En Naucalpan, no muy lejos de la Ciudad de México, el bosque de Los Remedios alguna vez tuvo 400 hectáreas. Hoy le quedan menos de 114. Lázaro Cárdenas del Río, el mismo presidente que nacionalizó la industria petrolera, convirtió en 1938 a Los Remedios en Área Nacional Protegida bajo la figura de Parque Nacional, gracias a la privilegiada vista que el lugar tenía sobre el Valle de México. Como parte de la primera generación de Parques Nacionales, la declaratoria de protección de Los Remedios llegó cincuenta años antes que todas las de Chiapas, Yucatán y el Caribe mexicano.
Febrero de 2022. Media docena de activistas ambientales se calzan botas de hule para meterse al Río Chico. El agua no rebasa las rodillas. Algo blanco flota en la superficie y se acumula en la orilla.
—Es unicel —explica el activista Juan Carlos Ledesma, agitado, a través de un cubrebocas, durante la jornada de limpieza.
Señala un tronco caído sobre el arroyo poco profundo, en estos momentos, que se volvió gris con el paso de las décadas. Parecen rocas, pequeñas y blancas, pero es plástico espumado. Las que se desmoronan, flotan en minúsculas bolitas. Debe haber cientos, miles de ellas sobre el agua.
—Unicel de construcción —aclara Ledesma en un suspiro.
Cada último sábado del mes, desde 2016, integrantes de la asociación civil Ecopil Crea Arte y Conciencia, la organización Enchúlame el Río y otros activistas ambientales acuden a Los Remedios para retirar basura en el bosque y el Río Chico, que atraviesa esta área natural. En costalillas depositan envolturas, botellas y desechos variados que se acumulan bajo la sombra de eucaliptos de más de 50 metros de altura. Pero lo que más hallan es cascajo, despojos de edificaciones.
Naucalpan forma parte de la Zona Metropolitana del Valle de México, la megalópolis conformada la Ciudad de México y 60 municipios aledaños, donde viven más de 21 millones de personas. No siempre fue así. En un mapa de 1877, donde ya aparece Naucalpan, destaca la extensa área verde de Los Remedios, nombrada así por la Virgen de Los Remedios que los españoles trajeron y a la que construyeron un templo en esa región. Fotografías y pinturas de principios del siglo XX son testigos de aquel paisaje de valles, barrancas y colinas atravesadas por un acueducto colonial de medio kilómetro que nunca sirvió para llevar agua.
La vegetación cedió frente a casas y bodegas industriales. Las colinas y barrancos se poblaron como parte de un boom demográfico y urbano que saturó la capital del país y se expandió a sus alrededores, sobre todo hacia el noroeste, donde está Naucalpan y su bosque.
La batalla de las personas que defienden Los Remedios es contra la urbanización: torres de electricidad, gasoductos, residencias de varios pisos o cantones de lonas y madera, da igual. El territorio donde se asienta el bosque se ha convertido en un tesoro codiciado en un municipio como Naucalpan, donde ya viven 800 mil habitantes y no hay para dónde crecer más que hacia el poniente, hacia la sierra.
Por eso no sorprende que en todos estos años los defensores ambientales hayan sacado 100 toneladas de desechos de Los Remedios ni que la mayoría sea material de construcción.
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El bosque de Los Remedios no huele a ungüento para el resfriado, a pesar de los eucaliptos. Más bien es sutil y húmedo, amaderado. El bosque también está lleno de contraste; las hojas diáfanas permiten que la luz se cuele hasta la tierra para formar un vitral sobre ella. Troncos gigantes forman puentes de ángulos imposibles sobre un riachuelo chiquito, como su nombre, que perdió su alegría y se puso gris. Sin embargo, la naturaleza exhibe su resiliencia: allá adentro todo cruje, ya sea por el descenso de una araña, el salto del chapulín o el vuelo de las aves. El caos de Naucalpan apenas se oye y las voces de quienes acuden a limpiar el bosque reverberan a través de él como el canto de otros de sus habitantes.
Una barda de cantera define los límites del bosque, más que para evitar que la vegetación salga de ahí —como si eso fuera posible—, para prevenir que avance su degradación.
El bosque se divide en tres áreas. El parque “La hoja” —la versión más triste—, con una menor densidad de árboles, de follaje amarillo o ramas desnudas. Otra zona que se extiende hacia el oeste, a espaldas de la basílica de Nuestra Señora de Los Remedios, donde manchas espesas alternan con áreas deforestadas donde caballos pastan debajo del zum-zum de las torres de electricidad; ahí ya hay casas, calles y hasta un Oxxo. Y la parte mejor conservada, conocida como “Los Arcos” porque está frente al acueducto; se ingresa a ella a través de un portón oxidado que exhibe un letrero que a nadie parece importarle: “Se prohíbe la entrada de coches y motos al parque”.
