Sentada en el sofá de su pequeña sala, la escritora Ana Matías Rendón confiesa que hablar sobre su origen la perturba.
La primera lengua que aprendió fue la ayuuk (mixe) por la convivencia con su tía y su abuelo materno en Zacatepec, Oaxaca. Sin embargo, reconocer el lugar específico de su nacimiento no es fácil.
“Mi madre fue secuestrada por el tipo que biológicamente tendría que ser mi padre. Para los mixes es común que las personas se muevan por temporadas, más en esa época por el trabajo en los cafetales. Esta persona pide trabajo, se lo dan, mi abuelo sale del pueblo y él aprovecha para subirla a la fuerza en una camioneta. Meses después ella escapa. Yo nazco así, en terreno desconocido”.
Mira al techo, junta las manos y no recuerda la cantidad de empleos en los que se ha desempeñado desde su infancia, calcula que deben ser más de 50. Dice que su identidad se forja a partir del tránsito y de esa misma forma se acerca a la literatura.
Fue trabajadora del hogar desde los ocho años. Cuenta que así pudo estar cerca de las grandes bibliotecas de sus patrones. Recuerda también estar cerca de vendedores ambulantes que se tomaban un tiempo para compartirle la lectura de periódicos y anuncios, o la escucha de boleros en la radio.
“Se me fue haciendo un modo de vida saber que si este trabajo no me gusta, yo me puedo ir, o si esta ciudad no me agrada, yo me voy. ¡Qué me ata, no tengo nada!”
Ana Matías lanza una de esas pequeñas risas que no parecen de felicidad sino de ironía, porque las condiciones laborales le resultan irónicas.
“La gente teme perder su trabajo, pero tenemos tanta precariedad laboral que a las empresas no les importa que hayas dado tu vida ahí. En esas circunstancias pierdes el miedo a muchas cosas”.
Para hablar de su ejercicio literario se refiere a la soledad, porque dice que no fue en el pueblo mixe donde se acercó a las letras, sino en la calle.
“Yo no pertenezco a la literatura indígena, se me vincula y se da por hecho por haber nacido en una comunidad mixe. Siempre he dicho que soy una autora independiente, no tengo sello editorial detrás”.
Desde hace unos años, Ana Matías se hizo cargo de su hermano menor, quien ahora es el diseñador de Kumay, el sello editorial de libre acceso en el que ambos trabajan.
“No soy aprensiva, no glorifico los objetos, me tiene sin cuidado dejar mis libros en pdf. De eso va el tema de la desterritorialización: nadie puede ser dueño de la tierra ni del universo. En los pueblos originarios no existía la idea de propiedad, la tierra no tiene lindes. Es igual que en la escritura”.
Algo que no deja de estar presente en sus intereses literarios es la distinción de las clases sociales. Suele recordar los contrastes entre los terratenientes de las grandes fincas en Xalapa en las que trabajó, y las mujeres trans que eran tratadas de la peor forma en la Ciudad de México. Sus personajes y sus temas están marcados por los encuentros de una vida desterrada, dice.
“En los mixes no hay problema con que tú nazcas fuera del pueblo, no hay idea de frontera entre los territorios que diga que si naciste fuera del pueblo dejas de ser mixe, es absurdo, la idea de identidad es diferente”.
Una de las consideraciones para nombrar a una persona como escritora “en lenguas originarias” es precisamente que escriba en alguna. Ana Matías no suele escribir en su lengua materna, pero asegura que eso no significa que no piense en ayuuk.
“Muchos hijos de migrantes indígenas, aunque no hablen la lengua, por el pueblo siguen siendo considerados zapotecos o mixtecos, porque la lengua sólo es una parte de, no la totalidad. Yo me posiciono en esa concepción de la tierra, yo estoy caminando It-Naxwiin (la tierra en su totalidad), le pertenezco a ella, no a una ciudad”.
Al hablar sobre los elementos que caracterizan su escritura, se refiere a montañas, edificios y senderos. Explica que durante sus recorridos se ha encontrado con otras personas que también se desplazaron de sus comunidades originarias a las grandes urbes.
“Coincidimos en donde la mano de obra barata nos emplea. La gran mayoría somos migrantes. Yo no aprendí sobre los pueblos por los libros, sino por mis compañeros de trabajo; ahí se hacen confidencias más enriquecedoras, porque la intención no es estar encima de él. Nunca pensé que eso lo iba a plasmar luego en los libros”.
La autora dice que “llegó tarde a la academia por resolver primero los vericuetos de la vida”, pero no menciona la edad exacta en que inició la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Una vez dentro del campo académico, se aventuró a reflexionar y a escribir sobre todos los temas que le apasionan, como la filosofía ayuuk, los discursos de dominación, la poesía indígena latinoamericana, el trabajo infantil y la desterritorialización. Sus textos se pueden consultar y descargar desde su blog personal.
