La felicidad es con frecuencia considerada como el objetivo de la existencia de los seres humanos. La filosofía, psicología y la medicina no escapan a las preguntas inevitables en su búsqueda: ¿qué es?, ¿cuánto dura?, ¿de qué depende?
El 20 de marzo de 2012, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró oficialmente el Día Internacional de la Felicidad y cada año publica el Reporte de la Felicidad Mundial, a través de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible.
Este año, México ocupó el puesto 25 de 143 países. Esta posición es mejor que el año pasado, cuando ocupó el sitio 36. Finlandia en cambio fue calificado como el país más feliz del mundo.
México tal vez no sea el país más feliz de la tierra, pero sí el de Latinoamérica, según el ranking de la ONU.
En enero de este año, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) ubicó nuestro ánimo en un promedio de 6.6 (en una escala de -10 a 10). Se trata del mejor nivel de satisfacción reportado desde que inició su medición, en 2015.
Pero, ¿qué es la felicidad?
Aristoteles, el filósofo de la antigua Grecia, definió a la felicidad como el fin último de la existencia de las personas, y planteó que no se puede ser feliz siendo miserablemente pobre o sufriendo un dolor físico insoportable.
Aun así, aunque la felicidad esté de alguna manera ligada a nuestras condiciones materiales, igualmente depende de nuestras acciones, de cómo nos enfrentamos a la adversidad, de nuestras decisiones frente a las condiciones de la vida y deja a la ética y las virtudes como guías para vivir y saber qué hacer en cada momento de vida.
La Dra. Nora Collado, miembro de la Unidad de Posgrado de la Facultad de Medicina de la UNAM, define a la felicidad “como un estado emocional y mental de bienestar, y aquí es importante hacer hincapié en que es un bienestar subjetivo, en el que una persona se rodea de emociones positivas y este se relaciona con la satisfacciones que ha logrado en su vida”.
Sin embargo, ataja la doctora, el ser humano es un ser social, por lo que “una cosa importantísima es la búsqueda del bien común” y, retomando a Aristóteles, la felicidad no es solamente nuestra sino que tiene que ver con nuestro entorno.
El Dr. Manuel González Oscoy, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM, explica que unas de las definiciones más difundidas de felicidad proviene del zoólogo Desmond Morris, para quien plantea que la felicidad era un estado o emoción que “cambia súbitamente para mejorar”.
La felicidad en nuestros días, como en la antigüedad, va ligada con la satisfacción. Eso considera el maestro Carlos Alberto Vargas, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: “En las filosofías de la Grecia antigua, por ejemplo, planteaban que la satisfacción sería algo equivalente a la felicidad, no solamente en un sentido exterior, sino en el hecho de que en verdad no tengas la necesidad de nada ajeno a ti, sino de que nada te perturbe” .
Vargas explica que el concepto no sólo se refiere a satisfacer necesidades como alimento, vestido o ropa, va más allá de eso, consiste en un ejercicio donde no se depende necesariamente de algo externo o ajeno a nosotros. Sino a la satisfacción de nuestra propia alma. “Los filósofos antiguos griegos, si creían que la felicidad era la satisfacción, entendida como lograr alcanzar un estado”
Química cerebral
La felicidad forma parte de un complejo proceso cerebral, en el que participan hormonas y neurotransmisores. La doctora Norma Collado señala que las hormonas más importantes que intervienen en la generación de felicidad son la dopamina, la serotonina, las endorfinas y la oxitocina.
“Cada una desempeña un papel específico en la generación de felicidad y finalmente el conjunto de todos, componen la experiencia de felicidad. Por ejemplo, la dopamina desempeña un papel fundamental en el placer, en la motivación y en las recompensas que genera el cerebro en nuestras actividades de la vida diaria”.
La felicidad, por lo tanto, es una emoción pero también es un complejo proceso químico.
La dopamina se encarga de reforzar las conductas que llevan a la obtención del placer. La serotonina se encarga de regular el estado de ánimo, del sueño y el apetito. La doctora explica que la serotonina es conocida como la hormona del bienestar y tiene una gran influencia en nuestro estado de ánimo.
Mientras que la oxitocina es la hormona del amor o del apego, debido a su intervención en las relaciones sociales y los lazos afectivos entre las personas, pues se libera a partir de estímulos sociales o el contacto físico.
