Además de procesar las muertes que provocó el covid-19, enfrentamos el trauma de haber perdido nuestra antigua forma de vida, lo cual puede detonar síntomas de ansiedad y depresión, advierten especialistas a Corriente Alterna.
Hablar de duelo no sólo implica hablar de muerte sino de cualquier pérdida significativa: una relación íntima, un trabajo, una rutina o una mascota, explica la psicóloga Mariana Rodríguez, especialista en duelo en la Facultad de Medicina de la UNAM. Pérdidas que, de no ser atendidas, pueden escalar de la ansiedad y la depresión a trastornos más graves.
“Estamos viviendo una situación de estrés crónico”, secunda la doctora en Psicología y Salud Rebeca Guzmán, coordinadora de la Clínica de Atención Psicológica a distancia de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
Ya no existe la normalidad
A veces, cuando Liliana Montoya revisa sus recuerdos en Facebook –fotos de conciertos de hace apenas unos años, reuniones con amigos– se queda con la boca abierta. Extraña salir por cervezas o pedir unos tacos al pastor sin preocuparse. Hoy no se atreve a entrar a un bar.
En enero de 2021, tras varios episodios de ansiedad y depresión detonados por el confinamiento, recurrió a terapia psicológica y psiquiátrica. Hoy le cuesta un poco imaginar ese regreso a la “normalidad”, pero ella tiene miedo.
La capital del país está cerca de regresar a semáforo epidemiológico verde. De acuerdo con estimaciones del gobierno local, para el primer fin de semana de octubre 98% de los adultos contará con, al menos, una dosis de la vacuna contra covid-19 y 74% tendrá el esquema completo.
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Superar una pérdida significativa puede tomar entre 12 y 24 meses. Si no se “trabaja” ese duelo podemos desarrollar síntomas de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales.
Eréndira Serrano Oswald, investigadora y terapeuta que trabaja en proyectos acerca del duelo en la pandemia, advierte: “Si nos quedamos en ese enojo, en ese shock, después nos va a afectar de múltiples maneras. Puede llevar a problemas físicos, emocionales, psicosomáticos”, explica.
Pesadillas, terrores nocturnos, insomnio crónico, dificultad constante para concentrarse, fatiga crónica… malestares que padecieron miles de personas en año y medio de pandemia.
La aparición repentina o experiencia prolongada de estos síntomas puede apuntar a trastornos de la salud mental; especialmente si se combinan con otros, como la agudización de adicciones, angustia grave, alteraciones de los hábitos alimenticios, pensamientos negativos sin motivo aparente, reacciones emocionales exageradas, dolores de cabeza intensos, hipertensión y, en niños y niñas, hasta la pérdida de control de esfínteres durante las horas de descanso, de acuerdo con la doctora Rebeca Guzmán.
Antes de la emergencia sanitaria, uno de cada tres mexicanos mayores de 12 años se había sentido deprimido alguna vez; aunque solo uno de cada diez aseguraba sentirse deprimido a diario, y dos de cada diez recibían tratamiento.
Estas cifras se elevaron en la contingencia. No obstante que, según datos de la Secretaría de Salud (SSa), uno de cada cinco mexicanos tuvo acceso a un profesional de la salud mental para sobrellevar el periodo. Además, durante 2020 la tasa de suicidios en México se incrementó considerablemente.
En los últimos 18 meses, los trastornos de depresión mayor y ansiedad fueron las razones más frecuentes por las que las y los mexicanos buscamos atención a nuestra salud mental. “No conozco a una sola persona dedicada a la salud mental que no haya tenido mayor demanda de su trabajo”, afirma Serrano Oswald.
La sensación de muerte o enfermedad inminente
Guillermo Guerrero es productor de un noticiero diario. Su trabajo lo obliga a estar 12 horas con el cubrebocas. Hay días en que ya no lo soporta.
Los hombros y el cuello le duelen de tanto estrés y por lo tenso que camina cuando sale a la calle.
Sus jornadas son presenciales y extenuantes, en espacios cerrados y con poca ventilación, lo habitual en salas de redacción y cabinas de radio. Le abruma recibir información sobre el virus, pero es parte de su trabajo. En estos 18 meses perdió tiempo de descanso, salud física y mental y a su red de apoyo más cercana. Por seguridad sanitaria dejó de compartir departamento con su hermana y enviaron a sus padres a vivir lejos para protegerlos de un contagio.
“Teníamos esa idea de una muerte o una enfermedad inminente”, recuerda. “No queríamos contagiarnos el uno al otro. Ese fue el primer golpe, decir: ‘Si me muero, si me enfermo, voy a estar solo en este lugar’. Estamos viviendo un duelo colectivo que no podemos sacar y todos vamos a necesitar terapia”.
El duelo de las mujeres
Las mujeres fueron uno de los sectores más afectados por síntomas severos de ansiedad durante el confinamiento. Obligadas por el encierro a asumir labores del hogar y de cuidado, además del trabajo remunerado, desarrollaron padecimientos como ansiedad, depresión y estrés crónico, explica Rebeca Guzmán.
En estos 18 meses, a Bianca se le juntaron las pérdidas. Entre varios cambios de residencia y la pérdida de su empleo, huyó de un matrimonio en el que empezó a ser violentada física y psicológicamente a partir del confinamiento. “Me provocó mucha tristeza, desesperación, rabia; subí nueve kilos y me automedicaba con ansiolíticos para funcionar”. Después de meses de sentir que se desmoronaba, buscó ayuda profesional. “Estoy en reconstrucción. Aún no duermo, no como, pero lo intento”.
El encierro incrementó la desigualdad de género y, con esto, miles de mujeres perdieron libertad de movimiento, esparcimiento e independencia económica. Además, en los primeros seis meses de 2021 se abrieron en todo el país 129,020 carpetas de investigación por violencia familiar, 24% más que en el mismo periodo de 2020.
“Los hombres también viven problemas de salud mental”, explica la psicóloga Rebeca Guzmán. “Pero, por el rol de género que tienen aprendido y que está vinculado a mostrar fuerza física, a resolver como ‘proveedores’ del hogar, no se dan ni siquiera el lujo de manifestarlos y se desquitan con las personas que consideran más débiles: mujeres, niños y niñas y adultos mayores”.
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Aprender a sanar
Las circunstancias sociales y económicas de la pandemia provocaron una “cronificación del estrés”. Es decir: sobrecargaron nuestros sistemas individuales, familiares, relacionales y comunitarios.
“Como tenemos muy poca educación emocional, estos procesos generan riesgo, miedo, incertidumbre, malestar, y no tenemos idea de cómo hacerles frente”, explica Serrano Oswald. “No solo las personas directamente impactadas por el covid-19 sino todos los mexicanos”.
Con el regreso paulatino a las actividades presenciales el panorama volverá a modificarse. A nivel nacional, para el 27 de septiembre de 2021, 70% de las personas mayores de 18 años ya tenían esquema completo de vacunación. Por estadística, la “normalidad” es inminente, pero lo que perdimos en el camino todavía duele.
“Habrá muchos problemas al salir. Cuando estemos otra vez en la vida cotidiana se van a manifestar y se van a venir como una ola”, agrega Mariana Rodríguez.
El duelo por estos cambios es un proceso normal y está bien sentirnos mal por un tiempo, explica la psicóloga. “Es importante difundir que el proceso de duelo es natural, que llorar es natural, que seguir llorando un año después es natural”, concluye.