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Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual

Manifestante en la "mercadita" de Chimalhuacán, Estado de México. Foto: Diana Hurtado

Mercaditas: la lucha de las mujeres por la sobrevivencia y el espacio público

Perla Mónica Castro Cruz, Luz Cecilia Andrade Reyes, Diana Hurtado, Aranza Bustamante, Martha Montoya, Kopilkoatzin Reyes Aranda, Luz Patricia Hernández Sánchez / Integrantes del segundo taller de inducción al periodismo de investigación, Unidad de Investigaciones Periodísticas de la UNAM / Corriente Alterna el 13 de abril, 2021

Es mediodía del domingo 28 de marzo de 2021, y el sol intenso comienza a incomodar, casi al mismo tiempo que se presenta la Policía Municipal de Chimalhuacán, Estado de México. Tres oficiales mujeres y un varón se acercan, celular en mano, para tomar fotografías a un grupo de mujeres que se manifiestan mediante una “mercadita”, en el corredor turístico sobre la avenida Bordo de Xochiaca, a la altura del Guerrero Chimalli, escultura monumental emblemática del municipio.

“¡Esto no es un tianguis, es una protesta contra la violencia económica!”, es la consigna de la manifestación.

Desde hace por lo menos tres años, esta forma de manifestarse ha cobrado auge en México, con mujeres que toman las calles para instalar espacios de venta como un acto de protesta contra la pobreza, entendida como una expresión más de la violencia de género. Y, como ocurre con otras expresiones de inconformidad de este sector de la población, la respuesta ha sido represiva, tanto de autoridades como de los grupos de interés que reclaman el control del espacio público.

“Las ‘mercaditas’ son un espacio para que nos organicemos nosotras y tengamos opciones. No esperar a que el Estado lo haga, porque el Estado nos puede mantener en una situación de precariedad histórica constante. Queremos accionar y defender el derecho a organizarnos”, explica Elsa, integrante de la Asamblea Vecinal Nos Queremos Vivas Neza, una de las varias agrupaciones y colectivas que participaron en la mercadita en el Guerrero Chimalli, donde las pancartas emergen entre puestos callejeros de zapatos, maquillaje, libros usados, bordados y ropa de segunda mano, entre otros productos.

Con mantas de colores desplegadas sobre el asfalto caliente, mesitas portátiles y tendederos aferrados a cualquier cosa a la que puedan asirse, se acuerpa y toma forma la protesta.

Las mercaditas, subraya Elsa, son el acto de tomar la calle para vender y truequear, para buscar nuevas formas de hacer frente a la violencia económica. Se trata de “buscar opciones, ir acompañadas y sobre todo defender esta, nueva propuesta: el derecho a organizar una economía diferente entre mujeres”.

Son, insiste, “espacios libres y seguros para las mujeres”, dentro de los cuales se establecen diferentes tipos de relaciones, ya que no sólo se vende sino que se hacen trueques e intercambio de conocimientos.

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Mercadita para acompañar la pinta del mural en memoria de Norma Dianey, desaparecida en Nezahualcóytl, Estado de México, realizada el 13 de marzo de 2021. Foto: Perla Mónica Castro Cruz.

La represión como única respuesta

El pasado sábado, 10 de abril de 2021, comerciantes ambulantes del Centro Histórico de la Ciudad de México, principalmente hombres, golpearon con palos y trozos de hielo, y también lanzaron salsa picante a las mujeres que suelen protestar con mercaditas en la explanada del Palacio de Bellas Artes, convocadas por la colectiva Autogestión Feminista.

Tal como muestran los imágenes captadas por las víctimas, la agresión a la mercadita de Bellas Artes ocurrió en presencia de la policía y las autoridades capitalinas, que no intervinieron para impedir el ataque.

Por el contrario, los videos muestran que personal de la Dirección General de Concertación Política (de la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México) sugirió a las mujeres agredidas que se retiraran, porque la explanada de Bellas Artes es una zona “donde el comercio informal tiene la idea de ponerse algunos días”.

