Ante la imposibilidad de atención presencial durante la pandemia de COVID-19, las consultas para temas de salud mental se movieron del diván al teléfono, las videollamadas y las redes sociales. El ingreso gradual a la “nueva normalidad” aumenta el riesgo de padecer ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático por miedo al coronavirus. ¿Hay forma de adaptarnos a esta nueva realidad con un impacto mínimo sobre nuestra salud mental?
Una crisis epidemiológica como la del COVID-19 incrementa el riesgo de desarrollar problemas de salud mental. En México, como en muchos países, las medidas de prevención redujeron el contacto físico al mínimo y limitaron la movilidad en espacios públicos. Además, las medidas de aislamiento separaron a mucha gente de sus seres queridos. Los efectos de la situación de emergencia se hicieron evidentes durante el confinamiento y, muy probablemente, desatarán una nueva oleada de malestar en la llamada “nueva normalidad”.
Eduardo Castillo es un programador de 31 años que ha padecido depresión desde hace tiempo. Un cuadro “manejable” hasta el inicio de la emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus. Sin embargo, la ansiedad y el malestar se dispararon con el confinamiento. “Me di cuenta porque me empezaba a lacerar mucho la cara. No le dije a nadie pero sí me quedé en shock porque, normalmente, cuando te apachurras un granito o te lastimas con las mismas uñas, la piel se restablece pronto. Pero ya no estaba sanando como debiera. […] Tampoco podía dormir y me costaba mucho trabajo levantarme.
“De repente, hace dos semanas, se desarrolló un pico. Tenía que hacer algo. En mi caso, como estoy con mis papás y mi hermana, lo primero es llevar la fiesta en paz en casa…
“No puedo decir que el haber sido ‘antisocial’ o muy reservado durante tanto tiempo ayude [a sobrellevar la cuarentena]. Te sirve para saber qué hacer durante el confinamiento, mas no a saber cómo interactuar con la gente con la que estás aislado. Me di cuenta que estaba mal y que algo tenía que hacer”.
Eduardo es una de las 450 millones de personas que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sufren algún trastorno mental. La OMS considera trastornos mentales a todos aquellos que representan alteraciones del pensamiento, la percepción, la conducta, las emociones y las relaciones sociales. Entre ellos se encuentran la depresión, la ansiedad, pero también otros considerados más agresivos o incapacitantes, como el trastorno afectivo bipolar, psicosis como la esquizofrenia, y también discapacidades intelectuales y trastornos del desarrollo.
Alguno de estos padecimientos afectará a una de cada cuatro personas en algún momento de su vida. Dos de cada tres nunca recibirán ayuda profesional. Los más comunes son la ansiedad y la depresión, que afectan al 4% de la población mundial, y que tienen un fuerte componente ambiental o social; en otras palabras, que pueden ser desatados con más frecuencia debido a lo que sufre una persona en su entorno.
Hasta finales de 2019, antes de los primeros brotes de COVID-19 en China, la principal preocupación de la OMS era la depresión; considerada ya como la segunda causa de discapacidad —entendida como pérdida de años de vida saludable— en el mundo y la primera en países en vías de desarrollo, como México. En este país, genera más discapacidad que condiciones crónicas como la diabetes, enfermedades cardiacas o trastornos respiratorios.
La depresión es una enfermedad clínica que conlleva un estado constante de tristeza, melancolía y abatimiento; todos sufrimos situaciones en las que nos sentimos así, pero cuando un cuadro de estas características dura algunas semanas y dificulta o limita el desarrollo normal de las actividades cotidianas es necesario pedir ayuda.
Estos trastornos impiden a las personas trabajar de forma productiva y desarrollarse con normalidad. Según el documento “Depresión y baja en el rendimiento laboral”, del psiquiatra del IMSS Eduardo Cuauhtémoc Platas Vargas, la depresión afecta la vida laboral del paciente, pues dificulta la toma de decisiones, provoca desinterés de la persona en su entorno, reduce su capacidad de atención, altera su memoria y disminuye su rendimiento.
