La crisis climática, la extinción de especies y la desmedida contaminación y alteración de procesos naturales del planeta han hecho pensar a científicos y académicos que el paso de la humanidad sobre la Tierra marca un nuevo capítulo en la historia geológica del planeta: Antropoceno, es la propuesta más popular en este gremio para nombrar dicha época dominada por el hombre.
Cientos de estudios han medido esta huella humana. Sin embargo, pueden ser demasiado técnicos para el público general y, en algunos casos, inaccesibles. Ante esto, un grupo de investigadores analizó toda esa información científica y la agrupó en un sólo lugar: los Antroponúmeros, un repositorio web que concentra los resultados de todas esas investigaciones en 307 bases de datos y cifras clave sobre el Antropoceno, desde la cantidad de agua consumida por el sector industrial hasta el número de especies extintas.
Corriente Alterna entrevistó a Griffin Chure, Rachel Banks y Rob Phillips, los investigadores del Instituto Tecnológico de California (Caltech) que encabezaron la creación de este acervo estadístico presentado el pasado 3 de julio en un artículo científico. A partir de la charla y de la revisión de esta base de datos, destacamos cinco números que retratan el tamaño y la profundidad de la huella humana estampada sobre la Tierra.
EL AÑO EN QUE LAS SELVAS DE CONCRETO SE COMIERON LOS BOSQUES
El 2020 no sólo fue el año en que inició la pandemia de covid-19. También fue el año en que los materiales artificiales producidos por las actividades humanas —como el concreto, el acero y el plástico— superaron, en kilogramos, a la masa de todos los seres vivos que habitan este planeta.
Así lo muestra un artículo publicado en la revista Nature ese mismo año y liderado por la científica Emily Elhacham. En este estudio se recopila información de 1900 a 2015 sobre la producción de concreto, asfalto, ladrillos, acero y plástico, a la cual llamaron “antropomasa”. A ésta la compararon con la “biomasa” —el conjunto de todas las plantas, animales, hongos y bacterias— y estimaron el momento en que una superó a la otra.
Los resultados, recuperados en los Antroponúmeros, muestran que la antropomasa ha crecido exponencialmente desde la Segunda Guerra Mundial, y concluyeron que en 2020 habría superado a la biomasa total. Su estimación tiene un rango de incertidumbre de seis años; esto significa que, cabe la posibilidad que el punto de inflexión se ubique entre 2014 y 2026.
Por su parte, el equipo que integró los Antroponúmeros determinó que la antropomasa se incrementa más rápido, incluso, que la población humana. Es decir, la producción humana avanza a mayor velocidad que la humanidad misma.
¿Cuánta agua ya no corre libremente por los ríos?
El flujo de los ríos, fundamental en el ciclo global del agua, ya no es un torrente del todo natural. De los poco más de 300,000 ríos que hay en el mundo, menos de 5% presenta algún grado de alteración en su flujo y conectividad con otros cuerpos de agua, ya sea porque están atrapados en presas, por el consumo de agua o por la desviación de su curso. Pero en esa pequeña fracción fluye la mitad de toda el agua de los ríos del planeta, lo que convierte al sistema hidrológico mundial en algo más parecido a una red internacional de canales artificiales.
Treinta investigadores, en su mayoría integrantes del Fondo Mundial por la Naturaleza (WWF), analizaron durante tres años múltiples bases de datos e imágenes satelitales para saber cuántos ríos fluían libres de control humano y qué refrena a aquellos que no son libres. Su diagnóstico, publicado en la revista Nature en 2019 y recuperado en el repositorio de Antroponúmeros, revela que, aunque en la mayoría de los ríos los impactos son mínimos, en el caso de los más grandes del mundo —de más de mil kilómetros de longitud, como el Río Bravo— sólo una tercera fluye libremente. El Río Bravo no es uno de ellos.
Ya que estos torrentes de mayor tamaño acarrean más agua, logran que 48.3% del agua que fluye en los ríos del mundo lo haga bajo control humano. En el caso de Norteamérica, México incluido, el porcentaje es mucho mayor: 67.4%.
La causa principal que restringe los ríos del mundo, según el estudio, son las presas hidroeléctricas y los embalses para el riego, especialmente para el consumo del ganado.
