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Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual
Escritoras latinoamericanas Vindictas

Imagen: René Zubieta

Vindictas: Hacia un canon feminista en la literatura

Becaries de la Unidad de Investigaciones Periodísticas / Corriente Alterna el 7 de febrero, 2021

La revolución feminista del siglo XXI –que apenas empieza– ha visibilizado múltiples formas de violencia, entre ellas la exclusión casi total de las mujeres de la historia universal de la literatura. De Homero a Shakespeare, de Cervantes a Rulfo, leemos casi exclusivamente a hombres. Las escritoras latinoamericanas lo dicen con franqueza: nuestro canon es heredero de un modelo heteropatriarcal blanco.

El proyecto Vindictas busca recuperar las obras y los nombres de autoras que quedaron en la periferia del canon. La UNAM, en coedición con la editorial española Páginas de Espuma, publicó a fines de 2020 la antología Vindictas. Cuentistas latinoamericanas. Les becaries de la Unidad de Investigaciones Periodísticas buscaron a escritoras y periodistas contemporáneas para que comentaran la antología. El resultado es una reflexión sobre el acto de escribir desde el cuerpo femenino en América Latina.

Es como si se hubiera desbordado una presa, dice la reportera y escritora Daniela Rea. Las voces de tantas escritoras latinoamericanas que habían sido silenciadas durante décadas comienzan a ser revisadas en la academia, se reeditan y aparecen en los estantes de las librerías. 

–Esas voces, esas experiencias juntas, son como una cascada de agua fresca que nos está empapando.

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“Desde Sor Juana para acá hemos librado un pleito para exigir visibilización”, dice Eileen Truax, periodista mexicana hoy radicada en Estados Unidos, especializada en el fenómeno migratorio. La publicación de una colección como Vindictas, por ejemplo, le resulta agridulce. Todavía en estos tiempos hay quien le ha dicho que las mujeres no son muy leídas y que las mujeres, en realidad, no escriben mucho.

–Dicen que justicia tardía no es justicia, pero es lo más que podemos hacer en este momento: hacerle justicia a estas autoras es hacernos justicia a nosotros, como sociedad.

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Cuando estudió la licenciatura en Letras Inglesas, la poeta y traductora Elisa Díaz Castelo debió leer dos enormes antologías de poesía inglesa. De los casi doscientos autores, sólo dos eran mujeres. Hoy se declara fanática de los poemas y novelas de la canadiense Margaret Atwood, de los ensayos y versos de la premio Nobel Wislawa Szymborska, de la intimidad de las páginas escritas por Sharon Olds y Anne Carson, el punto más alto de la poesía inglesa hoy día, de acuerdo a la crítica. Pero reconoce que comenzó a leer escritoras sólo cuando terminó la carrera: “A la Universidad no le importaba para nada la equidad de género“.

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Mirar el pasado y entender las razones que permitieron el olvido de tantas voces femeninas debería ser una obligación de las autoras actuales. Así lo piensa Liliana Colanzi, periodista y cuentista boliviana. El continente está incompleto sin la historia de las escritoras latinoamericanas que fueron marginadas por el canon masculino:

–Hay que celebrar a las nuevas escritoras pero debemos acompañar esta celebración con la tarea de mirar el pasado e intervenir el canon masculino: rescatar a esas autoras que quedaron sepultadas por él.

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Ytzel Maya es autora y editora. Con 27 años, hace tiempo que asumió que el descubrimiento de escritoras excluidas del panorama literario era una labor política. La calidad y potencia de tantos cuentos, poemas y novelas desperdigados en pdf colgados en internet la deslumbra. Además de adentrarse en la obra de la escritora María Luisa Bombal, su tesis de licenciatura intenta responder una pregunta: ¿por qué las escritoras no figuran en los planes de estudio de las universidades?

