CU
Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual
Erupción del volcán Paricutín, en Michoacán. Foto: Especial

“Los de las orejas perforadas”: un museo comunitario para preservar el pasado purépecha

Karen Salazar, reportera; Alejandro Castro, mentoría / Corriente Alterna el 17 de junio, 2023

El autobús se detiene en una desviación de la carretera, 32 kilómetros después de Uruapan, Michoacán, viajando desde la capital, Morelia. Es el poblado de Angahuan, donde se ubica el museo comunitario Kutsïkua Arhákuchari K’umánchikua, que en español significa “Los de las orejas perforadas”.

“Es fácil llegar; allí pregunte”, fue la instrucción de Manuel Sosa, el hombre detrás de la iniciativa con la que se busca proteger el legado tangible e intangible de esta comunidad de 6,727 habitantes, 99.75% población indígena. Un pueblo que el 20 de febrero de 1943 vio nacer al volcán más joven de México el Paricutín.

La instrucción de Manuel, purépecha de 63 años, no fue tan sencilla como sonaba. Tras caminar 20 minutos sobre calles de terracería hay que tomar una vía recta que mira de frente al Paricutín. Otros cinco minutos a pie y se llega al museo.

Fachada de roca y puerta de madera de un metro de ancho por dos de alto. Para entrar es necesario caminar sobre un pasillo angosto y pequeño, cubierto con tejamanil, un acabado parecido a las tejas de madera.

Museo comunitario Kutsïkua Arhákuchari K’umánchikua. Foto: Karen Amparo Salazar

En apariencia es una casa típica de Angahuan, de techo triangular con cubierta de tejamanil y asbesto. La razón es simple: la arquitectura original no fue pensada para un museo; es una propiedad cedida por el propio Manuel Sosa, quien desde hace cinco años, por lo menos, tenía la inquietud de contar con un espacio para exhibir y resguardar el pasado de su pueblo, uno de los sitios más emblemáticos de Michoacán.

Angahuan proviene del purépecha Angahuani, que significa “lugar después de la pendiente”. Desde esa comunidad, en aquel entonces formada por 1,098 habitantes, se vio a la lava del volcán enterrar el pueblo vecino, San Juan Parangaricutiro, donde quedó expuesta únicamente la cúpula de la iglesia.

Volcán Paricutín, a 80 años de la primera erupción en 1943. Imágenes: Google Earth Studio

A 80 años de la erupción que marcó la historia de la región, hoy en día las personas de la comunidad ofrecen visitas guiadas hacia las ruinas que dejó el volcán. Parte de la tradición de Angahuan se nutre del nacimiento del Paricutín, pero esconde también otras memorias, cuenta Manuel Sosa.

Ahí se celebran tradiciones como la fiesta dedicada a Santiago Apóstol, en julio, figura mítica en el mundo católico y de gran importancia en la herencia cultural novohispana. Además, se preservan otros rituales como la ceremonia de “la limpia del agua”, en febrero de cada año.

Con el recinto museográfico se busca rescatar, precisamente, la cultura material de la comunidad, pero también la tradición oral de antes, durante y después del nacimiento del volcán.

Un guía con mucha memoria

El museo Kutsïkua Arhákuchari K’umánchikua abre solo los domingos, el único día que es posible atenderlo. En la entrada, Manuel da la bienvenida. Las personas de la comunidad le llaman “Tata”, como muestra de respeto hacia él.

Manuel Sosa es padre de familia, traductor purépecha-español y auxiliar de investigación en El Colegio de Michoacán. Realizó estudios de Filosofía en el Seminario Mayor de Jacona sin ordenarse como sacerdote. Actualmente dirige el museo.

En la comunidad, a Manuel Sosa le apodan el ‘Tata’, a manera de respeto. Foto: Karen Amparo Salazar

Camina despacio, con cierta dificultad. De poco más de 1.60 metros de estatura, carácter amable y sonrisa ancha, habla con gracia de su vida y recuerda anécdotas ocurridas en el museo. Viste de manera informal: camisa a cuadros, pantalón de mezclilla, botas y cinturón negros, chaqueta café y gorra azul con el número 68 inscrito en ella.

El lugar abarca, aproximadamente, 15 metros cuadrados sin contar el jardín. Solo hay una sala de exhibición y, por lo compacto del espacio, la museografía es irregular y luce un tanto apretada.

Los núcleos expositivos se dividen a través de pequeñas cédulas que describen los usos y costumbres del pueblo de Angahuan.

En una esquina hay cajas empolvadas con libros y algunas vasijas esperando un lugar de exhibición. Cuenta Manuel Sosa que, incluso, hay material en su casa, pues el museo no puede resguardar todo el material que posee. Sencillamente, no cabe.

El espacio es reducido porque no le otorgaron un lugar que fuera satisfactorio, cuenta.

