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Aranza contó la historia de sobreviviencia de cáncer de su madre y los retos ante la pandemia

/ Foto: Eunice Adorno

Testimonios de la pandemia: Miedo a volver a enfermar

Aranza Bustamante, estudiante / Corriente Alterna el 25 de abril, 2022

La parte más difícil del tratamiento había terminado. En enero de 2020 nos lo confirmaron: el cáncer de mama se había ido. Después de dos años, mi madre lo había vencido. Recuerdo que me sentí aliviada y mis hermanos también. Pero esa tranquilidad terminó pronto, cuando la pandemia llegó.

El gobierno, al principio incrédulo ante la mortalidad del covid-19, llamó al confinamiento. En mi mente sólo estaba una cosa: mi madre. Los médicos que la atendieron le dijeron que tenía que seguir al pie de la letra la cuarentena porque su cuerpo había quedado debilitado debido a su tratamiento contra el cáncer y, cualquier enfermedad por mínima que fuera, podía provocarle serios problemas.

Recuerdo muy bien cómo los medios nacionales se llenaron de noticias sobre el tema. Pánico. Incertidumbre. Miedo. La población no supo de qué otra forma reaccionar. Parecía sacado de una película postapocalíptica. En ese entonces yo era estudiante de cuarto semestre de Ciencias de la Comunicación en la UNAM. A veces siento como si esta situación hubiera sido un mal sueño. Todavía hoy me cuesta trabajo entender que han pasado dos años desde el inicio de todo.

Durante muchos meses permanecimos en casa encerrados. Apenas salíamos a la esquina y no veíamos a nadie: ni tías, ni primos, ni sobrinos. Tratamos de hacer nuestra vida normal, pero resultó imposible. Era una odisea cada vez que tocaba salir a comprar comida o cosas necesarias para la casa.

Mi madre siempre quería estar al frente de todo. Quería ir al mercado, elegir sus propias frutas y verduras, seleccionar las marcas de los alimentos en el súper. Era algo que durante mucho tiempo no había podido hacer porque el cáncer la mantenía en cama tumbada, cansada y de mal humor.

Le dijéramos lo que le dijéramos, mi madre había tomado la decisión de encargarse del mandado, obvio, con la ayuda de sus hijos. Los primeros meses de pandemia incluso llegamos a hacer un croquis de la Aurrerá a la que solíamos ir para elegir los productos con rapidez. Cada vez que salíamos llevábamos mucho gel, alcohol y mascarillas.

Yo entré en un dilema porque recientemente había comenzado a hacer fotoperiodismo de forma más seria. Tenía ganas de retratar lo que sucedía en el exterior, lo mucho que había cambiado la vida de las personas a partir del virus. A diferencia del texto, para hacer fotografía es forzoso que salgas, que estés en los momentos precisos y yo de verdad lo ansiaba. Muchas veces me frustré por no haber podido estar presente en coberturas.

Hubo quien me dijo que mi salud y la de mi familia estaban primero, pero también me encontré con periodistas más experimentados que me decían “este momento es histórico, no puedes dejarlo ir sólo por el miedo a contagiarte”. Al final sí llegué a salir un par de veces, pero siempre que volvía a casa sentía una gran culpa. 

Me preguntaba a mí misma, ¿estaré haciendo mal al salir?, ¿estaré protegiéndome lo suficiente?, ¿estaré siendo egoísta? Era extremadamente meticulosa con las medidas de prevención. Utilizaba hasta careta y doble cubrebocas. Me sentía muy expuesta cada vez que subía al transporte público y constantemente surgía la duda de si valía la pena hacer eso.

El desgaste emocional en casa fue peor. Tratábamos de convencernos de que pronto pasaría esta situación. A veces mi madre, mis dos hermanos menores, mi hermana mayor y mi pequeña sobrina nos llegábamos a sentir asfixiados, no por el espacio (que en realidad es bastante grande: cuatro recámaras y dos baños), sino porque tuvimos que aprender a convivir prácticamente todo el día a todas horas. Las discusiones se incrementaron. Cosas tan sencillas como organizarnos para ver quién limpiaría o quién cocinaría nos hacían explotar.

Las reuniones con amigos, las clases presenciales, las idas al parque, las fiestas familiares, las caminatas por el centro de la ciudad… Todo eso se terminó. Creímos que sólo serían un par de meses y, además, estaba presente otra preocupación: teníamos miedo de que mi madre fuera al hospital, pero era obligatorio que acudiera a sus citas de rutina para confirmar que el cáncer no hubiera vuelto.

Yo la acompañaba a cada tanto. Mientras estábamos en la sala de espera era común que pasara personal médico con trajes parecidos a los de astronautas, quienes empujaban camillas encapsuladas; así es, transportaban pacientes con covid. La primera vez que presencié esa escena me di cuenta de que también era la primera vez que estaba tan cerca de la enfermedad, aquella que me provocaba tanto pánico, no por mí, sino por mi madre. Ya la habíamos librado una vez. La simple idea de que ella volviera a enfermar me revolvía el estómago.

sobrevivir al cáncer de mama
El proceso de recuperación de Blanca ha pasado por distintas etapas. Aunque el tratamiento fue muy desgastante física y emocionalmente, hoy se siente cómoda con su cuerpo y con su decisión de seguir. /Foto: Aranza Bustamante.

Aranza Bustamante integró la segunda generación de la Unidad de Investigaciones Periodísticas / Corriente Alterna. Su testimonio lo presentó en el Homenaje a Elena Poniatowska, en marco de la Fiesta del Libro y de la Rosa, durante un diálogo que se desarrolló con la escritora y periodista homenajeada y la Dra. Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM.