Primer lugar, Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM 2022
El Festival CulturaUNAM y la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) convocaron al Premio de Crónica Cultural con el objetivo de incentivar el periodismo cultural entre estudiantes de educación superior.
La violación de una actriz de teatro, obra presentada en el marco del Festival CulturaUNAM 2022, le sirve de pretexto a Luz Yarazai Santes Simbrón, estudiante de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, no sólo para reseñar la obra sino para hacer una reflexión en torno a la violencia de género presente en cada rincón de la vida cotidiana, más allá de la ficción. El jurado, integrado por María Eugenia Sevilla, Sergio Rodríguez Blanco y Juan Solís le otorgó el primer lugar por su texto: “No estamos solas”.
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Vamos a ver La violación de una actriz de teatro, dije sin pensarlo. El desconcierto en el rostro de mi hermana hizo que cayera en cuenta de la barbaridad que acabada de salir de mi boca. Así se llama la obra, La violación de una actriz de teatro, le aclaré rápidamente. Con un dejo de contrariedad en su mirada, aceptó.
Salimos de casa no sin antes dar santo y seña a nuestra madre de a dónde íbamos, cómo llegaríamos y a qué hora estaríamos de vuelta en casa. Una verborrea informativa absolutamente necesaria para las habitantes de la Ciudad de México, lugar en el que han desaparecido 296 mujeres en lo que va de este año, según datos de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas.
No importa el día, destino, hora o cantidad de usuarios en el andén el Metrobús, siempre viajamos en la sección exclusiva de mujeres. Creemos estar un poco, y sólo un poco, más seguras en el primer vagón. Las cifras de una encuesta realizada en 2018 por ONU Mujeres y el Gobierno de la CDMX no son alentadoras. El 96 por cierto de las mujeres han sido víctimas de algún acto de violencia en el transporte público.
Hace unos meses mi hermana me contó que, mientras viajaba con un grupo de amigos en el Metro, un desconocido le tocó la pierna a una de sus compañeras. Estratégicamente, el tipo agredió a la chica justo antes de que las puertas se cerraran y bajó del convoy tan rápido que ni siquiera alcanzaron a insultarlo. “No le digas a mi mamá o ya no me va a dejar salir sola”. Estuve a punto de echarle encima un discurso sobre por qué no tendrían que “castigarla” limitando su movilidad, pero recordé que, a su edad, yo hice lo mismo muchas veces: guardar el secreto.
Mi hermana se entretiene enviando mensajes de texto mientras yo releo la sinopsis de La violación de una actriz de teatro. Trato de deducir por qué Carla Zúñiga revela la apoteosis de su obra en el título. La actriz recuerda, repentinamente, un episodio de vida; de pronto todo se ha resignificado; reflexionaremos sobre la violencia sexual y los obstáculos que encuentran las víctimas al aceptar sus propios episodios de abuso. Todo está ahí, una obviedad subrayada con marcador fosforescente.
Ingreso el nombre de la autora al buscador y descubro que es chilena. Ha ganado varios premios y, en sus propias palabras, su trabajo se ha centrado en el feminismo y las disidencias sexuales. Inevitablemente vienen a mi memoria imágenes de la movilización estudiantil feminista de Chile en 2018. Aquel año formaba parte de un grupo de mujeres disolutas, ellas marcaron un antes y un después en mi forma de mirar el feminismo. Su incidencia fue tal, que el año siguiente, por primera vez, tuve la osadía de unirme a la marcha del 8M.
¿Te consideras feminista?, le pregunto a mi hermana. Después de pensarlo unos segundos responde que sí. Apoyo el movimiento, pero no hago mucho… no sé si me explico, añade. No indago más porque mi curiosidad sólo está puesta en si ella se pronuncia explícitamente feminista. No recibo la misma pregunta de regreso; no sé qué hubiera respondido, porque lo cierto es que yo nunca me he nombrado parte del movimiento.
Llegamos al Centro Cultural Universitario sin contratiempos. “Dos para La violación de una actriz de teatro“, digo modulando el volumen de mi voz, como previniendo el escándalo de un escucha omnipresente. En realidad, soy yo quien se siente intimidada ante la potencia expresa del título de la obra. ¿Por qué la autora eligió ese nombre? Esta pregunta me produce una especie de comezón cerebral que espero aliviar al ver la puesta en escena.
Inicia la función. Amanda Schmelz y Karla Camarillo se nos presentan con una voz potente. No pasa mucho tiempo cuando la actriz, que se niega a actuar frente a la pantalla, le confiesa a su productora que fue violada. No es ninguna sorpresa para el espectador. Avanza la obra al mismo tiempo que la tensión entre ambas mujeres incrementa. Finalmente, el hilo se rompe. El violador es nada más y nada menos que el dramaturgo que escribió eso que debe actuar frente a la pantalla. Violador también de la joven con quien conversa, de ella y muchas otras chicas.
Todas las víctimas sufrieron el mismo abuso en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones. Un camerino vacío y una mujer observando en silencio desde la puerta. La actriz no sólo pasó años negando su propia violación, sino que guardó silencio cuando fue testigo del abuso de las otras. Ahí estaba mi respuesta.
Carla Zúñiga declaró que escribió el texto durante la pandemia de 2020. Su motivación parte de un caso de violación que aconteció en la universidad en la que estudió. “Denunciamos a un estudiante de actuación que había abusado de mujeres tiempo atrás y a partir de esa denuncia muchas otras mujeres denunciaron que habían sido abusadas por el mismo tipo”, explicó.
En muchos casos de abuso, el silencio se viste de aliado cuando la víctima siente vergüenza, miedo o incertidumbre. Sin embargo, está inevitablemente coludido con los agresores. Por ello, llamar La violación de una actriz de teatro a una obra cuyo núcleo es la violación de una actriz de teatro no es ningún spoiler. Tampoco se trata una estrategia de marketing para hacer más atractivo el producto de consumo.
Ficticia o real, vivencia propia o anécdota ajena, la violencia sexual hacia las mujeres debe ser nombrada. El silencio, los eufemismos o las metáforas perpetuan el abuso. Nombrarlo con todas sus letras, incomoda porque obliga a reconocerlo, a posicionarte frente al problema.
Salimos de la función. ¿Te gustó la obra?, interpelo a mi acompañanta adolescente. Sí, aunque me confundí al final. ¿Quieres unas papas? Dejo las reflexiones intensas para después, no es mi intención abrumarla. Mi hermana le envía un mensaje a nuestra madre para avisarle que vamos de regreso. Caminamos en dirección al Metrobús. Cruzamos el circuito de CU. Subimos el puente. A pesar de que está suficientemente iluminado, el silencio y la oscuridad de la noche encienden mi estado de alerta. Estamos solas. Acelero el paso. Mi hermana me toma de la mano. Su gesto es reconfortante ante mi preocupación de que algo nos pueda pasar. ¿Qué vas a hacer mañana? Ahora es ella quien me invita conversar. Sé que el mensaje detrás de esa pregunta trivial es: no estamos solas.