“Una chica estaba en su puesto (en la mercadita), cuando llegó una tipa y le pegó con un palo y la bañó en salsa (…) Se habían juntado varios. Primero empezaron a agredir con palos, luego empezaron a aventar bloques de hielo, a muchas las cortaron e hirieron con el hielo. (…) A algunas les robaron las mercancías y su dinero”, narra Noemí Hernández, una de las manifestantes que ese día acudió a Bellas Artes.

Un día después del ataque de ambulantes, en conferencia de prensa, Autogestión Feminista aseguró que muchos policías estaban presentes en el lugar desde las 11 de la mañana y no impidieron la agresión.

La Secretaría de Gobierno, sin embargo, aseguró en un comunicado oficial que policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) acudieron al sitio para resguardar la integridad de los y las involucradas, aunque no detuvieron a ninguno de los agresores.

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Integrantes de la mercadita de Bellas Artes, en la Ciudad de México, colocan en dicho recinto cultural imágenes de los comerciantes ambulantes que las agredieron el pasado 10 de abril, sin que la policía detuviera a ningún responsable. Foto: Andrea Murcia / Cuartoscuro

Mercaditas, la lucha por la subsistencia

A raíz de la pandemia de Covid-19, esta búsqueda de opciones para la subsistencia de las mujeres, cristalizada en las mercaditas, se volvió aún más necesaria.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), durante el cuarto trimestre del 2020 tan sólo en el Estado de México hubo un total de dos millones 832 mil 810 mujeres con empleo, 8.4% menos que durante el mismo periodo del 2019, a diferencia de los hombres, sector en el que sólo 5.35% perdió su fuente de ingresos.

D tiene 28 años, estudia contaduría pública, es empleada en labores administrativas y vende ropa de segunda mano en mercaditas. Fue despedida al iniciar la pandemia. “Me decían: ‘Bueno, es que tú eres mujer, vas a cuidar tu hogar y vas a descuidar tu trabajo, entonces no vas a poder’”, narra.

Lo mismo cuenta Jaquelin Vázquez: “Muchas somos jefas de familia (…). Yo, por lo que vi en mi familia, la mayoría de los hombres siguieron con sus trabajos pero a las mujeres las ‘descansaron’. (…) La mayoría de las mujeres bazaristas nos dedicamos a esto por la pérdida de nuestro trabajo”.

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Una mamá y su pequeña hija participan en la mercadita en el Guerrero Chimalli, Chimalhuacán, Estado de México, realizada el 28 de marzo de 2021. Foto: Perla Mónica Castro Cruz

Durante el primer trimestre de 2020, antes de que el gobierno mexicano declarara al COVID-19 como emergencia sanitaria, en el Estado de México había un total de 453 mil 231 mujeres comerciantes independientes; para los últimos tres meses del mismo año, la cifra ascendió a 484 mil 321.

El comercio se convirtió en la única vía de sustento para decenas de miles de mujeres.

Pero las mercaditas, también conocidas como “bazaras”, no son simples encuentros para el comercio en vía pública, aclara Itzel Nayeli, La Vagabunda, integrante de Rudas Chimalhuacán Aborteras: “Son espacias políticas de resistencia. Son una forma de protesta; no es un tianguis que llega y se pone; tienen un fundamento político. Estamos decidiendo sacarle la vuelta a este sistema que nos tiene agotadas”.

Desde antes de la pandemia, pero más aún a partir de ésta, mercaditas como la de Chimalhuacán se han organizado también en Ciudad Nezahualcóyotl, Ixtapaluca y Chicoloapan, sólo por mencionar algunos municipios del Estado de México, pero también en otro puntos del país.

Movilización en las periferias

Así como las mercaditas se han reproducido en distintas partes de México, también aumentaron los actos de hostigamiento tanto por parte de la policía como de otros grupos controlados por la autoridad. Sobre todo, a partir de los operativos policiacos para impedir que mujeres comerciantes entregaran sus productos dentro del Metro de la Ciudad de México. Estas agresiones cuentan con amplia visibilidad cuando ocurren en la capital del país, a diferencia de cuando suceden en la periferia.