La excavadora humana que moldea la superficie terrestre
La superficie terrestre es moldeada de forma natural por el viento, los ríos, la lluvia y los glaciares. A este proceso, que talla y remueve las rocas y suelos, se le conoce como erosión, y al material transportado, sedimento. Sin embargo, las actividades humanas actúan como una excavadora gigante que desplaza 20 veces más sedimentos que este proceso geológico. Así lo muestran los datos de dos estudios, alojados en los Antroponúmeros.
Tras realizar simulaciones en modelos computacionales, en 2005, un grupo de expertos coordinados por la científica trans Jaia Syvitski comparó la cantidad de sedimento que los ríos descargaban al mar antes de la existencia del ser humano, con la que descargan actualmente. Sus resultados, plasmados en un estudio de la revista Science, indican que las presas y embalses han reducido la sedimentación de los ríos, el principal agente erosivo natural, de 15 a 12.8 miles de millones de toneladas anuales.
A partir de esos resultados, la científica Teresa Brown encabezó una segunda investigación para comparar esos sedimentos transportados por los ríos, con aquellos desplazados por la urbanización y la minería. Encontraron que la erosión producida por estas actividades mueve, anualmente, al menos 316 mil millones de toneladas de sedimentos; más de 20 veces lo que desplazan, naturalmente, todos los ríos del mundo.
“La humanidad es el agente geomorfológico más significativo de todo el planeta, dejando una huella sobre y bajo el suelo”, concluyeron en 2018 Brown y su equipo en la revista Anthropocene Review.
Esta erosión humana, estiman en su artículo, superó en 1955 la erosión natural de la Tierra tras crecer exponencialmente al terminar la Segunda Guerra Mundial. La causa principal es el desplazamiento de tierras para la construcción de edificios y carreteras, seguido de la minería. Y, aunque no la contemplaron en el estudio, la agricultura también forma parte de la gran excavadora humana, pues transporta cada 24 mil millones de toneladas de sedimento, de acuerdo con los Antroponúmeros.
De bosques a corrales
Al día de hoy, la Tierra es el único lugar que, sabemos, alberga vida. Pero cuando pensamos en los animales terrestres que dominan el planeta, es mucho más realista pensar en animales de consumo que en elefantes y cebras, a decir de los científicos detrás de los Antroponúmeros.
Desde 1900, se han extinto, al menos, 244 especies de mamíferos y aves a lo largo del mundo, tal como indica la Lista Roja de la UICN, el inventario más completo sobre la conservación de especies a nivel mundial.
En cambio, la población mundial de animales de consumo —vacas, pollos, cerdos, ovejas, caballos, etcétera— ha crecido a la par que la población humana, sostiene este equipo de investigadores.
Todo ese ganado necesita un hábitat para vivir y, sobre todo, para comer. Actualmente, el ser humano ocupa 30% de la superficie continental total del planeta. De ese porcentaje, 98.6% se destina a la agricultura y dos tercios de la tierra agrícola sirve para criar y alimentar ganado, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Este sistema alimentario también encabeza las causas de la deforestación y su consumo de agua es mayor al de la industria o el uso doméstico.
Rob Phillips y Ron Milo, diseñadores de los Antroponúmeros, encontraron en un estudio de 2017 que la masa total de animales de consumo es, por lo menos, 100 veces más grande que la de los mamíferos terrestres y aves salvajes que aún sobreviven en sus hábitats. No obstante, el grupo de investigación sobre antroponúmeros actualizó esta comparación con datos de la FAO de 2020 y sus cálculos sugieren que la masa de animales de consumo puede ser hasta 220 mayor que la de estos animales sobrevivientes del Antropoceno.
“Descubrimos que alimentar a la creciente población humana es un gran factor de varios impactos humanos”, señalan los investigadores en su estudio sobre los Antroponúmeros. Desde luego, la carne de esos animales no termina en todas las mesas por igual. Si se repartieran equitativamente los 46 mil millones de animales de consumo que existen hoy en día, cada persona del planeta tendría seis de ellos. Cinco serían pollos.