A unos metros del acceso, antes de comenzar la jornada mensual de limpieza —la “enchulada”, le llaman ellos—, se reúne el grupo de voluntarios de la asociación civil Ecopil, la organización Enchúlame el Río y defensoras ambientales. Forman un círculo y reflexionan en voz alta mientras pisan la tierra con fuerza.
—La gran pregunta es ¿a dónde queremos ir? ¿Queremos que en un futuro esto esté lleno de casas y que esto desaparezca y esté todo fraccionado? ¿Y después de eso, el clima sea insoportable y no llegue agua a las casas? ¿O queremos que se parezca más a lo que era antes? —dice Daniel Estrada, miembro de Ecopil.
El bosque aporta más de lo que se le ha arrebatado. Su biodiversidad es tan rica, que ahí viven más de 1,588 especies, prácticamente cuatro de cada diez que habitan en Naucalpan, según registró en una investigación autofinanciada Gustavo García, biólogo, investigador independiente y profesor del Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan.
Hay tres cosas que distinguen a García: su chaleco marrón, un sombrero de tela verde y unos ojos en los que lleva el color del bosque. El biólogo conoce este lugar porque ha vivido en Naucalpan toda su vida y porque visitaba Los Remedios desde que era un niño de ocho años. Ahí, dice, habitan pájaros carpinteros, colibríes y águilas; especies de importancia médica como las arañas viudas negras o las serpientes de cascabel; tlacuaches y cacomixtles; decenas de insectos de formas tan variadas como el follaje; además de hongos, flores, diversidad de cactos, pinos, oyameles y muchos, muchos eucaliptos.
El eucalipto es la especie más común en Los Remedios, un árbol exótico de ramas endebles que se introdujo desde las primeras reforestaciones en el lugar, durante el sexenio del presidente Cárdenas, explica García. Estos árboles se caracterizan por dominar a otros, así que pasadas algunas décadas limitaron la reproducción de otros árboles. Sin embargo, aunque oficialmente Los Remedios está catalogado como área de “vegetación inducida” —las especies vegetales dentro de ella son producto de reforestación—, también alberga especies nativas que han resistido a pesar de la reducción de su hogar.
—Vas comprendiendo, conforme pasa el tiempo, que efectivamente el impacto está sobre estos remanentes de flora y fauna. Comprendes que se tiene que hacer algo al respecto —dice Gustavo con preocupación.
Bosques como Los Remedios resultan importantes para la región más poblada de México y la tercera más habitada de todo el planeta. El estado de México rodea a la capital del país con 90 áreas naturales protegidas, en su mayoría bosques. Ahí nacen cuencas de los ríos Lerma o Pánuco, que abastecen de agua a la Ciudad de México. Su existencia resulta indiscutible en la megalópolis porque en los últimos cinco años la disponibilidad de agua se redujo a la mitad: según datos del Sistema Nacional de Información del Agua, en 2015 había 2,520 millones de litros disponibles, pero en 2020 disminuyó a 1,258 millones de litros.
García explica que el bosque también amortigua el ruido de la urbanización; capta lluvia y recarga un acuífero que, según datos de la Comisión Nacional del Agua, está sobreexplotado porque se extrae el doble del recurso disponible; absorbe gases de invernadero y provee oxígeno. “Por ello, la preservación de ecosistemas como Los Remedios se vuelve parte importante en la mitigación de la crisis climática, especialmente en los alrededores de una ciudad como la Ciudad de México”, apunta.
No es para menos. Sobre todo cuando en el estado de México y la Ciudad de México los datos estadísticos del Sistema Meteorológico Nacional advierten que la temperatura actual es dos grados más alta que hace 50 años.
Pese a la importancia de los bosques, cada vez hay menos de éstos en México y el mundo. Fausto Quintana, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y experto en política forestal mexicana, señala que entre los años setenta y ochenta se perdieron más de 1 millón de hectáreas de bosque en el país y, actualmente, se eliminan 200 mil hectáreas por año; la organización internacional Global Forest Watch destaca que la pérdida de cobertura arbórea en los trópicos—que incluye varios tipos de bosques— alcanzó las 11 millones de hectáreas en 2021, lo equivalente a perder una cobertura del tamaño de diez canchas de futbol por minuto.
