“Una de las razones por las que dejé el periodismo fue que desaparecieron a un colega que estaba haciendo mi trabajo. Me cambiaron a Obregón, él se quedó en Hermosillo”, recuerda Carlos René Padilla, escritor sonorense que se alejó de los medios impresos en 2005 a causa de la violencia contra la prensa. Sin embargo, ha encontrado en la novela negra, y en otros géneros literarios, un lugar seguro para la crítica y la denuncia.
Sus libros, al igual que él, oscilan entre la experiencia de un periodista de nota roja y la pluma de una persona apasionada que lleva toda la vida siendo escritor.
Carlos llega a Ciudad Universitaria cargando una bolsa al hombro que escupe libros y ya no le permite guardar los que llevaba bajo el brazo izquierdo. Se ve un hombre libre con el cabello largo y suelto, tatuajes en el brazo derecho, cadenas en el pantalón y anillos de calavera en los nudillos. En la entrevista con Corriente Alterna va y viene entre recuerdos de su vida periodística y los anhelos de un autor que ha consagrado su vida a la literatura desde hace casi una década.
Su trayecto como escritor fue marcada tres veces: la primera, por los relatos que escribía desde los 16 años y el autodescubrimiento de saberse leído en un fanzine en la Universidad de Sonora que publicó uno de sus cuentos; la segunda, por la desaparición de uno de sus compañeros del diario El Imparcial, hace 17 años; la tercera, el momento en que su necesidad innata de escribir le hizo incursionar en la literatura y lo llevó a dedicarle un año entero a la escritura y a empaparse del mundo editorial.
Así, el Premio de Periodismo de Profundidad que le otorgó la Sociedad Interamericana de Prensa compartió repisa con su novela Yo soy el Araña, ganadora del Premio Nacional de Novela Negra “Una Vuelta de Tuerca” en 2016, y con Amorcito Corazón, No toda la sangre es roja y Los crímenes de Juan Justino y Rodrigo Cobra, libros con los que ha ganado el Concurso del Libro Sonorense.
En su obra se puede encontrar el sello de un periodista. Su más reciente libro, Hércules en el desierto (Nitro Press, 2020), pareciera rememorar esas experiencias, pues retoma 12 crónicas que trabajó como reportero en Hermosillo; investigaciones alejadas de la agenda común de los medios de nota roja y equiparadas con las 12 tareas designadas a Hércules, según la mitología griega.
Hoy, a casi dos décadas de haber dejado el diarismo, comparte en entrevista los vaivenes entre su yo escritor y su yo periodista.
LOS RIESGOS DE LA INMEDIATEZ
Comunicólogo egresado de la Universidad de Sonora, Padilla se acercó a los medios impresos por su gusto hacia lo escrito. Su trabajo en reportajes especiales y en nota roja en el Expreso y El Imparcial van acompañados por el recuerdo de temporadas del mal comer y el mal dormir, la cantidad de notas que se trabajan diariamente, las salas de redacción oscuras por el humo de quienes, al igual que él, fumaban demasiado, antes de que se prohibiera fumar en espacios cerrados.
“Es un monstruo —recuerda—. De repente te levantas, vas, trabajas y estás en un bucle. No sabes qué está pasando y piensas que el muerto que viste ayer es el mismo de hace dos semanas, y no es cierto. Eso es lo malo del periódico: de repente es un ‘Día de la marmota’ y no entiendes cómo salir”.
Padilla mantiene una postura frente a la dinámica que predomina en los medios de comunicación:
—A la inmediatez sólo la va a cubrir la buena literatura […] con herramientas literarias para contar la historia. La premura siempre ha sido igual: llegas, corres, escribes a troche y moche, mandas a las rotativas […] ¿Qué quieres: inmediatez o disfrutar leyendo lo que sucedió? En vez de ganar lectores se van a ir perdiendo. Aparte, hay muchos ejemplos de que, por esa celeridad, salen notas incompletas que, a la vuelta de unas horas, tienes que desmentirlas. Creo que contra la inmediatez sólo puede ganar la calidad.
VIOLENCIA CONTRA PERIODISTAS
La vida periodística de Carlos está, también, acompañada por la sombra de la inseguridad para ejercer la profesión.
Más allá de la violencia que reconoce en Sonora, como un lugar de paso para migrantes que esperan llegar a los Estados Unidos y como escenario de múltiples violencias —algo que él ha visto desde chico—, Padilla ha experimentado el recrudecimiento de las agresiones contra los periodistas. Afirma venir de una época en la que no había estos niveles de violencia, “en donde las amenazas hacia la prensa no terminaban por quitarle la vida a alguien”.
