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Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual
Bitácora por Colombia de una fotoperiodista

Pasaporte de la reportera con sello de ingreso y salida de Colombia (Foto: Aura Reyna).

Bitácora por Colombia de una fotoperiodista (y aprendiz de reportera), sin cámara 

Aura Reyna, reportera; Sergio Rodríguez-Blanco, mentoría / Corriente Alterna el 22 de febrero, 2024

Te despides de tus papás en la Puerta 4 del aeropuerto de la Ciudad de México. Te abrazan y desean que te diviertas en Colombia. Sin embargo, sus buenos deseos no alcanzan a cubrir todos los imprevistos: quemaduras, diarrea y vómito, cámaras mojadas y la promesa de una historia sorprendente que encuentras hasta que regresas, cuando revisas tu bitácora. 

Ser-de-otres 

Franca Basaglia escribe en Mujer, locura y sociedad sobre el concepto ser-de-otros. El varón, históricamente, es educado para construir su “yo soy” y pone como prioridad sus necesidades. A la mujer, en cambio, se le educa para anteponer las necesidades de las otras personas.

Viajar con el ser-de-otros (otras y otres), junto con el cepillo de dientes, es garantía de una travesía atropellada. 

Tienes que caerle bien a las amigas de tu novio. 

Tienes que ser una buena novia. 

Tienes que desear hablar con la gente.

Tienes que ser sociable. 

Tienes que escribir mucho.

Tienes que conseguir una buena historia.

¿Cómo se disfruta un viaje cuando se está pensando, todo el tiempo, en hacer felices a las demás personas? 

Ticket de Juego de la Fortuna en la Terminal del Norte de Medellín (realidad y metáfora) (Foto: Aura Reyna).

Tomar fotos sin una cámara

Sí, hay algo más tonto que caerse de una lancha en la orilla de una playa: caerse y que se descompongan tus cámaras.

Llegas a la playa Juan de Dios, en Bahía Málaga, desde el puerto de Juanchaco. Bajas de la lancha. Tu bolsa negra está chorreando. Comen caldo de pescado, ensalada y patacón (un tipo de plátano) sin sal. Media hora más adelante, tu cabeza se resiente del codazo que te dio el conductor de la lancha.

Estás en el puerto de Juanchaco, aldea afrocolombiana. Aquí solo se llega a pie o en mototaxi. En el camino, una base naval. “En 2017 el Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de la Defensoría del Pueblo estableció que al menos 788 familias de Buenaventura estaban en peligro por la presencia de organizaciones armadas”, lees en la página web de Semana, una de las publicaciones referentes de ese país.

Sacas las cámaras mojadas. La análoga tiene diez disparos. La digital, tu primera cámara, no prende ni prenderá más. Comes, molesta, el caldo de pescado; acaricias un michi naranja. Triste porque lo que más te entusiasmaba eran las fotos. Guardas en la memoria las imágenes del viaje: las calles de Bogotá, el gato gigante en Cali, el hostal en Juanchaco, las conchas de la playa de Juan de Dios, Ema dormido, Luzma contando la historia de Termales, los termales verdosos, un retrato de Andrés comiendo puya, los altares a la Virgen del Carmen en Nuquí, Kevin en las escaleras de la Comuna 13, la Universidad Nacional Autónoma de Colombia.

Regresas a México, mandas a revelar el rollo que se salvó. Miras infancias en el parque de skate de Cabeza de Juárez. No hay nada de Colombia. La película tiene tonos morados y azules, quizá por la humedad. 

¿Cuánto tiempo las imágenes colombianas permanecerán intactas en tu mente?

Bitácora por Colombia de una fotoperiodista
Película de 35mm que viajó a Colombia y regresó sin ninguna imagen del país (Foto: Aura Reyna).

Baño lleno de bichos

Ir al baño es una pesadilla. El hostal de Juanchaco está en medio de la selva y llueve mucho. El suelo de madera de los cuartos de arriba deja entrar la lluvia y los insectos.

Caminas encogida, alerta a los bichos: una mantis en la cortina, un grillo verde en el papel, un sapo en una esquina, palomillas, un escarabajo en el mosquitero roto, una palomilla negra en la puerta… y hormigas. Muchas.

Bitácora por Colombia de una fotoperiodista
Imán para refrigerador comprada en un pasaje que bajaba hasta la playa Ladrilleros en Juanchaco (Foto: Aura Reyna).

Una noche a la que no perteneces

Alguien saca mota. En Juanchaco se consume marihuana, cocaína y basuco. En una lancha abren cervezas y fuman. El humo sabe a quemado y te sientes lejana. Caminas por la playa. El cielo claro.