Wendy, por ejemplo, es una joven de 21 años que vive con sus padres en una casa de interés social en San Vicente Chicoloapan, Estado de México. Todos en su comunidad la conocen como Pez, por ello su proyecto se llama Pez Vegano.

“La idea surgió hace poco más de un año –dice–, cuando me hice vegana y descubrí que se puede ser de la periferia y comer a base de plantas,  a costos incluso más bajos de lo que te costaría una alimentación con ingredientes de origen animal”.

El suyo es un negocio de comida vegana que, por ahora, cuenta sólo con servicio a través de redes sociales y entregas semanales en estaciones del Metro de la Ciudad de México, además de participar en las mercaditas de su municipio.

El recibimiento por parte de la comunidad, destaca Pez, siempre ha sido positivo. El problema constante es el hostigamiento policiaco por parte del gobierno municipal.

“No hay día en que no estén intentando intimidarnos. Aunque la presidenta municipal (Nancy Gómez, del partido Morena) dijo apoyar la protesta, sus trabajadores se la pasan sacándonos fotografías, intentan grabar nuestros rostros; incluso, se han acercado policías con armas largas, aun cuando no hay ninguna situación que lo amerite”.

Los actos de hostigamiento también han incluido acciones de sanitización del espacio: “Llevaban pipas y llenaban de agua toda la explanada y sitios aledaños, lo cual impedía que pudiésemos poner nuestros puestos”.

También han sido intimidadas con el uso de la fuerza pública para obligarlas a colocarse cerca de negocios establecidos, “donde la gente tampoco nos quería, a pesar de ser vía pública: fue una táctica para poner a los otros comerciantes en contra nuestra”, expone Pez.

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Policías municipales inquieren a manifestantes de la mercadita de de Mercadita Ciudad Nezahualcóyotl, el 31 de enero de 2021. Foto: Perla Mónica Castro Cruz

Como ninguna de estas acciones tuvo efecto, las participantes comenzaron a ser seguidas hasta sus domicilios por personal municipal.

“Pero a pesar de todo ese miedo, de todo ese temor e inseguridad, sigue habiendo mujeres valientes que tienen necesidades y que saben a lo que se arriesgan. Y están dispuestas a hacerlo para poder llevar el pan a su casa”, afirma Pez.

Este tipo de agresiones se presentan, prácticamente, en todos los municipios en donde se organizan mercaditas. X, participante que comercia sus productos en Neza, explica que aunque las mercaditas “son una manera de protestar, los funcionarios públicos ni siquiera alcanzan a entender a qué nos referimos; para ellos sólo estamos vendiendo de manera ilegal.”

En Neza, recuerda X, las mujeres comerciantes “con todo y crías” fueron expulsadas del monumento conocido como El Coyote. “Les hablamos de la carta que habíamos mandado al municipio anunciando nuestra manifestación, pero no hicieron caso; querían que diéramos nombres, que dijéramos quién era nuestra líder y les dijimos: ‘Bueno, aquí no hay líderes’. No nos creían (…). Nos tuvimos que retirar antes de lo planeado por miedo a que llegaran a reprimirnos, por la seguridad de las infancias: en el Estado de México la represión es muy dura. Teníamos miedo de que nos quitaran nuestras cosas que finalmente son nuestras fuentes de ingreso o que le hicieron algo a las crías”.

Karla Helena, especialista en geografía humana, explica que existe una gran diferencia entre los espacios autónomos, como las mercaditas, que se desarrollan en los centros de poder, y aquellos que surgen en sus periferias.

Es más fácil, explica, que la población converja en los entornos urbanos favorecidos por el centralismo, entornos que tienen garantizado el acceso a servicios e infraestructura pública; mientras tanto, en la periferia, donde estos servicios no están cubiertos del todo, resulta más complicado generar proyectos que sean “acuerpados” por la sociedad.

