Erika Martínez y Yesenia Zamudio toman turnos para atender la mesa de donaciones que colocaron frente a las instalaciones okupadas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Son las únicas que no se cubren el rostro, pero siempre las acompañan dos o tres mujeres encapuchadas, integrantes del Bloque Negro, un grupo de feministas radicales que “acuerparon” al Frente Nacional Ni Una Menos para la toma y que permanecen en las instalaciones ubicadas en el Centro Histórico de la Ciudad de México desde el pasado el viernes 4 de septiembre.
“Estoy bien orgullosa de que fuimos dos personas con ese acompañamiento quienes tomamos esta institución”, dice Erika Martínez en entrevista con Corriente Alterna. La mujer pasa de la sonrisa al llanto en segundos. “Ellas nos acuerparon, porque yo solita no me iba a meter, me iba a pasar como a la señora Marcela Alemán que se encadenó y todo, pero no iba a pasar a más”.
“Estas oficinas no estaban cumpliendo con lo que decían, entonces hicimos esta toma y no nos vamos a salir”, afirma Erika. “Si quieren este edificio, nos tienen que dar otro más grande porque no vamos a caber”.
Erika y Yesenia son activistas muy conocidas entre las colectivas feministas. Erika busca justicia para su hija Judith, abusada sexualmente a los siete años; Yesenia lucha para que las autoridades actúen en contra de los presuntos feminicidas de su hija, Marichuy, asesinada en 2016, a los 19 años. A Erika la ubican en redes sociales y en las marchas feministas por sus Muñecas Empoderadas, una línea de muñecas de tela personalizadas que vende a través de Instagram para hacerse de algún ingreso. Yesenia, por su parte, comercializa tazas y pañuelos con motivos feministas. Sus personalidades contrastan: Erika es más bien tímida y lleva las emociones a flor de piel, mientras que Yesenia se muestra enérgica y, quizá, un poco a la defensiva.
Ni Una Menos cambió la placa con el nombre de la dependencia por una manta que rebautiza las instalaciones: Ocupa, Casa de Refugio Ni Una Menos México. A partir de ese día, el edificio fue habilitado por colectivas feministas como albergue para mujeres y menores de edad víctimas de violencia. Ubicada en República de Cuba número 60, en el Centro Histórico, esta no es la sede principal de la CNDH —esa se encuentra en la colonia San Jerónimo Lídice, en la alcaldía Magdalena Contreras—. Pero sí es la oficina desde donde despachaban la titular de la comisión, Rosario Piedra Ibarra, el Primer Visitador General, Ismael Eslava Pérez, y el director general del Programa de Atención a Víctimas del Delito (PROVÍCTIMA).
En la entrada principal colocaron una mesa donde reciben donativos en efectivo y en especie para solventar los gastos de las 40 o 50 personas que se encuentran al interior. Ahí mismo preparan despensas para regalarlas a quien se acerque a pedirlas.
Cómo se hizo la toma de la CNDH
El miércoles 2 de septiembre, integrantes del Colectivo 10 de Marzo (integrado por familiares de desaparecidos) se reunieron en la CNDH con Rosario Piedra Ibarra, quien dijo a dos madres de víctimas que sus carpetas de investigación estaban mal integradas y tendrían que volver a sus ciudades de origen. En respuesta, Marcela Alemán, madre de una niña víctima de abuso sexual, se amarró a una silla y pasó ahí la noche junto con Silvia Castillo, madre de un joven asesinado. Diversas colectivas y otros activistas llegaron a apoyar desde la banqueta, hasta que el viernes, Erika Martínez y Yesenia Zamudio, del Frente Nacional Ni Una Menos, y el Bloque Negro ocuparon las instalaciones. Alemán y Castillo se fueron el sábado, pero la toma continuó.
Las activistas exhibieron en redes sociales algunos cortes finos de carne y otros consumibles guardados en la cocina de la CNDH. En un video destacaron, enérgicas, el contraste entre los alimentos gourmet y las dificultades de las víctimas para subsistir sin apoyo gubernamental. La oficina de prensa de la comisión señaló que la carne es para los alrededor de 50 trabajadores que laboran en esas oficinas y no solo para su titular, como mencionaron las activistas en su denuncia en video.