Al entrar al Parque Nacional Los Remedios se percibe un agradable cambio de temperatura. La sensación de frescura equivale, por un momento, a encontrar paz en medio de la urbe.
—Te pido una disculpa por no cuidarte como debemos —le habla al bosque Guadalupe Santiago, universitaria e integrante de Ecopil.
El círculo se rompe. Los voluntarios auguran una buena “enchulada”, la número 61 hasta ese entonces. Se miran, ríen, se ponen los guantes, toman las costalillas y se dejan engullir por el verde que, a ratos, palidece en las copas.
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Nunca, en 84 años de existencia, el Parque Nacional Los Remedios ha contado con un Programa de Manejo Ambiental. La Comisión Nacional de Áreas Naturales y Protegidas (Conanp), encargada de 184 Áreas Naturales Protegidas en mar y tierra —equivalentes a 90 millones de kilómetros cuadrados, casi 5% del territorio nacional— responde a una solicitud de información vía transparencia que no hay un programa porque el lugar no tiene valor ambiental debido al “excesivo deterioro a partir de la urbanización” sobre 75% del parque.
El biólogo Gustavo García no está de acuerdo. Considera que, por ser un espacio verde, “ya es suficientemente valioso” y que puede reforestarse con especies nativas.
Tampoco es un problema exclusivo de Los Remedios. De los siete Parque Nacionales existentes en el estado de México, sólo dos (Iztaccíhuatl-Popocatépetl e Insurgente Miguel Hidalgo y Costilla) cuentan con un Programa de Manejo.
—El principal impacto que está sufriendo el bosque, el más severo, es el cambio de uso de suelo —sostiene García.
Una reja metálica se alza a mitad del bosque y lo divide entre una zona “pública” y un área “privada”. Tampoco es extraño caminar en el bosque y encontrar construcciones ahí dentro. Algunas invaden sus límites deforestados, otras se levantan en la parte más espesa de la cobertura arbórea.
Mientras los activistas se disponen a “enchular” el bosque, la activista y defensora ambiental Laura Barranco confronta a unas personas que levantan cimientos en una ladera dentro del parque. Insufla el pecho y grita:
—¡No pueden construir aquí!
Tres hombres la miran con desprecio desde la construcción a cinco metros de altura, al borde de un despeñadero. Las rocas de la base son del tamaño de un tabique regular, pero otras son tan grandes como coches. Le preguntan por qué. Laura, al pie de la ladera, no se intimida.
—Aquí es área protegida, no nada más a nivel federal sino también a nivel estatal.
Lo que dice Laura Barranco sobre la existencia de dos áreas protegidas es una historia complicada. El Parque Nacional que se decretó en 1938 nació cuando México no contaba con planes de manejo o protección ambiental. La primera dependencia encargada de cuidar el parque fue el Departamento de Caza y Pesca, que cerró en 1940. El crecimiento de la mancha urbana ya era inminente.
La respuesta del gobierno del estado de México fue decretar en 1979 el Parque Estatal Metropolitano, que nació sobre los remanentes del Parque Nacional. Con el polígono de 114 hectáreas, según las autoridades se buscaba “asegurar un pulmón verde en beneficio de las diversas colonias y fraccionamientos que lo circundan”. Pese a la doble protección, nacional y estatal, Barranco insiste en que “no ha servido; al contrario, porque la dinámica sigue siendo la misma: invadir, invadir, invadir”.
Los estudios más recientes demuestran que Los Remedios no ha hecho más que perder territorio. Organizaciones como la Alianza por la Defensa y Protección del Cerro de Moctezuma calculan que, en 2020, el área boscosa real del Parque Metropolitano era de 88.67 hectáreas y sólo 8 hectáreas (1%) se encontraban en buen estado de conservación.
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Visto desde el cielo, Los Remedios es una verde cicatriz arbórea dibujada en el corazón descolorido de Naucalpan. Al norte del bosque se levantaron residencias con rojos techos impermeabilizados; al sur, viviendas populares, sin acabados. Las zonas residenciales mantuvieron remanentes del bosque cercado con tela ciclón; como girasoles en busca de sol, las fachadas no suelen orientarse hacia las calles con nombres de bosques, acueductos y piedras preciosas sino hacia la zona arbolada que constituye un lujo más, a diferencia de las zonas populares, donde casi no hay rastro de árboles y los parques donde juegan las infancias son hirvientes planchas de cemento.
La Gaceta Oficial del Estado de México registra 129 autorizaciones de fraccionamientos y viviendas verticales en Naucalpan entre 1970 y 2022. En ese periodo no se encontró autorización de construcciones nuevas dentro del polígono del Parque Nacional, aunque sí hay solicitudes de cambio de uso de suelo o redensificación.
Pero un mapa aéreo de Los Remedios, de 1983, demuestra que la invasión ya era evidente: de las 400 hectáreas del Área Nacional Protegida (ANP), la urbanización había devorado 175.9, 88.6 estaban deforestadas y únicamente quedaban 135.6 de “vegetación densa”. Es decir, para esos años ya había más casas que bosque.
Frente a esta situación, la desesperación de activistas como Laura Barranco por proteger el bosque se vuelve más apremiante. “Es un pulmón del Valle de México, y vaya que los requiere el Valle de México por lo invadido, lo criminalmente urbanizado que está”. Crecimiento urbano que, en muchos casos, ha sido legitimado por las mismas autoridades.
Ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), se inició la denuncia 0378/2010 —de la que Corriente Alterna posee copia en una versión pública— donde se indicaba que el Reforma Athletic Club construía canchas nuevas y ampliaba sus instalaciones “en una superficie de aproximadamente 8 mil metros cuadrados que forman parte del área natural protegida”. La Profepa realizó una inspección el 31 de marzo de 2012, pero no encontró “actividades u obras que requieran autorización para el cambio de uso de suelo en terreno forestal”, por lo que cerró el expediente. Ubicado en las faldas del Cerro de Moctezuma y dentro de las 400 hectáreas originales del Parque Nacional, en su sitio web el mismo club de origen inglés cuenta la historia de la apertura de su cuarta y actual sede “en el Bosque de Moctezuma en el año de 1961, inaugurándolo el gobernador del Estado de México, el Dr. Gustavo Baz”.
Otro caso que ilustra esta situación es la denuncia PROPAEM/0335/2006, iniciada ante la Procuraduría de Protección al Medio Ambiente del Estado de México contra Grupo Mayorga, inmobiliaria que planeaba construir el conjunto habitacional “Arcos del Bosque II”. Su estudio de impacto ambiental justificaba que, aunque el predio de la edificación estaría dentro del Área Natural Protegida, “el área del proyecto se encuentra inmersa dentro de un área urbanizada”, pero fuera del Parque Estatal Metropolitano.
El mismo documento destaca que el Parque Metropolitano era administrado por el Ayuntamiento de Naucalpan, pero que el municipio no era competente para autorizar o no el proyecto, por lo que los permisos se obtuvieron a través del Gobierno del Estado de México, entonces encabezado por Enrique Peña Nieto.
La asociación civil Fuerza Unida Emiliano Zapata en Pro de las Áreas Verdes impulsó la denuncia y lograron detener la obra. Además, por el permiso para el derribo de 120 árboles, fue señalado el Ayuntamiento que entonces presidía Angélica Moya, quien actualmente repite en el cargo (2022-2024). Al solicitar la versión pública del expediente 0335/2006, la Procuraduría explicó que tras 12 años la denuncia todavía no “causaba ejecutoria”, es decir, que no se había cerrado el procedimiento, y calificó el expediente como reservado por un año bajo el argumento de que revelar la información “podría generar una percepción negativa”; en este caso, sobre la actual funcionaria.
La Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México (Propaem) y la Fiscalía Especializada de Delitos Cometidos por Fraccionadores y Contra el Ambiente —creada en 2015— indicaron a través de solicitudes de información que, de 2000 a la fecha, sólo hay 14 y cinco denuncias, respectivamente, por asentamientos irregulares dentro de Los Remedios.
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Aquí no se habla de afectaciones por minas o embotelladoras de agua. Tampoco se extrae petróleo. El desmonte no suele tener un fin de explotación forestal. El problema del Valle de México es la urbanización. Y la urbanización, señalan investigadoras como la argentina Bárbara Manasse, también es una forma de extractivismo, quizá el menos explorado desde esa perspectiva.
Manasse es arqueóloga, profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Catamarca. Cuando habla de extractivismo urbano —todavía un concepto poco usado en México, no así en América del Sur— hace referencia a cómo la urbanización explota la tierra, al igual que el extractivismo clásico, “para crear construcciones que le permitirán obtener más riquezas en manos de unos cuantos”. Es decir, que la explotación de bienes no se limita a la extracción de minerales o hidrocarburos sino que, bajo esta idea, el bosque adquiere un valor por la tierra donde se planta, más allá de su madera o follaje.
Así, adueñarse de los espacios públicos y naturales se convierte en “una apropiación masiva de recursos que no benefician a la comunidad local y que, al contrario, contribuyen también a la destrucción del medio ambiente e incluso a la explotación de la mano de obra que se usa para la construcción, la cual usualmente también es local”, apunta la investigadora entrevistada.