“A la periferia no vienen desde otros lados; localmente no hay una cultura territorial de sentido comunitario, de gestión comunitaria o de creación colectiva sin la figura del Estado, sin logotipos o sin partidos”. Por el contrario, lamenta, “en espacios más aburguesados la gente llega, así viajen desde Ecatepec o de Neza hacia la capital del país. Vamos de las periferias hacia el centro, pero del centro no se va a las periferias”. Este fenómeno provoca que las mercaditas alejadas de la capital sean mucho más vulnerables ante acciones represivas.

Violencia económica

Diana tenía claro su futuro: quería estudiar Filosofía y Letras. Vivía con su familia en la colonia Santa María Nativitas en Chimalhuacán, Estado de México; en una pequeña casa llena de perros y gatos, que ella y su hermana Laura rescataban de la calle pese a lo mucho que costaba alimentarlos a todos. Con 24 años, obtenía ingresos vendiendo dulces por las calles, a pie, para comprarse una computadora y terminar la preparatoria en línea.

La madrugada del 2 de julio de 2017 hallaron su cuerpo expuesto en la vía pública, con señales de violencia, en los límites de Chimalhuacán e Ixtapaluca. Desde entonces, la familia Velázquez Florencio mantiene una tortuosa batalla jurídica para esclarecer el feminicidio de su hija y sentenciar al culpable.

Hicieron de todo: dieron entrevistas, organizaron marchas en su municipio y en la ciudad, pegaron carteles de recompensa para quien encontrara al feminicida y se plantaron por más de un mes en el Zócalo capitalino.

Tres años después, en noviembre de 2020, para que el caso de su hija no fuera olvidado, Lidia Florencio, con la ayuda de artistas locales, comenzó la elaboración de un mural en memoria de Diana; en el mismo lugar donde había sido encontrado su cuerpo.

Fue una semana de trabajo. La familia  estuvo acompañada de la colectiva feminista Rudas Chimalhuacán Aborteras quienes, para acompañar la realización de la obra, optaron por instalar una “mercadita”.

Mercadita en Chimalhuacán. Acompáñanos en el mural a Diana Velázquez Florencio. Venta y trueque. ¡Trae tus productos y mercancías! Economía solidaria de mujeres contra la violencia económica. Usa cubrebocas, entre todas nos cuidamos, se leía en el cartel que la colectiva difundió a través de Facebook.

Una veintena de mujeres respondieron a la convocatoria. Mujeres de Chimalhuacán y de otros puntos del oriente del Estado de México. La mayoría, jóvenes que, como Diana, se dedicaban al comercio informal para subsistir.

Ellas “acuerparon” a la familia de la joven asesinada.

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Mercadita en apoyo a la pinta del mural en honor a Diana Velázquez Florencio, víctima de feminicidio, organizada en Chimalhuacán, Estado de México, el 21 de noviembre de 2020.

El feminicidio de Diana no es la primera ni la última expresión de violencia machista que se registra en el Estado de México. Chimalhuacán es uno de los siete municipios de la entidad donde se ha emitido una doble Alerta de Género: la primera por feminicidios, declarada por el Sistema Nacional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres en 2015; la segunda por desapariciones forzadas, declarada por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en 2019.

El feminicidio no es un crimen que se cometa de manera aislada; representa la última consecuencia de una serie de violencias relacionadas entre sí, que sufren las mujeres cotidianamente. Desde el acoso sexual hasta la violación. O la violencia económica, la que antes de ser asesinada Diana enfrentaba vendiendo dulces antes de ser asesinada.

Según datos de la Encuesta Nacional sobre Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2016, de las 30.7 millones de mujeres mexiquenses que fueron víctimas de actos violentos y discriminatorios alguna vez a lo largo de su vida, 32.2% refirió la violencia económica como la principal forma de agresión padecida.

“¿Por qué son las mujeres las que venden Yafra y Avón? –se pregunta la doctora Teresa Rodríguez, socióloga y especialista en filosofía de la ciencia–. Porque son ellas quienes necesitan una compensación económica, para romper esa cadena de dependencia en sus hogares.”

