Mientras millones de niños toman clases por televisión, un pequeño sector acude a la escuela… o, para ser precisos, a alguna modalidad de escolarización presencial: escuelitas clandestinas, “burbujas” de unos cuantos niños, guarderías instaladas en departamentos disfrazadas de “terapias”. Modelos de educación o convivencia infantil que han florecido a contrapelo de la prohibición oficial de la enseñanza presencial. Corriente Alterna platicó con madres y especialistas que han recurrido a estas opciones de escolarización.
Durante los primeros cuatro meses de pandemia Laura Ferreiro se negó a sacar de casa a su hijo de apenas dos años. Hasta julio se atrevió a dar una caminata con él. Le conmovió la sorpresa del pequeño ante el rugido de los camiones que circulaban por la colonia Santa María la Ribera y los aviones que surcaban el cielo. El niño había tenido unos cuantos meses para apreciar el mundo antes de que, por la emergencia sanitaria, cerraran parques, escuelas, museos.
Chihuahuense, tras concluir una maestría en administración y trabajar durante más de 15 años en aduanas, Laura se mudó a la Ciudad de México para dedicarse por entero a la crianza de sus hijos, una niña, de 5 años, y el menor, de 2 años. En aquella breve caminata por el barrio entendió que el confinamiento estaba alterando uno de los periodos más importantes para el desarrollo de ambos. En su tierra hubiera contado con el apoyo de una familia extendida para que sus hijos pudieran convivir con otras personas.
—Pero el núcleo familiar se disuelve en la ciudad —dice con nostalgia del norte.
Fue entonces que, platicando con otras amigas sobre los problemas de la maternidad en tiempos de pandemia, alguien mencionó la posibilidad de que sus hijos pudieran seguir acudiendo a clases presenciales, a pesar de las restricciones sanitarias, con otro pequeño grupo de niñas y niños.
Mientras la Secretaría de Educación Pública (SEP) advierte que las actividades escolares presenciales quedarán suspendidas hasta que las respectivas entidades pasen a semáforo epidemiológico verde, en la práctica y desde hace meses, las familias han aprendido a organizarse para que, en los patios o jardines de sus casas, las niñas y niños puedan tener un espacio aprendizaje y socialización bajo el cuidado de un docente profesional, mientras el resto de la familia trabaja.
Le llaman “escuela burbuja” y son una alternativa que las familias han encontrado para que niñas y niños continúen su educación de manera presencial y en compañía con sus pares. No es la única opción. A un año de que la SEP anunciara la suspensión de clases, madres y padres han tenido que buscar y construir nuevas formas de apoyar el desarrollo infantil, aunque eso signifique romper las reglas impuestas por las autoridades educativas y de salud.
Escuelitas clandestinas
No tiene un letrero que lo identifique como centro escolar. No hay inscripciones ni documentos de por medio. Ubicada en una casa, con habitaciones modificadas para el cuidado de niñas y niños de entre uno y 7 años de edad, esta guardería ha dado servicio a vecinos de una colonia cercana al metro Taxqueña desde hace más de 25 años.
Quienes pasaron sus primeros años en estos espacios, hoy “encargan” a sus hijos en la misma escuelita mientras trabajan o realizan actividades personales. El acuerdo es informal: por un pago que no rebasa los 2 mil 500 pesos al mes, los pequeños reciben cuidados de higiene, atención y alimentos. A pesar del semáforo epidemiológico, la responsable –quien, además, vive allí con sus propios hijos– recibe con el cubrebocas siempre puesto a las niñas y niños que le son “entregados”: entre cinco y ocho cada día, sin horarios fijos.
Aunque el ruido de los niños es notorio en casi toda la cuadra, el Instituto de Verificación Administrativa de la Ciudad de México (INVEA) no lo detectó durante el operativo realizado para ubicar escuelas en operación, luego de que la Asociación Nacional de Escuelas Particulares (ANEP) amagara con reiniciar clases presenciales el primero de marzo. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, informó que no se encontró ninguna escuela funcionando.
