Esta es la historia de una bióloga zapatista, de un invento revolucionario para el diagnóstico del coronavirus, y de un puñado de mujeres y jóvenes que ponen su tiempo y su trabajo porque creen que la ciencia debe servir a la sociedad, en especial a los más vulnerables.
Un invento útil en tiempos de pandemia –un biosensor para detectar Covid-19 de forma barata, segura y rápida– está en vías de ser producido de manera masiva para ser comercializado.
El biosensor
La bióloga se llama Tatiana Fiordelisio, y trabaja en el Laboratorio Nacional de Soluciones Biomiméticas para Diagnóstico y Terapia (Lansbiodyt) de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Tuvo una inquietud: llevar a comunidades rurales un método de diagnóstico sencillo y barato para detectar diabetes, ovario poliquístico, enfermedades de la tiroides, y niveles de colesterol y triglicéridos. Desde el principio del proyecto la acompañó Mathieu Hautefuille, responsable técnico del laboratorio con dos doctorados, uno de ellos en ingeniería electrónica.
La respuesta fue inventar un biosensor: un mecanismo que detecta moléculas. Las “pesca” a través de perlas magnéticas, para luego leerlas a través de fluorescencia. El biosensor ganó el premio de Investigación Google para América Latina en 2015 por detectar niveles de glucosa e insulina con una gota de sangre, y en 2016 se le renovó el premio porque el biosensor podía hacer esa medición con una muestra de saliva. Tatiana Fiordelisio patentó el invento.
Dos enfermedades tropicales les inquietaban a Tatiana, Mathieu y a su equipo del Lansbiodyt: el diagnóstico de zika y dengue, transmitidas por mosquitos. Dieron un paso adelante: consiguieron que el biosensor reconociera el ácido ribonucléico de los virus, y pudiera distinguir entre ambos virus.
En diciembre de 2019, cuando se anunció que en China morían pacientes de una enfermedad causada por un nuevo virus, un empresario farmacéutico del laboratorio mexicano Liomont, que había seguido el proceso del biosensor, le propuso a Tatiana Fiordelisio adaptar el invento para detectar Covid-19. Parecía entonces que era un padecimiento oriental, que no afectaría gravemente a México. Pero Fiordelisio puso manos a la obra. A cinco meses, están a punto de concluir un biosensor que diagnostique coronavirus por 300 pesos, en una hora y media y sin riesgo para quienes manipulan las muestras posiblemente contaminadas con el virus.
Las pruebas: el debate mundial
La detección de Covid-19 se convirtió en una de las discusiones más polémicas de la pandemia. En el lejano Oriente, como Corea del Sur y Singapur, la batalla contra el nuevo coronavirus atravesó por la aplicación masiva de pruebas. Se puso en cuarentena a quienes dieron positivo, lo que permitió una atención focalizada y un regreso a la normalidad más rápido que en Occidente. En México, por ejemplo, el modelo Centinela de la Secretaría de Salud le da menos importancia a las pruebas: establece que se apliquen al 100 por ciento de pacientes graves y sólo al 10 por ciento de pacientes con síntomas leves.
El problema es que no es fácil aplicar millones de pruebas. Hay dos tipos de pruebas para Covid-19 ampliamente aceptadas: la PCR (reacción en cadena de polimerasa, por sus siglas en inglés) y la serológica. La primera es la prueba reina: detecta al virus y está avalada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (Indre), la máxima autoridad mexicana en la materia.
En el PCR –como se le conoce– se introduce un hisopo por la nariz o la boca, que llega hasta la faringe –un procedimiento un tanto invasivo y molesto– para obtener una muestra de la mucosa. La prueba es tan sensible que detecta desde 100, y a veces desde 10 copias del virus, por lo que emite un diagnóstico confiable desde las etapas más tempranas de la enfermedad. Por su parte, la prueba serológica mide la presencia de los anticuerpos que genera el organismo para defenderse, por lo tanto no precisa si el paciente está o estuvo enfermo. Es una prueba menos sensible y con mayor margen de error.
Hay diversos problemas con la prueba PCR: es cara, representa riesgos, requiere un laboratorio especializado, el resultado puede tardar días y, a estas alturas de la pandemia, es escasa. Su costo individual es de unos mil 500 pesos, aunque laboratorios privados la venden hasta en cinco mil. Representa un riesgo porque se traslada cuando el virus aún se encuentra activo y podría contagiar a quienes manejan la muestra.
En contraste, el biosensor de la Facultad de Ciencias costaría aproximadamente 300 pesos, no representa un riesgo para nadie pues desactiva al virus, no requiere un laboratorio especializado, sino el equipo común a un hospital; el resultado toma una hora y media, y podría producirse masivamente.