“Ya nos cansamos de pedir, ya nos cansamos de dejar papeles y papeles y ahora que ya hicimos esto, sí nos voltean a ver y quieren darnos respuesta”, dice Erika Martínez. Casi no se ha cambiado de ropa desde el viernes y le da pena quitarse los tenis para dormir, porque siente que ya le huelen los pies. “Ya lo dije: no quiero más burocracia, no más ‘siéntese a platicar’, ya no”.
Erika Martínez: La historia no tendrá el mismo final
Cuando era niña, Erika fue víctima de abuso sexual. Su madre no la defendió y amenazó con echarla de casa si insistía en señalar a su tío como su agresor. Poco después, su hermana y su hermano, ambos menores que ella, también fueron víctimas de abuso de otro miembro de la familia. Su madre tampoco los apoyó. Treinta años después, Erika vio repetirse la historia: su cuñado abusó sexualmente de Judith, su hija de entonces siete años. A diferencia de su madre en su momento, Erika sí le creyó a Judith y la llevó a denunciar.
Han sido tres años de burocracia, de ir y venir a fiscalías especializadas, de un proceso revictimizante que no concreta una resolución a su favor. El agresor de Judith sigue en libertad y Erika perdió su casa y su fuente de ingresos. La única estabilidad que ha mantenido es la convicción de seguir luchando. Cuando no le quedaba nada más que un apoyo gubernamental de 300 pesos al mes, se acercó a Ni Una Menos, donde empezaron a apoyarla con despensa, zapatos y ropa. Decidió unirse a ellas para no seguir luchando sola.
“Gracias a que no me he quedado callada, ahora soy representante de ellas y de todas las víctimas. Jamás pensé que mi lucha pudiera llegar a tanto”, dice. Le regresa la sonrisa mientras parpadea para sacudirse una lágrima. “Lucho porque también soy víctima de abuso sexual y mi mamá no me defendió. Me tocó a mí, desafortunadamente, y le tocó a mi hija. Me autonombro defensora de los derechos de los niños, las niñas y las mujeres, porque cualquiera que sea la violencia, yo voy a defenderles.”
En el primer semestre de 2020 se registraron 489 feminicidios en México, un aumento del 4% respecto al mismo periodo en 2019. De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2019, en este país se contabilizan once delitos sexuales contra mujeres por cada delito sexual cometido contra un hombre. Solo una de cada diez mujeres violentadas en México denuncia a su agresor.
“Si no hubiera alzado la voz, sería una de esas personas cuya carpeta se va al archivo”, agrega Erika. Aunque el proceso contra el agresor de su hija se mantiene en pie, otras dos investigaciones se fueron a pique: una por abuso sexual que data del 2012 (el agresor, su expareja, quedó libre) y otra por despojo, de 2017: “Mucha gente se cansa, y no es porque ya no nos interese, sino porque también tenemos que trabajar y para poder llevar un caso hay que invertir mucho tiempo”.
Sus dos hijas están con ella en la Casa de Refugio Ni Una Menos México. Ambas participaron en la intervención de los retratos de Francisco I. Madero, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón que el presidente Andrés Manuel López Obrador describió como “ultrajes”.
“El que afecta la imagen de Madero o no conoce la historia, lo hace de manera inconsistente o es un conservador, un pro porfirista”, dijo el presidente el lunes 7 de septiembre, en su conferencia mañanera.
Ese mismo día, Ni Una Menos exhibió los cuadros en la vía pública, colocados de cabeza, frente a la mesa de donativos. Los ofrecieron en subasta, empezando en dos mil pesos, para solventar los gastos del albergue improvisado. Los retratos, junto con las pintas realizadas al interior del edificio, se viralizaron el fin de semana gracias al trabajo de las fotoperiodistas Andrea Murcia y Sashenka Gutiérrez, de las agencias Cuartoscuro y EFE, respectivamente.
“Esos murales que están ahí exhibidos, con un chingo de orgullo les digo que son de mi hija”, afirma Erika y se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas. “La morenaza que está ahí es mi hija. Ella era feminista antes que yo y peleábamos porque salía sin bra a las marchas. Ahora ella me dice ‘Mamá, ¡me superaste!’”
Yesenia Zamudio: “Nos mueve la digna rabia”
“Íbamos por otro edificio”, ríe Yesenia Zamudio y continúa en voz baja, como si se tratara de una confidencia aunque sabe que estamos grabando. “Lo íbamos a hacer el 15 (de septiembre), pero así se dio”.
