Con poco o nulo apoyo gubernamental, los museos afromexicanos de la Costa Chica se han convertido en espacios de lucha contra el olvido de sus raíces.
En la Costa Chica de Guerrero existe una leyenda, transmitida de padres a hijos, sobre un galeón que transportaba esclavos a Acapulco, el puerto que conectaba a las Filipinas con la Corona Española.
El navío tuvo mala fortuna y se encontró con una inesperada tormenta, justo antes de desembarcar cerca de la costa. Ningún europeo logró sobrevivir al oleaje imponente del mar. Tan sólo un puñado de personas nadó a la costa y logró sobrevivir. Todas ellas de piel negra y sin conocer el español. Ese lugar es conocido como “el faro”, un lugar de esperanza para los pueblos negros que abrazaron una nueva vida lejos de casa.
Este relato no está en los libros de texto, tampoco en las crónicas de historia regional, pero las comunidades afromexicanas de Guerrero se han apropiado de ella y se han organizado para contarla, ahora, a través de los museos comunitarios.
La leyenda es parte de la identidad de Cuajinicuilapa, municipio de la Costa Chica con 26 mil 627 habitantes, donde 75% del total se identifica como afromexicano. Ahí se encuentra el famoso faro, icono plasmado en el escudo municipal, junto con un haz de luz azulina que refleja el mar que les dio libertad a los esclavos.
No hay registros documentales de aquel galeón. Sin embargo, los jóvenes de la comunidad se han organizado para escribir la parte de su historia que no fue contada.
Agrupados en la Asociación de Profesionistas de Cuajinicuilapa (hoy Comité Pro-Museo Cuaji, AC), impulsaron la conformación de un museo para documentar su pasado, sus batallas y sus raíces. Así nació en 1997 el Museo de las Culturas Afromestizas “Vicente Guerrero Saldaña”, en honor al caudillo mulato que llegó a ser el segundo presidente de la nación.
—Antes de que este museo existiera, nosotros desconocíamos totalmente de dónde somos y de dónde veníamos —dice Angélica Sorrosa Alvarado, enfermera de profesión y actual encargada del recinto.
La región de Costa Chica tiene la mayor cantidad de población identificada como afromexicana en el país, según datos del Censo de Población y Vivienda 2020 elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)
¿Quiénes fueron José María Morelos y Pavón o Vicente Guerrero? Líderes de la Independencia de México; pero, también, héroes afromestizos históricamente blanqueados, explica Sorrosa Alvarado.
La exposición cuenta con la maqueta de un galeón y pequeñas figuras de plástico que recrean la leyenda que se ha transmitido de generación en generación.
En el Estado de Guerrero están registrados 11 museos comunitarios, nueve gestionados por comunidades indígenas y dos por afromexicanas.
Eduardo Añorve Zapata, cronista e intelectual oriundo de Cuajinicuilapa, expone que la historia de los pueblos de la Costa Chica siempre fue escrita desde el exterior, por forasteros y extranjeros.
“Por eso es una historia ajena y, muchas veces, espuria o basada en concepciones determinadas de antemano”, añade.
Los museos buscan llenar esos huecos en la historia, contarla desde adentro, desde la tradición oral y la memoria, a falta de registros.
El museo comunitario de Comaltepec
En Comaltepec, una comunidad de 645 habitantes perteneciente al municipio de Cuajinicuilapa, también hay un esfuerzo por reivindicar el pasado afromexicano a través de un museo propio.
Es una localidad con pocos servicios. Las calles, a excepción de la principal, son de terracería; transitadas, en su mayoría, por ganado vacuno y animales de carga. Un letrero metálico patrocinado por Coca-Cola es el encargado de recibir a los visitantes con la leyenda “Bienvenidos a Comaltepec”.
A los lados de la Carretera Federal 200 pueden vislumbrarse múltiples rótulos pintados en los muros cercanos con el hashtag #SíALaReformaDeLosPueblosAfros.
Aydee Rodríguez nació en 1955 en este poblado. Comenzó a pintar de manera autodidacta a los 30 años y hoy es una de las pintoras afrodescendientes más reconocidas de México.
También es fundadora del Museo Comunitario “Cástula González Herrera”, nombrado en honor a su abuela, que la impulsó a seguir su sueño de pintar y ser libre. El pequeño espacio cultural fue emplazado en el costado de la cancha municipal, para que todos los vecinos puedan asistir.
