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La Pirateca

Imagen: René Zubieta

La Pirateca: escanear libros como un gesto de amor

Karina Feliciano López, becaria / Corriente Alterna el 21 de noviembre, 2021

No mide más de 30 centímetros de alto. Se trata de un objeto tubular, de color negro y construido con un material similar a la fibra de vidrio. De la parte superior se despliega una mirilla, como un periscopio que mira hacia la superficie de la mesa.

–Nos costó como mil quinientos pesos. Lo compramos en internet, en indiegogo.

Hay cinco personas sentadas alrededor de la mesa. Quien habla ahora es una mujer joven, de edad indefinida y que prefiere no hacer pública su identidad.  Basta con decir que ella, junto a otro muchacho también presente, forma parte de La Pirateca: una comunidad anónima que, bajo el lema de “Los libros no se roban, ¡se expropian!”, mantiene una página de internet donde pueden descargarse decenas de libros gratuitamente.

La Pirateca aceptó reunirse con Corriente Alterna en esta cantina del Centro Histórico con la condición de que sus nombres no sean revelados y con la advertencia de que La Pirateca, además, no es un colectivo sino “una red sin integrantes fijos ni organización clara”.

–Tampoco tenemos una “sede” –dice él y señala, después, el objeto tubular al centro de la mesa–. Este es un escáner muy ligero y fácilmente transportable. Un día está en mi casa, otro día está en casa de un amigo en Iztapalapa: va rolando de mano en mano.

Con este método, en apenas un par de años, La Pirateca ha digitalizado más de un centenar de libros de editoriales como Caja Negra, Sexto Piso, Pepitas de Calabaza, Acantilado, Impronta, Almadía, Antílope, Penguin Random House, Dharma Books, Anagrama, Tusquets, Akal y Fondo de Cultura Económica.  Y, aunque no es el único proyecto dedicado a escanear y liberar libros en la red, La Pirateca ha cobrado cierta fama: muchos de los libros que expropian suelen ser caros, a veces inconseguibles o sumamente codiciados.

Su catálogo,  dicen, parte de una “curaduría de la amistad”. Deciden compartir libros por esta vía no sólo por el deseo de cuestionar las políticas editoriales o los derechos de autor; su propósito es mucho más sencillo: compartir libros que los han afectado –libros capaces de generar afectos–, tejer lazos y relaciones de cariño a través de la lectura. 

Pero no todo el mundo está conforme con sus acciones.

El derecho del lector

Ocurrió a principios de 2021, en febrero. La Pirateca anunció en Twitter sus intenciones de digitalizar Poesía reunida e inédita, del autor sonorense Abigael Bohórquez (1936-1995), para “liberarlo” en su página. No tardaron en recibir mensajes, peticiones amables para que se evitaran “problemas legales”, amenazas de demandas.

https://twitter.com/la_pirateca/status/1357172820640337923

A pesar de las advertencias, publicaron el libro para descarga gratuita. 

–Estábamos advertidos de que podría ser un problema, pero no había de otra. Sentimos que no nos dejaron opción.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), en México seis de cada diez personas mayores de edad y alfabetizadas tienen la costumbre de leer.  De estas, sólo 43% consume libros, de los cuales 69.9% son gratuitos; 42.56% lee por entretenimiento, 25.14% por “trabajo o estudio” y 18.52% por “cultura general”. Esto de acuerdo al Módulo sobre lectura (MOLEC) del INEGI para febrero de 2021.

Por si esto fuera poco, la Segunda Encuesta Nacional sobre Consumo de Medios Digitales y Lectura entre Jóvenes Mexicanos, levantada por IBBY México en 2019, registra que sólo 25% de sus encuestados leía poesía. 

Pese a ello, la “liberación” del poemario de Abigael Bohórquez desató un intenso debate en redes sociales. Poco se discutía sobre alternativas para incrementar el número de lectores de poesía; se trataba de poner en duda la legitimidad de sitios como La Pirateca o de revisar la vigencia y alcance de los derechos de autor.