Según la Secretaría de Salud (Ssa), alrededor de 15 millones de mexicanos padecen un trastorno mental, con la depresión y trastornos de ansiedad como los diagnósticos más comunes. Entre 1994 y 2008, las muertes por suicidio —un problema de salud pública vinculado con la falta de atención temprana a trastornos como la depresión— crecieron 160% en México y, hoy en día, es una de las principales causas de muerte en jóvenes de este país. Sin embargo, solo uno de cada diez mexicanos recibe la atención que necesita, según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica, la encuesta más reciente sobre este tema, realizada hace 17 años por especialistas del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, como parte de la Iniciativa 2000 de la Organización Mundial de la Salud en Salud Mental.
La ansiedad, el miedo por el coronavirus
La ansiedad es una afección que provoca miedo, tensión y preocupación abrumadores. Nada en el perfil de Facebook de Tania Moreno, periodista freelance de 37 años, indica que ha vivido con ataques de ansiedad desde la pubertad. Su cabello de colores (a veces rojo, a veces rosa, a veces violeta) y sus lentes de pasta enmarcan una sonrisa juvenil. Quien se asome a sus redes sociales se encontrará con publicaciones de páginas de anime y videojuegos, su gran pasión; también con memes de gatitos y fotos de Amy Winehouse, su cantante favorita.
Quizá la única señal de su ansiedad, intensificada por la pandemia de coronavirus, son algunos posteos que ha compartido sobre el uso de cubrebocas, los riesgos de obsesionarse con la higiene junto a los usos correctos del cloro para la desinfección del hogar.
Además del diagnóstico de ansiedad, desde hace unos años Tania padece lupus, una enfermedad crónica en la que su sistema inmunitario ataca los tejidos sanos como si fueran invasores. El tratamiento para controlarla le provocó diabetes por esteroides. Por si fuera poco, es sobreviviente de cáncer y padece problemas respiratorios. Esto supone que, de llegar a contagiarse, su cuerpo sería sumamente vulnerable a un cuadro severo de COVID-19, por lo que toma todas las precauciones. La situación completa agravó sus crisis de ansiedad.
“Mi ansiedad repuntó al darme cuenta de que la mayoría de mis condiciones aumentan mi riesgo de mortalidad por esto. Siento que tengo una diana en la frente que dice: ‘Aquí estoy, coronavirus’.”
Tania se aisló de manera voluntaria desde el 15 de marzo, una semana antes de que empezara la Jornada Nacional de Sana Distancia. Así, minimizó la posibilidad de que ella, su esposo y su hija adolescente se expusieran al virus.
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Fronteras borradas
Se supone que México transita hacia la “nueva normalidad”, pero hay sectores de la población que deberán mantenerse resguardados unos meses más. En primer lugar, niños y niñas, que volverán a clases cuando el semáforo de riesgo sanitario pase al color verde. También seguirán confinados adultos mayores y personas como Tania, que padecen alguna morbilidad asociada a cuadros serios de COVID-19, como diabetes, hipertensión, tabaquismo u otros problemas respiratorios.
A la vulnerabilidad por salud y el cuadro de ansiedad, se sumó la inestabilidad económica. Como periodista independiente, Tania forma parte de un gremio que estaba en crisis antes de la pandemia. La emergencia también afectó su otro empleo, en la industria de los videojuegos, como organizadora de torneos de eSports. Aunque su casa ya funcionaba como oficina, el trabajo la mantenía en movimiento de un evento a otro. El coronavirus, desde luego, canceló todos sus viajes laborales.
