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Pelea de Gallos en Comaltemec, Guerrero. Foto:Ethan Hernández Balanzar

Maltrato y tradición: las peleas de gallos en la Costa Chica de Guerrero

Ethan Hernández Balanzar, reportero; Alejandro Castro, mentoría / Corriente Alterna el 30 de septiembre, 2023

Aunque grupos animalistas se han manifestado para prohibir las peleas de gallos en México, por considerarlas un acto de crueldad animal, en la Costa Chica de Guerrero son una tradición que se resiste a morir.

Las moscas vuelan alrededor de las bolsas negras tamaño jumbo. La sangre gotea sobre la tierra. El olor es penetrante. Los asistentes beben cerveza y comen botanas a escasos metros de un montón de cadáveres de gallos mientras esperan la siguiente pelea.

En Comaltepec, una comunidad de 645 habitantes ubicada en la Costa Chica de Guerrero, los enfrentamientos “recreativos” de estos animales son una tradición. 

Envalentonados por el alcohol, los asistentes arriesgan su dinero en apuestas que van de los 200 a los 10 mil pesos, aproximadamente. También depende del gallo, pues algunos tienen buen historial de batallas. La pelea es a muerte. 

Son vísperas de la fiesta del santo patrono del pueblo: Santiago Apóstol, que se celebra los días 24, 25 y 26 de julio. Los combates de gallos son parte de la celebración.

El rudimentario coliseo fue instalado en un sitio conocido como La Pochota. Se le conoce así por el enorme árbol de guanacaste que brinda más de 20 metros de sombra y protege de  la lluvia. 

Tres hombres son los encargados de las peleas: Prudencio, Omar y Sulpicio. Ellos consiguen 20 cartones de botellas de cerveza, de cuartito, claras y oscuras, porque debe haber variedad para todos los paladares, dicen. 

Además de las bolsas extra jumbo, que cuestan 10 pesos en la papelería de Cuajinicuilapa, la cabecera municipal. 

Un día antes, machete en mano, los organizadores cortan el pastizal cercano al árbol de guanacaste. Emparejan la tierra con rastrillo, pues necesita estar lisa para el movimiento de los contrincantes.

Los tres hombres amarran piezas de madera con alambre para formar un círculo completo, que será el campo de batalla. Tablas pintadas de verde y rojo para diferenciar la zona de cada gallo.

—Estamos esperando esto desde hace mucho —dice Prudencio.

El día de las peleas las nubes grises amenazan con soltar la lluvia, pero ya está todo listo: los cartones de cerveza aguardan y los gallos están preparados. 

En un pequeño cuadrado de madera de dos por tres metros ponen la tina con cerveza, la rellenan con hielo y agua. “Acá no hay electricidad, pero sí mucho ingenio”, dice Sulpicio en tono de broma. 

El cuartito de cerveza (210 mililitros) vale 20 pesos, clara u obscura. Los dueños de los animales llegan y colocan las jaulas con sus respectivos gallos alrededor del improvisado coliseo. 

“Ser costeño está ligado al juego”

Los organizadores limpian el improvisado coliseo entre combates. / Foto: Ethan Hernandez Balanzar

Para el cronista guerrerense Eduardo Añorve Zapata, ser costeño está ligado al gusto por el juego, especialmente la baraja y los gallos. 

En el lugar hay varones, mujeres y niños. Algunos hombres van solos, pero la mayoría llega con la familia. 

—Hoy, el evento mayor es Cipriano contra los Mendoza. Apostaron diez grandes —se escucha entre el barullo. Eso son 10 mil pesos. 

En un extremo se coloca Prudencio con un cofre cerrado con llave. Él es encargado de las apuestas, por lo que debe “ponerse listo” con las cuentas. Esa es la “caja fuerte” para el dinero de las apuestas. 

Antes de la pelea principal se desarrollan otros combates, pero con cierto procedimiento: los gallos gladiadores deben pesarse en una pequeña báscula rudimentaria que, horas antes, era usada para calcular kilogramos de huevo y jitomate. 

El peso debe ser igual entre los animales, porque hasta 100 gramos de diferencia pueden definir el desenlace de la batalla y el destino de la apuesta.

La pequeña báscula está emplazada, improvisadamente, en una pequeña mesa blanca con el logotipo de una empresa refresquera. Como sea, es la balanza que dicta si hay o no enfrentamiento. 

Si se cumple el requisito, los galleros pasan a ambos lados del coliseo; llevan consigo pequeñas cajas de madera, similares a un alhajero, pero en su interior hay espolones afilados e hilo de seda. 

Cada dueño amarra un espolón en la pata derecha del gallo con ayuda del hilo. En ese transcurso los espectadores aprovechan para ir a las apuestas con Prudencio.

