40 horas encapsuladas: la resistencia triqui en CDMX
Foto: Santiago Reyes

El pasado 25 de abril, elementos de la policía capitalina desalojaron a decenas de mujeres y menores de edad de un plantón afuera del Palacio de Bellas Artes, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Pertenecían a una comunidad triqui víctima de desplazamiento forzado. Cuando intentaron protestar por el desalojo, la fuerza pública los encapsuló durante casi dos días. Esta es la crónica de uno de los cercos policiacos más largos de los que se tiene registro en la capital del país.

Isabel y Eloísa, integrantes de la comunidad triqui, están rodeadas de policías armados con escudos. Ambas intentan salir del cerco empujando, pero ellos las traen de vuelta con jalones de cabello. 

–¡Estoy embarazada! –grita Eloísa. 

Junto a ellas está Libertad Huerta, estudiante de sociología de la UNAM. Los policías le empujan la cabeza contra el barandal de una ventana y luego contra el piso.

Son casi las ocho de la noche del lunes 25 de abril. Hace casi una hora, sobre avenida Río Consulado, saliendo de la estación Valle Gómez del Metro, cuatro paredes formadas por filas de policías mantenían atrapadas a, por lo menos, 60 personas de las comunidades triquis, otomíes y de la región cholulteca, así como a integrantes de la Casa Okupa Chiapaz y a una delegación de mujeres alemanas. En su mayoría eran integrantes de organizaciones y colectivos que acompañaron la Caravana por el Agua y la Vida, la cual había concluido esa misma madrugada en la Ciudad de México.

–¡Déjenos salir! ¡Ya déjenos salir!

Policías en Valle Gómez, cercando a la comunidad triqui
La policía está por toda la colonia Valle Gómez / Foto: Santiago Reyes

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Todo empezó a las 2:40 de la madrugada, cuando policías capitalinos desalojaron el campamento que mantenían familias de la comunidad triqui sobre avenida Juárez y Eje Central, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Isabel y Eloísa eran parte de ese campamento. 

Al momento del desalojo lo integraban 16 mujeres, 12 menores de edad y dos hombres. Llevaban 16 meses plantadas allí, junto con otros integrantes del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui Independiente (MULTI) y más víctimas de desplazamiento forzado de la comunidad Tierra Blanca Copala, en Oaxaca. El campamento fue reubicado, de manera forzada, en un albergue improvisado sobre un estacionamiento en la colonia Valle Gómez. 

Desalojo de la comunidad triqui, “por razones de higiene”

Son las 19:15. Llueve afuera de la estación del Metro y, pronto, el aguacero arrecia. Los policías usan sus escudos para taparse del agua sin romper el cerco. La gente encapsulada no tiene con qué cubrirse. Hace un par de horas la comunidad triqui intentó salir del “albergue” donde habían sido reubicadas, pero la policía, aseguran, no se los permitió. Así que, con el apoyo de integrantes de la Caravana por el Agua y la Vida, derribaron las vallas policiacas que impedían el paso y salieron. Su intención era marchar por Circuito Interior a manera de protesta. Fue entonces que elementos de la Secretaría de Seguridad Pública de la capital las encapsularon. 

Alguien intenta entregar lonas y chamarras a los manifestantes, botellas de agua, algo de comida, pero la policía no les permite acercarse. Desde afuera se alcanzan a ver sólo siluetas, los huipiles rojos de las mujeres dentro. Sólo el sonido de una guitarra y algunas risas infantiles traspasan los escudos antimotines. 

Encapsulamiento de personas triquis en la capital
Cientos de policías para contener a un grupo de no más de 60 personas, en su mayoría mujeres y niños / Foto: Santiago Reyes

El secretario de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, indicará hasta el día siguiente en su cuenta de Twitter que el plantón en Bellas Artes fue desalojado porque “representaba un riesgo de salud y seguridad para los que ahí se encontraban, en especial para las infancias”. Y que, por esta razón, habían sido reubicadas a un albergue con condiciones seguras.

A unos cuantos metros del encapsulamiento sobre Río Consulado alcanza a verse una montaña de cobijas, ropa y juguetes desparramados, todo mojado por la lluvia. Después de desalojarlos del Centro Histórico, las autoridades reubicaron aquí a la comunidad triqui: en el estacionamiento del Mercado Valle Gómez. Este fue el “albergue” que el gobierno capitalino ofreció como alternativa a “la falta de higiene” del plantón frente al Palacio de Bellas Artes: tres baños portátiles y algunas casas de campaña instaladas sobre las coladeras de un estacionamiento ubicado junto al vertedero de desechos orgánicos de un mercado público. 

Contando el tiempo que se les impidió salir del supuesto albergue, Isabel, Eloísa y el resto de las integrantes del plantón permanecerán durante más de 40 horas retenidas o encapsuladas, en uno de los cercos policiacos más largos desde que se tiene registro.

