Dos de cada 10 personas que fueron intubadas sobrevivieron al COVID-19. El 13 de enero de 2021, la Secretaría de Salud registraba un millón 571 mil personas positivas a COVID-19. De esa cifra, 43 mil 881 requirieron ventilación mecánica y el 80.5% falleció. En hospitales de la Ciudad de México, al menos 10 mil 808 han requerido respirador, y de ellos, 8 mil 430 perdieron la vida.
El martes 5 de mayo, agotada de respirar, Andrea Cruz, de 33 años, acudió al Hospital Regional de Alta Especialidad de Zumpango. El hospital estaba saturado. Esperó más de lo que podía aguantar. Con la incertidumbre adherida al cuerpo no sabía si volvería a ver a su familia o amigos: convaleciente, escuchó a los doctores decir que había pocas posibilidades de sobrevivir.
Le aconsejaron escribir una carta de despedida y ella obedeció antes de ser intubada. Su cuerpo era ya una pesadilla cuando despertó. Preguntó a las enfermeras. Solo una se atrevió a decirle la verdad: “llevas 22 días intubada”. No sentía el cuerpo. Los sedantes hicieron su trabajo pero una llaga en el glúteo izquierdo le provocaba un dolor agudo: la carne se había necrosado casi al nivel del hueso por falta de limpieza: las enfermeras no se daban abasto y descuidaron la higiene de los pacientes.
Andrea, vendedora de tamales y residente de Tecámac, Estado de México, salió del hospital envuelta en una sábana, cuatro personas sostenían su cuerpo. Abrazó a su hijo, quien notó la cicatriz en la nariz, otra más en la mejilla. Ella pudo sobrevivir a la intubación, pero las secuelas siguen, el cuerpo es un nudo de dolores por las antiguas llagas, respirar todavía duele y aunque agradece haber sobrevivido, de tanto en tanto, se pregunta si aquello realmente es vida.
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De los 22 días que Silvia Garduño Vargas estuvo hospitalizada con COVID-19 solo recuerda una serie de imágenes confusas, una mezcla de sueños y realidad. Si no fuera por las cicatrices que el ventilador mecánico dejó en su boca, no creería que estuvo intubada y sedada durante 15 días.
Llegó al Hospital de Ginecobstetricia No. 4 del IMSS en junio de 2020. Tenía 32 años, siete meses de embarazo y una infección grave por coronavirus que le impedía respirar adecuadamente. La ingresaron a terapia intensiva y la intubaron.
Este hospital fue reconvertido para mujeres embarazadas con COVID-19. La unidad de cuidados intensivos se ubicaba en la planta baja y los quirófanos en el sexto piso. Silvia estaba tan grave que los médicos temían que sufriera un paro respiratorio si la trasladaban seis pisos sin ventilador mecánico. Pero al mismo tiempo, su bebé perdía líquido amniótico. Así que el personal de salud improvisó un quirófano en cuidados intensivos y, con Silvia intubada, realizó una cesárea. Las salvaron a las dos: su bebé nació sin COVID-19, aunque delicada por ser prematura.
De nada de esto se acuerda Silvia. Cuando la extubaron tenía una imagen en la mente: que el virus le había inflado la panza como si fuera un embarazo. Lo había soñado y no creía que le practicaron una cesárea. Como continuaba incrédula, un enfermero le prestó su celular. Silvia llamó a su esposo y corroboró que era mamá de una niña, a la que conoció hasta que recibió el alta médica.
A cinco meses de sobrevivir a la intubación y salir del hospital en silla de ruedas, Silvia recuperó la movilidad, pero experimenta todavía dolor en el pecho al respirar, se cansa si camina o si juega con su otra hija. “Me siento como si un tren hubiera pasado por mí”, cuenta por teléfono. El insomnio es frecuente. También la pérdida de memoria a corto plazo y la confusión. Se le cayó el cabello considerablemente y no distingue ni el olor de las naranjas con las que hace jugo.
Desde que abandonó el hospital, una sola vez tuvo una consulta de seguimiento médico y fue porque debían retirarle “los puntos” de la cesárea. Le prescribieron fármacos anticoagulantes y ácido fólico. Y otra vez, afirma, del IMSS le hicieron una llamada de evaluación post-covid. Pero no tuvo ninguna consulta de rehabilitación de secuelas.
“Por el relajo de la pandemia y los contagios, creo que no se ha abierto ningún centro de rehabilitación o algo que se le parezca”, dice Silvia.
Así que ella buscó ejercicios de rehabilitación muscular en internet. Ahora ya camina de nuevo, pero no ha retomado su trabajo como estilista. Pese a todo, se considera afortunada de sobrevivir a la intubación y al nuevo virus. “No podía alzar una mano ni sostener la cabeza cuando desperté, me tenían que hacer todo y ahora ya camino y mi beba y yo estamos vivas”.