Las detonaciones ensordecieron a Natalia la noche del 9 de noviembre. Eran las armas de los policías municipales de Cancún, que dispersaban a los manifestantes que exigían justicia por el asesinato de Alexis.
Lo que ocurrió “fue bastante extraño”, recuerda.
“Íbamos marchando y surgió la propuesta de ir al ayuntamiento. Al quitar las tapias que estaban ahí notamos que había policías dentro y llegaron policías por fuera disparando. Parece que estaba planeado, estaban esperándonos. En medios mencionaron que fueron balas de goma o que fueron balazos al aire, esto es una mentira: salieron policías rafagueando con armas de fuego a las personas, yo estuve ahí, vi las balas, las escuché”. Dos personas resultaron heridas durante la agresión.
Natalia acude con frecuencia a las protestas feministas en Cancún, donde reside hace 18 años. En ellas nunca se había sentido expuesta o en peligro, ni siquiera en la movilización del 8 de marzo de 2018, a la que asistieron sólo 10 mujeres. Pero en la del 9 de noviembre de este año participaron hombres que no eran familiares, amigos, maestros de Alexis o conocidos de las mujeres de la Red Feminista Quintanarroense, explica.
Ella es abiertamente feminista, tiene 31 años y acompaña a mujeres víctimas de violencia que buscan apoyo en organizaciones de la sociedad civil.
En su familia todos “súper saben” que es feminista, pero todavía le preguntan por qué no se ha casado o “el clásico en Cancún de: ‘¿por qué andas con faldita?’”.
Caminar con miedo en ‘el paraíso’
El acoso callejero es el tipo de violencia que más ha enfrentado. El clima tropical y el hecho de que Cancún sea un lugar turístico “justificarían moralmente” el uso de ropa ligera, pero no es así. “En el caso de Alexis en medios decían: ‘pero véanla, tiene piercings y cómo está vestida’”.
El feminicidio de Bianca Alejandrina Lorenzana Alvarado, conocida como Alexis, quebró a Natalia. En su trabajo acompaña a mujeres que vivieron violencia extrema, y ya no lloraba con sus historias. No por falta de empatía, sino porque debe estar tranquila para ayudarlas. Pero cuando supo que el cuerpo de Alexis fue mutilado, “no paraba de llorar”.
“Es terrible que caminemos con miedo en ‘el paraíso’, porque así venden Cancún. Como feminista quiero un estado que realmente sea un paraíso para disfrutar, y aun con miedo voy a seguir en esta lucha”, dice.
Algunas de las protestas feministas registradas en el país en 2020 han sido criminalizadas. En Guanajuato y el Estado de México, por ejemplo, la policía ha detenido a manifestantes, y en la Ciudad de México miles de elementos de seguridad encapsularon por horas la marcha por la despenalización del aborto.
Feminismo histórico en la periferia
Desde “el COVID”, Yelitza, de 32 años, no ha convocado a ninguna marcha con sus compañeras de las colectivas guerrerenses. Protestar en su estado no es lo mismo que en la Ciudad de México. Guerrero ha recibido dos alertas de género para ocho municipios con alta incidencia de feminicidios: si marchan, ¿cómo garantizar el regreso a casa de ella y sus amigas?, explica. “Acá sí es delicado, sí es otro contexto y otra circunstancia, no hay una comparación ni una semejanza, más que las ganas de salir”.
Pero quedarse en casa no las detiene. Las feministas se organizan en células que hacen “pequeñas revoluciones”. “Es lo interesante de ser feminista en un estado que es la periferia de la periferia”, dice Yelitza, abogada, maestra en literatura e integrante de la Cooperativa Feminista Revueltas, donde atiende casos de violencia digital desde 2015.
La periferia en Guerrero no es lo mismo que en la Ciudad de México, donde llaman así los municipios que rodean la capital. Allá, en Guerrero, explica Yelitza, la periferia son las comunidades de la montaña donde no hay infraestructura en telecomunicaciones. Cuando una mujer de la montaña va a presentar una denuncia al Ministerio Público (MP), debe caminar hasta por 17 horas, ilustra.