La comunidad triqui en Cdmx: un retorno varias veces frustrado

El desalojo y las 40 horas de encapsulamiento coinciden con el decimosegundo aniversario del asesinato de Bety Cariño y del finlandés Jyri Jaakkola, el 27 de abril de 2010, cuando se dirigían en una caravana pacífica al municipio autónomo de San Juan Copala, Oaxaca. Iban a entregar provisiones a las comunidades triquis que se encontraban bajo el asedio de grupos paramilitares, pero nunca llegaron: les atacaron en la comunidad de La Sabana, Oaxaca. 

Cuando ocurrió el homicidio de Cariño y Jaakkola habían pasado cuatro años de conflicto entre tres organizaciones: el Movimiento de Unificación de Lucha Triqui Independiente (MULTI), la Unión de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort) y el Movimiento de Unificación de Lucha Triqui (MULT). En los últimos años, este último grupo ha recibido el respaldo público de legisladores del partido Morena. 

Las familias desalojadas del plantón acusan al MULT de amenazar y agredir con armas de fuego a las comunidades de Tierra Blanca Copala, San Miguel Copala y San Juan Copala, de donde fueron desplazadas decenas de familias que, a la fecha, siguen sin poder regresar a su localidad de origen. 

Isabel, de la comunidad triqui
Isabel, de la comunidad triqui, fue una de las mujeres con mayor presencia durante la represión policiaca / Foto: Santiago Reyes

Algunas de estas familias mantenían el plantón frente a Bellas Artes. En más de una ocasión, las familias habían negociado el fin de la protesta con personal de la subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación federal. Incluso, intentaron regresar a sus comunidades. Sin embargo, acusaron, el MULT les impidió la entrada. Por esta razón seguían exigiendo que el Estado mexicano garantizara un retorno seguro a sus pueblos.

–La exigencia era el retorno a la comunidad de Tierra Blanca Copala. Nunca hubo un pronunciamiento a favor de los desplazados por parte del presidente de la República Mexicana. Al contrario, lo que mencionaba era una disputa entre organizaciones sociales dentro de la región triqui. Hoy en día volvemos a confirmar que esto no es nada más una disputa entre organizaciones: es el Estado en contra de los pueblos originarios —denunció Isabela en una conferencia de prensa antes de la intervención de la policía.

“Nadie sale de aquí”

A las 19:30 del lunes 25 de abril la comunidad logró romper el cerco por un momento. Cuando la lluvia arreció, los policías antimotines abrieron un espacio para que niñas y niños salieran. La gente aprovechó el momento para romper el encapsulamiento y correr. Pero la zona estaba llena de batallones policiacos que bloqueaban el acceso a las calles de la colonia y del Metro Valle Gómez. Con sus escudos empujaban a cualquiera que quisiera pasar. Las familias triquis, otomíes y acompañantes decidieron caminar juntas por Circuito Interior en un intento por llegar a la Casa Nacional del Estudiante José Ives Limantour, la cual suele solidarizarse con movimientos sociales y comunidades indígenas. 

La pequeña caravana fue seguida de cerca por un contingente policiaco que pronto dejó de marchar y comenzó a trotar. Asustadas, las familias corrieron. Sólo una señora se quedó atrás, gritándole a los policías que los dejaran de perseguir. 

“Corran a encapsularlos a todos, nadie sale de aquí”, fue la orden transmitida por radio que se alcanzó a escuchar. Luego se oyeron las botas en estampida. Las mujeres triquis corrieron bajo la lluvia, empujando carriolas, casi arrastrando a sus hijas e hijos sin soltarles de la mano o cargando las pocas pertenencias que alcanzaron a recuperar del estacionamiento. 

Algunas lograron escabullirse, pero desde los escudos salían manos que agarraban del cabello o de la camisa a quienes tuvieran al alcance. Desde las ventanas, los vecinos observaban a quienes lograban huir por las calles más pequeñas de la colonia. Los policías antimotines, tan parecidos a los granaderos que oficialmente ya no existen, aparecían al doblar cada esquina. Encapsulaban a la gente en grupos de cinco personas, incluyendo a personas de la tercera edad.

Video: Santiago Reyes

–¡Hay niños aquí! –gritaba alguien.

–¿Hay niños? Eso a mí me vale madres, a mí me robaron mi escudo –dijo un policía–. Ustedes ya se chingaron. 

Un granadero pateaba los cuerpos de las mujeres sin importar la presencia de niños. Los escudos chocaban contra los rostros, las espaldas y las costillas de los manifestantes. La violencia era tal, que los vecinos de una unidad habitacional decidieron brindar ayuda y abrir las rejas de acceso: 

–¡Corran! ¡Métanse aquí, rápido! 

