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Un canto en el Metro, para poder vivir
atención psicológica por covid

Fotos: Alberto Rea

La ansiedad de quienes atendemos la ansiedad

Karina Feliciano López, becaria / Corriente Alterna el 14 de julio, 2020

Desde principios de la contingencia, las facultades de Psicología y Medicina de la UNAM han brindado atención psicológica a distancia a personas afectadas por la emergencia sanitaria. Decenas de miles de voces han sido escuchadas por personas como Karina Feliciano, cuya misión es controlar las crisis emocionales y las ideas suicidas de la gente para construir estrategias de cuidado y salud mental.

Cuando llega esa señal tomo aliento antes de responder: “Prepárate, usuario entrante”.

Estoy en mi habitación. Hay un planisferio pegado al muro, un esquema del sistema solar, una tabla periódica y una frase de Ray Bradbury pintada con rojo: You fail only if you stop writing. Hojas y libretas están regadas junto a un regulador de luz que a veces funciona como posavasos. Mi computadora descansa sobre una mesita de madera cubierta por un mantel de plástico. Ahora muestra la interfaz del programa Anydesk. Antes de ingresar al sistema debo tener preparados los archivos de Excel con los expedientes, cuestionarios, directorios, agenda y cualquier material necesario.

El principal objetivo de este servicio es ofrecer apoyo y atención psicológica ante cualquier situación de inestabilidad emocional, además de reducir riesgos de autolesión o muerte.

Tengo 23 años.  Estoy en el décimo semestre de la carrera de Psicología. Desde el 17 de marzo el Centro de Servicios Psicológicos de la Facultad de Derecho dejó de dar atención presencial debido a la contingencia sanitaria. Opté por integrarme al programa de Atención Psicológica a Distancia que forma parte de la estrategia nacional “Mi salud también es mental ante el covid-19”. No hay pago, aunque es la primera vez que hago algo así. No me arrepiento, estas habilidades me serán útiles. En los últimos meses he tomado cursos para ofrecer primeros auxilios psicológico, atender a personas después de un evento traumático o que tengan en mente atentar contra su vida. Estos últimos son los casos que más temo. 

Foto: Alberto Rea

La primera semana de servicio, por ejemplo, hablé con una persona que estuvo a punto suicidarse antes de llamar. Aunque mantuve un tono tranquilo, estaba asustada. Desde otra zona de la ciudad mi supervisora me escribía por WhatsApp: “Vas muy bien, buena retroalimentación”. Pero yo temía decir algo que reforzara sus intenciones, estaba tensa. Cuando la voz al otro lado del teléfono me dijo que ya estaba mejor, le di algunas referencias de emergencia y una cita para la siguiente semana. Pero no llamó más.

Normalmente atiendo de dos a tres llamadas al día. Lo recomendado es no tomar más de cinco en un sólo día, para evitar la sobrecarga de estrés. Para mí es difícil atender a los adultos mayores: hablan y cuentan tantas cosas y no quiero interrumpirlos para que me precisen el motivo de su consulta. Los intentos de suicidio son un problema común, lo tengo claro. Incluso la ONU alertó sobre un posible aumento de suicidios en el mundo.  Del 23 de marzo al 4 de mayo de 2020 se proporcionaron 23 mil 622 servicios de atención psicológica; de estos, por lo menos 335 fueron servicios especializados por violencia y riesgo de suicidio o autolesión.

Desregulación emocional

Vivo en Valle de Chalco, Estado de México. Aquí la pandemia comenzó a sentirse hasta que se declaró la Fase 3: sólo en ese momento parecía obligatorio usar cubrebocas, mantener la sana distancia, evitar reuniones y cerrar algunos comercios. No todos atendieron las recomendaciones, algunos lo hicieron sólo durante una semana. 

Para poder ofrecer este servicio tuve que encontrar un espacio donde no se fuera la luz de golpe y el ruido no interrumpiera la llamada, con una buena señal de internet. Este rincón de mi cuarto es ahora mi hogar: aquí tomo mis clases, preparo mis trabajos finales, leo, hago reuniones; aquí tomo la llamada de mi psicóloga, recibo a los pacientes; aquí como.

A veces es demasiado.

Hay días en que simplemente quiero salir de mí.

De acuerdo con el artículo “Consideraciones sobre la salud mental en la pandemia de Covid-19” firmado por Jeff Huarcaya-Victoria, con la ausencia de comunicación interpersonal es más probable que aparezcan trastornos depresivos y ansiosos o, si ya existen, que empeoren. Además, no se sabe cómo impactará la pandemia a personas con un trastorno psiquiátrico diagnosticado antes, además de los problemas que podrían enfrentar en caso de contagiarse.

Lo dijo el Dr. Juan José Sánchez Sosa en una conferencia del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad de la UNAM titulada Salud psicológica en tiempos de pandemia: las fuentes de estrés cambian en función del tiempo de cuarentena. Después de los diez días, el temor a la infección se nutre de la dificultad misma de mantener el confinamiento. A la frustración, el aburrimiento, la sensación de aislamiento u otras más derivadas del encierro, hay que sumar las preocupaciones económicas: la inestabilidad laboral, los despidos, las licencias sin goce de sueldo, el ahorro insuficiente. 