Alta, de mirada severa y voz firme, Zamudio es la otra cara de la toma de la CNDH. Su lucha empezó hace cuatro años, con la muerte de su hija Marichuy. En 2016, la estudiante de 19 años fue lanzada desde un quinto piso. Los presuntos responsables —un profesor y un compañero suyo de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura Unidad Ticomán (ESIA), del Instituto Politécnico Nacional (IPN)— habrían intentado abusar sexualmente de ella antes de arrojarla a la banqueta desde 12 metros de altura. Las autoridades clasificaron su asesinato como homicidio doloso y, después de tres años de lucha, Yesenia logró que lo reclasificaran como feminicidio en septiembre de 2019. Sin embargo, los agresores siguen en libertad.
“En realidad soy una persona muy pacífica, no soy violenta”, explica Yesenia, parada detrás de los cuadros intervenidos. “Pero toda la violencia que han ejercido hacia mi persona y hacia mi familia me ha convertido en autodefensa”.
Zamudio es una de las activistas feministas más notorias de México. Su voz resuena en las marchas con una consigna que se ha convertido en su marca personal: “La que quiera romper, que rompa. La que quiera quemar, que queme. Y la que no, que no nos estorbe”.
Mientras esperamos para hablar con ella, un cronista de la ciudad empieza una transmisión por Facebook Live y se acerca a Yesenia para cuestionarla por violentar el patrimonio de México. “¿Este edificio es de ustedes o es del pueblo?”, le pregunta, irónico. Ella no muerde el anzuelo. Sigue en lo suyo y de vez en cuando responde alguna otra pregunta suya, lanzada con sarcasmo.
Yesenia ayuda a un grupo de chicas encapuchadas a intervenir una bandera de México: sustituyen el rojo por el morado característico del movimiento feminista.
“No tenemos líderes. Nos mueve la digna rabia, el mismo interés de tener un país libre de violencia”, explica. “¿Y cómo vamos a empezar? Pues haciendo que las fiscalías, las secretarías que les corresponde hacer su trabajo, pues lo hagan correctamente y si no, ps que no estorben.”
Demandan acciones: infraestructura para proteger a las víctimas, el compromiso de que las fiscalías y ministerios públicos actúen conforme a la ley, resoluciones y reparación del daño para todas las familias que, como ella, buscan justicia para sus hijas. “Somos miles de familias que estamos hartas, que ahora sí que ya rebasó nuestra tolerancia”.
La de la CNDH es, por ahora, la única toma, pero Yesenia sugiere que podrían venir más en otras partes del país.
Quieren patrullas feministas y que todo lo relacionado a las violencias contra las mujeres se maneje con perspectiva de género. Quieren incidir en el desarrollo de nuevos protocolos de denuncia que no revictimicen a las personas agredidas, en especial a mujeres y menores de edad.
Antes del feminicidio de su hija, Yesenia trabajaba como asesora financiera automotriz. Ahora, para sostenerse y contribuir a la lucha, comercializa tazas, pañuelos con consignas feministas y playeras que dicen su famoso “la que quiera quemar, que queme”. “Me he desprendido de todo, de todo lo económico, de la estabilidad y la tranquilidad, he perdido el sueño, pero no he perdido todavía la fe y la confianza en muchas personas”, agrega. “Estamos luchando principalmente para combatir todas las violencias a la mujer y erradicar el feminicidio, que las personas lo vean como algo tan abominable como el canibalismo”.
Ante los dichos del presidente López Obrador, Yesenia ríe a carcajadas: “No nos financia ningún partido político, no somos conservadoras ni de derecha. Somos personas con valores, que muchas personas al llegar a la presidencia se les olvida de dónde vienen”.
El 9 de septiembre, Erika y Yesenia acudieron a una mesa de diálogo con Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, quien se comprometió a recibir a todas las madres de las víctimas. La entrega del edificio de la CNDH se mantuvo fuera de la negociación.
Yesenia Zamudio sonríe mientras sostiene la bandera intervenida. Una ráfaga de viento la levanta un poco. No tarda en llover. Con la promesa de una subasta en forma, las chicas encapuchadas se preparan para resguardar los retratos intervenidos. “Estamos juntas, ni siquiera es como que ellas por allá y nosotras por acá. Estamos juntas”.