“Un párroco que estuvo antes en el pueblo dijo que nos iba a prestar un espacio, pero no cumplió con su palabra. Me ofrecieron un espacio en donde es, actualmente, la Casa Comunal; pero no nos gustó porque ahí se cita a las personas demandadas y ahí se hacen careos y gritos. No me pareció un buen lugar”, relata.

El museo necesita de trabajo museográfico y curatorial. Sin embargo, las obras exhibidas sí responden a la memoria y las tradiciones de la gente del pueblo.

Piezas exhibidas en el museo
Utensilios prehispánicos exhibidos en el museo comunitario de Angahuán. Foto: Karen Amparo Salazar

Hay vasijas, textiles, petrograbados, juegos de tradición prehispánica. Todos los objetos cuentan el pasado histórico de Angahuan.

La mayor parte de la obra expuesta ha sido donada por los propios vecinos de la comunidad. Algunas se conservan de generación en generación y otras provienen de hallazgos, resultado de excavaciones accidentales hechas por agricultores.

En el recorrido, Manuel Sosa se detiene a contar más a detalle una obra exhibida: la réplica de una prenda similar a un rebozo que, según cuenta, es utilizado con fines rituales para la ceremonia conocida como “la limpia del agua”; la prenda es enarbolada por mujeres descalzas y la utilizan para “capotear” a los toros.

El “Tata” subraya la calidad de réplica de las obras exhibidas, pues el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) le tiene prohibido exhibir las piezas encontradas en la propia comunidad.

Está apegado a los lineamientos oficiales aunque, afirma, la institución le recogió parte de las obras originales que resguardaba y nunca regresó a compartir nada con el museo comunitario.

No obstante, buscando el lado amable, recuerda a otras personas que sí han sumado.

“Aquí llega mucha gente: museógrafos, vulcanólogos; algo tiene el museo. De pronto se me atraviesan aquí y yo, siempre, pidiéndoles una conferencia”, dice con entusiasmo.

Preservar la historia, sin dinero

El museo comunitario Kutsïkua Arhákuchari K’umánchikua subsiste de donativos voluntarios de los visitantes. Foto: Karen Amparo Salazar

El museo Kutsïkua Arhákuchari K’umánchikua no recibe financiamiento público ni es sostenido por la filantropía privada o fondos internacionales. Es un proyecto comunitario autogestivo.

Manuel Sosa no tiene un salario; por el contrario, con sus recursos absorbe las cuentas del mantenimiento y le dedica su único día de descanso, el domingo.

Hasta el momento, las aportaciones voluntarias de los visitantes son el principal sostén financiero.

A ratos, el hombre ha pensado en cerrar el recinto. A la falta de recursos se suma la apatía de la propia comunidad, lamenta.

Angahuan es un pueblo originario que se rige por el estatuto comunal de usos y costumbres, mismo que incluye una política que salvaguarda las tradiciones que el pueblo posee.

En el Plan Comunal de Desarrollo de la Comunidad Indígena de Angahuan, actualizado en julio de 2022, se prevé un presupuesto directo del autogobierno indígena para la organización del archivo histórico de la comunidad, el fortalecimiento a los espacios turísticos y la preservación y promoción de la cultura.

No obstante, Manuel asegura que no ha recibido ningún apoyo por parte del Consejo de la comunidad, ni antes ni ahora.

“El apoyo comunal es nulo. Así lo digo, como es. Hasta la fecha no ha habido ningún apoyo. Yo, muchas veces, los he invitado para que conozcan el espacio… para que vean la riqueza de lo que tenemos”, señala.

Aun con altibajos, el “Tata” afirma que su proyecto sigue en pie. Además de ser un espacio comunitario, es parte de su plan de vida, incluso después de que se jubile.

“Primero tengo que tener muy presente qué va a ser de mi futuro, no me imagino llegar a la vejez y estar sentado esperando la muerte”, se sincera.

El museo enfrenta muchos retos. El primero, conservar y proteger el acervo; pero, también, atraer a más visitantes, incluso de la propia localidad.

La tecnología podría ayudar, pero Manuel Sosa le tiene cierto recelo.

“Depende del uso que le des; el teléfono viene con mucha basura y la juventud está tan metida en el teléfono”, alega ante la posibilidad de usar las redes como una vía para darse a conocer.

Al mismo tiempo, acepta estar rebasado. “Me quedé anclado en el pasado, ya me ganó la tecnología”.

A pesar de sus diferencias con la tecnología ha buscado adaptarse. Cada que puede aprovecha la oportunidad de generar contenido en las redes sociales del museo

 . También desea digitalizar material fotográfico y oral para exhibirlo, así como tener mejores materiales para el correcto montaje de las obras.

El hombre purépecha dice sentirse satisfecho por devolver algo a su pueblo, por encima de la indiferencia comunal y la falta de apoyo.

“Alguien me había preguntado: ‘Manuel, ¿no te sientes tú decepcionado por haberte metido en un proyecto de esa magnitud?’ Le dije: No. Más bien, me hubiera sentido yo decepcionado al tener un sueño y no haberlo intentado”, concluye.