Te invitan a bailar salsa. Nadie sabe cuándo empieza el evento. Comes empanada de pescado con ají (picante). Por primera vez hablas con alguien de Juanchaco. Pruebas licor de hierbas, pero olvidas su sabor.

El grupo decide volver al hostal. Incomodidad por los habitantes de Juanchaco alcoholizados. Sin bicitaxi, te distraes con un gato negro, lo acaricias, lo cargas.

Imán de gato para refrigerador del Parque de los Gatos en Cali (Foto: Aura Reyna).

¿Por qué no tomar agua de manglar?

Por la tarde visitas los manglares. Al cruzar, tragas agua al ayudar a dos que no saben nadar.

De vuelta te sientes mal, con diarrea y dolor. Ema tiene fiebre. La noche es dura, entre vómitos y frío, escuchando “Supernature”, de Cerrone, y fiesta afuera.

Descubres que muchos se enfermaron, pero tu malestar dura más. Tu apetito regresará pocos días antes de volver a México.

Frasco de Loperamida para uso colectivo (Foto: Aura Reyna).

Viajar y marearte en trompo

Sobrepensar en los mareos de altamar heredados de tu mamá te lleva a disociarte para evitar el vómito. Te distraes pensando en la textura de tus pies húmedos y en el sonido del motor de la pequeña embarcación Cotorritos.

Al no encontrar hospedaje en Nuquí optan por Termales, donde una señora te ofrece cuartos a través de notas de voz en el celular, mientras se escucha mucho ruido al fondo, como de fiesta. El viaje, previsto para cinco horas, sorprendentemente dura solo cuatro. Aplicas la técnica de relajación que te recomendó tu mamá, inhalando y exhalando colores para calmar al estómago.

El bote se detiene y bambolea. Comienza a oler a gasolina y escuchas cómo el chico que los recogió trata de reanimar el motor. Lo logra. Observas rocas y criaturas similares a pingüinos resistiendo el oleaje. La señora a tu lado, afectada por el olor a gasolina, se queja.

Recuerdas la bolsa con comida que tienes al costado, con galletas de fresa y el cadáver de un yogurth con cereal Bon Yurt que te comiste en la mañana. Le ofreces una galleta a la señora y aprovechas para comerte una.  

Envoltura de chocolate “Jet Burbujas” relleno de arequipe (Foto: Aura Reyna).

El pueblo donde la vida acaba a las 22:30

Termales, a cuatro horas de Juanchaco y una hora de Nuquí, se recorre a pie en un día. Los termales de Jurubirá, al lado de un río, tienen agua caliente que huele a azufre. Los habitantes de Termales acordaron que fuera un terreno comunitario. Durante la pandemia, solo una habitante murió aquí por covid-19. El secreto para vencer al coronavirus, que aquí se conocía como labidosi, era darse baños de matarratón, que aunque suena a veneno para roedores es el nombre de una planta, cuenta Luzma.

La luz se corta a las 22:30. Ema y tú, curiosos, observan el cielo lleno de estrellas. Daniel les dice que va a bajar a la playa a oscuras. Bajas descalza, viendo cangrejos en la arena. Observas la oscuridad y las estrellas: es la primera vez que ves la Vía Láctea. Un perro ladra y corre hacia ti. Pides regresar al hostal. Te enjuagas los pies, cierras los cerrojos de la puerta y te acuestas a dormir, escuchando los ladridos de los perros y el llanto del nieto de Luzma.

Arena de la playa de Termales infiltrada entre las capas de un traje de baño (Foto: Aura Reyna).

Bebé del coco

Despiertas enferma del estómago y desayunas solo arroz frío y té. Decides ir al mar mientras los demás regresan de la selva. Te pones un traje de baño húmedo. Un niño, en la orilla, te desafía a una carrera. Después de nadar optas por explorar un río cercano, donde encuentras piedras incómodas de pisar y peces grises que se confunden con ellas.

Después de arrastrarse por la orilla y nadar un buen rato, el niño te propone ir a otro río. Le preguntas si está cerca y responde que sí. La caminata pronto se transforma en una carrera y la arena, en piedras parecidas a legos incómodos de pisar. El agua fría del río hace contraste con la tibieza del mar. Hay peces pequeños y grises que se confunden con piedras. 

Luego te dice su nombre: Andrés. Pregunta si quieres comer puya. Le dices que estás enferma del estómago y que no sabes si puedes comerlo, pero te ignora y sigue caminando por los bordes de la selva. 

Lo acompañas. Andrés busca algo que podría ser cualquier cosa. Cuando tiene hambre come puya. Identifica lo que busca por dos hojas con líneas muy finas marcadas verticalmente. Las jala y sale de la tierra algo parecido a un coco café, pequeño y ovalado. 