–Quienes escribieron sin tener tiempo ni espacio, confinadas muchas veces en la labor doméstica, marcaron un hito. Para ellas escribir fue un intento de quebrar un sistema que las encerraba e invisibilizaba. Asumirse escritora hoy es tener en cuenta esa historia.

La historia se construyó también con silencios

Yásnaya Aguilar lo entiende así: la literatura está comandada por un mercado y toda visión capitalista es una visión patriarcal. A lo largo de la historia quienes pueden generar los medios para crear literatura –escribirla, editarla, vivir de ella, consumirla– han sido los hombres. Mientras que las mujeres, relegadas a los trabajos de cuidados, enfrentan un descrédito hacia su vida intelectual.

Pero las mujeres han escrito desde que la literatura existe.

Escritora y lingüista ayuujk, a Yásnaya le alarma no saber nada sobre la obra y vida de la hondureña Mimí Díaz Lozano, por ejemplo. Hace poco leyó el cuento Sendas en el abismo. El relato la cimbró.

–Qué fuerte es. Hermoso su manejo de la lengua, impresionante.

Díaz Lozano narra un parto frío, doloroso en medio de una noche inconmensurable que se confunde con su propio sufrimiento. Se trata de un cuento que es, también, una crítica profunda a la maternidad, el único fin del cuerpo femenino desde los ojos masculinos: los de su esposo y los de Dios.

–Una mujer mira a su pareja o su esposo; mira el desprecio hacia la vida de ella puesto que sólo le importa el niño que lleva en el vientre, en medio de un dolor aplastante y la figura de Dios allí, como otro elemento masculino. La presencia de Dios no es luminosa.

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Escritoras latinoamericanas: vindictas
Inspiradas en la antología Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, cuatro ilustradoras iberoamericanas –Isol, Paloma Valdivia, Sara Morante y Rosario Lucas– suman su talento para narrar gráficamente la historia de las 20 cuentistas. Esta es una muestra de las obras que integran la exposición Vindictas Latinoamérica: miradas a la raíz, la cual será inaugurada el miércoles 17 de marzo en las rejas virtuales de Casa del Lago.

Una esposa blanca, una puta negra y un hombre. Cuando las mujeres quieren a los hombres fue publicado por primera vez en la revista Zona Carga y Descarga, en 1974. Lo escribió la puertorriqueña Rosario Ferré.

–Una historia triste pero perfectamente común –define Atenea Cruz tras leerlo por primera vez–. Pero la manera en que está narrado es lo que importa: yo no recuerdo a nadie que haya logrado algo así en un texto, además, tan breve.

Duranguense, poeta y cuentista, a Cruz le sorprende cómo Ferré logra convertir una trama de denuncia en una sátira negra, cargada de amargura: la caricatura de la esposa santa, blanca y decente; la caricatura de la negra puta, corriente y pobre.

–No sólo cuestiona las dicotomías falsas de su tiempo, sino que formalmente muestra que las dos mujeres son la misma mujer. Una de las cosas más valiosas de la presencia de las mujeres en la literatura es dejar de alimentar una imagen sobre nosotras construida desde los ojos del hombre. La división entre lo correcto y lo incorrecto, entre la pureza y el libertinaje, entre ser objeto antes que sujeto, nunca han sido reales. Eso apesta a siglo XV: este cuento plantea la urgencia de discutir otras concepciones sobre la mujer, la maternidad, la sexualidad. Crecemos con construcciones femeninas que parten desde la mirada masculina: cómo los hombres nos ven. Eso tiene que cambiar.v

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Para la poeta peruana Valeria Román Marroquín denunciar la ausencia de nombres femeninos en el panteón literario no es sólo una cuestión de justicia, sino de representación. Sobre todo cuando existen tantas escritoras latinoamericanas que, en su momento, escribieron con calidad sobre temas que ni entonces ni hoy resultan menores.

–Borrar estos nombres es mutilar la historia –dice–. Y verse representada es una puerta que pueden abrir otras generaciones que escriben, mujeres que en este momento están creando cosas.

