, debe mantenerse dentro de los márgenes de la prudencia, concluye Eduardo Nivón, “porque lo que viene es una crisis de décadas o, en el mejor de los casos, de lustros. Estamos viviendo un cambio de época, y no sabemos cómo vamos a salir adecuadamente de ella, siendo al final de proceso una sociedad más fortalecida”.