Andrés agarra el fruto desde la planta que sobresale y lo estrella contra un tronco. Una, dos, tres, cuatro veces. Está muy duro. Estrella una piedra contra el fruto. Lo relevas y golpeas, varias veces, contra el tronco, pero no cede. Andrés busca una nueva planta, pero no encuentra nada. Regresa a golpear el fruto. Se abre un poco y Andrés, con un pie, lo sujeta contra la arena mientras trata de abrirlo con las manos. 

Su interior es fibroso, muy parecido a cabellos gruesos. Jala de los extremos para apresurar la tarea. Más pedradas. Por fin puede abrirlo. Escoges la mitad más pequeña. 

La “puya” es una bola de fruto dulce rodeado por la carne del coco, que es durísima. Según Andrés, la puya es la que contiene todo el sabor y, con el tiempo, ese jugo se pasa a la carne del coco. Rezas para que no te haga daño y regalas la mitad de tu mitad al niño.

Cuando terminan de comer se ponen a cargar troncos. La marea los arrastra y uno te golpea tan fuerte en la espinilla que te hace arrepentirte de seguirle el juego. Comienzas a decirle “tengo que regresar al hostal” porque te preocupa no saber cuándo van a regresar los demás, pero Andrés parece no escucharte.

Pregunta por tu edad y no cree que tengas 22. Tú le calculas 10. Entonces te miente: dice  que tiene 32 años, que es dueño de un bote rojo, que su papá le compra todo lo que quiere, incluido un iPhone 12. Pregunta si tienes novio y se decepciona cuando le dices que sí y que vienes con él. Se sonríen. Es la última vez que se ven. 

Sandalias utilizadas en todas las playas y regaderas del viaje (Foto: Aura Reyna).

De tu necesidad de aprobación para hacer periodismo

Hacer una entrevista a una persona colombiana es, sin duda, complicado. Las respuestas suelen ser directas y sin rodeos. Un intento fallido ocurre con Luzma, la dueña del hostal Brisa y Mar, a las orillas de Termales.

Mientras trapea, intentas conectar para una entrevista, pero las respuestas son breves y centradas en la limpieza. A pesar de tus intentos por establecer una conversación, Luzma, que sabe que eres mexicana, se limita a mencionar su gusto por Ana Gabriel, la Dúrcal y Juan Gabriel, sin dejar espacio para más. Te cuestionas si, tal vez, la molestaste; o si no fuiste lo suficientemente simpática. Estas dudas te persiguen, incluso, cuando se despide de ustedes en medio de una llovizna, mientras abordan una lancha hacia Nuquí a las 6:30 de la mañana.

Bitácora por Colombia de una fotoperiodista
Dibujo encontrado en la playa de Termales (Foto: Aura Reyna).

Los altares de Nuquí

Al igual que en México con la Virgen de Guadalupe, en Nuquí se observan varios nichos o altares de la Virgen del Carmen. Intentas rastrear a los cuidadores de la imagen en una tienda de ropa cercana.

Una muchacha amable te dice que la comunidad cuida el altar y sugiere preguntar en una casa blanca cercana. Caminas hacia allá, pero te detienes en una mesa donde Ana Eleida, de 64 años, y su nieta Cenyi están sentadas.

Ana Eleida te cuenta que no cree en la Virgen sino en Jehová. Dice que el altar se construyó dentro de la iglesia hace 20 años y que el barrio lo ganó como premio. Cada 16 de julio “arreglan” y sacan en hombros a la Virgen del Carmen para recorrer el pueblo. A las vírgenes de otros altares no las pasean, solo a esta; pero sí las lavan y adornan con flores y velas.

Tiene tres hijos vivos y dos fallecidos. Uno fue asesinado 20 días después de regresar a Nuquí, y el otro fue asesinado en Panamá. No quiere recordar los detalles.

“Esa historia es muy dura”, dice.

Le pides que pose para una foto y ella se ríe diciendo que siempre sale fea.

Escapulario de la Virgen del Carmen de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Guatapé (Foto: Aura Reyna).

Enterogermina y ropa limpia

Después de días recorriendo pueblos cerca del mar, odiar la playa es inevitable. La dieta limitada y los problemas estomacales aumentan la incomodidad. La piel quemada y los piquetes de mosquitos en los tobillos agravan la situación. La humedad y el roce de las sábanas no ayudan.

El alivio llega al aterrizar en Medellín. La vista de coches, pavimento y tiendas te trae una sensación de normalidad. Este sentimiento se mezcla con la urgencia de encontrar atención médica.

Pagas una cita particular en la Clínica Sura y esperas impaciente. Compartes la sala con una señora que también se queja del tiempo de espera. Tras un examen médico, la doctora Clío te receta enterogermina y Electrolit.