El aislamiento social borró las fronteras entre espacios y horarios de trabajo, escuela y descanso para las personas adultas, los jóvenes y las niñas y niños por igual. Estos cambios bruscos, acompañados por la tensión que provoca una enfermedad aún desconocida, impulsan la aparición de pensamientos intrusivos: imágenes o ideas negativas que llegan de manera involuntaria y alteran el estado mental de una persona. Pueden surgir durante periodos de depresión, ansiedad y, en casos más agresivos, de trastorno por estrés postraumático o TEPT.
Una forma de evitar los pensamientos intrusivos es mantener la mente ocupada más allá de las actividades domésticas y laborales; tal vez con un nuevo pasatiempo, actividad física o alguna otra forma de entretenimiento. Pero, eso sí, evitando el consumo de información que intensifique la angustia.
Tania no paraba de ver noticias sobre el desarrollo de la pandemia en sus primeras semanas de aislamiento. Eso multiplicó sus temores. El estrés disparó la frecuencia de sus ataques de ansiedad y alteró sus patrones de sueño. Está siempre cansada y sus dolores por la fibromialgia se multiplicaron: “Mi estado de vigilia es constante: permanezco toda la noche despierta pensando en cómo hacer para no contagiarme y cómo evitar que mi familia y mis amigos se enfermen”.
Salud mental y emocional en tiempos de COVID-19
“Es recomendable racionar la exposición a las noticias y sobre todo, elegir bien los medios que consultas”, explica Jesús Onofre, psicoanalista y coordinador del Programa de Prevención del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Campus Ciudad de México. “Si una persona con un cuadro de ansiedad se mete a Twitter y ve ahí las noticias, es suficiente para que no duerma en toda la noche”.
Establecer y respetar rutinas saludables también ayuda a mantener un balance mental y emocional. Acostarse más o menos a la misma hora, respetar horarios de comidas y cuidar la higiene personal: “Que te levantes, te bañes y te arregles. Hay un cambio muy fuerte en el estado de ánimo cuando inicias así el día”, agrega Onofre.
“Hacer ejercicio ayuda a encontrar las respuestas más fácil; me ha ayudado a organizar mis pensamientos”, cuenta Eduardo Castillo. Durante el aislamiento ha buscado mantener su mente ocupada. “Apoyo lo más que puedo en la casa; si se necesita algo, lo hago. También me metí a cursos en línea, en vez de estar de ocioso en Facebook o viendo anime. Mientras mantenga mi mente ocupada en cosas que la reten, que la hagan trabajar, [la depresión] no sale a relucir; y, cuando sale, tienes más herramientas para saber cómo manejarlo”.
“Hacer tierra”
Como Tania conoce su diagnóstico de ansiedad desde hace más de 20 años, ya tiene su propia rutina para enfrentar la crisis. “Mi manera de manejarlo es analizar la realidad: concentrarme en lo que hay alrededor, cómo se ve, cómo se oye, qué es real y qué no”, cuenta. “Tratar de ocupar mi mente. Pensar que es solo ansiedad y que no me voy a morir en ese momento”.
Para aliviar los ataques de pánico o crisis de ansiedad se han desarrollado técnicas como el grounding, “hacer tierra” mediante pensamientos deliberados que ayuden al paciente a establecerse en el aquí y el ahora. Una estrategia que se ha popularizado es la llamada “5-4-3-2-1”, secuencia relacionada con los cinco sentidos:
- Primero: Identificar cinco objetos que estén a la vista
- Segundo: Tocar cuatro texturas del entorno
- Tercero: Reconocer tres sonidos
- Cuarto: Identificar dos olores cercanos
- Quinto: Concentrarse en un sabor
Esta técnica es recomendada por diversas organizaciones que trabajan en temas de salud mental alrededor del mundo, como la Fundación Internacional Bipolar (con sede en California, EEUU), el organismo de salud de la Clínica Mayo (con sede en Minnesota, EEUU) y el consorcio Links to Wellbeing, un grupo de organizaciones dedicadas a la atención de la salud mental en Adelaida, Australia.