A la polémica se sumó un elemento más: Poesía reunida e inédita, de Abigael Bohórquez, fue una obra patrocinada en 2016 por el Instituto Sonorense de Cultura (ISC).

–Yo creo que [la digitalización y difusión gratuita de libros editados con recursos públicos] no afecta económicamente a los autores: el Estado ya les pagó.

Quien habla es Hermes Ceniceros, propietario de Pequebú Librería, un lugar especializado en autores sonorenses que comenzó en 2020 con la venta en línea y, más tarde, se trasladó a un espacio físico ubicado en Casa Madrid, en Hermosillo, Sonora. 

–En este caso, yo no veo un problema –agrega–. Estos libros, tanto digitales como físicos, se hacen con el dinero de la gente: por eso deben ser accesibles.

Los derechos del autor… y del editor

Pero no todos piensan igual. José Antonio Gebara Saldívar, abogado de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), dice que el autor o titular de una obra, sin importar si ésta se realizó con patrocinio público o privado, debe tener derecho a publicarla por sí mismo o a través de terceros autorizados. Decidir su forma de distribución es, también, su derecho; incluso hacerlo gratuitamente, si así lo decide.

El problema empieza cuando alguien más publica una obra sin autorización. Esto puede interpretarse como una violación a los derechos de autor, que incluyen el de decidir las condiciones de publicación. Violar esta prerrogativa, insiste Gebara Saldívar, genera responsabilidades calificadas por ley como “reproducción ilegal de obra”. 

–Que una obra se reproduzca de forma ilegal tiene como consecuencia que el autor no reciba regalías –dice. 

Imagen: cortesía de La Pirateca

Gabriela Jáuregui, escritora, poeta y editora mexicana, considera “falso” este argumento. En febrero de 2021, cuando La Pirateca subió a su sitio Tsunami 1 y Tsunami 2 (antologías de ensayos de autoras feministas latinoamericanas, ambas compiladas por ella), “se sintió como una rockstar”, bromea. 

–Que tu libro circule libremente en PDF quiere decir que algo hiciste bien: hay gente que quiere leerte y se tomó la molestia de digitalizar tu libro o buscar el PDF y lanzarlo al “estrellato del piratismo”.

Esta emoción fue compartida por las otras autoras que participaron en las antologías, quienes también compartieron el enlace de descarga. Esta acción sólo les trajo beneficios. “Ya se reeditó el Tsunami 2. La primera vez se publicaron cuatro mil ejemplares y vamos por otros tantos. Esto en pandemia y con el PDF circulando libremente, ¡imagínate!”. 

Como cofundadora del colectivo editorial Surplus Ediciones, Jáuregui ha notado que los libros que más se venden y reeditan son los que circulan libremente.

–Uno de nuestros libros más exitosos es Antígona González, de la poeta Sara Uribe. Ese libro estuvo en descarga libre desde el primer día –dice–. A Sara le va bien porque recibe regalías y, además, ese dinero se va a grupos de búsqueda de personas desaparecidas. Siendo una editorial independiente hay suficiente para que la editorial reciba ganancias, el libro se reedite y, además, se distribuya a esta causa.

Pero el abogado Guebara Saldívar insiste en que estas prácticas desestimulan la producción literaria, lo cual afecta a la sociedad entera.

–Además, una cosa es la obra [el texto] y otra los derechos editoriales: el diseño de portada, la formación y maquetación de las páginas, también generan derechos conexos a favor del editor. 

Gebara no es el único opositor a que las obras literarias fluyan gratuitamente por internet. Quetzalli de la Concha, gerente legal y de derecho de autor de Penguin Random House, durante la mesa redonda “Piratería editorial”, de la XLII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería de 2021, describió a proyectos como La Pirateca como mecanismos comerciales, diseñados para monetizar espacios publicitarios e, incluso, para robar los datos personales de los usuarios de internet y después venderlos a terceros.