—Era una época en la que, si cruzabas cierta línea, te hablaban por teléfono, te dejaban un mensaje en el carro, le hablaban a tu familia, te paraban, te daban un par de cachetadas y te decían con una pistola en la cabeza que te calmaras. No es que sea normal, pero hasta ahí. Ahora, ya por cualquier cosa te “levantan”, te desaparecen. Dejé de reportear por eso. Como decimos comúnmente, ‘la plaza se nos calentó’ y comenzaron a matar. Nunca había pasado eso en Sonora y, después de ahí, se nos cayó una venda de los ojos, nos movieron el tapete. Fue como un despertar abrupto a una pesadilla que no se ha acabado.
Esa violencia, reconoce Padilla, también “se llevó” a uno de sus colegas.
En 2004, Carlos fue trasladado a la unidad de Ciudad Obregón del periódico El Imparcial. Su lugar en la unidad de Hermosillo lo ocupó, en octubre de ese año, Alfredo Jiménez Mota. En abril de 2005, Jiménez Mota “desapareció”.
Transcurridos 17 años, ninguna de las 22 líneas de investigación que se abrieron por el caso ha dado resultados; solo una certeza, ya sabida: que su “desaparición está directamente relacionada con su profesión como periodista, y todo indica que fue perpetrada por un grupo de delincuencia organizada con la posible colaboración de funcionarios públicos”. Así lo expresó el pasado 7 de abril Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno federal.
Hoy, en México, se registra una agresión contra la prensa cada 14 horas; los ataques suman 1,945 y se contabilizan 37 asesinatos de periodistas en lo que va del sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Estas cifras colocan al país en el lugar 127 (de 180 naciones) en el Ranking Mundial de la Libertad de Prensa de la organización Reporteros sin Fronteras. Sin embargo, se tiene registro de que México es el país más peligroso para ejercer el periodismo en el continente americano desde el año 2000, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Enfrentarse a la violencia hizo que Carlos se cuestionara si el periodismo era suficiente para hacer frente a las realidades adversas del país; sobre todo, si era lo que él buscaba para sí mismo. No obstante, confiesa extrañar, “de vez en cuando”, el ejercicio periodístico; pero reconoce haber encontrado en su trabajo como escritor la vía para hacer lo que él siempre ha querido.
“Ahorita, lo que me está dejando la literatura es libertad; una trinchera donde puedo señalar y denunciar varias cosas que, desde la atención del periodismo, sería exponerme demasiado”.
LO MEJOR DEL PERIODISMO EN LA NOVELA NEGRA
Padilla encontró un nicho en la novela negra, subgénero de la novela policiaca que hace hincapié en la denuncia social y política, resaltando a personajes y lugares marginados y presentando a detectives mundanos; todo envuelto en atmósferas brutales y violentas.
Este género literario empatiza con sus experiencias e intereses. El escritor sonorense busca hablar desde su propia vivencia, narrar historias que respondan a las realidades que él ha atestiguado como periodista y como mexicano.
Padilla subraya la importancia de recuperar a los personajes que viven en medio de la violencia y con el temor a perder la vida en “una lucha de balas” o con la pena de perder a un ser querido.
Nunca sabrá, advierte, si se sintió tan a gusto en la nota roja porque le gustaba la novela negra o la novela negra le gustó porque estuvo en la nota roja. Lo que tiene claro es que la literatura representa un espacio seguro para él y sus textos, donde puede “echar luz en los túneles de la criminalidad y de la injusticia y repetirlos una y otra vez, porque es la realidad que se vive, es el testimonio de lo que sucede en esta época”.
Carlos sonríe bajo la sombra de un pirul, recordando el momento en que supo cuál era su vocación: “Siempre he dicho que uno nace dos veces; la primera es la forma natural que todos conocemos y la segunda, cuando decides qué es lo que quieres hacer con tu vida”.
Sus libros están hechos, al igual que él, de una ambivalencia entre la literatura y la no ficción, entre el narrador apasionado y el periodista, evocando la crítica que apela a la conciencia de quienes viven, se reencuentran y se identifican en las historias.
Carlos René Padilla pudo dejar atrás las salas de redacción, pero el periodismo es algo que carga a diario en esa bolsa que escupe libros. Un hecho reconocible cuando hablas con él, cuando descubres sus novelas, cuando lees sus textos que son denuncia con rostro literario.