Crónica cultural al desnudo: entre clósets, flechazos y flashazos
Julio Aguilar, Adriana Malvido y Guillermo Osorno en el conversatorio La crónica cultural, ¿un género a renovar en el periodismo mexicano? (Foto: Claudia Aréchiga). 

En un principio, la receta parecería simple: una mirada detallista, un uso mesurado del yo y el tiempo suficiente para escribir con tacto. Habría que añadir, también, saber escuchar y contar con un amplio conocimiento sobre todo lo que engloba la noción de cultura. 

Lo podríamos resumir como la acción básica de poner en marcha nuestros sentidos, pero de acuerdo con Adriana Malvido, Guillermo Osorno y Julio Aguilar, la receta se complica cuando nos preguntamos: ¿qué tan difícil es encontrar la crónica que va a llamar nuestras preferencias de lectura, por encima de la más reciente masacre en impunidad o el nuevo lanzamiento del artista multipremiado o una llamativa controversia entre partidos políticos?

Quizá, −lo sugerirán estos reconocidos periodistas a lo largo del conversatorio− hay que ser conscientes de que todo tema puede caber −precisamente− en una crónica. 

La reunión se dio como pretexto y complemento a la entrega del Tercer Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM, convocado por la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) de CulturaUNAM, el pasado 13 de octubre de 2024. El jurado estuvo integrado por Malvido, Osorno y Aguilar, además de Angélica Abelleyra y Francisco Javier Morales Vázquez.

En la sala Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario, Julio Aguilar, editor del suplemento Confabulario, de El Universal, dio paso al primer gran dilema: “Se habla de crónica como si tuviéramos la certeza de que se ha enseñado y fuera algo fácil”. 

Aguilar recuerda aquella época noventera, cuando le tocó defender su primera crónica urbana sobre taxis y secuestro exprés en la Ciudad de México, frente a su entonces editor, el escritor Huberto Batis. “¿Esto es una crónica?” le increpó su maestro (editor ya consagrado en ese tiempo) arqueando las cejas con absoluta incredulidad. Y a él no le quedó más que reconocer que en sus años de estudiante de Letras Hispánicas nunca le habían pedido algo similar.

“Es difícil saber, a primera vista, qué es un texto así, y más aún parir, por primera vez, una cosa así”, afirma el ahora también reconocido editor.

Julio Aguilar relata sus primeras experiencias como cronista en la Ciudad de México (Foto: Ulises Martínez).

Tomar el pulso de los cambios

En el contexto de la inmediatez y la neutralidad que se le exige al periodismo de las breaking news, ¿qué lugar ocupa la crónica hoy respecto a la tradición que le antecede con Salvador Novo, Carlos Monsiváis, Ricardo Garibay, Elena Poniatowska, Jaime Avilés, Cristina Pacheco o Hermann Bellinghausen, entre otras autoras y autores mexicanos?

Para Adriana Malvido, lo central es el uso del lenguaje literario, que no viene de otro lugar más que de la experimentación de las sensibilidades puestas en juego para “provocar una emoción estética”. 

Guillermo Osorno añade una idea casi universal: “Tomar el pulso de los cambios”. Comprender cuál es el lugar hoy de la crónica, de dónde viene y a dónde va, nos dice el antiguo editor de Gatopardo, está en la profundidad de la duda que despierta un proceso súbito, como el percibido en México a principios de los años 2000. En esos años, la violencia hizo estragos en ciudades como Tijuana, Acapulco o Ciudad Juárez, contexto que vio nacer trabajos como los de Marcela Turati, recuerda el autor.

“La crónica se adapta y se convierte en otra cosa”, afirma Osorno, cuyas historias sobre la cultura gay ochentera han sido adaptadas a plataformas de streaming. Y no pierde la oportunidad de recordarnos reportajes como La dama del silencio o Zona Divas, trasladados hoy a piezas documentales. Incluso menciona podcasts como el muy reconocido Radio Ambulante en Latinoamérica, que califica como crónicas perfectas. 

“Aunque pareciera que la crónica está en duda o que es un género en decadencia a causa de la inmediatez, somos y seguimos siendo grandes consumidores, estamos neurológicamente atados a esa forma de contar historias sobre quiénes somos”, afirma el también conductor del programa Por si las moscas, transmitido por Canal 22. 

Guillermo Osorno: “La crónica se adapta y se convierte en otra cosa” (Foto: Ulises Martínez).

Estar en contacto con la palabra

Ya desde 2009 Julio Aguilar advertía los costos de producción a causa de la falta de publicidad a la que se enfrentaban importantes suplementos culturales en periódicos tan reconocidos como The New York Times.

A quince años de aquel desencanto, Aguilar tiene una perspectiva menos pesimista gracias a estímulos como el de este premio organizado por la UIP, en el que participan estudiantes de licenciatura o posgrado de cualquier parte del país. La única condición es interesarse y escribir sobre alguno de los muchos eventos realizados durante el Festival CulturaUNAM. 

