“Raíz viva del son jarocho” de Angélica Angulo Ahuatzin es el tercer lugar del Segundo Premio de Cronica Cultural de CulturaUNAM
“Siempre hay un cronista diciendo: esto está pasando”.
En el recinto donde Patricio Hidalgo enuncia la frase con la que describe su labor como compositor y músico de son jarocho se han presentado otros artistas multidisciplinarios como Raja Kirik, la Bruja de Texcoco, Mare Advertencia o Maxi Mamani, como parte de la edición 25 del mítico Festival Poesía en Voz Alta de la UNAM.
Patricio Hidalgo y El Afrojarocho (grupo integrado por su familia: sus hijas y su esposa) cerrarán con un fandango en la terraza de la Casa del Lago. Pero será hasta dentro de unas horas, después de que termine su conferencia magistral sobre los orígenes y las raíces africanas del son jarocho.
La Sala Rosario Castellanos, en la casona con más de cien años de antigüedad, se va llenando poco a poco de rostros diversos. Algunos asistentes traen consigo papel y pluma porque, cada tanto, el nieto de “El último negro trovador del sotavento” comparte información valiosa de investigadores como el historiador y antropólogo, oriundo de Jáltipan, Antonio García de León, o el musicólogo cubano Rolando Antonio Pérez.
Hidalgo no se niega a dar crédito a nadie y, con la humildad de quien se sabe aprendiz de la vida, nos recuerda que, como bien lo dijo Alfonso Reyes, “entre todos sabemos todo”. Para ejemplificar el reconocimiento de las raíces negras, el grupo interpreta “La conga del gavilán”, que hasta antes de que El Afrojarocho la desempolvara hace unos años, nos dicen, se tocó en Tlacotalpan por última vez en 1900:
En el patio de mi casa,
ahí estaba un gavilán,
se comió doscientas pollas
y un gallito muy galán.
Las percusiones predominantes rodean la jarana. Una quijada de burro con pinceladas de colores que resuena en las manos de Yaratzé Hidalgo; un marimbol de cedro dirigido por Reina Sandoval; la guitarra de son (requinto) a cargo del sonriente Pipo Pulido, y el vigoroso canto de Yatzil Hidalgo son los elementos que amalgaman la tradición mestiza a los ritmos africanos.
No es una elección arbitraria que el grupo afromexicano haya sido convocado para cerrar esta edición del Festival Poesía en Voz Alta. La curaduría de este año giró sobre el eje de Constelaciones: voz, cuerpo y palabra, lo que armoniza perfectamente con la poética del son jarocho, con su práctica social, su disidencia política y su carga genealógica de recreación. No en vano Patricio Hidalgo nos repite que “una de las grandes enseñanzas del fandango es que el mundo se debe recrear (…) se recrea la poesía, la música, el rasgueo”.
Este género, nos dice el sonero, tiene profundas raíces españolas que se ven reflejadas en la modificación de la guitarra barroca hasta llegar a la jarana; pero se considera, igualmente, una tradición de la negritud —acallada desde las élites colonizadoras—, que con la llegada de grupos africanos provenientes de Angola y los grupos étnicos bantúes y mandingas a Veracruz crearon una mezcla rítmica que no se dejó silenciar del todo. Hoy esa mezcla retumba desde el recinto que alguna vez aguardó los versos de poetas como Leonora Carrington, Tomás Segovia o José Emilio Pacheco.
Durante su conferencia revestida de sincera familiaridad, Hidalgo nos comparte su punto de vista y experiencia con los soneros que habitan los llanos sureños de Veracruz (ahí donde, dice, no van los académicos), para concluir que las tradiciones no se quiebran, se transforman, se recrean.
Estamos, entonces, ante una raíz viva que se niega a permanecer imperturbable; y, en ese sentido, toda la comunidad de zapateadoras, músicos, cocineras, versadoras y versadores, repentistas, todxs se convierten en cronistas de una tradición que nos muestra lo que, en efecto, sucedió y sucede con esta hibridación de tiempos, formas y espacios.
La presencia de El Afrojarocho en el último día del festival nos recuerda que una mezcla implica un cambio acompañado de una nueva unidad; y esa es, quizá, una de las mayores herencias que se puede ofrendar al mundo en tiempos de individualismo y posconfinamiento. El son jarocho lo está haciendo con sus talleres, festivales y encuentros en ciudades como París, Nueva York, San Diego, Helsinki o Zúrich; y, como lo dice el músico, en su ejercicio de recreación y movimiento “el árbol se va con todas sus raíces”.