—Yo apuesto 200.

—Yo voy contigo.

Prudencio anota con velocidad los nombres y números en su cuaderno, y guarda el dinero en la caja fuerte. 

Una vez terminado el “amarre”, parecido al vendaje en el boxeo, se procede a traer a “la musa” para dar picotazos en las crines de los gallos.

“La musa” es un gallo “entrenador”. Su trabajo es enfurecer a los peleadores, esencial para que la lucha sea entretenida.

Ambos galleros apartan el pico del gallo para que no pueda responder a las provocaciones de “la musa”, pues ha de ser con el gallo oponente con quien desquiten la ira. 

El réferi dibuja tres líneas equidistantes dentro del coliseo. Ambos galleros deben colocar a los peleadores detrás de las dos extremas; la del centro nunca debe ser sobrepasada. Toman impulso en la carrera para poder chocar en el aire. Empieza el espectáculo. Tienen 12 minutos para alcanzar la victoria. La pelea termina cuando se cumple el tiempo o cuando uno de los gallos toque la tierra con su pico. 

Si ninguno de los gallos ataca, vuelven a dibujarse las líneas equidistantes y se repite el proceso.

Los espectadores esperan el evento mayor, con los gallos de Cipriano y la familia Mendoza como protagonistas. No obstante, la báscula indica que el gallo colorado de Cipriano pesa 200 gramos más; por tanto, no puede pelear. 

La multitud abuchea al unísono y las nubes dejan caer algunas gotas de lluvia que ahuyentan a mujeres y niños. Los hombres siguen bebiendo cerveza mientras hablan del combate que pudo haber sido. 

El peso salvó al gallo de Cipriano. Después del pesaje regresa vivo y sin cortaduras a la jaula. Pero solo por esta ocasión, pues fue criado para pelear: es su destino. 

Los hombres alrededor del ruedo, con botella de cerveza en mano, no lo consideran un acto de crueldad. Incluso, presumen los “cuidados” que se les dan a los gallos antes de la pelea. 

Tortura legalizada

La Ley de Bienestar Animal del Estado de Guerrero no considera esta práctica como ilegal. El artículo 43 de ese ordenamiento equipara las batallas a muerte con otras destrezas y artes campiranas: “Los espectáculos de charrería, pelea de gallos y fiestas tradicionales locales, no se considerarán como actos de crueldad o maltrato, para los efectos del presente artículo, siempre y cuando se realicen conforme a los reglamentos que al efecto emitan la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMAREN) en coordinación con las autoridades municipales competentes”.

Por el contrario, organizaciones internacionales como la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal piden poner fin, en todo el mundo, a esta actividad de “entretenimiento”. 

Entidades como Veracruz, Quintana Roo y la Ciudad de México han prohibido ya las peleas de gallos a través de Leyes estatales de protección y bienestar animal.

Otros estados como Nayarit, Zacatecas, Tlaxcala o Aguascalientes protegieron esta “tradición” con una declaración de Patrimonio Inmaterial. Sin embargo, en junio de 2022, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) sentó un precedente en la materia.

La Segunda Sala amparó a una asociación animalista contra el decreto del estado de Nayarit que declaró patrimonio inmaterial a las peleas de gallos, la charrería y las fiestas taurinas. Resolvió que el Gobierno estatal carece de tal competencia legal.

En 2018 la Comisión Mexicana de Promoción Gallística interpuso un amparo contra la Ley de Protección y Bienestar Animal de Veracruz, por considerar que violaba su derecho a la cultura y a la propiedad privada, y por tanto, era inconstitucional. No obstante, la Corte determinó que la prohibición de las peleas de gallos es constitucional porque se trata de una medida idónea y necesaria para garantizar el bienestar animal.

Desde luego, nada de esto preocupa en Comaltepec. 

Una docena de gallos no corrieron con la misma suerte que el gallo colorado de Cipriano. Murieron en el coliseo de madera o agonizaron en bolsas negras jumbo que, luego, con la sangre escurriendo, fueron echadas a un lote baldío. 

El hielo de la tina de cerveza poco a poco se derrite con las gotas de lluvia. El alcohol se termina. Los hombres recogen los cartones sobrantes y las piezas de madera del coliseo para meter toda la carga en la parte trasera de una camioneta Nissan gris con redilas de metal. 

Los dueños de los gallos que sobrevivieron se los llevan como pueden; algunos hacen malabares con las jaulas entre brazos, otros aprovechan las cajuelas de sus coches particulares. El chubasco les ahorra la molestia de limpiar las gotas de sangre. Tan solo quedan las corcholatas de cerveza incrustadas en la tierra húmeda.

*Después de su publicación, esta nota se modificó para incluir el contexto jurídico relacionado con las peleas de gallos.