Un desbalance climático
El cambio climático es generado por las cientos de toneladas de gases de efecto invernadero liberadas a la atmósfera cada año, principalmente dióxido de carbono (CO2). A pesar de que la Tierra lo absorbe de forma natural, desde 1960 el CO2 emitido anualmente por la quema de combustibles fósiles y procesos industriales supera lo que mares y bosques pueden capturar y procesar.
Cada año, el Proyecto Global de Carbono, una red científica internacional que monitorea este fenómeno, publica un informe donde se calculan las emisiones mundiales de CO2, desglosadas por actividad y por país, y se coteja con la cantidad absorbida naturalmente. Los datos de esta báscula climática, disponibles entre los Antroponúmeros, exponen que las emisiones fósiles globales han crecido sin freno. Es más, se estima que en 2021 el planeta absorbió apenas 58% del CO2 emitido por la actividad humana. Este desequilibrio de carbono es el que alimenta la crisis climática.
Según estos datos, 90% de las emisiones provocadas por la actividad humana corresponden a la quema de combustibles fósiles y procesos industriales; el resto, al cambio de uso de suelo. Durante 2020, debido a la pandemia, hubo una ligera reducción en las emisiones fósiles. Sin embargo, según el reporte más reciente del Proyecto, en 2021 volvimos a los mismos valores prepandémicos. Adicionalmente, el Proyecto concluyó que 70% de las emisiones son generadas únicamente por diez países: China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Irán, Alemania, Arabia Saudí, Corea del Sur e Indonesia.
También existe disparidad entre clases sociales. La mitad de las emisiones de CO2 entre 1990 y 2015 fueron causadas por el 10% más rico de la población mundial, de acuerdo con el informe de Oxfam y el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo “Combatir la desigualdad de las emisiones de Carbono”. Durante ese periodo, el 1% más rico emitió más del doble de CO2 que los 3 mil millones de personas que componen la mitad más pobre de la humanidad.
Datos confiables en una era de desinformación
En el año 2020 la crisis global provocada por el covid-19 impulsó a los investigadores Rob Phillips y Griffin Chure a suspender sus experimentos sobre biología molecular y reenfocar sus investigaciones en la influencia del hombre sobre el planeta y preguntarse cómo medir el Antropoceno. “Una vez que llegó la pandemia comencé a ver los impactos humanos de una forma mucho más seria. Fue un evento de reenfoque en mi vida”, comenta Chure, en entrevista.
Para estos investigadores, brindar cifras en las cuales confiar es indispensable para que tanto la comunidad científica como la ciudadanía estén bien informadas sobre el impacto de las actividades humanas, en especial en un momento marcado por la desinformación sobre covid-19 y la crisis climática.
“Mi padre murió recientemente. Estaba confundido acerca de las vacunas. Él era un tipo inteligente; pero cuando ingresas a internet, muchos sitios son de agenda política, alejados de la ciencia. Considero que esta base de datos, los Antroponúmeros, es un pequeño intento para rogarle a la gente que sea cuidadosa con lo que ve en internet”, cuenta en entrevista Rob Phillips.
Al comenzar el confinamiento ambos científicos impartieron un curso en el Caltech nombrado “El gran experimento humano a través de los números”, donde el Antropoceno sería el fenómeno a analizar y el objetivo era calcular datos que permitieran comprenderlo. “Tuvimos toneladas de estudiantes interesados y estimaron números muy interesantes. Personalmente, lo sentí muy inspirador”, recuerda Phillips.
Durante el curso descubrieron que navegar por el mar de artículos científicos, en busca de información fidedigna, fue una tarea titánica, incluso para ellos. “Preguntas simples como ‘¿Cuánta agua usa el ser humano?’ pueden ser difíciles de responder, cuando los buscadores no están optimizados para encontrar estos datos y terminas analizando documentos crípticos y laboriosos de interpretar”, escribirían un año después en su artículo científico.
Rob Phillips ya había tenido un problema similar quince años atrás. Notó que en el campo de la biología molecular carecían de un acceso directo a datos confiables. Por ello creó, junto con colegas de la Universidad de Harvard, los Bionúmeros, una base de datos sobre todo lo que hay que saber del tema.