La realidad es que el INVEA sólo revisó 59 planteles durante ese primer día. En su registro público consta la suspensión de restaurantes, bares y hasta tiendas de bicicletas, pero, hasta ahora, no se ha recibido una sola denuncia o queja por escuelas que hayan continuado operaciones, aunque el enlace de comunicación del INVEA advirtió que continuarán realizando recorridos.
Aunque no a todas las familias les gusta el calificativo de escuelitas clandestinas, están en todas partes. Lo dice Minerva Anguiano, docente y madre soltera, quien ha decidido cargar a todos lados con su hijo de seis años y enfrentarse a los guardias de seguridad y encargados de negocios, quienes le repiten cosas como “no puede pasar con el niño” o “déjemelo aquí en la entrada”. Por esta razón, últimamente prefiere el tianguis al supermercado. Allí, la vendedora de fruta también tiene a su hijo consigo, debajo del puesto, sobre un cajón.
—Los grandes rechazados han sido los niños —dice y explica que hay escuelitas y “burbujas” en todos lados—. Me han contado de la Portales, de la Nápoles, de Satélite.
Los precios pueden variar: desde 200 pesos por hora, para niños en grupos de no más de tres, hasta 18 mil pesos al mes por grupos de hasta ocho niños, de 9 de la mañana a 1 de la tarde.
Existen padres que pagan, además, por resguardar a sus hijos en domicilios particulares en donde, con un horario amplio, se ofrecen servicios educativos y lúdicos a grupos de niños de manera presencial. Hay quien les llama “terapias”, para evitar cualquier señalamiento.
“Las terapias son en un mismo horario escolar, pero más caro —admite Minerva—. Las llaman así porque quienes las imparten tiene permiso de terapeutas. Funcionan en edificios donde, originalmente, se daban terapias de lenguaje o similares, pero que ahora atienden grupos. Hay quienes decidieron perder el año [de enseñanza escolarizada], pero sí pagan las ‘terapias’ : 8 mil pesos al mes por niño”.
Minerva sabe todo esto porque, como madre soltera, ha intentado buscar opciones. Aunque trabaja en casa, tiene que pensar dos veces antes de decidirse a salir. No puede dejar a su hijo con su mamá, por el riesgo a exponerla. Pero, aun así, se muestra renuente a “encargar” a su hijo en uno de estos espacios: no es sólo el tema económico, es el miedo al contagio.
—No quiero vivir con el Jesús en la boca —confiesa y señala que, por lo menos, conoce de una “escuela burbuja” en donde se registró un brote de contagios—. Hay niños que sí la pasan mal. Una niña estuvo hospitalizada.
A la fecha, ningún modelo de educación presencial está permitido por la SEP mientras no existan las condiciones generales para el regreso a esta modalidad; pero tampoco hay regulaciones sobre las alternativas que ya operan. Ha sido más sencillo negar su existencia.
Escuela “burbuja” para escapar de las pantallas
Si se pone atención, en más de una calle de la colonia Roma se pueden escuchar los gritos de niñas y niños que juegan en alguna de las “escuelas burbujas” que han organizado los padres de la zona.
Desde antes de que estallara la pandemia, Citli Amezcua Baños ya pensaba en tener un espacio de convivencia entre los hijos de su red de amigas. Hoy, el jardín de su casa, al norte de la Ciudad de México, se ha convertido en uno de esos lugares donde las voces infantiles resuenan durante toda la mañana, al menos dos días de la semana.
“Una escuela burbuja”, define Citli, madre de un niño de ocho años y otro de dos.
El modelo es sencillo. Tal vez, por eso, es cada vez más extendido: bajo la tutela de una profesora de preescolar, las familias organizan reuniones de aprendizaje y convivencia en lugares fijos o turnándose entre distintos domicilios que cuenten con espacios abiertos.
Las familias deben comprometerse a maximizar los cuidados para evitar contagios. Existen medidas obligatorias: usar gel desinfectante y procurar sana distancia; no compartir materiales didácticos. Además, cada familia debe avisar si sale de vacaciones. La profesora, por su parte, debe utilizar careta y cubrebocas durante las sesiones, así como realizarse pruebas con regularidad para descartar la enfermedad.