Todo esto se traduce en algo conocido como “desregulación emocional” y que disminuya nuestra percepción sobre la capacidad para resolver problemas. Esto dificulta que muchos soliciten ayuda o atención psicológica. La pandemia generó una ansiedad distinta a la que ya existía, con sus propias manifestaciones y angustias. 

Recuerdo que una vez llamó un usuario especialmente temeroso de contagiarse. Tenía tanto miedo que se lesionó  intentando mantenerse lo más limpio posible. Estos casos no son los más frecuentes. La mayoría de las personas sólo requieren de una técnica de relajación, algunos otros son referenciados a otro servicio. Pero, esta vez, el usuario insistía en que no tenía internet en casa y estaba tan alterado que no podía prestarme atención. Todo lo que me había sido útil durante los meses anteriores no funcionaba con él.

Me sentí avergonzada. 

Sé que no hay dos ansiedades iguales, que debí buscar una estrategia personalizada para él… pero no acertaba. Una cascada de pensamientos me inundó entonces. No sabía si estaba haciendo un buen trabajo y sentí que, tal vez, lo mejor sería renunciar, olvidarme de esto. Las llamadas pueden contagiarte el estrés y no es raro quedarse con esta espina: ¿en verdad nuestro trabajo ayuda a la gente? Por eso es tan importante cuando alguien nos da las gracias y nos dice: “Ya estoy más tranquilo ahora”.

Buscar atención psicológica como quien va al dentista

Cada llamada dura entre 45 y 50 minutos, a veces una hora. Cuando una persona marca por primera vez tengo que aplicar el Cuestionario de Detección de Riesgos a la Salud Física y Mental. Esto me ayuda a detectar peligro y a brindar ayuda especializada. Si en la evaluación se detecta que los usuarios necesitan atención distinta o más específica se  intenta vincularlos con algún otro servicio de salud.

Resulta inevitable que los casos nos afecten. Me acuerdo, por ejemplo, de una mujer que llamó simplemente para hablar con alguien: su pareja había difundido fotos de ella sin su consentimiento. Es frustrante comprobar que este y otro tipo de violencias de género persisten durante el confinamiento. Ese día me quedé 45 minutos más después de mi turno, me sentía responsable de brindar información útil, escuchar y generar un plan de protección. Antes de terminar la sesión la llamada se interrumpió y aunque intenté marcarle de vuelta no pude contactarla ni por correo electrónico. Esto sucede a menudo.

El servicio de Atención Psicológica a Distancia de la UNAM recibe llamadas de quien lo necesite, sean o no universitarios. Más de la mitad de las personas atendidas han sido población abierta, una cuarta parte pertenecen a la propia comunidad y un 21%, personal de salud.

Escuchar los problemas emocionales de los individuos implica mirar de cerca los efectos de la crisis sanitaria. Recuerdo otra llamada: era un paciente diagnosticado con trastorno previo de ansiedad generalizada; sus síntomas se incrementaron a partir del aislamiento y no tenía fecha para una cita de seguimiento. Preguntaba si era pertinente que modificara su tratamiento: quería disminuir paulatinamente su dosis de pastillas. Yo no podía dar un servicio psiquiátrico, así que le ofrecí estrategias de relajación y lo motivé a implementar una estrategia de autocuidado. Sin embargo, él insistía en dejar el medicamento. Las pastillas lo hacían sentir “distinto”, decía. El estigma en torno a la salud mental está allí todo el tiempo: es raro, todavía en estos tiempos, que alguien busque un servicio de salud psicológico y psiquiátrico de manera natural, como quien acude al dentista.

Aprender de nuevo a curarnos

Antes del encierro intentaba hacer tres comidas al día y dos colaciones, pero esta rutina ha sido imposible de seguir. Para no estresarme demasiado tengo que hacer lo mismo que les recomiendo a los usuarios. Todos necesitamos prácticas de autocuidado, entender que la comunicación es vital en estos momentos. Mi supervisora siempre me recuerda que puedo hablar con ella si tengo cualquier duda, insiste en la importancia de establecer hábitos, de comer, asearme, beber agua, dormir, mantenerme en movimiento, tener momentos recreativos. Es importante no dejarse atrapar por el momento, por esa ansiedad propia de esta pandemia cuyas manifestaciones nos son desconocidas todavía. Necesitamos aprender de nuevo a cuidarnos.

Después de atender una llamada, me obligo a detenerme y hacer ejercicios de respiración diafragmática, de tensión muscular; recuerdo mi curso básico de manejo de estrés y repito que se vale sentir miedo o molestia. No siempre es fácil, a veces lo olvido.

Sobre la mesa, a un lado del teclado, suelo tener un rociador de agua. Es para ahuyentar a los perros –tengo tres: Blacky, Doggo y Rocko–que usan como escondite un hueco debajo de la mesa. No quiero que interrumpan las llamadas con sus ladridos.