Comunidades rurales asentadas al pie del Río Coatzacoalcos no tienen acceso a agua potable para consumo humano, debido a la severa contaminación de este afluente. Los derrames de hidrocarburos y aguas negras también han impactado en la pesca, una de sus principales actividades económicas.
Sandra abre la llave de la batea. Llena una cubeta y la mete a un pequeño cuarto, afuera de la casa, el cual tiene como puerta una cortina de plástico. A gritos llama a uno de sus hijos para bañarlo. A simple vista parece agua potable, pero el aroma denota la alta carga de cloro.
Esa agua es la única disponible en la comunidad de San Antonio, en el municipio de Cosoleacaque, Veracruz, situada al pie del Río Coatzacoalcos, uno de los caudales más contaminados del país según un reporte de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En la localidad de 484 habitantes no conocen la sequía. Agua hay, y mucha, pero desde hace dos décadas el aprovechamiento para consumo humano representa un riesgo para la salud.
El Programa de Ordenamiento de la Cuenca Baja del Río Coatzacoalcos, que integra a 25 municipios de la llamada Zona Olmeca, refiere que la industria petroquímica —con más de 30 refinerías— es una de las principales contaminantes del agua.
Las actividades ganadera y agrícola-industrial son, también, de las que más impactos negativos tienen en el ecosistema.
San Antonio es una de las decenas de pequeñas comunidades ubicadas a escasos metros del río. De ahí obtenían agua para tomar, el aseo personal y la cocina. También les proveía de recursos pesqueros para autoconsumo y venta. Hoy eso es imposible por las cargas de contaminantes.
Debido a este deterioro ambiental, el mismo Programa de Ordenamiento expone que la mayoría de los municipios por donde atraviesa el río se encuentran en alta fragilidad económica.
“Antes todo era diferente”
La orilla del río está llena de maleza, pues ya prácticamente nadie se acerca. A 10 metros de distancia se percibe el olor fétido de las aguas grises.
Cuando los adultos mayores de la localidad eran niños solían nadar en aquel río, pescaban, jugaban. En entrevista, cuentan que una de las cosas que más recuerdan es que podían tomar agua de ahí.
Altos, de piel morena y quemada por el sol, con semblante serio y un marcado acento sureño, los ocho integrantes de la familia Hernández, cuyo hogar siempre ha sido San Antonio, se sientan alrededor de la mesa; algunos en sillas de plástico, otros en hamacas.
Fernando, el varón de más edad, con canas en la cabeza y la mirada cansada de un adulto de 60 años, recuerda que antes todo era diferente. Cuando era niño nunca sufrió por falta de agua potable porque el río estaba a unos pocos metros de donde vivía.
Su hermana mayor, Estéfana, de 72 años, dice que las cosas han cambiado para mal.
“En San Antonio se sufre mucho. No hay agua. Mi mamá ahí lavaba. Mamá lavando y nosotros bañándonos. Como no estaba muy hondo, ahí por la pantanera, agarrábamos camaroncitos y, ya cuando regresábamos, traíamos de comer. Estaba bien. Ahorita ya no, ahorita está contaminado. Ya viene el agua bien sucia, por eso los pescaditos también se mueren”, detalla.
En ciudades como Minatitlán o Coatzacoalcos existen plantas potabilizadoras de agua. En una comunidad rural como San Antonio, tener agua “limpia” es un proceso más artesanal.
Todas las casas reciben agua a través de una manguera conectada a un tinaco comunitario en el que se almacena agua de río. Se reparte a todos en el pueblo por 33 pesos mensuales. No pasa por un proceso de filtrado; solo se le añade cloro, que deja un leve color amarillento cuando se almacena en recipientes de plástico.
“La ocupamos para lavar ropa, los trastes; para tomar, no”, comparte María, esposa de Fernando.
María no se opone a la decisión del Ayuntamiento de Cosoleacaque de clorar el agua, pero señala que cerca del punto de bombeo, donde se jala el agua del río, se permite la descarga de drenajes.
“Están viendo que el agua viene de por acá y meten el drenaje”, alega.