Yelitza representa a mujeres, “al menos jurídicamente”, desde una perspectiva feminista e histórica de derechos humanos; no podría hacerlo de otra forma, ya que “este movimiento salva a muchas mujeres”.
El feminismo la salvó a ella cuando se desilusionó del derecho y no quería ejercer como litigante porque no hay justicia, afirma. Un informe de Impunidad Cero coincide con su visión: en México la mitad de los feminicidios no se esclarecen.
Guardar silencio y alzar la voz
Carmen estudia letras hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León; ella recuerda poemas sobre mujeres que fueron desaparecidas en su estado, y compara las protestas feministas con una marea: “cuando estoy en una manifestación siento que me muevo con las demás mujeres”. Su historia con el feminismo no sólo se compone de relatos, también hay momentos de silencio.
Cuando la joven de 23 años se adentró al feminismo, se percató de que amigos, compañeros y familiares tienen actitudes y comportamientos que ella comenzaba a identificar como violentos y machistas. En la universidad esta transición ha sido más fácil porque hay espacios de discusión, pero dentro del plano familiar ha sido complejo. “Quienes abusaron de mí de niña son familiares. Yo me siento insegura de compartir situaciones y cosas sobre feminismo con mi familia. Por mi parte mejor guardar silencio”.
En el espacio público Carmen sí levanta la voz. En la Plaza Zaragoza de Monterrey, frente al palacio municipal, protesta con sus compañeras, con quienes se siente segura. Pero esa comunión no sobrepasa los límites del contingente feminista. En Monterrey, marchar “es como dar un mensaje que pareciera que no puede ser comprendido”.
Los policías son hostiles con ellas, las amedrentan y rompen sus cercos de seguridad para detenerlas por “alterar el orden público”. La gente se burla: en redes sociales las insultan y cuando hacen pintas les escriben que esas no son formas. También critican su activismo digital, les dicen que no funciona. “Esa es otra manera de querer detener un mensaje: ignorarlo”, dice Carmen.
No entiende por qué las quieren silenciar, por qué quieren “dejar todo como una causa perdida, como un ‘ni modo, ya fue, no pasó nada y mejor ya cállense, locas’, pero no podemos dejar las cosas como están, nosotras hacemos todo esto para nombrar lo que sucede porque ya no queremos que pase”.
Feminismo local
“Me acuerdo que yo iba en segundo de secundaria y salía con alguien, y me preguntó que por qué mi hermana decía que era feminista, que si yo también lo era. Yo le respondí: ‘pues no sé si ella lo sea, pero yo no’. Yo no sabía ni qué era, pero lo dije así como: ‘¡Ay, no!’”.
Aline tenía 14 años cuando negó ser feminista, ahora tiene 21 y es fundadora del Colectivo Feminista Huichapan, Hidalgo. Treinta y siete mujeres de entre 14 y 30 años de los municipios hidalguenses de Tecozautla, Nopala y Chapantongo conforman el colectivo, pero no participan, aunque quieran, en las protestas feministas; sus familias no lo permiten.
El 28 de septiembre, Día de la Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro, se reunieron en la cabecera municipal para juntar firmas a favor de la despenalización del aborto. Diecisiete de ellas se comprometieron a asistir y sólo fueron 10. Consiguieron 204 firmas en una comunidad de 45 mil personas. Ese día fueron agredidas. Algunos las acusaron de ser militantes en un partido político y otros les tomaron fotos y las subieron a redes sociales, donde recibieron “muchos comentarios misóginos, incluso comentarios de que si nos veían nos iban a hacer algo”. Ese día decidieron que debían cuidarse más y no organizar un evento similar, no a corto plazo.
Ser feminista en “un pueblo pequeño, donde casi todos se conocen” es complicado. Las personas adultas son conservadoras y “nunca falta el muchachito que se burla”, explica Aline. En la escuela, donde estudia enfermería, ha sido acusada de ser “violenta” y “mandona” por participar en la clase de sociología. Y en su casa ha habido gritos y discusiones porque sus padres no querían que participara de forma activa en el colectivo.
Natalia, Yelitza, Carmen y Aline han vivido violencias machistas o asistido a mujeres violentadas, y participan en protestas feministas en el interior del país. Tienen miedo. Pero todas, también, tienen la convicción de seguir luchando.