Ante la discriminación, la violencia de género, la precarización y la falta de respaldo, las actuales generaciones de mujeres artistas mexicanas salen a la conquista del espacio público y lo reclaman como propio
Julio 4 de 2020. A Maga le gusta la adrenalina y arriesgar el cuerpo para estampar sus obras en paredes ajenas o públicas: edificios, muros, bardas y hasta espectaculares: bombas de colores primarios que reivindican la mirada hacia la mujer y su cuerpo, y critican el arte masculino.
Recorre
a pie y en transporte público
las calles de la Ciudad de México
–menos transitadas ahora por el
confinamiento– pegando
sus obras de arte. Laura Arredondo,
Maga, es muralista, graffitera y se especializa en el paste up,
que consiste en trazar e imprimir ilustraciones de gran formato sobre papel,
para luego pegarlas con engrudo en edificios y espacios abiertos. Además, es estudiante de Derecho.
Para ella y muchas artistas, el graffiti y el paste up son una forma de vida: “Representa que tienes la libertad de hacer lo que quieras, donde quieras”.
“Me interesa, más que nada, trabajar el tema de la mujer y el contexto”, afirma. En abril pasado, Maga fue invitada a realizar un mural en la fachada de la galería Daniela Elbahara, un espacio privado que se dedica a la exhibición y venta de arte, en la colonia Condesa.
La propuesta de la galería consistía en reproducir
las pintas realizadas en la Ciudad de México durante las
protestas contra la violencia de género convocadas
en agosto de 2019, conocidas como “Diamantada”.
Pero la galería quería el trabajo
gratis, debido a que sería “una pieza,
como tal, efímera y no estaría a la venta”, según explicó la directora del recinto, en un comunicado posterior.
Meses antes, en febrero, la misma
galería ya había albergado un mural idéntico, que reproducía pintas contra la violencia feminicida en México, pero realizado por un hombre, blanco, estadunidense: el
artista Sean Barton.
La artista se negó. “De mi parte fue como un ‘alto’ –explica Maga–. Si nadie les dijo que estaba mal explotar a la gente, pues ahora sí”.
Este diferendo entre una muralista y
una galería privada, es decir, entre
particulares, pronto se convirtió en un debate público en torno a la violencia y discriminación de género en la arena
artística mexicana.
Maga decidió contar su versión para poner la
precariedad bajo la que trabajan ella y sus compañeras sobre la mesa de debate. Y tuvo éxito: su voz movió a muchas artistas más a narrar su
contexto en redes sociales.
Días después, además, colectivos feministas
intervinieron la fachada de la galería
con graffiti y carteles que exhibían las cifras de feminicidios en México, como
protesta contra la violencia de género. “Explotadores” y
“No somos invisibles” son algunas de las frases que se podían leer.
Pero Maga pagó un precio: “Cuando yo hablé de este caso, me cerré las puertas a varias galerías”,
concluyó.
Sororidad, apoyo histórico
Según la Cuenta Satélite sobre Cultura del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el número de galerías de arte en México aumentó 66.62% en sólo diez años, de 2008 a 2018.
Pero el origen de este crecimiento,
explica la curadora de arte Violeta Horcasitas, no es que se apoye más el sector,
sino todo lo contrario, la falta de fomento a las artes plásticas ha llevado a la comunidad de creadores a establecer sus
propios espacios.
“La cultura ha sufrido por sexenios muchas violencias –destaca la curadora– y en este sexenio continúa sufriendo golpes duros”, como el desmantelamiento del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), y la supresión de programas de apoyo tanto para recintos artísticos como para creadores y creadoras.
Ahora, la nueva política de austeridad, afirma Horcasitas, dificulta aún más el acceso de
artistas a circuitos institucionales, y tratándose específicamente de mujeres artistas, las oportunidades son todavía más reducidas.
Muestra de ello, afirma, es la minoritaria programación de mujeres en las exposiciones de museos y galerías mexicanas. La presencia de mujeres en las muestras programadas por espacios institucionales “no rebasa el 30 por ciento de participación y algunas de las artistas se repiten, aun en el mismo museo”.
De 2015 a 2019, por ejemplo, el
Museo de Bellas Artes tuvo 27 exposiciones, de las cuales 21 fueron dedicadas
al trabajo de artistas hombres, cinco tuvieron un enfoque mixto y solamente una
fue protagonizada por un dúo femenino, una
exposición fotográfica llevada a cabo por Francisca Rivero Lake y Carla Vera en 2019.
Otro ejemplo es la Galería OMR, un espacio independiente que de 2015 a 2020 tuvo 25
exposiciones, de las cuales 16 fueron dedicadas al trabajo de hombres artistas,
ocho al enfoque de trabajos producidos tanto por hombres como mujeres y cuatro dedicadas exclusivamente al arte femenino.