Los síntomas de un ataque de pánico asustarían a cualquiera: ritmo cardiaco acelerado, náuseas, dificultad para respirar, escalofríos. “Lo peor del caso es que me hacen pensar que estoy contagiada; porque además del llanto incontrolable, siento una opresión en el pecho y no puedo respirar”, explica Tania.
¿Qué hacer en estos casos? El primer paso, apunta el doctor Onofre, es ayudar a la persona a reconectarse con la realidad. “Hay que darle una certeza de algo y ese algo es que no se va a morir”.
Recomienda hacer ejercicios de respiración: inhalar profundamente por la nariz, contener el aire de cinco a siete segundos y dejarlo salir lentamente, también por la nariz. Una vez que se ha logrado cierta tranquilidad, es necesario acudir a un especialista en salud mental.
El diván online de la pandemia
Puesto que la estrategia de “sana distancia” hizo imposibles las consultas presenciales, el Comité Nacional de Seguridad en Salud llevó el diván a internet y a las líneas telefónicas a través de la Red de Servicios de Apoyo Emocional por COVID-19. Dentro de este comité hay un grupo encargado de la estrategia de salud mental durante la crisis sanitaria, integrado por miembros del Consejo Nacional de Salud Mental (Conasame), la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), los Servicios de Atención Psiquiátrica de la Ssa, el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz y la Facultad de Psicología de la UNAM.
El Comité publicó un cuestionario en línea cuyo propósito es detectar posibles síntomas de depresión, ansiedad o riesgo de suicidio. Preguntas sencillas que ayudan a identificar cambios de conducta que reclamen atención profesional: ¿has perdido a una persona cercana por fallecimiento en el último mes?, ¿tienes pensamientos repetitivos de que enfermarás de coronavirus?, ¿presentas reacciones físicas como aceleración del ritmo cardiaco o sudores fríos cuando piensas en la enfermedad? El proceso es anónimo, pero al inicio pide al usuario identificarse en un grupo: personal médico, comunidad universitaria y población general.
Al terminar de responder el cuestionario, el paciente recibe un documento con recomendaciones sobre las conductas de riesgo detectadas a partir de sus respuestas. Si se trata de casos que requieren atención inmediata, le sugieren comunicarse a las líneas telefónicas gratuitas de la Red de Servicios de Apoyo Emocional por COVID-19, que ofrecen apoyo psicológico, atención a crisis de autolesión y suicidio, consejos contra las adicciones, habilidades de crianza positiva, y acompañamiento en duelo y en crisis por violencia en el hogar.
Estos consultorios telefónicos son atendidos por más de 200 especialistas capacitados por la Ssa para tratar problemas adyacentes a la emergencia sanitaria. El personal de respuesta proviene de 14 instituciones: cinco centros universitarios, ocho dependencias públicas estatales y dos institutos nacionales de salud, además de egresados de la Facultad de Psicología que cuentan con consultas privadas.
Los especialistas en salud mental también pueden ser consultados a través de Whatsapp y de las redes sociales de instancias como el SAP y la Conadic. Esta última también abrió su servicio telefónico Línea de la Vida —normalmente dedicado a atender problemas de adicciones— para atender casos de salud mental relacionados con la crisis sanitaria. Entre el 23 de marzo al 16 de junio, la Línea de la Vida atendió 17 mil 538 llamadas por trastornos mentales y consumo de sustancias relacionados con la pandemia de coronavirus.
El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) también implementó un servicio de orientación remota para atender a sus derechohabientes y personal de salud durante la emergencia. Entre el 25 de mayo y el 11 de junio, un periodo de menos de tres semanas, esta línea había recibido mil 379 solicitudes de información y atención sobre salud mental. De acuerdo con el IMSS, los principales síntomas citados en las llamadas fueron ansiedad, miedo, irritabilidad, estrés, depresión, tristeza, trastornos del sueño, ideación suicida y adicciones.