El afecto y la “ética pirata”

Una computadora está encendida 24 horas al día en algún lugar del mundo. Se trata de un equipo especial: no todas las máquinas logran mantenerse todo el tiempo encendidas, recibiendo y transmitiendo información. Permanecer conectada a toda hora le permite compartir todos los archivos que resguarda con cualquiera que los necesite, gracias a una “red de descarga descentralizada”: la Red Torrent, como le llaman quienes entienden de estos temas.  

–Yo crecí fuera del sistema escolarizado  –confiesa una de las piratecas presentes en la cantina–. Mi madre quería que estudiara en casa y así lo hice hasta la prepa. No tenía escuela pero tenía internet. Ligarme a la comunidad Torrent, compartir películas, libros o software sin restricción alguna, fue fundamental para mi propia formación: yo defiendo que cualquier persona tenga ese derecho. 

Además de no pagarle a Netflix, Spotify o Amazon, se trata de escapar de la lógica de los algoritmos que dictan cuáles contenidos deberías ver o qué información está disponible en línea y cuál no. 

Buena parte de quienes participan en la Red Torrent –explica la otra pirateca presente–, se consideran a sí mismos “guardianes”. Personas responsables de preservar conocimiento: libros, música, películas, software en forma de archivos descargables. Para lograr su objetivo invierten en equipo que pueda descargar y compartir archivos de forma continua sin importar las fallas en el servicio de internet o los cortes de energía. 

La trascendencia
del libro”, exposición pictórica en el Museo de la Ciudad de México. Foto: Galo Cañas/ Cuartoscuro

–En las comunidades de Torrent la retribución no es económica. Se felicita a alguien por haber compartido algún material que necesitabas y conseguiste ahí, o porque el sitio de descarga es muy amigable. Pertenecer implica trabajar de forma no remunerada o, mejor dicho, nuestra remuneración no es económica.

La Pirateca trabaja, además, con un “Sistema de Archivos Interplanetario”: IPFS (InterPlanetary File System, por sus siglas en inglés). Con este método, cada archivo que se comparte se reparte en distintos equipos: si una computadora falla, el resto puede compartirlo de manera efectiva.

–Yo comencé a escanear mis libros por una razón sencilla: tiendo a subrayar mucho, a rayar el papel… –cuenta el joven pirateca–. Pero quería conservarlos intactos en algún lugar. Así que escanear y luego compartir era un gesto muy sencillo. ¡No sabía que eso era ilegal! Yo conocía el mundo a través de internet. Fue hasta la preparatoria que comencé a tomar conciencia de que la realidad se dividía en polos: lo legal y lo ilegal, por ejemplo. Pero el mundo no es necesariamente así.

La Pirateca, por cierto, no alberga publicidad en su sitio. Sus integrantes aseguran que ni siquiera llevan un registro del número de descargas de cada uno de los libros que mantienen en línea. Acumular datos personales no les es posible y, además, lo consideran una traición a la “ética pirata” que privilegia el anonimato como una de sus herramientas.

Eso sí: para poder pagar por los equipos necesarios y mantener los servidores funcionando, La Pirateca recibe donaciones que transparenta en su propia página. También ha establecido alianzas con algunas librerías y negocios locales de la Ciudad de México como El Desastre, La Comezón, Impronta Casa Editora y Cafeleería, donde han instalado alcancías físicas para recibir aportaciones voluntarias.

Alcancía de La Pirateca en una librería de la Ciudad de México / Foto: cortesía de La Pirateca.

“Nos pareció algo hermoso”

Disruptiva. Así califica Hermes Ceniceros la obra poética de Abigael Bohórquez. Por eso, al enterarse de la polémica sobre la reproducción no autorizada de su poemario, el librero y gestor cultural tuvo una idea: anunció que aquellas personas que llegaran a Pequebú Librería con la versión digital del libro obtendrían 40% de descuento en la compra de un ejemplar impreso.

Las ventas del libro aumentaron 200%. 

Ceniceros aprovechó, además, para promocionar otras obras y permitió a las y los lectores de Bohórquez tomar una postura en defensa de los ejemplares impresos.

–La gente que iba y compraba el libro con ese descuento veía ese acto como una proclama: “No nos vamos a dejar”. Hacían el paro, compraban uno o dos libros más, aunque no tuvieran descuento.