“Yo no quiero pensar sobre los pueblos originarios, sino a través de los pueblos originarios. Hay una hegemonía al pensar al país desde la parte citadina. No es que los pueblos no tengan conocimiento, el problema es que no están validados académicamente, y cuando se validan, se validan desde afuera”.
Con cierto temor de perder la humildad menciona que su bestseller podría considerarse La discursividad indígena. Le resulta curioso porque fue un trabajo rechazado la primera vez que lo propuso como tesis para graduarse como maestra en Estudios Latinoamericanos.
“A veces es flojera, no queremos aprender ni un poquito la lengua. Hay que mirarnos como iguales porque se sigue viendo que desde la academia se va a investigar a ellos (los pueblos originarios) cuando es: voy a aprender de ellos”.
En el Artículo 2 de la Constitución Mexicana se establece la libre determinación y autonomía del reconocimiento de los pueblos y las comunidades indígenas, a las que se suman consideraciones de la lengua, la cultura y el asentamiento físico. La adscripción de Matías, dice, es la independiente.
“No voy a decir de dónde soy exactamente. No soy parte de la literatura indígena, soy parte de esos autores independientes que hacemos todo nuestro proceso, escribimos, nos corregimos, nos distribuimos y nos vendemos. Yo no soy intelectual, soy clase trabajadora”.
Explica que el motivo principal para continuar sus estudios de posgrado fue el económico. En cuanto supo que su ingreso podría duplicarse gracias a los apoyos de becas, siguió los consejos de sus profesores y comenzó a armar ponencias para su currículo.
Ha sido invitada por universidades de países como Chile, Argentina, Brasil y los Estados Unidos para hablar de sus temas de investigación.
Los quehaceres académicos los acompaña con los quehaceres sociales, pero aclara que no se percibe como activista. En el año 2015 coordinó el libro Los 43. Poetas por Ayotzinapa, que contiene poemas de autores en lenguas originarias como Briceida Cuevas Cob, Irma Pineda, Jorge Miguel Cocom Pech, entre otros. Sin embargo, para ella no se trata de un activismo como tal, sino de “hacer bola”.
“No me gusta tomar bandera como si yo fuera alguien importante, lo tomo como ciudadana. En el libro de los 43 coordiné porque sentía que la circunstancia de los pueblos originarios no estaba puesta. Para mí estaba claro que sucedía porque gran parte de los jóvenes eran de pueblos originarios, el tema estaba atravesado por un problema racista y nadie lo decía”.
Actualmente apoya las luchas en contra del corredor interoceánico, el movimiento #VamosXAgua de la alcaldía Azcapotzalco y la lucha por las 40 horas laborales, pero recalca: como ciudadana.
“Se nos olvida que todos tenemos una responsabilidad cuando nos sentimos con el derecho de emplear a la niñez y explotarla. Ve a un restaurante, a una fábrica, ahí está la población indígena”.
Su biblioteca es pequeña, apenas un par de libreros, porque una persona en constante movimiento, dice, no puede cargar mucho. Por el momento vive en Azcapotzalco, en un departamento que comparte con su hermano Miguel Ángel Matías, su “chaparro” de 29 años.
“La ciudad es muy grande y muchos niños temen al abandono, entonces se esfuerzan por quedarse en los trabajos. Los mismos patrones no saben que cuando dicen ¿Oye, no me puedes traer a una muchacha de tu pueblo?, es ahí donde comienza la trata de personas.
En la pared a sus espaldas hay tres pequeñas réplicas de pinturas de Kandinsky, estatuillas de barro de algunos dioses prehispánicos, juguetes miniatura y una pequeña muñeca de tela con el traje típico de la región mixe.
Ana Matías menciona que aquellos objetos son de “su chaparro”, pero también de ella, ambos comparten el gusto por las cosas de pequeño tamaño, pero gran valor sentimental.
Una de las mayores cosas que atesora de su vida, dice, es el viaje; la sensación de ir en la batea de una camioneta y ver el paisaje en movimiento. A la pregunta sobre qué es entonces la escritura para ella en el contexto del tránsito, responde:
“Yo soy escritura, escribo esta tierra. El universo mixe tiene un lenguaje, nosotros lo interpretamos, pero también nos volvemos lenguaje porque somos expresión. La idea de muerte en los pueblos originarios no existe, todo posee vida, los objetos tienen vida. Aunque mueras tú, te transformas para ser naturaleza. Todos están escribiendo, sólo que no nos detenemos a leerlos”.