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“Terrible”: así define Daniela Rea la experiencia de ser mujer y escribir todavía hace una década. En ciertos aspectos aún existen diferencias importantes, claro. Los hombres suelen recibir mejores pagos por sus palabras y las mujeres todavía dedican mucho más tiempo que ellos a las labores de cuidados, por ejemplo. Sin embargo, algo ha cambiado; sobre todo en los últimos años.

–Todavía, hasta hace poco, a muchas autoras, cuentistas, poetas, les costaba asumirse escritoras, con esa palabra. Yo misma me considero más reportera que escritora, por ejemplo. Pero hoy las mujeres se cuestionan eso y son capaces de darse cuenta de lo única que es su voz.

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Aunque el acoso y otros tipos de violencia aún están presentes, la inequidad de género no representó un obstáculo para que Elisa Díaz Castelo se abriera paso en el mundo de la poesía y las publicaciones. Fue cuestión de fortuna comenzar a escribir en una época en que, por fin, se escucha a las mujeres.

Es a causa de la fortuna pero también debido al efecto de un movimiento. Que voces como la suya hoy sean escuchadas, explica, tiene mucho que ver con que hay quienes se empeñan en rescatar los nombres de todas esas escritoras latinoamericanas que fueron excluidas de la literatura. Díaz Castelo menciona una de las principales herramientas para generar este cambio:

–Internet, definitivamente ha facilitado el acceso a todo tipo de obras, incluida las obras de mujeres.

Urge reivindicar, reeditar y leer una y otra vez a quienes se les cerraron las puertas solamente por su género, todas las que no fueron reeditadas pese a su calidad: “Es necesario regresar al siglo XX, reescribirlo –considera Díaz Castelo–. Construir una tradición para nosotras”.

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Las voces de las escritoras “se han eliminado sistemáticamente durante siglos”, dice la escritora y artista sonora Martha Riva Palacio: “La historia de la literatura se construyó no sólo de escritura y palabras, también de borraduras y silencios”.

Uno de los mejores cuentos escritos en cualquier idioma

Margo Glantz lo recuerda todo. Pero no conocía este cuento de María Luisa Puga: Inmóvil sol secreto.

–Lo publicó en 1980 –dice y hace memoria–. En aquel entonces Elena Poniatowska ya era muy conocida y yo estaba por publicar 200 ballenas azules… y.. cuatro caballos. También se habían publicado cosas de Mónica Mansour, con quien María hizo muchos viajes.

Margo Glantz conoció a María Luisa Puga por otro libro suyo: Las posibilidades del odio, un libro raro sobre la colonización y el subdesarrollo en Kenia.

–Tuvo una vida curiosa: se quedó huérfana muy joven y decidió exiliarse durante un tiempo largo. Vivió diez años fuera, en Italia, en Inglaterra, en Kenia. Cuando regresó a México, con ideas de izquierda, y muy combativa, inmediatamente se instaló como escritora. Luego decidió llevar una vida casi de anacoreta, con Isaac Levín, en Zirahuén, un pueblo muy hermoso donde María Luisa fue secuestrada. Vivió cosas muy graves: un enfisema y una artritis paralizante que adelantó su muerte. Así escribió Diario del dolor. Murió a los 60 años, sin dejar de escribir un solo día.

Escritoras latinoamericanas. De Izquierda a derecha: Hilma Contreras Castillo, Maria Luisa Puga, Marta Brunet / Fotos: cortesía de Ylonka Nacidit-Perdomo, Coordinación Nacional de Literatura-INBAL y Educarchile

En Michoacán –“ese lugar hoy destrozado por el narcotráfico”– llegaron a compartir algunos días, Margo y María Luisa. Ésta última otorgaba talleres de literatura en Erongarícuaro a los cuales acudían jóvenes escritoras y escritores en ciernes de todo el país.

