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Guadalupe Rodríguez Línea 12

/ Ilustración: Natalia Vargas

Las preguntas que Guadalupe Rodríguez no puede responder

Emiliano Ruiz Parra, reportero / Corriente Alterna el 13 de diciembre, 2021

Guadalupe Rodríguez vive tan cerca de la estación Olivos, que oyó el desplome del Metro. Lo describe “como cuando los camiones de carga giran el cascajo, y [después] un rechinido muy largo”. Guadalupe, de 29 años, salía de la regadera luego de bañarse con su hija de siete. Se asomó por la ventana y vio muchos puntitos de luz: eran las lámparas de los celulares de la gente que se orientaba en el apagón.

Ocho años atrás, Guadalupe y Jesús Cho Baños se conocieron mientras estudiaban Arquitectura. Se enamoraron, se embarazaron (ella así lo dice: “Nos embarazamos”), abandonaron los estudios para trabajar y criar a la bebé. Guadalupe tuvo un parto difícil y la pareja decidió no tener más hijos. Jesús volcó su amor paternal hacia su pequeña y era un padre cariñoso y consentidor.

Tras siete años de vida en común el matrimonio entró en crisis. Se separaron a fines de 2020. Guadalupe se quedó en la casa que habitaban en familia, esa misma casa desde donde se ven los rieles del tren elevado del Metro de la Línea 12. Jesús se fue más al oriente, al pueblo de Mixquic, de donde era originario. 

En abril de 2021 Jesús intentaba recuperar la relación con Guadalupe. Ella le ponía una condición: que renunciara a su trabajo como ayudante general en una fábrica de plásticos, ubicada cerca de la estación del metro Periférico Oriente. Jesús tenía una relación sentimental con una de sus compañeras de trabajo. Él respondía: “Están a punto de ascenderme a supervisor de turno, no me conviene renunciar”.

El viernes 30 de abril de 2021 Jesús recogió a su hija y pasó cuatro días con ella. El lunes 3 de mayo, la regresó con Guadalupe y se presentó a trabajar. Cuando el Metro se desplomó, a las 22:22, Guadalupe no se preocupó por él. Sabía que Jesús salía de trabajar a las 7 de la noche: no podía estar en el desplome. 

Tardó 20 minutos en prender la televisión luego de oír el estruendo. Empezaron las llamadas: primero el hermano, luego la madre y después la hermana de Jesús. “Cho no aparece, ¿tú puedes ir a buscarlo al lugar del accidente?” Guadalupe Rodríguez se bloqueó. No quería. Se percató de que su celular estaba por quedarse sin batería. Lo conectó a la corriente y eso le sirvió de pretexto consigo misma: no puedo irme sin teléfono. Pero la presión familiar arreciaba. “¿Ya te saliste, ya te saliste?”, le preguntaban. Había pasado una hora desde el desplome cuando decidió ir a la calle.

Guadalupe tenía con quién dejar a su pequeña. No estaba sola. Su padre, abuelo de la niña, estaba con ellas. Guadalupe lo había cuidado en su recuperación de Covid-19. El abuelo padecía diabetes y había pasado semanas difíciles. El abuelo le dijo: “Anda, ve a buscarlo y yo me quedo con mi nieta”. 

—No te vas a ir —dijo la pequeña, que se paró en la puerta para detenerla. Estaba asustada y no quería dejar marchar a su madre.

Ella la abrazó, le dijo que pronto iba a volver, se puso una chamarra y salió.

*** 

Buscar a Cho en medio del caos era una tarea imposible. Guadalupe se abrió paso entre el tumulto; deambuló mirando las patrullas, los automóviles estacionados en la avenida Tláhuac, los helicópteros que aterrizaban y despegaban en el estacionamiento de una cafetería para llevarse heridos. El hermano de Jesús le llamó: “Busca a Sosa”, le dijo. Sosa era un vecino de Mixquic y policía capitalino que, en ese momento, estaba en el lugar del desplome. Lo llamó, se localizaron. Fue él quien le confirmó que Jesús viajaba en el vagón accidentado y estaba herido. Le había sacado una foto: acostado en una camilla, inconsciente.

Las siguientes horas fueron de búsqueda y confusión. Fue, primero, a la clínica del IMSS más cercana. Ahí no habían llevado a nadie de la Línea 12. Luego, al Hospital de Especialidades “Belisario Domínguez”, a 10 minutos a pie del lugar del desplome. Sí había otros heridos, pero no estaba Jesús. Fue allí que se encontró con Verónica, la mujer con la que Jesús sostenía una relación sentimental. Ella le informó: Jesús salió de la fábrica de plásticos a las 7 de la noche, como siempre, pero se cruzó la calle, se cortó el pelo en una peluquería y regresó a la fábrica a cenar con sus compañeros. Esas tres horas en las que rompió su rutina le rompieron la vida. 

Mientras Guadalupe Rodríguez buscaba en hospitales, sus familiares rastreaban información en redes sociales. En el Hospital General Balbuena había un herido registrado con el nombre “Jesús Byron García, 27 años”. Corrieron hacia allá. En Balbuena confirmaron: habían escrito mal el apellido, pero ahí estaba: Jesús Baños había llegado en un vuelo de helicóptero. Tenía fractura de cadera y una fuerte hemorragia. Lo habían intubado tras un paro cardiorrespiratorio. Cuarenta minutos después, Jesús murió de un segundo paro. Eran las 02:06. 

*** 

Esa noche les entregaron una chamarra y una playera rotas. Les dijeron que debían ir a la agencia del Ministerio Público, donde estuvieron desde las tres de la madrugada a las tres de la tarde, esperando, sin que les entregaran el cuerpo. Fue hasta que convocaron a periodistas que los trámites se aceleraron. A Jesús Baños, Cho,lo velaron en Mixquic.

A Guadalupe Rodríguez le preocupaba cómo decirle a su hija que su padre había muerto. “Eran muy unidos, fue padre y, de hecho, también fue madre de la niña”, explica. La pequeña se asomó al ataúd. 

—Mamá, dile que se levante. 

Después del llanto, le hizo tres preguntas a Guadalupe:

—¿Por qué se cayó el Metro?

—¿Por qué iba mi papá ahí?

—¿Y, ahora, quién me va a consentir?

*** 

La familia de Guadalupe Rodríguez recibió diversos apoyos del gobierno de la Ciudad de México. A algunos les ofrecieron empleos, de acuerdo con su nivel de estudios. También recibieron una compensación económica. Guadalupe, sin embargo, sostiene una demanda colectiva en busca de justicia y reparación integral. Gracias a un crédito facilitado por el gobierno, la casa de los padres de Jesús —que no tenía cimientos— fue reconstruida. 

Guadalupe no vive ahí sino en Olivos, a unos minutos a pie de donde se desplomó el tren donde viajaba el papá de su hija. La estación Olivos de la Línea 12, ahora cerrada, se ha convertido en un altar a los fallecidos. Entre las cruces blancas y las veladoras se leen diversas leyendas: “Estado genocida”, “Por corrupción”, “Vidas perdidas”, “La corrupción y su codicia matan”. Hay una imagen de la Virgen de Guadalupe. La cruz blanca que está al centro lleva el nombre de Jesús Baños García.