La obra de Bohórquez había sido editada con recursos públicos, recuerda Ceniceros. Pero, incluso, para las personas de Sonora resulta difícil obtener sus libros: antes de que La Pirateca liberara sus textos, Bohórquez contaba con poca promoción en las librerías. Conseguir un libro suyo, en otras partes del país, era todavía más complicado.

De acuerdo con datos del Sistema de Información Cultural (SIC) de la Secretaría de Cultura federal, actualmente hay en México una biblioteca pública por cada 16, 883 habitantes. En el caso de Sonora, una por cada 20 mil habitantes. 

Para acceder a un libro físico en Sonora, explica Ceniceros, las personas tienen que ir a ciudades grandes: Hermosillo, Cajeme o Nogales. En los pueblos pequeños no hay librerías ni bibliotecas; y, si las hay, su catálogo es pobre y desactualizado. 

Imagen: Cortesía de La Pirateca

–Ahí es donde te das cuenta que quienes juzgan proyectos como La Pirateca lo hacen desde la ciudad, desde una esfera en donde ellos sí tienen muchas formas de acceder a muchos libros.

La digitalización de la obra de Bohórquez renovó el debate sobre los derechos de autor pero también el derecho de la sociedad a acceder a literatura inspirada en ella. Esta contradicción se agrava con la narrativa de comunidades marginadas o víctimas de la violencia. ¿Por qué las y los autores –en conjunto con editores y empresas editoriales públicas o privadas– pueden usar el dolor de una comunidad con fines literarios sin devolver nada a cambio?

–Empezamos a enviar muchos libros a todo el país gracias a ese escándalo –cuenta Ceniceros–. Gente que había bajado el libro y decía: “De todos modos, yo lo quiero impreso”. 

No sólo eso. A partir del escándalo, cientos de lectores comenzaron a replicar los poemas de Bohórquez: recitaron versos frente a la cámara y desbordaron Twitter con capturas de pantalla de sus poemas. De ser un poeta con poca difusión, el sonorense se convirtió pronto en un símbolo por el derecho a la libre difusión de contenidos. 

–Nunca lo esperamos –dice La Pirateca–. Sentimos que mucha gente, de verdad, descubrió o redescubrió a Abigael. Nos pareció algo hermoso.

El derecho al conocimiento

Pero no sólo se trata de literatura.

Gabriela tiene 24 años. Estudia la maestría en neurofarmacología y terapéutica experimental en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav), del Instituto Politécnico Nacional. 

Desde que era estudiante de licenciatura recurre a artículos y libros digitalizados de descarga libre, pues su elevado costo los vuelve restrictivos y en la biblioteca de la Universidad Autónoma Metropolitana –donde inició sus estudios superiores– los libros disponibles no eran suficientes para todo el estudiantado. Esta práctica –recurrir a material digitalizado– la mantiene hasta el día de hoy.

Para que sus estudiantes accedan a publicaciones especializadas, comenta Gabriela, el Cinvestav adquiere suscripciones. Sin embargo, ella ingresó a la maestría en un momento especial: la pandemia. Tener acceso a libros y revistas resultaba imposible en este contexto. De hecho, durante más de un año y medio ni siquiera tuvo la oportunidad de recibir su credencial de estudiante a causa del confinamiento. Le resultaba imposible, incluso, ingresar a las bases de datos de manera remota.

Para ella, la descarga gratuita de contenidos –digitalizados con o sin autorización de sus autores y casas editoriales– no es cuestión de principios éticos. Tampoco representa una idea disruptiva o un posicionamiento político. Para Gabriela, en muchos casos, esta es la única opción para acceder a cierta información.

Además, piensa que la digitalización y difusión gratuita de contenidos por medios digitales resuelve otro problema: la dificultad de los autores para acercarse a los públicos. Especialmente en el campo científico, explica, la única posibilidad que tienen muchos autores de exponer sus planteamientos es pagando por su publicación en revistas especializadas.