–Pero este cuento, Inmóvil sol secreto, no lo conocía. Lo leí ahora que me lo mandó usted. Es perfecta la manera en que organiza el problema y el paisaje. La presencia del sol como elemento narrativo es muy interesante: esta presencia violenta, imposible de soportar, que todo lo domina y que incide profundamente en las relaciones. Impresiona también la parquedad del lenguaje, cómo logra narrar la imposibilidad de enfrentarse a esa realidad llena de rocas sin arena y sin agua, pese a ese mar color violeta, hinchado, como ella dice. Un cuento sobrio que contrasta con lo que se narra: el odio, la destrucción paulatina de una relación. María Luisa describió el fracaso del amor y el fracaso de lo paradisíaco: la imposibilidad de habitar el Edén. Me parece uno de los mejores cuentos escritos en México, uno de los mejores cuentos escritos en cualquier idioma.

En toda guerra las mujeres son botín

A Elisa Díaz Castelo la invitó Gabriela Ardila a escribir para Vindictas. Poetas Latinoamericanas una introducción sobre Alaíde Foppa, poeta y cuentista guatemalteca. Esto fue unas semanas antes de que la pandemia cerrara todas las bibliotecas y librerías por las medidas sanitarias.

–Fue complicado porque, justo, no existe casi obra publicada de ella.

Hasta hace un año no conocía los cuentos de la guatemalteca, sólo algunos poemas. Conocía, sin embargo, su vida, “una vida de escalofrío” dice. Cuenta cómo Foppa, ligada a movimientos de izquierda en Guatemala, se exilió en México y fundó aquí la primera revista feminista del país.

–Cuando regresó a Guatemala a renovar su pasaporte la desaparecieron.

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Además de cuentista, la salvadoreña Ana Escoto es demógrafa: cuenta cuentos y personas. A su paisana Mercedes Durand la leyó de pequeña, en sus clases de literatura. “Ella siempre me llamó la atención, una siempre andaba buscando escritoras”. Pero sólo conocía sus poemas así que leer Jacinta Piedra, un cuento firmado por Durand y publicado en 1970, fue una sorpresa.

–El Salvador es un país pequeño; mucha gente ni siquiera lo sabe poner en el mapa así que lo que decimos aquí no parece relevante –dice–. El país ha cambiado, pero lo que retrata Mercedes, ese El Salvador intangible, sigue existiendo en las tareas domésticas, en la vida cotidiana de las mujeres. No se escribe para los espacios pero se escribe desde ellos. Y escribir desde un país que fue golpeado por la guerra, la migración y hoy por los conflictos entre pandillas hacen de El Salvador un país de mujeres:

–Se llegan a contar 10 mujeres por cada siete hombres en edad productiva. Por eso impacta este cuento –Jacinta Piedra–. Retrata las voces de varias generaciones de mujeres, de rezos, silencios y tristezas heredadas. Mujeres que se han mantenido calladas. Dice el relato: “Allí conversaba con la ánima de la madre de su madre”.

Escritoras latinoamericanas: vindictas
Escritoras latinoamericanas. De izquierda a derecha: Mercedes Durand, María Luisa Elío, Mimí Díaz Lozano / Fotos: cortesía de Ruy Díaz, Jorge Alberto Durán y de Coordinación Nacional de Literatura-INBAL.
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Valeria Román Marroquín leyó el cuento Las chicas de la yogurtería de Pilar Dughi el año pasado. “Estaba suelto en una web”. En el relato, una joven profesionista llega a Ayacucho poco después de la lucha armada que el grupo armado Sendero Luminoso emprendió contra del gobierno peruano, un conflicto que derivó en múltiples masacres de civiles. Pese a la libertad que siente tras el fin del conflicto armado, el acoso de vecinos y los chismes sobre su forma de vida pronto la asfixian.