A la manera zapatista
Tatiana Fiordelisio es una científica con perspectiva zapatista. El 27 de diciembre de 2016 participó en el primer encuentro ConCiencias por la humanidad, convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En el “Cideci”, como se conocía al Centro Indígena de Capacitación Integral en San Cristóbal de Las Casas, Fiordelisio sintetizó la historia de la ciencia desde una visión marxista. Citó, no a Karl Marx, sino a Karla Marx, como llaman los zapatistas al filósofo alemán; y criticó que el capital y la minoría que lo controla se ha apropiado de la ciencia para su beneficio.
Cada vez hay menos inversión para investigación. Los investigadores están inmersos en un sistema de puntitos que miden la productividad y que te dan valor según la revista en la que publicas. La ciencia, dijo Fiordelisio, se parcializa y se convierte en una maquila, en la que el investigador no tiene ni voz ni voto en el ensamblaje final. Los científicos han pasado de la proletarización a la precarización.
“Debo decir que este pensamiento –para los que hacemos ciencia y creemos que hay que cambiar al mundo y creemos en el zapatismo– sólo nos hace sentir mal, muy mal”.
A pesar de eso, para Fiordelisio, “la ciencia es valiosa por ser una herramienta para transformar el mundo, es clave para la inteligencia de este colectivo humano, su enriquecimiento, disciplina y liberación”.
Las comunidades indígenas zapatistas, la autonomía y el nuevo mundo que cada día construyen, “¿no es ciencia pura su resistencia creadora?” Y propuso una metáfora: ver a la ciencia como una balsa, un vehículo para generar certezas y posibilidades, que dé respuesta a los problemas sociales, “a la manera zapatista, para abrir ventanas, dar opciones”.
“Debemos intentar construir espacios cotidianos donde la ciencia se ejerza de manera zapatista, donde enseñemos a nuestros alumnos, a nuestros compañeros de trabajo que en el día a día de nuestro quehacer podemos y debemos construir horizontal y colectivamente, debemos recuperar nuestra esencia para ser una balsa”.
El tequio
La respuesta fue alentadora: todos dijeron que sí. Veintiséis científicos de distintas disciplinas y experiencias, desde estudiantes de licenciatura hasta de postdoctorado, aceptaron sumarse sin paga al desarrollo del biosensor para detectar SARS-CoV-2 (el virus causante del Covid-19). Se organizaron por turnos para trabajar en el Lansbiodyt de las 6:30 de la mañana a las 3 de la madrugada –de luna a luna, como dicen– con la ilusión de poner su parte en el combate a la pandemia. Su trabajo se sostuvo de la solidaridad: profesoras de la Facultad de Ciencias –casi siempre mujeres– consiguieron materiales de otros laboratorios: pipetas, tubos, placas, equipo. Los papás de los investigadores se organizaron para llevarles de comer, e hicieron colectas para juntar dinero.
El biosensor del Lansbiodyt es capaz de diagnosticar la enfermedad cuando hay más de 100 mil copias del virus en el cuerpo contagiado. Esa es su debilidad estructural frente a la prueba PCR, capaz de detectar desde 100 copias del virus.
Sin embargo, explica Fiordelisio, según investigaciones recientes, al tercer o cuarto día del contagio ya hay unas 100 mil copias del virus en el cuerpo. Aunque hay algunos estudios que dicen que esa cantidad se alcanza desde las primeras 24 horas. Esto “en realidad posiciona al sensor en una etapa muy sensible. Dadas las características del virus, no pareciera que fuera a ser una gran debilidad porque aparentemente [el nuevo coronavirus] se replica muy rápido”.
Fiordelisio y Hautefeuille conversaron con Corriente Alterna el viernes 24 de abril y el jueves 14 de mayo. El martes 5 de mayo entregaron al Instituto Nacional de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (Indre) cinco muestras que tuvieron resultados óptimos, Fiordelisio aclara que el Indre no les ha dado ningún document oficial pero que saben que las pruebas estuvieron bien porque coinciden con los resultados de PCR. El Indre les mandó 50 pruebas más el viernes 8 y el viernes 15 de mayo el equipo de Fiordelisio quedó de mandarles los resultados. Esperan la luz verde que les conceda la validación próximamente.
Por ser barato y sencillo, el biosensor podría dar un paso adelante: convertirse en un “Point of Care (PoC)”, un dispositivo portátil para diagnosticar enfermedades –entre ellas Covid-19– de la misma manera que lo hacen las pruebas de embarazo caseras.