Fernando asegura que ese lugar donde tiran el drenaje está “tapado”, pero que cuando llueve demasiado o la corriente viene muy fuerte es posible que las aguas negras se mezclen con el líquido que recolectan en el tinaco y que surte sus casas.
Estéfana recuerda que, años atrás, cuando el agua del río ya estaba contaminada, pero el municipio todavía no ponía medidas para la gestión y clorado del agua, muchas personas se enfermaron.
“Una vez le dio sarna a los niños por bañarse ahí”.
Sin embargo, Fernando y María afirman que tiene años que nadie se enferma por usar agua del río.
Riesgo para la salud
Suri Saray Salvador, médica familiar, explica que, si bien, clorar el agua es un método de “purificación”, depende de la calidad del agua. “Cuando está muy contaminada, ponerle una cantidad determinada de cloro no podrá limpiarla por completo”, afirma.
La médica refiere que el uso de agua sucia representa un riesgo común para las infancias, desde una diarrea hasta una dermatitis, ya que su sistema inmunológico no está totalmente desarrollado.
El actual encargado de ese sistema de agua, quien solicitó anonimato, explica que el tanque comunitario es de más de 30 mil litros, por lo que el médico de la comunidad le indicó que era excesiva la cantidad de cloro que se utilizaba por tanque.
Ahora es el gobierno federal quien se encarga de proporcionarles pastillas de clorina y da la instrucción de cuántas se deben utilizar.
Ante la desconfianza al agua clorada para beber, la comunidad ha optado por los pozos de agua subterránea, pero no hay muchos. El más importante es el de la iglesia, abierto a cualquier usuario, con la condición de no desperdiciar el líquido.
Herbicidas y otros “venenos”
Fernando ha sido pescador y agricultor por más de 50 años. Año tras año siembra su milpa y cosecha hasta 20 toneladas de maíz. Con el paso del tiempo dejó de sembrar maíz nativo y transitó al uso de semillas transgénicas porque son “más productivas”. También se adaptó a herbicidas como el glifosato
, lo que llama “botella de veneno”, el cual ayuda a la cosecha en la milpa, pero también contamina el suelo y el agua.
Ha tenido que modificar la forma “sustentable” de sus actividades porque cada vez le cuesta más obtener ingresos.
En el mismo Programa de Ordenamiento de la Cuenca Baja del Río Coatzacoalcos solo existe una Unidad de Gestión Ambiental (UGA), la número 14, destinada a la pesca, cuya superficie representa menos del 1% del caudal. Es la única zona del río con niveles de contaminación aceptables para esta actividad.
Existe la intención de crear la UGA 15, pensada para la restauración de la actividad pesquera, aunque solo en lagunas y estéreos, no en el afluente del río.
El Plan de Ordenamiento busca que las industrias asentadas en la región cumplan con la normatividad relativa a la prevención y control de la contaminación del agua, con base en la Norma Oficial Mexicana (NOM) -098-SEMARNAT-2002.
Corriente Alterna solicitó a la Comisión Nacional del Agua (Conagua) los parámetros de contaminación del Río Coatzacoalcos, pero la institución respondió que no cuenta con ellos, debido a un incidente en sus oficinas:
“El pasado día 13 de abril de 2023, en las Oficinas Centrales, Organismos de Cuenca y Direcciones Locales de la Comisión Nacional del Agua, se produjo una afectación en la infraestructura tecnológica, lo que ocasionó que los equipos de cómputo y la información almacenada se encontrará comprometida, por lo que desde esa fecha, no es posible ponerlos en funcionamiento, ni copiar la información que contienen”, indica el documento.
Desecho de hidrocarburos, aguas negras, herbicidas de glifosato, basura y cadáveres de animales… El río arrastra todo a su paso hasta su desembocadura en el Golfo de México, donde la contaminación genera otros problemas ambientales.
Fernando, Estéfana y María solo tienen el recuerdo del agua limpia que corría cerca de su casa. Ahora, todos los días, tienen que tolerar el penetrante olor a cloro.