En este planteamiento coincide Fausto Quintana, investigador de la UNAM y experto en el tema forestal enfocado en las políticas públicas. En entrevista dice que “la degradación de los bosques alrededor de las ciudades se circunscribe al avance de un modelo de desarrollo extractivista, que trata a la naturaleza desde una perspectiva explotadora, como un objeto de apropiación y de transformación”.
Como característica del capitalismo, el problema del extractivismo urbano no es local sino global. De acuerdo con un artículo firmado por Frances Seymour, integrante senior de Global Forest Watch, la pérdida de cobertura arbórea alrededor del mundo debe entenderse, precisamente, a partir de actividades extractivistas, así como por la creación de caminos, infraestructura y, claro está, de viviendas.
Como parte del problema, Silvia Emanuelli, la coordinadora de la oficina en México de la Coalición Internacional para el Hábitat, una organización no gubernamental, explica a Corriente Alterna que en el país se ha desarrollado un modelo neoliberal en el que la vivienda se “mercantiliza a través de las empresas privadas y con el apoyo del Estado”. Los ejidos —una forma de propiedad colectiva de la tierra—, tal como ocurrió con el ejido Los Remedios, pasaron de ser territorios comunitarios a una cantera de tierra barata alrededor de las ciudades. “Es una política enfocada a la propiedad de vivienda, no a los inquilinos y las inquilinas, no a las cooperativas de vivienda, no a otras opciones; refuerza la propiedad y destruye, obviamente, también el medio ambiente”, asegura.
No todas las invasiones en Los Remedios se dan por inmobiliarias o desde el sector residencial. Las imágenes adjuntas a la respuesta del Ayuntamiento de Naucalpan a una solicitud de información sobre construcciones irregulares en el área protegida, muestran casas de bloques y losa, pero también modestas construcciones de techo de lámina y cuartos de pura madera. Emanuelli comenta que, en muchos casos, las personas que se asientan irregularmente sólo buscan acceder al derecho a la vivienda, a diferencia de quienes se dedican a apropiarse de tierras para obtener ganancias en espacios naturales y protegidos.
En cualquier caso, el extractivismo urbano es tan rapaz como una minera o empresa petrolera, pues, según advierte Emanuelli, es capaz de explotar hasta el paisaje para generar más ganancias. “Utiliza las vistas al mar, al bosque o a las montañas para elevar los costos de venta de lo que crea el sector inmobiliario en zonas naturales”.
Hoy, en Naucalpan, es posible adquirir un terreno regularizado para edificar viviendas en zonas que, aunque urbanizadas, están dentro del Parque Nacional. A cambio de “bellas vistas panorámicas” hacia Los Remedios, un lote de 241 metros cuadrados puede costar hasta 2 millones 500 mil pesos (125 mil dólares); más de 10 mil pesos (500 dólares) por metro cuadrado.
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A veces, cuando Laura Barranco habla sobre el bosque de Los Remedios, se oye cansada. Hay que volver cada mes porque siempre encuentran basura nueva. Cascajo. Unicel. Otra construcción. Por el rugido de los aviones que surcan el cielo encima del bosque es difícil olvidar la urbe donde está abierta la cicatriz de árboles.
—¿Qué hay que hacer? Pues, de entrada, defender lo que hay. No permitir más construcciones. Y no es por un tema de “es mi bosque”. Es de todos.
Allá afuera está el calor, el ruido, el tráfico. Aunque turbias, las aguas del Río Chico le hacen recordar a Laura que el Valle de México alguna vez fue una zona de lagos. En aquel entonces, lo que hoy es Naucalpan era un importante centro urbano que formó parte de la historia de dominación colonial en México. Se cree, incluso, que el verdadero “árbol de la Noche Triste” —donde supuestamente lloró Hernán Cortés— estaba en el pueblo de Totoltepec, dentro del área del Parque Nacional. Las pocas certezas devuelven a Laura al presente en su labor de limpieza y reforestación con “bombas” de arcilla y semillas endémicas. Cuando encuentra la chía que sembró en un claro donde crece césped —poco natural en el bosque, porque “ni que fuera campo de golf”—, la sonrisa vuelve y arruga los ojos.
Unos días más tarde, durante un paseo por el bosque al mediodía, si uno pone suficiente atención resultará fácil escuchar las sierras y sus dientes filosos que cercenan los árboles de Los Remedios. Sobrepuesto queda el canto lastimero de la vida que resiste en este bosque donde no habita la soledad.