Pero, lo que realmente caracteriza a la “burbuja” es su dimensión: asisten entre cuatro y ocho niños, no más.
Aunque las autoridades educativas no reconocen públicamente su existencia, es fácil conseguir información en las redes sociales sobre cómo conseguir una profesora para una “burbuja”.
—Me di cuenta de que las misses que ya tenían trabajo, en kínderes o primarias, algunas se quedaron sin chamba en la pandemia porque cerraron escuelas o les bajaron el sueldo —explica Citli—. Yo contacté a una miss a través de un servicio que encontré en un grupo de Facebook.
Para Verónica, comunicóloga de 48 años, la “escuela burbuja” fue una solución ante la presión simultánea de su trabajo a distancia, la escuela en línea de su hijo de seis años y el trabajo del hogar. Terminó por organizarse con otras mamás para formar un grupo con otras cuatro niñas —que cursan tres grados escolares—, quienes hoy toman clases en un jardín bajo la tutela de una maestra “al estilo Montessori”.
Hoy, su hijo sigue tomando las clases de la escuela privada vía Zoom, pero también disfruta de la interacción personal con su grupo “burbuja” en una colonia de Coyoacán. La relación con su hijo ha vuelto a ser cariñosa, lejos del estrés que ambos tenían cuando sólo había educación en línea. Ella le ha llegado a preguntar qué le gusta más: la “burbuja”, la escuela tradicional o el aprendizaje en línea. “Me dice: primero ‘burbuja’, luego escuela y, al final, la escuela en casa.”.
Pero ella también admite que las “burbujas” son posibles desde cierto privilegio: en su “burbuja” el precio por niño es de mil 600 pesos mensuales. Además de lo económico, hay que superar el miedo. Porque las “burbujas” son una apuesta no exenta de riesgos.
—Si queremos seguir con el proyecto, que todo salga bien, todos nos tenemos que cuidar —advierte Citli.
A principios de febrero, cuenta, una persona de su burbuja anunció que dio positivo a COVID-19. De inmediato, las otras familias corrieron a realizarse la prueba. Aunque no hubo más resultados positivos, se suspendieron las sesiones durante dos semanas.
¿Y en otros países?
En países como España y Argentina, desde noviembre de 2020 e inicios de 2021, respectivamente, se ha institucionalizado el modelo de “burbujas” para regresar escalonadamente a las aulas. En ambos casos, cada “burbuja” escolar opera en un salón y no interactúa con otras. En el caso de la región de Cataluña, en España, apunta el diario El País, el debate entre el modelo “burbuja” se resolvió cuando los resultados de los departamentos de Educación y Salud indicaron que la transmisión del coronavirus ha sido tan baja que no se pueden relacionar los brotes de la enfermedad con la asistencia a la escuela.
En Estados Unidos “la escuela es muy normal si decides volver a clases presenciales”, comenta en entrevista Carlos Quiroz, mexicano radicado en el estado de Tennessee. Las condiciones varían por región, pero en ese lugar la asistencia escolar se ha mantenido. Su hija de 10 años y el mayor, de 12, nacieron en territorio estadounidense y para ellos, asistir a la escuela durante la pandemia fue algo cotidiano. “Tienes que usar cubrebocas todo el tiempo”, dice la más pequeña. Sobre la distancia social, el niño comenta que “siento que a veces ni siquiera lo noto: ya me acostumbré…”; aunque, también, señala que “a mí me dejan más tarea por culpa del COVID”. Lo único que les impide ir a clases, a veces, no es el coronavirus sino la nieve.
—Eso me pone muy triste. Yo amo la escuela. ¿Ves que cuando usas pantalones estás más caliente? Pues yo ni con dos chamarras me caliento —cuenta la niña.
El director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), Juan Martín Pérez García, señala que en México sí sería posible el retorno a partir del semáforo amarillo, pero que la falta de inversión en infraestructura pública es un freno. “El 20% de las escuelas no tiene agua, entonces no podría abrir, porque no tiene un elemento básico para el control, como es el lavarse las manos”.