La ropa huele mal debido a la humedad. El hostal tiene servicio de lavandería. Todo lo que puedas meter en una bolsa blanca de plástico de 30 por 50 centímetros, siempre y cuando puedas anudarla, por la sorprendente cantidad de 20 mil pesos colombianos (unos 80 pesos mexicanos). No es difícil meter toda tu ropa y la de Emanuel. Olvidaste orearla y, ahora, huele horrible, pero la humedad ayudó a compactarla.

En cuanto les entregan la ropa limpia, la vacían en la cama y se recuestan rodeados de la sensación de estar recién bañados a 196 kilómetros del mar y, por fin, secos y con olor a shampoo.

Receta médica de Servicios de Salud IPS Suramericana en Medellín (Foto: Aura Reyna).

Viajar sin reloj 

El camión sale a las 22:40 rumbo a Bogotá. Te despides en silencio de Medellín. Seleccionas uno de los álbumes que tu Spotify decidió no borrar de descargas, Epic Garden Music, de Sad Lovers & Giants, y te quedas dormida. 

Despiertas gracias a un dolor insoportable en la mano izquierda. De nuevo te dormiste sobre el dorso y no puedes enderezarla. Tu teléfono no tiene pila y el de Emanuel, tampoco. No sabes qué hora es. Doblas los audífonos y le das un par de mordidas a tu subway frío. 

Quieres tomar un video de la selva de noche. Tratas de memorizar los detalles: es aterrador pensar en la profundidad de la selva (más, si leíste todos los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, un día antes), las luces amarillas de la carretera alumbran pedazos de las palmeras y plantas. Las casas pequeñas y solitarias son iluminadas por un único foco. Crees recordar la neblina en tus intentos por no quedarte dormida. 

Mapa del metro de Medellín obtenido en el Centro Hostel Medellín sede Córdova (Foto: Aura Reyna).

Un pollo punk en la Nacional de Colombia 

Puedes entrar  a la Universidad  Nacional de Colombia después de que Daniela convence a los vigilantes de la puerta. Enseñas tu pasaporte y caminas. El resto del grupo de amigos, también. En las paredes hay muy pocos espacios libres de ser ocupados por grafitis políticos, stickers, pancartas, esténciles o dibujos. Registras las frases:

La tomba no me cuida

La inspiración se asusta cuando le acercó al cuello el pincel, corcel, carrusel

Muerte el fascista

Rebeldía Popular

Organízate 

Escriba, joven, sin miedo; que en Colombia nadie lee.

Lxs compañerxs caídxs serán vengadxs

Ugh

El gato se enamoró de la rana

Lo que hago le da valor a lo que digo

En caso de crisis, acuda a la literatura

Doy asco

Salto al vacío

Tu colective sin conciencia de clase es puro postureo

No estés triste 🙁 

Por qué les buscamos? Porque les amamos

Te lo advertí

Se lucha Pero no Se ruega. 

MUEK

Mucho “cierren las piernas” poco “guarden las vergas” Iban a encontrarme tirada en algún lado. Iban a decir: “ok, ‘tonce’ ¿Qué le habrá pasado? ¿Qué habrá hecho? ¿Dónde estaba? ¿Cuándo fue que le pasó? Quizá todo esto ella misma lo provocó.

FUERZA PUEBLO

Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones

Siempre hay un amanecer después de la tormenta

MALDITA SEA TU FUTURO FELIZ

¿Otra vez meando? ¿acá?

Las vacas sagradas al matadero

¿Y dónde están mis perrxs profes?

Pinta toda tu facultad

Buenas noches y dulces sueños

Oigan, ¿y la mesa de género?

No se va a caer, lo vamos a tirar

PUNPUNK

PUNPUNK 23´

Pollo Pato Paloma Pun Punk

PRETTY IN PUNK

¿Quién es Pollito Punk?

Pedazo de una taza encontrada en el centro de Bogotá (Foto: Aura Reyna).

Olas de nostalgia (o de los hubiera)

Extrañas Colombia. Extrañas Colombia como un hogar temporal al que se le agarra cariño. No estuviste más de tres días en el mismo lugar, pero aun así te las has arreglado para extrañar después de un mes.

Fingir un acento colombiano para pedir permiso de pasar en las calles. Odiar el “patacón”. Escribir en la muñeca las conversiones de pesos colombianos a mexicanos. Ver con ojos maravillados todos los paisajes. Fotografiar sin cámara.

Encontrar todos los sabores raros o fascinantes. Dormir abrazada al novio. Caminar de noche por las calles fingiendo que conoces la ruta. Extrañar la casa. Extrañar.

Aquí una lista de consejos prácticos para periodistas inseguras que, como tú, buscan escribir su propia historia, más allá de los deseos y expectativas de las demás personas.