Nadie dudó en aceptar el resguardo. Pero, una vez dentro, comenzó el pánico: faltaban personas, compañeras que no sabían dónde quedaron. Las mujeres triquis informaron que, en la huida, una de sus compañeras había perdido a su hijo de siete años. 

Recuento de las heridas

Un hombre tenía una herida abierta en la ceja. Libertad Huerta aún estaba mareada por los golpes, un dolor agudo le atenazaba la cabeza. Mariana Maytorena, también estudiante de la UNAM, presentaba inflamación en las costillas. La mayoría de los que estaban adentro de aquel edificio, en la colonia Valle Gómez, recibieron golpes. Poco a poco llegaron otras personas que lograron escapar de los otros encapsulamientos. Pero, pronto, salir a buscar a quienes faltaban se tornó imposible: la policía tenía rodeado el edificio entero. 

–¡Nosotras no somos ladrones para que nos hagan así, nosotras somos gente inocente! –gritaba Eloísa desde el tramo de calle que quedó libre.

La mayoría de las mujeres triquis estaban dentro del inmueble. Los vecinos ayudaron a repartir agua y comida; prestaron sus baños y dejaron recargar los celulares. 

Policías cercando a la comunidad triqui
Incluso después del encapsulamiento, los policías siguieron a la comunidad triqui hasta su punto de destino / Foto: Santiago Reyes

A unas cuadras había un segundo encapsulamiento. Ahí estaba la gente mayor que no pudo correr cuando los policías los persiguieron. El niño de siete años tardó dos horas más en ser localizado. Cuando llegaron los medios, las cámaras y los micrófonos, Eloísa e Isabel denunciaron lo ocurrido: la violencia policiaca, el albergue insalubre, el desalojo de madrugada. 

–Ellos nos secuestraron, estuvieron ahí vigilándonos, no nos permitían salir. Ya, después, llegaron otros compañeros a solidarizarse y pudimos salir a la calle. Pero a los policías no les importó: había niños chiquitos, señoras de la tercera edad. No les importó. Empezaron a golpear a los compañeros y tuvimos que correr. A cada compañero que vieron lo golpearon y hay compañeros que todavía no sabemos por dónde se fueron.

Luego de tres horas de encierro en el multifamiliar, Libertad no paraba de sentir náuseas y mucho sueño. Claudia Zenteno, una vecina de Xochimilco que se ha convertido en defensora del medio ambiente y de derechos humanos, había llevado comida al primer encapsulamiento y terminó encerrada con el resto. Alarmada, ayudó a sacar a Libertad para llevarla al hospital. Los policías se vieron obligados a dejarlas pasar: cargaba a una herida.

Todavía con el miedo encima

Megáfono en mano, 24 horas después de estar encapsulada en el multifamiliar, Eloísa gritaba la información de lo que pasaba dentro. Habían pasado cuatro horas de supuestas negociaciones con el gobierno de la Ciudad de México. Autoridades de la Coordinación General de Concertación Política de la Ciudad de México intentaron mediar en el conflicto y lograron que se accediera a liberar únicamente a las personas que no pertenecieran a la comunidad triqui. Pero ninguno de quienes estaban dentro aceptó. La última propuesta era que romperían el encapsulamiento siempre y cuando la comunidad triqui firmara un documento en el que se comprometieran a no volver a instalar un plantón y a dejar de manifestarse. 

–Nosotras no vamos a firmar nada. Exigimos la libertad sin condiciones de todas las personas que estamos siendo secuestradas por el gobierno –anunció Eloísa.

Los medios de comunicación y personas simpatizantes miraban el plantón desde afuera; otro cinturón policiaco cerraba filas alrededor de ellos. Los cuerpos de todos los presentes se notaban tensos.

–¡No se asusten! Nos van a dejar salir. ¡Hagamos una valla entre nosotros! Quienes estamos fuera nos tomamos de las manos y hacemos dos filas también. 

Las personas comenzaron a salir de la unidad habitacional y a caminar a través de la valla. Primero las mujeres de la comunidad triqui, luego el resto de quienes las acompañaban. Algunas personas iban abrazadas, otras gritaban “¡Se logró!”; unas más, algunas lloraban. Pero la preocupación y el miedo aún no terminaban.

La caravana volvió a las calles, rumbo a la Casa del Estudiante. Los policías la rodeaban en todo momento corriendo a un lado suyo, mientras una valla ciudadana rodeaba a la comunidad triqui, protegiéndola. La tensión desapareció apenas cruzaron las puertas. 

Aún con el desconcierto y el miedo encima, se llora y se festeja. Desde ahí, Isabel todavía tiene fuerza para volver a denunciar lo ocurrido ante los medios, tras casi dos días enteros de estar privadas de la libertad por las fuerzas policiacas de la Ciudad de México.