En conjunto, la Red de Servicios de Apoyo Emocional por COVID-19, la Línea de la Vida y la línea de orientación del IMSS atendieron más de 80 mil solicitudes de atención a la salud mental entre el 23 de marzo y el 16 de junio de 2020.
Cuándo pedir ayuda
Para saber en qué momento es necesario buscar atención profesional es vital aprender a reconocer los síntomas de ansiedad, depresión y otros padecimientos, como el TEPT. Por ejemplo, los trastornos del sueño: “Si me voy a la cama y no concilio el sueño, o si duermo con sueño muy inquieto”, explica Benjamín Guerrero, coordinador clínico del Programa de Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Los cambios en el estado de ánimo también pueden anticipar escenarios de riesgo. “Si me enojo o me desespero con más facilidad, eso habla de que estoy irritable”, agrega Guerrero. “Si me la paso leyendo sobre el COVID-19, cuántos muertos van, cuándo va a terminar…, es indicador de que mis preocupaciones están siendo excesivas”.
Lo mismo puede ocurrir en las actividades más comunes. “Si estoy comiendo de más, picando entre comidas o si no puedo parar de comer”, comenta el especialista, a lo que agrega modificaciones más drásticas en el comportamiento: si una persona deja de encontrar placer en algo que disfrutaba, o, por el contrario, adopta “conductas de riesgo”, como abusar en el consumo de alcohol, o sale a la calle salir sin tomar las precauciones necesarias. “Detrás de esa actitud de me vale hay una respuesta emocional de estar hasta el tope, de no poder manejar la información. Mucha gente lo hace porque ya no tiene mecanismos para afrontar la situación difícil”.
Las recomendaciones para enfrentar este tipo de situaciones pueden sonar muy simples, pero son efectivas. Además de las estrategias ya mencionadas, los programas de prevención de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sugieren reconocer las emociones y evitar reprimirlas; encontrar vías para canalizar esas emociones de manera creativa; y, muy importante, mantenerse en contacto con otras personas.
“La crisis hace ver los boquetes”
La crisis sanitaria por la pandemia de coronavirus abrió los ojos de la ciudadanía de los tomadores de decisiones a la importancia de la atención a la salud mental. “Un poco por estigma, este tema no aparecía como prioritario para la salud pública en México”, explica en entrevista Lorena Rodríguez Bores, secretaria técnica del Consejo Nacional de Salud Mental. “Desafortunadamente, tuvo que pasar la esta situación de emergencia para generar una conciencia y una sensibilización a toda la población y a todos los niveles”.
La atención a la salud mental en México tiene un rezago de décadas, aunque la Ley General de Salud la considere como fundamental para la salubridad general y le dé un “carácter prioritario” a la prevención de las enfermedades mentales. El 29 de abril de 2020, la Comisión de Salud de la LXIV Legislatura de la Cámara de Diputados destacó las deficiencias en este rubro durante una reunión virtual con funcionarios de la Ssa. Ahí, el director general de Atención Psiquiátrica de la Ssa, Juan Manuel Quijada Gaytán, aseguró que en México “hay poca inversión y atención en enfermedades mentales”, además de una saturación del sistema.
La intención es cambiar el enfoque y priorizar la atención comunitaria, en lugar de concentrarse en servicios de especialidad en hospitales psiquiátricos, cuya operación consume el 80% del presupuesto anual asignado a la salud mental por la Secretaría de Salud.
“La crisis hacer ver más estos boquetes”, sentencia Rodríguez Bores, ante las deficiencias en la estructura del sistema de salud que estaban ahí desde antes de la crisis sanitaria.
Para muestra está el estudio “Los especialistas en psiquiatría en México: año 2016”, realizado por investigadores del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz en 2016. Sus resultados señalan dos factores que contribuyen a la falta de atención adecuada a la salud mental en México: la falta de especialistas médicos en este ramo y la inequidad de su distribución geográfica. En México hay 3.68 psiquiatras por cada cien mil habitantes, pero el 60% se concentran en Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey.