–La vigilancia sobre la vida sexual de las mujeres es un punto álgido tras el conflicto armado: en toda guerra las mujeres son botín de guerra y la violencia sexual desde los grupos terroristas o desde el Estado, a través del Ejército o la Marina, nos marcó mucho. En este cuento el terrorismo parece una cosa lejana pero la violencia política es un tema que Dughi toca en otras ocasiones.

“No estamos pidiendo que se instauren cuotas”

La cuentista y reportera Liliana Colanzi admira la furia de María Virginia Estenssoro, esa mujer extraña que, después de la polémica que desataron sus primeras publicaciones, decide no volver a publicar un libro jamás, aunque continúe escribiendo novelas, cuentos, poemas.

–Cuentos como El occiso son fundamentales para entender la vanguardia en Bolivia. Experimentos formales como el que Estenssoro hace en ese cuento eran raros porque la tradición boliviana era totalmente realista. Por eso este cuento suyo es inclasificable. Y por el atrevimiento de su trama: un cadáver que despierta y es consciente de su situación de muerto.

En esa época no había un cuento que se le pareciera, nada con esa vena surrealista, incluso gótica. Pese a ello, conseguir obra de María Virginia Estenssoro es todavía una tarea ingrata. Pocas veces ha sido reeditada, fueron sus hijos quienes asumieron la tarea de publicar sus Obras completas y pocas veces se le toma en cuenta para las antologías de literatura latinoamericana.

María Virginia Estenssoro, una mujer furiosa y extraña entre las escritoras latinoamericanas / Foto: cortesía de André Estenssoro y Dum Dum editora

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“Sabemos muy poco de las escritoras latinoamericanas y el boom latinoamericano no hizo nada por ellas”, sentencia la escritora y periodista Mónica Lavín, sorprendida por los textos de la uruguaya Armonía Somers y por su mirada rápida e incisiva. Una mirada que seguro entendía que el cuento es un género donde la oscuridad importa tanto como todo aquello que no se dice. 

Después de leer Muerte por alacrán, una anécdota regresa a su memoria:–Cuando gané el premio Gilberto Owen con Ruby Tuesday no ha muerto, ¿sabes qué es lo primero que me dijeron? Creían que yo era en realidad un hombre firmando con seudónimo.

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Es curioso. En ocasiones los premios literarios incluyen una categoría distinta para las escritoras latinoamericanas. “Dado que el mercado está saturado de hombres, te dicen que es para que haya una competencia más pareja”, ríe Eileen Truax.

–Ese es el obstáculo más grande ahora –advierte–. Que el público entienda que reivindicar autoras sepultadas por el machismo y su industria no tiene que ver con instaurar una cuota de género , tampoco de otorgar reconocimientos como consuelo.

Las escritoras latinoamericanas insisten: la reivindicación implica un acto de justicia pero, sobre todo, una toma de conciencia. Que se reconozca que existe sólo una explicación para que ciertas novelas no se reediten, para que ciertos cuentos no se integren en los planes de estudio de las universidades, para que ciertos poemas no se revisen con más frecuencia en los talleres literarios. Y esa razón es que están firmados por mujeres.

No hay literatura sin cuerpo

Silda Cordoliani concibió el cuento titulado Sur en 1993. Su libro Babilonia estaba ya en proceso de producción y a punto de ser publicado ese mismo año; pero ella insistió para que Sur abriera el volumen.

–Viajé varias veces hasta la frontera con Brasil –dice la autora venezolana, a sus 67 años–. Constaté que gran parte de las mujeres que se desplazaban hacia el sur lo hacían para dedicarse a la prostitución, supongo que porque tenían clientes asegurados. Ese parecía el único papel posible en los pueblos mineros, el único oficio productivo para una mujer.

Escritoras Latinoamericanas: Silda Cordoliani
Silda Cordoliani / Foto: Efrén Hernández

En oposición a la migración masculina, que viaja al norte buscando “el sueño americano”, el cuento de Cordoliani describe el viaje al sur como algo deplorable, como descender a los círculos de Dante. Abandonar el lugar de origen es para muchas mujeres la única vía para transformarse: ser objetos de deseo es una forma de lograr ser sujetos de poder.