Esta disparidad basada en el género puede verse también en los apoyos
para artistas.
En 2017, de las 83 personas que
obtuvieron la beca ‘Jóvenes Creadores’
en la rama ‘Artes visuales’, 54 fueron hombres y 29 mujeres.
En ese año, para la disciplina de ‘narrativa gráfica’, de hecho, solamente una mujer fue seleccionada, frente a diez
hombres.
Aunque en 2018 y 2019 el reparto de
becas fue equitativo en términos
generales, la disparidad continuó en algunas
disciplinas específicas: en 2018
se otorgaron sólo dos becas a
mujeres en ‘narrativa gráfica’ frente a siete
hombres, y en 2019 se apoyó a tres mujeres en la disciplina de ‘dibujo’ contra cuatro hombres.
En el plano artístico mexicano, advierte Magali Lara, una de las artistas plásticas más importantes
del país y precursora del arte feminista en
el México de la década de
1980, desde siempre las mujeres han sido registradas “nada más como pequeños anexos”, sin
reconocerse que “así como hay un Rufino
Tamayo, hay una María Izquierdo, y
así como hay un Manuel Felguérez hay una Lilia Carrillo”.
Desde la segunda mitad del siglo XX,
afirma Lara, ser mujer artista significaba defender tu derecho a contar: “que una mujer tuviera su propia agencia, que fuera reconocida como
una artista original, era muy difícil”.
Desde hace muchas décadas, subraya, las mujeres artistas encuentran su principal apoyo
en otras mujeres artistas.
Ella misma, recuerda, en sus inicios
sólo encontró apoyo en ‘Las Pecanins’, un grupo de artistas plásticas fundado
por las españolas Ana María, Teresa y Montserrat Pecanins que, sostenían una galería de arte
independiente en la colonia Roma de la Ciudad de México, en donde los costos de producción y remuneración para las
creadoras estaban siempre asegurados.
Pero “cuando viene la parte global –lamenta–, donde hay muchísimo más dinero y la
perspectiva del arte te cambia, las galerías tienen un
modelo económico diferente y creo que de ahí viene la dificultad de entrar, para una (como mujer artista)”.
Ya no
Carolina Castro es artista plástica, su especialidad es la tinta china. Además, es gestora cultural en la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y organiza
encuentros como exposiciones o bazares.
“A las mujeres –explica la artista– siempre se nos ha cuestionado todo lo que hacemos”, sólo por el hecho de ser mujeres. Y cuando te dedicas al arte, la carga es doble: tienes [sobre ti] el prejuicio de que es raro que te dedicas al arte y aparte que eres morra”.
Por eso, tal como en décadas pasadas, la resistencia de las mujeres artistas en contra de
la discriminación se basa en la
unión, ahora potencializada por el movimiento de las
mujeres mexicanas contra todas las expresiones de la violencia machista y
feminicida.
En los últimos años, ejemplifica
la muralista e ilustradora Mar de Lío, “se han hecho eventos de puras morras muralistas, o eventos de puras
chicas que hacen ilustración y eso lo empecé a ver desde hace dos años”.
Entre las artistas jóvenes y de generaciones previas, afirma, “se está haciendo un movimiento de chicas que entre todas nos hemos apoyado
para dar a conocer nuestro nombre, y creo que todo esto tiene que ver con el
movimiento feminista, pues se han juntado todas estas ganas de decir ‘Ya no’”.
Más allá de las galerías
La curadora Violeta Horcasitas concluye: para hablar de artistas mexicanas y de su arte, hay que salir de la limitada visión de las galerías, e ir en busca de los “espacios independientes, de esos espacios que no son galerías, sino iniciativas curatoriales, de mujeres; de los grupos y talleres de discusión en los que hay una extensa participación de las mujeres”, y donde colectivas feministas como Paste Up Morras, La Femme Gang o Lana Desastre, entre otras, estampan la huella de las mujeres en el arte mexicano actual.
Sofía Rioja, integrante de la colectiva Restauradoras con Glitter, colectiva que surgió a partir de las protestas feministas en agosto del 2019, menciona, sin embargo, que hay una diferencia entre el arte de mujeres y la protesta: “no tiene una intención estética inicial, sino que es un momento catártico”.
Restauradora
y arquitecta, Sofía
también apuesta por los
espacios independientes, “estos
espacios autogestivos, que de pronto pareciera que no pueden tener la misma
injerencia que los grandes espacios de arte o diseño”, relata, “en
realidad creo que ahí se
está gestando una posibilidad de crear
otras formas; en lo alternativo está el futuro”.
Horcasitas, para rematar, solidifica este vínculo: “Creo que la relación del arte con el feminismo es muy cercana, donde una alimenta a la otra”. Es la expresión del arte femenino luchando con uñas, dientes y pinceles.