La falta de atención básica en los servicios de salud mental es un tema internacional. Durante el siglo XX, los tratamientos se enfocaron en enfermedades graves y deteriorantes, como la esquizofrenia. Esto dejó de lado el cuidado de trastornos menos violentos, pero más frecuentes entre la población general, como ansiedad, depresión, consumo de sustancias y suicidio. “Son altamente costosos para la sociedad”, explica Benjamín Guerrero. “Tienen mayor impacto y se les atendió de manera mínima.”
¿Qué pasará con la salud mental en la “nueva normalidad”?
Las autoridades sanitarias esperan que, como sucedió en otros países tras la epidemia de SARS-CoV que infectó a más de ocho mil personas entre noviembre de 2002 y julio de 2003, después de la pandemia de coronavirus haya severas consecuencias psicosociales entre la población afectada.
Además de un repunte de trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, a la salida de la pandemia de coronavirus se prevé una oleada de pacientes con trastorno por estrés postraumático. El cine y la televisión han popularizado la noción incorrecta de que el TEPT está reservado para las víctimas de crímenes violentos o los soldados que regresan de la guerra. En realidad, puede desarrollarlo cualquier persona que haya vivido un episodio o suceso traumático; esto incluye a los sobrevivientes de enfermedades graves.
El TEPT incluye una sensación continua de miedo y estrés después del evento traumático. Entre sus síntomas están el revivir constantemente el suceso (reviviscencia) a través de pesadillas, flashbacks o pensamientos intrusivos, la evasión de lugares u objetos que recuerden el evento, un estado de hipervigilancia en el que está predispuesto a sobresaltos, irritabilidad y tensión frecuentes. El TEPT también incide en la percepción de la realidad con la aparición de pensamientos negativos sobre uno mismo, sentimientos de culpa y remordimiento, problemas de concentración y hasta alteraciones de la memoria en torno al evento.
“Lo que se anticipa es una fase de desilusión después del duelo. Será un caldo de cultivo para que se detonen problemas de salud mental”, explica Lorena Rodríguez Bores.
De acuerdo con estudios realizados después de la epidemia de SARS-CoV, las personas con mayor riesgo de presentar secuelas psicológicas durante la recuperación son trabajadores de salud o personas que conocían casos de contagio en su círculo cercano. Quienes vivieron un periodo de confinamiento durante la crisis epidemiológica también pueden presentar una incidencia alta de malestares psicológicos como depresión y TEPT.
También habrá que prestar atención a la población que ya vive con morbilidades asociadas a casos severos de coronavirus, como hipertensión, diabetes, obesidad, tabaquismo o deficiencias pulmonares. “Si ya sabes que te hacen más vulnerable, el miedo es mayor”, explica Benjamín Guerrero. “Puedes desarrollar más rápidamente problemas de desgaste como depresión, ansiedad, enojo”.
El ingreso a la “nueva normalidad” no será sencillo; será una fase de recuperación en la que las autoridades sanitarias se enfocarán en acciones de autocuidado y en la reconstrucción del tejido social, de acuerdo con Rodríguez Bores.
Ni la concentración, ni la productividad, ni el desempeño serán mágicamente iguales o mejores, después de meses de home office, de jornadas extendidas y de exposición constante a la incertidumbre económica y sanitaria de la cuarentena.
“A veces podemos pensar que se acaba la crisis y vamos a regresar a las actividades normales, pero es importante detenernos y reconocer que lo que sucedió nos cambia de alguna forma”, explica Rodríguez Bores.
Después de todo, el duelo poscoronavirus será una realidad que se esparza por México ante la conciencia de que ya nada será igual. “Hay que reconocer que mentalmente nos afecta”, dice Rodríguez Bores. “No nada más es por el desafortunado fallecimiento de las personas por COVID-19. Estamos perdiendo ciertas libertades, vamos a perder cierta forma de vida”.