Algo parecido a la felicidad
El deseo, éxito y placer, ¿son felicidad? El maestro Carlos Vargas advierte que es muy grande la posibilidad de confundir estos conceptos. “Hay un espectro muy amplio de sensaciones, uno muy frecuente, es que confundamos la felicidad con el placer, con todo lo que literalmente nos hace sentir bien”.
Aunque el placer para muchos podría ser la felicidad, el académico aclara que ese tipo de emociones (deseo, éxito y placer) son extremadamente pasajeras, fugaces, “y en cuanto se va esa emoción, volvemos a una sensación como que algo nos falta y podríamos llegar a pensar que hemos perdido la felicidad”.
Vargas plantea que para muchos autores la felicidad es un estado persistente, no algo momentáneo, por lo que confundirla con el placer puede hacernos creer que “la felicidad es pasajera y, por lo tanto, que en realidad un estado feliz es imposible”.
¿Felicidad o capitalismo?
En nuestros días, las redes sociales, el consumismo, las tendencias, y otros aspectos socioculturales y económicos generan una confusión entre placer, éxito y satisfacción. Esto en conjunto, agrega el maestro en filosofía, ha generado cambios en la percepción de la felicidad y los procesos que hay para obtenerla.
La cuestión social, cultural, política y económica pueden intervenir en la percepción de la felicidad y en la vida de las personas, mostrándola como inalcanzable, agrega el Dr. Manuel González Oscoy.
El psicólogo explica que los factores culturales también influyen, pues hay sociedades donde el estatus económico se conecta directamente con un estado de bienestar. Países como Islandia, Suecia, Finlandia o Noruega generalmente puntúan alto en los índices de percepción de felicidad, pues sus ciudadanos no dan tanta importancia a la competencia económica, mientras que en México y otros países, la cultura dicta que es más feliz quien tiene mayor estatus económico y material.
El maestro Vargas explica que para muchas personas, la felicidad tiene que ver con el consumismo: lo que logras tener, lo que logras comprar o los lugares a los que logras viajar. Y si se entiende así la felicidad, quiere decir entonces que entra en la lógica de la competencia. “Y esto hace que la gente se sienta, aunque sea de manera inconsciente, en la urgencia de tener que competir por ser feliz”, dice.
Bután, un pequeño país asiático, fue el impulsor del Día Internacional de la Felicidad, pues en vez de utilizar indicadores económicos para medir el bienestar de su población, como el Producto Interno Bruto (PIB), incorporó el Índice de Felicidad Nacional Bruta.
Para medir este índice, se toman en cuenta el desarrollo económico, la preservación ecológica, la preservación cultural y el buen gobierno, y se analizan nueve áreas fundamentales: bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, diversidad cultural, resiliencia ecológica, estándares de vida, salud, educación y buen gobierno.
Yo y los otros
Sobre la construcción de la felicidad, el Dr. González Oscoy recuerda un verso de Piedra de Sol del poeta y Premio Nobel mexicano Octavio Paz:
“Para que pueda ser he de ser otro, salirme de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia.”
El académico explica que la felicidad, por lo tanto, no sólo es un bien personal sino colectivo, lo que nos conecta con los otros: “ La felicidad, cuando es individual con objetivos específicos, es más perenne, se acaba más rápido, pero cuando involucramos este aspecto de desarrollo, puede ser mucho más duradera”.
Felicidad vs. optimismo tóxico
Una circunstancia actual de suma importancia en términos de salud mental y uso de redes sociales en exceso, tiene que ver con la felicidad o la ausencia de ella. Un ejemplo es el llamado coaching motivacional, un proceso de acompañamiento y apoyo que busca impulsar a las personas a alcanzar sus metas y objetivos, pero que puede llevarse a niveles de optimismo tóxico.
El maestro Vargas explica que la felicidad tiene que ver con un estado de ánimo de serenidad, de sosiego de uno mismo frente a las circunstancias. Pero en la actualidad se busca el optimismo extremo, permanente.
“La felicidad tiene más que ver con el asunto de comprender que las situaciones adversas son parte de la existencia y que en estricto sentido no son algo malo, son situaciones que inevitablemente acontecen en la vida”.
Es decir, ser feliz incluye lograr la paz interior a pesar de las situaciones adversas de la vida, sin necesidad de “andar buscándole la cara linda a la situación adversa”.
El profesor en filosofía es claro: “Cuando uno se siente, digamos, reconciliado con el mundo tan vertiginoso, en esa medida uno siente un grado de felicidad“. La calma en medio de la tormenta.