–Y el viaje es también una oportunidad de cambio y de abrir nuevas ventanas para observar el mundo desde otra perspectiva. Eso me interesa muchísimo, los otros muchos lados que puede contener un solo suceso.

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–Además, el sur también es el sur de los cuerpos, los órganos sexuales, mientras que el norte es la cabeza –opina la poeta y cronista ecuatoriana Gabriela Ruiz Agila después de leer el cuento de Cordoliani–. Hay una serie de mitos que este cuento trastoca: la geografía territorial y la corpórea. Apropiarse de los propios genitales, del propio cuerpo, huir y tomar la decisión de si se quiere o no hacer trabajo sexual… Al final somos las mujeres quienes tenemos que huir de casa, de la violencia, las que necesitamos poner un espacio de por medio para preservar nuestra integridad. Yo reconozco una fuerza en la huida, en el acto de tomar el cuerpo y salir.

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–No hay literatura sin cuerpo –dice la poeta queretana y maestra en Letras Latinoamericanas Yolanda Segura–. Sólo los cuerpos que se habitan son capaces de generar literatura y esa literatura está necesariamente conectada con las preocupaciones de esos cuerpos. Esas preocupaciones pueden ser trascendentales o meramente materiales como pagar la cuenta de luz, esas cosas.

Lo doméstico es político

Habla la mexicana Brenda Navarro, autora de Casas Vacías:

–Tengo muy poco tiempo para escribir y para hacer cosas que me interesan porque tengo que llenar mi nevera y pagar el alquiler. Estas son las discusiones que me interesan como escritora en un mundo que prepondera a los hombres por sobre los cuerpos de las mujeres. No solo en la literatura.

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Inspiradas en la antología Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, cuatro ilustradoras iberoamericanas –Isol, Paloma Valdivia, Sara Morante y Rosario Lucas– suman su talento para narrar gráficamente la historia de las 20 cuentistas. Esta es una muestra de las obras que integran la exposición Vindictas Latinoamérica: miradas a la raíz, la cual será inaugurada el miércoles 17 de marzo en las rejas virtuales de Casa del Lago.

Amparo Ruiz del Castillo es académica de la UNAM y socióloga, como la escritora colombiana Marvel Moreno. Dice que ella también pasó por una escuela de monjas donde se acostumbraba rezar para ahuyentar los malos pensamientos. Tal vez por eso le simpatiza lo escrito por Moreno. Le asombra cómo cada texto suyo parece un fragmento fantástico de autobiografía. Si lo personal es político, piensa, la escritura de Marvel fue afrenta contra la política y la moral familiar que intentó frenar su vocación.

–Es difícil leerla y no sentir que una ha vivido lo que ella cuenta. Por ejemplo: cuando me casé no usé el apellido de mi esposo. Esto parece simple pero en mi época era una transgresión. El primer marido de Marvel tardó 25 años en autorizar la publicación de sus libros. El argumento para evitarlo era que él consideraba que no era muy buena su obra. Ese silenciamiento representa la sombra en la que han permanecido muchas escritoras, muchas científicas.

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La periodista Peniley Ramírez acaba de leer el relato De la que amó a un toro marino de la filóloga costarricense Magda Zavala:

–Es catártico –dice, piensa en voz alta resumiendo su primera impresión–. Él está en lo suyo y ella repite, detrás de él: ‘¿Te sirvo café?’, ‘¿Sabes que hay de almuerzo?’, ‘Esa camisa no te va’. Reproduce lo que ella cree que es su papel en la relación: satisfacer cada una de las necesidades de él y ser ignorada. Desnuda, descara los roles de género y sus peligros tan vigentes.

Escritoras latinoamericanas: vindictas
Magda Zavala / Foto: cortesía de Emmanuel Calvo Canossa

¿Literatura muy femenina?

