Benito Alvarado se aferró a la vida
/ Ilustración: Natalia Vargas

Dos hermanos inseparables, José Eucario y Benito Alvarado Nieva, viajan a bordo del Metro para volver a casa. 

A las 22:22 horas, el convoy donde viajan los hermanos se desploma. Algunos sobrevivientes dicen haber perdido la memoria. No recuerdan los minutos eternos en los que el tren cayó. Dos meses después del incidente, Benito todavía puede describir aquel 3 de mayo de 2021, cuando se aferró a la vida.

—Te agarras de un tubo, te agarras de otro –explica en presente, como si ocurriera otra vez frente a sus ojos–. Todos se comprimen y tú quedas en el aire como un changuito en jaula, como un mono de esos de zoológico. En el aire quedas. 

La noche en la que se desplomó el Metro, el señor Benito Alvarado terminó tarde su jornada laboral. Ese lunes, como muchos otros, lo acompañaba su hermano José Eucario. Vendían fruta. Por la hora, decidieron tomar el Metro. Estaban por llegar a la estación Olivos cuando reventó el pánico.

“A cualquier persona le pudo haber pasado, ¿verdad? Imagínense si hubiéramos pensado que…” Benito no termina la frase, la resignación se apodera de él. Luego respira y, más relajado, sin ironía, dice: “Pero ahorita estoy aquí, mire, en la arena y junto al mar. Es bonito”. 

Benito mira la cortina que divide su cama de la habitación donde duermen sus hermanas, en esta casa pequeña de la alcaldía Iztapalapa. Está sentado en una cama y no puede moverse demasiado. Una cobija roja cubre sus piernas que, desde el día del desplome, han recibido ocho intervenciones médicas.

Dice que aquella primera sacudida fue la que le lastimó las piernas, el estómago y el abdomen. Recuerda los pasamanos que se deformaban a su alrededor, los asientos haciéndose añicos dentro del vagón. Como pudo, se aferró a los tubos del vagón y, con ellos, a la vida. 

Otros cuerpos chocaron contra el suyo. El fuego que emanaba de los cables sustituyó la oscuridad, solo para que Benito Alvarado pudiera ver, al fondo del tren, los cuerpos inmóviles de otros viajeros. Herido, pero vivo, a Benito lo rescataron del tren. Su hermano, José Eucario,  también sobrevivió.

—Luchas contra la muerte. Cuando ves que se empiezan a caer las trabes y todo… el miedo, ¿verdad? Un miedo, pero, así: atroz. Dice: “Pues hasta aquí llegaste, aquí terminó tu vida”.

Desde que fue inaugurada en 2012, en la administración de Marcelo Ebrard, Benito había escuchado de las irregularidades y fallas de la Línea Dorada. Pero cuando la noche lo alcanzaba, no temía abordar el Metro, pese a los extraños sonidos que hacía. Hoy, la sola idea del Metro le provoca ansiedad.

–Quedas con traumas –confiesa–. Fue un accidente muy horrible.

Ese impacto, ese trauma, es lo más difícil de tragar. A veces quisiera no acordarse, con tanto detalle, de aquellas escenas.

—Mi hermano gritando, la gente desesperada. Toda la gente que no logró sostenerse entre golpe y golpe. Los que perdieron la vida. Cuando se va la luz y empiezan a arder los cables. Había muertos abajo. 

Cuando llegaron las ambulancias y los bomberos a rescatarlo, él solo pensaba en sacar a José del fondo del vagón. No quería irse, ni siquiera le dolían las piernas en ese momento.

—Me sacaron con unas escaleras tremendas, altas, con un lazo amarrado. Inmediatamente me llevaron a la ambulancia y, de la ambulancia, al hospital. 

Fue internado en el hospital de Magdalena de las Salinas. Estuvo en terapia intensiva hasta el 21 de mayo. 

***

Como muchísimos comerciantes, Benito y José Alvarado cada día se levantaban a las cinco o seis de la mañana, recorrían la Central de Abastos, vendían en los tianguis o las esquinas y su jornada terminaba, muchas veces, hasta que caía el sol. Atravesaban varias veces la ciudad en combis o camiones; a veces rentaban camionetas para cargar su mercancía. 

Todo eso quedó atrás, al menos por el momento. Hoy, el mundo entero de Benito Alvarado se ha reducido a esta cama de sábanas viejas. Allí busca recuperar peso, ejercita sus piernas con terapias de rehabilitación, lee su Biblia o novelas de John Katzenbach, de Stephen King, a veces mitología griega. 

–¡Soy Zeus! –bromea luego de quejarse porque, desde hace meses, no puede bañarse ni entrar al baño sin ayuda.