–Hay revistas que aceptan tu artículo, pero tienes que pagar: es muchísimo dinero. Se lucra mucho con la publicación científica. Yo estoy a favor de páginas como Sci-Hub. 

Sci-Hub es un repositorio digital con millones de artículos científicos de descarga libre creado en 2011 por Alexandra Elbakyanr, una desarrolladora y neurocientífica de Kazakistán que ha enfrentado juicios millonarios contra las grandes editoriales científicas de Estados Unidos.

No sólo se trata de actividades ilegales. Los entusiastas de proyectos como Sci-Hub, Pirate-Bay, Library Genesis, Z-Library, quienes participan de la Red Torrent o mantienen decenas de grupos de Facebook o los bots de Telegram que rastrean y comparten “pdf” gratuitos, insisten en que la batalla es por democratizar la información, el arte, la literatura, la ciencia. Que el conocimiento no sea sólo una mercancía.   

“Yo sé que hay gente que no puede pagarse un libro. Y quién soy yo, o mis editores, para prohibirle leerlo. Al contrario, lo que más quisiera es que alguien así lo lea”, subraya Gabriela Jáuregui.

Quién gana, quién pierde

–Nosotros intentamos crear un escáner similar, pero no es tan sencillo.

Quien habla se hace llamar @hacklib, un integrante del Rancho Electrónico, colectivo de la Ciudad de México dedicado a promover el hacktivismo –o activismo digital– como una forma de organización y de autonomía. Como les integrantes de La Pirateca, es un entusiasta de la digitalización de libros y la gestión de bibliotecas digitales independientes.

 –El problema no es tanto el aparato –señala el escáner tubular de La Pirateca, todavía en el centro de la mesa de una cantina–. Teníamos que conseguir los planos de un modelo anterior para mandar a cortar la madera, aprender a armarlo, hackear dos cámaras viejitas, hacer las conexiones necesarias. Pero lo más difícil es la programación, el software: nadie ha liberado el código, hay que partir de cero. Lograr que se detecten bien las letras, que se aplane la página, que quede bonito pues… no es sencillo. 

Los críticos de la cultura del intercambio libre, aquellos que no dudan en calificar de crimen el acto de compartir contenidos sin autorización de autores y editores, pronostican que estas prácticas generarán la extinción de los autores. Sin embargo la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) del INEGI, revela que no existe tal migración de consumidores de libros físicos al universo digital.

La ENDUTIH 2019 indica que, ese año, 56.4% de la población contaba con conexión a internet y 47.3% lo utilizaba para leer libros, revistas y periódicos. Los datos del INEGI para febrero de 2021 arrojan que 72% de la población consumidora de libros lo hace de forma física y sólo 21.47% de forma digital.

La Pirateca
Imagen: René Zubieta

Los libros que difunde La Pirateca suelen resultar inaccesibles por disponibilidad o precio, pero tienen algo más en común: son títulos amados por les integrantes de La Pirateca, quienes defienden que el acto de compartir una lectura no debería obedecer sólo a las reglas de un intercambio comercial.

Por eso, insisten, quienes condenan a los proyectos que difunden contenidos gratuitamente lo hacen por un juicio “moral”, más que lógico. Se les atribuye acciones hostiles y violencia contra los autores, cuando en el fondo ayudan a que su obra sea leída –incluso a que se venda más– a través del cariñoso acto de compartir, como quien presta un libro a una persona querida.

“Nuestra curaduría es el afecto”, precisa una de las piratecas y explica que, gracias a eso, el proyecto funciona como una red de amigues que colaboran de manera permanente o esporádica.

Hoy, la comunidad está integrada por personas expertas en tecnología, leyes, filosofía y literatura.

–A veces nos dicen: “Tú, Pirateca, estás haciendo que tal autor no pueda vivir de su escritura”. Cuando la gente escucha eso, piensa: “¡Claro!”. Pero ¿de dónde vienen esos argumentos y qué intereses representan? Los proyectos de cultura libre poseemos un potencial político: se mete a la ecuación de la lectura un factor que no existía. Que también puedan leer quienes no pueden pagar por hacerlo.