Hace 25 años, cuando comenzó a escribir sobre política mexicana, los diputados la miraban como a un bicho raro. La llamaban “chula” con una condescendencia espantosa: en ese entonces a las mujeres que escribían en los medios de comunicación se les asignaban temas de entretenimiento, belleza, salud.

–Se creía que no podemos escribir sobre ciertos temas.

Sin embargo, cuando Eileen Truax leyó Desaparecida, un cuento de apenas un párrafo escrito por la guatemalteca Ivonne Recinos Aquino, lo primero que pensó fue en la poca probabilidad de que un hombre escribiera algo así. El relato delinea con minucia el momento en que una mujer se mira en el espejo de su habitación y los pensamientos que la habitan:

–Cuando las mujeres escriben de su identidad, de sus cuerpos o de sus vacíos, se cataloga como anécdota; cuando los hombres escriben sobre sus sentimientos, sus textos se aprecian como historia. Y sé que es parte de los estereotipos y roles de género… pero es raro escuchar a un hombre hablando de espejos. La presencia de un espejo obliga a observarse: las mujeres suelen mirarse a sí mismas –están obligadas a ello– y mirarse es estar en un constante interior; el hombre suele mirar y narrar sólo hacia un afuera.

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Aunque la panameña Bertalicia Peralta escribió sobre todo poesía y periodismo, su libro de cuentos Guayacán de marzo, publicado en 1980, ganó el Premio Itinerario de Cuento del Instituto Nacional de Cultura (INAC) de Panamá. “Guayacán” es el nombre que se le da en Panamá a un árbol amarillo que florea en primavera. La trama es muy parecida al de otro cuento de la colombiana Marvel Moreno, La muerte de la acacia:

–Tanto Bertalicia como Marvel hacen que sus personajas asesinen a su esposo, lo entierren y siembran un árbol encima, porque las mujeres damos vida –dice Alaíde Ventura Medina, escritora mexicana ganadora del Premio Mauricio Achar 2019 por su novela Entre los rotos–. Es curioso que en dos escritoras latinoamericanas aparezca esa relación con el árbol y la justicia de la esposa por mano propia.

La acacia y el guayacán: ambos árboles son amarillos.

Bertalicia Peralta a la izquierda / Foto: Jorge Ávalos. Cortesía de Ediciones Pelo Malo

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Atenea Cruz no tiene más de 40 años. En su adolescencia, cuando comenzó a acudir a talleres literarios, los comentarios sexistas eran constantes. Por ejemplo: los textos de las mujeres solían ser catalogados como “muy femeninos”. Y ese adjetivo era casi un insulto.

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Es posible que “ciertos temas y ciertos estilos, cierto tipo de voces, sí hayan interesado más a las mujeres a lo largo de la historia”, considera Elisa Díaz Canelo. La pregunta queda en el aire: ¿y qué?

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¿Es necesario hacer esa distinción entre literatura escrita por hombres o mujeres? Es posible que sí. “La literatura está marcada por problemas que atañen al género”, advierte Valeria Román Marroquín y señala que no es necesario escribir un panfleto para que escribir sea un acto político.

–Las escritoras tenemos una tarea más allá de juntar palabras claramente. Como personas que hacen uso de la voz pública o la comparten, tenemos la responsabilidad de hacernos cargo de estos problemas; hablarlos, abrir espacios para que el camino de quienes lo están intentando sea exitoso, distinto y mejor.

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Cuestionar una estructura de poder, sin embargo, no debería significar imponer otra. A Ytzel Maya la palabra canon le resulta, por sí misma, incómoda: implica una imposición de valores que, hasta ahora, han establecido quienes poseen la batuta: los hombres. “Pero creo que parte de la crítica debe ser cuestionarnos si las escritoras latinoamericanas y las escritoras en general de verdad queremos apostar por otra jerarquía”.