José Eucario Alvarado Nieva, el hermano de Benito, fue llevado al Hospital de Tláhuac, del ISSSTE, al oriente de la ciudad,  que entonces se encargaba de atender a los pacientes de Covid-19. José acumula una larga lista de fracturas: en la pelvis, el codo, el antebrazo y la muñeca, además de lesiones en el hígado y el intestino. Aunque ya fue dado de alta, en el momento de la entrevista, el 8 de julio de 2021, todavía estaba hospitalizado, sin poder ver a su hermano o recibir visitas. “Por bien de él y por bien de nosotros, la familia, no se puede”, lamentaba Benito. 

José cayó en depresión.

—Después de las intervenciones quirúrgicas, José contrajo un virus por el catéter que tenía. Lo volvieron a intubar, lo des-intuban y, después, le da neumonía y otra vez lo intuban… Ha sido difícil. Yo andaba con él en todos lados, a diario. Imagínense, pues, lo que siento ahorita de no verlo a él; lo que él siente por no verme. Todo por teléfono, nada más por teléfono. Yo lo quiero demasiado. Es mi mayor tristeza.

Desde que fue dado de alta, Benito Alvarado llora cuando piensa en su hermano. Al principio recibió apoyo sicológico dos veces a la semana por parte del gobierno de la Ciudad de México; los terapeutas, a veces, lo visitaban en casa; a veces hablaban con él por videollamada. Esta atención dejó de proveerse.

El abogado Juan Antonio Medina puntualizó que las visitas del área de sicología se redujeron a trazar un perfil socioeconómico de Benito y revisiones mensuales.  

—No ha tenido ninguna evaluación, mucho menos un tratamiento. No podía ni dormir a pesar de todos los medicamentos debido al daño traumático. 

Actualmente recibe atención sicológica privada. El abogado comenta que ha mejorado bastante.

—Antes no lloraba y ahora lloro. Sacas todo lo que te ha pasado desde tu niñez hasta ahora, lo que no te ponías a pensar.

Benito estudió Derecho en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), pero no terminó. Toda su familia es de comerciantes y decidió dejar los estudios después del quinto semestre para convertirse, él también, en vendedor. “Pero, un poquito, le entiendo a las leyes, aunque soy un dinosaurio”, bromea. En total, tiene cinco hermanos vivos; tres más murieron por diabetes uno detrás de otro. Aunque padece la enfermedad, la mantiene controlada. Hace años que superó el alcoholismo, dice, y luego recuerda que, cuando tenía 22 años, le gustaban las apuestas de caballos, el póker, el billar. También compraba gallos de pelea. Le gustaba la adrenalina.

Pero eso era antes, en su juventud. 

—Culpables siempre va a haber –responde cuando se le pregunta si le interesan las investigaciones en torno al desplome del Metro–. El problema es encontrarlos, ¿verdad? Porque, pues, ¿dónde quedó la bolita? ¡Quién sabe! 

Benito enumera a constructoras, arquitectos, ingenieros y a todos los involucrados en construir carreteras, segundos pisos, edificios y obras de mala calidad. 

—Ahí están las muertes que ocasionan.

—Nosotros no estamos señalando a nadie en particular. A la fiscalía le tocará señalar a quien resulte responsable —dice el abogado Juan Antonio Medina, quien lleva el caso de alrededor de 20 familias afectadas por el desplome de la Línea 12.

***

Pocas semanas después de la tragedia, Benito recibió un apoyo de cuatro mil pesos por parte del gobierno capitalino para solventar sus gastos. Este apoyo emergente comprende, además, servicios de ambulancia, medicamentos, alimentos y visitas frecuentes de doctores para terapias de rehabilitación. Y es que, cuando Benito regresó a casa, no podía moverse y hasta levantar una cuchara le era difícil. Sólo comía papilla. 

—¿Qué es lo que usted espera?

—Más que nada, volver a caminar, ¿verdad? Cualquier operación lleva riesgo. Todos los hospitales, todos los médicos, dicen: “Te vas a componer, vas a caminar”, pero nadie me asegura que pase. Toda la gente dice: “¡Échale ganas, échale ganas!” Pues le echamos ganas desde el día del accidente para no morir. Yo no me voy a morir.

En una casa en la alcaldía de Iztapalapa, un hombre espera tendido en la cama. Tiene los pies cubiertos con una cobija roja y hoy, en entrevista con Corriente Alterna, no deja de hablar sobre optimismo, esperanza, fuerza de voluntad. A veces lee la Biblia, o piensa en la mitología griega. 

–Soy Zeus –dice el hombre que sobrevivió aquella noche, la noche en que se cayó el Metro.