En 2023 Adriana Malvido publicó un texto sobre cómo la cultura puede afianzar y crear lazos de paz porque implica una creatividad basada en la observación y el diálogo. Malvido defiende este par de herramientas con nostalgia al recordar la primera vez que su editor le sugirió hacer uso de la primera persona para imprimir mayor credibilidad a su libro Los náufragos de San Blas (2006).

En aquel tiempo, relata Malvido, el concepto de cultura se vinculaba fundamentalmente a las Bellas Artes (danza, teatro, música…), pero de pronto la historia se inclinó hacia un periodismo sociocultural. Entonces Malvido se documentó antes de entrevistar a los náufragos nayaritas perdidos en el Atlántico durante 9 meses, e hizo de los libros de Kapuscinski sus manuales de supervivencia periodística. Su mayor revelación se hizo presente cuando entrevistó a docenas de tiburoneros en San Blas. Aquí llegó su flechazo con la crónica.

“Encontré a los mejores cronistas que yo había conocido en mi vida, no solamente me contaban sus propios naufragios, me cantaban su tradición de corridos. Había uno que no sabía leer ni escribir, y tenía una rima y un vocabulario fascinantes. Él compuso un corrido a los náufragos y me rompió el esquema de los sentidos. Entendí que no solamente se requiere el talento para escribir, sino para vivir y para estar en contacto con la palabra”, describe Malvido. 

Para Adriana Malvido la crónica pone a prueba los sentidos (Foto: Ulises Martínez).

Egocentrismo y autorreferencia

El periodista y escritor argentino Martín Caparrós ha sido uno de los cronistas que ha defendido a capa y espada el uso de la primera persona en la crónica. No es para nada un dilema actual si se tiene en cuenta que, desde 1906, Rafael Mainar definía la crónica, en El arte del periodista, como “una historia psicológica”. Para Mainar, esta fórmula moderna implicaba una “paradoja ingeniosamente razonada y comentada”.

A más de un siglo de aquellas primeras ideas que el periodismo industrial empezaba a definir, el comentario implícito en un Yo continúa levantando polémicas sobre su pertinencia. Para Caparrós es un gesto político que evidencia humanidad, una mirada que puede literaturizar el periodismo. 

Para Guillermo Osorno, hay una diferencia entre egocentrismo y autorreferencia, entre narcisismo y punto de vista. “Si la utilización de la primera persona es para alabarme y glorificar mi gran personalidad, entonces hay que sacarla; si es para ofrecer una ‘experiencia intransferible’ −como lo definiría Leila Guerriero− entonces habría que dejarla”, aconseja. 

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Es curioso que hasta ahora, los tres cronistas reparan en que, para hablar de las críticas hacia el Yo en la crónica, no pueden desprenderse de sus anécdotas personales para usarlas como ejemplo, lo que les causa una risa irónica, pero sincera. Osorno cuenta una historia similar a la de Malvido: su editor también le sugirió contar qué había detrás de sus intereses personales sobre el emblemático bar gay El Nueve, justo antes de publicar Tengo que morir todas las noches (2014). 

“Entonces, en ese libro se van a encontrar un primer episodio personal con el punto de vista de un chavo de 18 años en un mundo LGBT híper secreto, híper prohibido, híper vergonzoso, y qué significó encontrar un bar así; para que el lector pueda entender que la magia de ese hallazgo era vital”. 

Julio Aguilar concluye el conversatorio con una reflexión conciliadora: la cuestión de estilo. Y se va directo a la anécdota cuando trabajaba en la revista Cambio México junto a Gabriel García Márquez.

Aguilar narra que el Nobel de literatura solicitó un fotógrafo para inmortalizar su encuentro con Shakira, pero durante la charla, el hombre de la lente  no dejó de buscar insistentemente los mejores ángulos de las personalidades colombianas, pidiéndoles distintas poses. Esto despertó el hartazgo del autor de Cien años de soledad, que no tardó mucho en reclamar: “Yo pedí un fotógrafo, no un artista”. 

“¡Carajo!, ¿no? Pero en efecto, hay momentos para fotógrafos y momentos para artistas; es decir, hay momentos para reporteros y hay momentos para escritores. Momentos para dar la nota y momentos para prepararte un café, revisar antologías de crónica, practicar un tono, etcétera. Eso es a lo que se enfrenta uno como editor”, sentencia Aguilar. 

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El público aplaude y los cronistas sonríen con la libertad que otorga la confidencia. Se levantan de sus asientos y se toman fotografías junto a los jóvenes  autores de las crónicas ganadoras: Mañana también fue otro país de Alam Bernabé, La migración no se queda en cuatro paredes de Itzel Marilú Hernández  e (In)crónica de un festival de teatro (o El FITU es) de Josué Chispan Ornelas. 

Itzel Hernández, Alam Bernabé, Josué Chispan y Demian Pavón, ganadores del Tercer Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM 2024 (Foto: Claudia Aréchiga).