El recinto fue inaugurado en 2018 con una presentación de la Danza de los diablos, baile tradicional que practicaban los esclavos para pedir al Dios Ruja la liberación de su pueblo.
La pintora afromexicana decoró el recinto, de diez por cinco metros, con las fotografías de los fundadores del pueblo y donó múltiples pinturas elaboradas por su propia mano e inspiradas en “las historias de voz en voz” que le contaron durante su vida.
El relato del galeón es una de esas historias que han inspirado a Rodríguez para contar la historia de su comunidad a través del arte.
—Me decían que por qué pintaba esos negros feos. Hoy hacen exposiciones en el extranjero de mis cuadros— dice orgullosa.
Aunque inicialmente contó con un pequeño apoyo gubernamental del Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias (PACMyC), no fue suficiente. De su propio bolsillo compró repisas para los restos arqueológicos de cerámica encontrados en los linderos del pueblo.
Aydee afirma que los niños pequeños y las mujeres de la comunidad encuentran piezas en su quehacer cotidiano y van a donarlas para la pequeña repisa. Cada pieza, por ley, está catalogada en el acervo arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El museo también cuenta con dos máscaras de la Danza de los diablos y la recreación de un “bajareque”, palabra utilizada en la región para denominar una choza de palma, vivienda utilizada por los negros habitantes de la Costa Chica en los tiempos coloniales.
El recinto colinda con la comisaría municipal. En la entrada lucen murales de Ramiro Paz, también pintor afromexicano de la Costa Chica, y de la propia Aydee Rodríguez. Todo automovilista que entré por la calle principal del pueblo puede apreciarlos con facilidad.
Una historia invisibilizada
“Somos la última raíz en ser ‘descubierta’”, responde la historiadora Coral Silva cuando se le pregunta si existe una deuda histórica con los pueblos afrodescendientes.
Silva es originaria de Comaltepec y dedica parte de su trabajo a difundir la historia regional.
—El museo es un espacio de memoria colectiva —apunta.
En 2001, una reforma modificó el artículo 2 de la Constitución mexicana con el propósito de reconocer a las comunidades indígenas como parte de la nación pluricultural mexicana; también otorgó la libertad de autodeterminación a los pueblos originarios en el territorio nacional.
No obstante, dicha reforma no reconocía a los pueblos afromexicanos; por ende, no contaban con los mismos derechos ni reconocimiento étnico que ostentaban los pueblos y comunidades indígenas.
Fue hasta 2019 cuando se agrega un apartado C al Artículo 2 que contempla a los pueblos afromexicanos:
“Esta Constitución reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas, cualquiera que sea su autodenominación, como parte de la composición pluricultural de la Nación. Tendrán en lo conducente los derechos señalados en los apartados anteriores del presente artículo en los términos que establezcan las leyes, a fin de garantizar su libre determinación, autonomía, desarrollo e inclusión social”.
En otras palabras, el Estado mexicano reconocía la “tercera raíz”, la africana, componente de la población nacional, casi dos siglos después de consumada la Independencia.
Gracias a la movilización social, en la Encuesta Intercensal de 2015 se logró agregar la pregunta de la autoadscripción identitaria afrodescendiente para los encuestados. El resultado reveló que 1% de los mexicanos se consideraba parte de los pueblos afromexicanos.
Cinco años después, la autoadscripción creció. El censo de 2020 mostró que en México viven 2 millones 576 mil 213 personas que se reconocen como afromexicanas y representan 2% de la población total del país. De éstas, 303 mil 923 viven en Guerrero, siendo la entidad con mayor cantidad de afromexicanos.
Además, el mismo censo registró que no hay ninguna entidad en el territorio mexicano que carezca de población afrodescendiente.
Pero la segregación no es solo cultural; también existen rezagos históricos en cuanto a servicios de salud, educación e infraestructura.
Según datos del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), mientras que en 2015 el promedio de analfabetismo nacional fue de 5.5% en la población de 15 años y más, entre la población afrodescendiente se ubicó en 6.9%.
Aún con las carencias, Coral Silva afirma que los museos afromexicanos de la Costa Chica son espacios de lucha contra el olvido, especialmente importantes para las infancias.
Existen porque resisten, concluye Angélica Sorrosa, la responsable del Museo de las Culturas Afromestizas “Vicente Guerrero Saldaña”. Porque, con escaso o nulo apoyo gubernamental, sobreviven de las cuotas que pagan los visitantes y de la voluntad de los pobladores por reivindicar su historia.