Después de recorrer los orígenes indígenas del son, arraigados al trabajo en el campo tropical del sur veracruzano, y de ejemplificarnos la influencia de los ritmos africanos e ibéricos, Patricio Hidalgo rememora a sus ancestros; a su abuelo Arcadio, que participó en la Revolución mexicana con los magonistas: “Mi abuelo le cantó a su tiempo, a su momento histórico, y yo también tenía la necesidad de cantar y decir lo que está pasando ahora (…) Por eso empecé a componer y a escribir”.
La familia se prepara para interpretar el último son de la conferencia, cuyo nombre paradójicamente es “El comienzo”, una composición reciente a la que se suman los amigos desperdigados entre el público, comadres y compadres con los que desean corear al unísono aquel verso que dice que “es posible en el mundo volvernos a reencontrar”:
El suelo con sus raíces
nos brinda felicidad
Si una planta no dejara
el fruto de la verdad
la tierra ya no temblase
para poderse expresar
en el canto de los ríos
que dicen que en realidad
es posible en el mundo
volvernos a reencontrar…
El abrazo de la comunidad
La práctica musical, corporal y comunitaria se hace presente vivo en el momento que la tarima es puesta al centro y la primera o primer versador pide permiso para cantar y, con ello, dar inicio al fandango con el son de “El Siquisirí”.
Es 10 de septiembre de 2023, cuatro treinta de la tarde; el calor invade el ambiente natural. El Castillo de Chapultepec, la arboleda compuesta de ahuehuetes, el lago que centellea y las torres citadinas de la Ciudad de México son la escenografía con la que cierra el festival que conmemora la experiencia de Poesía en Voz Alta, movimiento que entre 1956 y 1963 concilió teatro, música, danza y, por supuesto, poesía. Hoy le corresponde al fandango jarocho, que de una u otra forma, conjuga en un mismo espacio todas estas expresiones.
Hace unos minutos, en la Sala Lumière se proyectó el documental Fandango at the wall, que da cuenta de los orígenes del proyecto Fandango Fronterizo, que se realiza desde 2008 en el muro que divide Tijuana de San Diego, y que fue inspiración para que el organizador Jorge Francisco Castillo invitara al músico y productor Arturo O’Farrill y la Orquesta Afro Latin Jazz a ser parte de una de sus ediciones.
En el documental, estrenado en 2020, O’Farrill y el compositor Kabir Sehgal inician una travesía acompañados de Castillo para conocer Minatitlán, Boca de San Miguel (en Tlacotalpan), Los Tuxtlas, Coatepec y Xalapa, en Veracruz. En estas tierras del trópico una de las familias más relevantes del son, los Vega, recibe a los extranjeros para compartirles un poco de su tradición de más de 300 años de antigüedad, confirmando que su música se sostiene por una genealogía profunda que no parece extinguirse, sino todo lo contrario.
En febrero de este año, el Colectivo Conga Patria (integrado por Ramón Gutiérrez, Patricio Hidalgo, Tacho Utrera, Wendy Cao Romero y Fernando Guadarrama), así como O’Farrill y la Orquesta Afro Latin Jazz, obtuvieron el Grammy al Mejor Álbum de Jazz Latino por la producción de Fandango at the wall in New York.
No resulta extraño, entonces, que los asistentes, al concluir la proyección, deseemos unirnos de inmediato al círculo instrumental que ya se encuentra en la terraza de la Casa del Lago, donde están presentes el Afrojarocho y las docenas de fandangueras y fandangueros que vinieron desde distintas partes de la ciudad para tocar juntos en el bosque. Ahí está la tarima sobre la que zapatean los ritmos del sotavento mujeres de largas faldas. Ahí, también, las jaranas que son mayoría, las leonas y los requintos; el marimbol y las quijadas. Ahí —aquí— una multitud alegre acuerpada por sonidos y voces, los rostros y los versos lanzados al viento para alimentar la dinámica sin fin de la versada y la improvisación.
Con los sones de montón o con los sones de pareja, con “El siqui”, “El pájaro cu”, “La morena”, “El aguanieve”, la infaltable “Bamba”, “El toro zacamandú” y “La Guacamaya” se nos va oscureciendo el cielo entre nubarrones rosáceos hasta que el lago escucha el último grito de ¡Una! Pero siempre con la certeza de que, en cualquier parte del mundo, nos reencontraremos en el abrazo de la comunidad.