Es sábado 31 de octubre, una de la tarde. Llegan alrededor de quince mujeres a las canchas deportivas de Izcalli, en Ixtapaluca, Estado de México. Es una reunión llamada “Día de muertas”, convocada por la colectiva Libertad Morada Ixtapaluca, para recordar a las víctimas de feminicidio. Es la primera vez que llevan a cabo un acto público y no existe otra organización similar por la zona.
En un cuadro de concreto, que sirve como banca, colocan dos cajas de madera y una manta verde para una ofrenda. Papel picado, fruta, pan de muerto, calaveritas, flor de cempasúchil y lo que se acostumbra poner en una ofrenda, pero hay algo diferente: de las ramas de un árbol cuelga una lona con la imagen de Yulin Sheley Alejandra Calvo Almonte, asesinada el 16 de abril de este año en Los Héroes, Ixtapaluca; se lee “madre sin hija, hija sin madre, justicia para Alejandra”.
—Pensaba poner en la lona también la imagen de la niña —quien está viva y es hija de Alejandra— pero se iba a ver muy grotesco, dice Teresa Calvo, madre de Alejandra, mientras se seca las lágrimas.
Un civil se acerca diciendo que es de “Gobernación”, —pero no se identifica—. Toma fotos y pregunta qué es lo que hace la colectiva.
—Vamos a poner una ofrenda y a hacer un performance, le contestan.
—Ah, ¿y qué es un performance?
—Una representación.
El civil sigue observando. Hace algunas llamadas. Minutos después llegan elementos de la policía municipal.
Son las dos de la tarde, el olor del copal impregna la cancha. Inicia el recorrido hacia un kiosco a espaldas de la subdelegación de Izcalli. Sólo hay tres personas observando. La gente va y viene, hay un tianguis cerca, cargan sus bolsas, ven la ofrenda, a las jóvenes de la colectiva, pero no se quedan.
Las consignas al aire inician sin megáfono ni bocina: “Alerta, alerta, alerta al que camina, la lucha periférica por América Latina”. Para hacer ruido, una mujer lleva una cubeta de plástico y un palo de madera. También hacen un pase de lista: “por las que nos regresaron sus cuerpos en trozos, por las que nunca hemos sabido en donde están: Karen, Luz, Ana, María, Dulce, Ana Karen, Mariana, Sofía, Rebeca”, y todas contestan por cada nombre: presente.
Según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en lo que va del año, han asesinado a 704 mujeres a nivel nacional bajo el delito de feminicidio. Con 106 feminicidios de enero a septiembre de 2020, el Estado de México ocupa el primer lugar entre todas las entidades federativas.
—Llevo casi siete meses peleando justicia para mi hija. No es justo que tan fácil llegue un tipo y nos arrebate la vida. El día de mañana qué le voy a decir a esa criatura —la hija de Alejandra— cuando me diga, “¿abuelita y mi mamá?” “La mataron, hija, porque en Ixtapaluca es muy normal que saquen un arma y te disparen”. Se los juro por Dios, por mi niña, que si no fuera por ustedes yo ya estaría allá con ella.
Quien habla es Teresa Calvo hacia las mujeres de la colectiva.
—¡No estás sola! ¡No estás sola! —le responden y la abrazan.
Dos elementos de la policía municipal de Ixtapaluca llegan justo después de que la colectiva termina de entonar Canción sin miedo”, de Vivir Quintana. Indican que se debe suspender el evento por la pandemia. Uno de ellos no tiene cubrebocas.
—El evento no se va a cancelar, si me quieres llevar detenido, llévame —contesta el hijo de Teresa Calvo y hermano de Alejandra Calvo.
Los policías —todos hombres— piden refuerzos y en unos minutos llegan cinco patrullas más. Ahora hay policías municipales y estatales. Graban y toman fotos. Todos están armados y uno de ellos porta un arma larga. Rodean a las quince mujeres, a pesar de que saben que hay menores de edad y niñas.
Desde el grupo de mujeres les gritan: “en la periferia nos toca la peor parte, esto no nos va a intimidar. Nos han hecho cosas peores, nos embolsan compañeras, descuartizan madres. Aquí vamos a seguir hasta que sean escuchados nuestros derechos, hasta que nos dejen de matar”.
Siguen llegando policías y detienen al hijo de Teresa Calvo. “Llévame a mí pero a ellas no las toques”, dice. Lo suben a la patrulla con número 334. Aproximadamente diez personas miran desde lejos, están sentados en una banca pero nadie se acerca.
Faltan veinte minutos para que den las tres de la tarde y se termine el evento según se había planeado. Los policías siguen vigilando a las mujeres. Los interpelan: “Así de rápido deberían de llegar cuando nos matan, cuando nos desaparecen”. La colectiva empieza a recoger la ofrenda, se reparten la fruta, descuelgan la lona y barren la cruz de flor de cempasúchil que habían colocado en el piso.
Ixtapaluca es uno de los siete municipios en donde se han emitido dos alertas de género en 2015 y 2019, respectivamente.
—Que no se les olvide esa cara que está ahí —grita Teresa. —A esa niña la mataron en su municipio. Tienen madre, hermanas, hijas, ninguna está exenta. Lo único que sí les puedo decir, porque todavía tengo corazón: Dios quiera y nunca les pase y tengan que vivir la situación que estoy viviendo, yo y muchas de este municipio. Solamente tengo esto: la voz y mis manos para pelear.
Minutos antes de las tres de la tarde le propongo a mis dos hermanas que nos retiremos. La presencia policiaca ha aumentado y está conmigo mi hija de cinco años. Así es, quienes maternamos vamos con nuestras hijas e hijos a todo lugar. Nos retiramos de las canchas. Acompaño a Teresa hacia la carretera federal. Se cruza la avenida y toma un transporte público: va por su hijo que fue detenido.