El valle de la muerte
Fiordelisio y Hautefeuille cuentan cómo han topado con pared.
Por la misoginia.
Por la falta de financiamiento.
Y por el llamado Valle de la Muerte.
Les ha tocado estar en reuniones presentando su tecnología y les dicen: “Ah, el invento de Mathieu”, como si Fiordelisio fuera una secretaria o solamente la encargada de leer las láminas de power point.
“Es una realidad, todo el mundo dice ‘es el invento de Mat’ cuando el invento es de Tatiana, el leadership es de Tatiana. Todo lo que se está haciendo es de Tatiana”, dice Hautefeuille.
Fiordelisio acota: “Es del equipo, es de los dos, pero dicen: ‘el proyecto de Mat’”.
Al empezar a experimentar con el biosensor para diagnosticar Covid-19, calcularon que requerían 10 millones de pesos para terminar el proyecto. Ahí incluían salarios, equipo y un robot pipeteador: un aparato que pone cantidades tan pequeñas como un microlitro en una pipeta. Sin el robot hay que hacerlo manualmente, lo cual presenta un margen de error. Ese robot cuesta cinco millones 300 mil pesos. Obtener el financiamiento fue todo un reto, finalmente Conacyt dio el dinero y el robot estará pronto en el laboratorio. Tocaron las puertas de varias instituciones: SECTEI, Conacyt y la Fundación Kaluz de la UNAM. Han obtenido recursos significativos para un proyecto que estuvo cinco años sin el financiamiento merecido. Hay quienes les brindaron ayuda desde el inicio, como Liomont, un laboratorio mexicano.
A partir de la pandemia, Fiordelisio y su equipo apelaron a la solidaridad: hicieron una colecta a través de Fundación UNAM y hasta hubo quien vendió botellas de mezcal a beneficio de la investigación.
Fiordelisio nos habla del Valle de la Muerte: un término de la jerga científica para contar cómo los inventos mexicanos se atascan en la fase experimental y, aunque funcionen, es imposible comercializarlos masivamente. El desarrollo científico de un invento se clasifica según su Technology Readiness Levels (TRL) que va del número 1, la concepción de la idea, hasta el 9, probar el invento en un entorno real. El biosensor está en el TRL 5-6 (validación en un entorno controlado). Pasar del nivel 5 o 6 al 7 requiere una gran inversión y esa transición es el llamado Valle de la Muerte.
Fiordelisio: “En este valle de la muerte, ¿cuál es el problema? Que tú tienes que pasar del ‘funcionó en mi laboratorio’ a ‘¿funciona para muchos? ¿Funciona en hospitales? ¿Funciona con muestras reales?’ Te piden que tus equipos estén certificados con tres tipos de certificaciones, que tus procesos estén certificados. A nosotros para dispositivos médicos nos piden que el área sea especial, que esté cerrado, con determinado flujo del personal, que no haya ventanas, que no haya un baño.
“Te piden que cumplas una normatividad que le garantiza al usuario que el laboratorio y la forma en que tú hiciste esa prueba diagnóstica estuvo bien. Y tienen toda la razón en hacerlo porque finalmente, si yo voy a la farmacia y compro una prueba de embarazo, digo, ‘esto está certificado, estuvo bien hecho’ ”
Y eso requiere inversiones millonarias.
“Aún falta que Cofepris lo considere” dice Fiordelisio, “ahorita estamos en la validación pero no podremos estar realmente en TRL 6-7 si no producimos con esas condiciones” Están esperando ver si se puede acondicionar el laboratorio de la Facultad de Ciencias o si pueden trabajar en el de alguna farmacéutica. Tatiana se muestra optimista, el camino ya recorrido hace que se pueda vislumbrar la meta.
Para Fiordelisio la ciencia debe ser una herramienta para la independencia nacional: que México produzca sus pruebas y no dependa de si una gran empresa farmacéutica le vende o no sus insumos. Por eso rechazó venderle el biosensor a una multinacional cuando tuvo la oportunidad.
Con el IMSS ya se comenzó a trabajar en un protocolo para hacerle la prueba a todos sus médicos y personal de salud con el biosensor y su propio equipo.
“Si lo logramos pues ya estaremos contentos porque quiere decir que nuestro aporte como científicos es empleado en la vida de todos los mexicanos, y ese es nuestro compromiso. No sólo cuando formamos a los alumnos sino en nuestro actuar diario. La ciencia tiene que responder al desarrollo y las necesidades que tiene su país”.
(Con información de Sujaila Miranda)