Este tipo de violencia, la económica, puede considerarse “toda acción que impida que las mujeres tengan acceso a los recursos económicos”, explica la doctora Mónica Amilpas, especialista en ciencias políticas y sociales. Por su parte, Teresa Rodríguez, socióloga y académica de la UNAM, refiere que el actual sistema económico es violento tanto para hombres como para mujeres, porque se basa en la precariedad laboral.

Sin embargo, dentro de esa lógica de explotación —explica la socióloga—, las mujeres enfrentan peores condiciones que los hombres, ya que son relegadas a espacios y trabajos más precarizados e, incluso, no reconocidos como actividades económicas formales, lo que las somete a condiciones discriminatorias en el ámbito laboral así como a relaciones de dependencia ante personas del sexo masculino: esposos, padres y hermanos, quienes son más favorecidos por el mismo sistema.

Oficialmente, destaca por otro lado la maestra Stephania Tapia Marchina, especialista en desarrollo y cooperación internacional, sólo el 35% de las mujeres en edad productiva son “económicamente activas”, pero esto deriva de una lectura machista de la realidad, ya que, en los hechos, el 100% de la economía depende de los trabajos domésticos y de cuidado impuestos a las mujeres (incluidas las que son económicamente activas), a las cuales, además, no se les reconocen derechos laborales por ese aporte.

Para Tapia, el discurso público que se basa en buscar el incremento de la participación de las mujeres en la economía invisibiliza el hecho de que ellas ya trabajan entre 20 y 30 horas a la semana más que los hombres: “Cuando ampliamos el concepto de ‘trabajo’ e incluimos el trabajo doméstico y de cuidados que se hace en las casas y que no es pagado, vemos que las mujeres invierten el 65% de sus horas de vida en proveer estos servicios totalmente gratuitos a la población sin mucho apoyo, más que el de otras mujeres”.

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Mercadita de Chimalhuacán realizada el 28 de marzo del 2021. Foto: Diana Hurtado.

Aunque los esfuerzos de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidados no son reconocidos, son fundamentales para sostener el sistema económico vigente, ya que toda persona que asiste a un trabajo remunerado, forzosamente parte y regresa a un espacio doméstico. Si se acepta que la fuerza laboral formal no podría existir sin el trabajo doméstico y de cuidado, señala la especialista, entonces puede reconocerse cuál es el aporte de las mujeres a la economía mexicana: el sostenimiento diario de la vida en sus comunidades a partir de actividades remuneradas y no remuneradas.

Si este aporte se reconociera como trabajo formal, subraya, en el sistema económico vigente “no alcanzaría el dinero disponible en la sociedad para pagar dichos servicios”.

Mercaditas: la sororidad

“Ninguna violencia sin respuesta”. Esta es una de las consignas sobre las cuales se levanta la sororidad entre estas mujeres, la mayoría jóvenes y mujeres cabezas de familia, agrupadas en mercaditas, azotadas por el mismo contexto de precarización y violencia de género.

Con la pandemia encima y la necesidad de buscar ingresos para sostener a sus familias, las mujeres que comenzaron a vender productos de manera informal, por su cuenta o en mercaditas, fueron denominadas por usuarias y usuarios de redes sociales como “nenis” de manera despectiva y en tono de burla, como antes hicieron con las llamadas “mamás luchonas”.

El “pacto patriarcal”, como señala Stephania Tapia, está presente en “esas alianzas, la mayoría de las veces inconscientes, que privilegian a unas sobre otras y que no permiten que las mujeres se apropien del espacio”.

La violencia y las restricciones no se limitan a la precariedad económica que las reúne en mercaditas ni se agota en las burlas en el espacio virtual, sino que se extiende hasta el acoso de autoridades y mafias, como las que reclaman el control del espacio público para la venta ambulante.

 “No podemos seguir esperando a que la macroeconomía, el mundo y el capitalismo cambien” para favorecer a las mujeres, advierte Tapia. Más allá de hacerle frente a la violencia económica, la realización de estrategias de autogestión y de organización social orientadas a la creación de comunidades de mujeres, ha derivado en la escucha, la reflexión sobre el panorama que las rodea y la apropiación de un lugar que históricamente se les ha negado: el espacio público.