Con los Bionúmeros como inspiración, invitaron a Rachel Banks y varios investigadores a revisar durante un año decenas de artículos científicos, así como reportes gubernamentales e industriales, para crear la colección de datos sobre el Antropoceno y juntarlos en un sólo lugar: los Antroponúmeros.
“Uno de nuestros objetivos es que, en lugar de tener que pasar horas buscando y analizando largos documentos, estos valores sean rápidamente accesibles para las personas”, explica Rachel Banks, también diseñadora de la base de datos e investigadora del Caltech.
Los autores de esta herramienta enfatizan que no reemplaza a los estudios originales; pero sí agiliza el proceso de buscar datos y entenderlos. Cada antroponúmero cuenta con la fuente de donde salió la información y con un breve resumen sobre su significado. También se describe el método con el cual se midió, determinó o infirió ese dato.
Además de reunir información confiable y actualizada, la base de datos también puede aprovecharse como un semillero de historias para el periodismo, considera en entrevista para Corriente Alterna Itzel Gómez, periodista e investigadora de Climate Tracker, una organización no gubernamental enfocada en impulsar el periodismo climático: “Es una herramienta que servirá para que la periodista incorpore el contenido científico que pueda requerir en sus historias”.
Del antropoceno al capitaloceno, de los datos a la acción
Griffin Chure reconoce que una limitación de los Antroponúmeros es que sólo muestran información global y regional, dejando de lado el nivel nacional o por clase social: “Logramos encontrar muchos de esos números; pero convertían a la base de datos, rápidamente, de amigable a inmanejable”, señala y enfatiza que su base de datos no busca ser exhaustiva, aunque seguirán agregando valores. A futuro planean presentar una serie de infografías explicativas sobre sus antroponúmeros.
Itzel Gómez, de Climate Tracker, y César Pineda, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, coinciden en que hacen falta bases de datos como los antroponúmeros, pero que hablen exclusivamente de Latinoamérica.
A decir de Pineda es necesario, además, cuestionarnos las causas detrás de cada valor. “Hay que aplaudir la base por reunir datos que son difíciles de encontrar. Pero no basta conocer cuánta agua usan los humanos; hay que saber por qué se usa más agua y quién la está usando”, sostiene en entrevista con Corriente Alterna.
El equipo de Chure concluyó que el tamaño de la población humana, la composición de nuestras dietas y la creciente demanda de materiales impulsan estos impactos. Pero su meta no era dilucidar esa cuestión: “Otras personas, probablemente, querrán usar la base para políticas públicas. Nosotros sólo queríamos saber, factualmente, qué es verdad sobre este mundo, sin ningún juicio de valor ni intención de saber qué pasaría a futuro” aclara Phillips.
Actualmente existe un debate científico, promovido desde las ciencias sociales y las humanidades, sobre si “Antropoceno” es el nombre más adecuado para referirnos a este periodo. La principal crítica a este término, dicen los expertos, es que concibe una humanidad homogénea, sin ninguna distinción entre sus integrantes. “Invisibiliza que no es la humanidad en su conjunto quien está modificando la Tierra; sino una forma de producción y consumo humano, llamada capitalismo, que modifica la naturaleza a favor de ciertas clases sociales”, explica Pineda.
Por esta razón se ha propuesto sustituir el concepto de “Antropoceno” por el de “Capitaloceno”. Aunque ésta es una de las más de ochenta propuestas alternativas que se han hecho en medio del debate. Algunas evocan a un irremediable apocalipsis como el Infiernoceno; pero otras se diseñaron para poder construir un mañana en este planeta dañado, insistiendo en vivir en una colaboración armoniosa con otras especies, como el Chthuluceno, acuñado por la científica y filósofa Donna Haraway.
Así, mientras el gremio científico define cómo nombrar a la huella humana sobre el planeta, el pie que la marca sigue pisando fuerte y crece la urgencia de salvar la vida en la Tierra. “Ya tenemos suficiente información sobre la catástrofe ambiental que estamos viviendo. Ahora, no basta con sólo medir y comprender la dimensión de esta catástrofe; también necesitamos más ciencia y datos para comprender las relaciones sociales con la naturaleza, para poder transformarlas radicalmente”, concluye Pineda.