Todo en Lydia Lunch es intenso: cabello negro, labios rojos, ojos azules, piel traslúcida y una emoción casi furiosa en cada gesto. Y esa mirada fija que, desde los setenta hasta hoy, parece que quisiera transgredir la superficie de cada fotografía para absorber al espectador con rabia.
–Es lo mismo de siempre: injusticia, pobreza y mierda –se queja desde el barrio de Brooklyn, en Nueva York, en entrevista para Corriente Alterna–. Pero tenemos tanta información al respecto que se vuelve abrumador, y en la pandemia fue, incluso, peor. Respecto a la rabia: no la siento a nivel personal sino político.
La conversación se lleva a cabo a través de una ventana de zoom. El motivo, el concierto que Lunch ofrecerá este sábado 15 de octubre en el estacionamiento del Centro Cultural Universitario, como parte del programa “Música contra el olvido” del Festival CulturaUNAM.
Ahí está ella ahora, en la pantalla, con un pequeño librero al fondo repleto de pequeñas esculturas. Lydia Lunch: 63 años de contracultura estadounidense, inspiración de las riot grrrls (un movimiento de la tercera ola del feminismo), protagonista de películas lascivas de bajo presupuesto; poeta y performer, más que cantante; sobreviviente y heredera de aquellos viejos bajos mundos del Nueva York de los años setenta.
–Mi arte suele ser agresivo para confrontar ciertos problemas, pero yo no soy una persona negativa –explica–. En realidad, soy muy positiva.
Lo dice con histrionismo, cada palabra acompañada de un manoteo enérgico y una risa ronca al terminar un argumento. Como si quisiera, con su franqueza, atravesar también la digitalidad que nos separa.
–Yo sufrí pobreza, traumas familiares y adoctrinamiento religioso, pero desde los nueve años entendí que esto no sólo pasaba en mi familia. Esto pasa en casi todas las familias ¿sabes? Yo tenía que convertirme a mí misma en una voz de quienes también están contra todo eso.
Desde hace décadas Lydia Lunch muestra preocupación por la salud mental de los jóvenes. Autora de obras particularmente oscuras, introspectivas o con fuertes dosis de ruido y violencia, desde su adolescencia Lydia suele provocar que las personas tímidas o problemáticas, las frikis, los proscritos, se acerquen a ella en busca de alivio o compañía. A ella le gusta ese papel de curandera, de madre protectora de los inadaptados del mundo.
–Vengan este sábado –invita–. Vamos a hacer un exorcismo masivo contra todos los problemas que hemos enfrentado en los últimos años. “¡Vengan, hagamos una gran fiesta para reunirnos con el espíritu de Lydia y su RetroVirus!”.
Lydia Luch: un ejército de una sola mujer
Nació en Rochester, al poniente del estado de Nueva York, en 1959. Hija de un vendedor de aspiradoras y una ama de casa, creció en un contexto azotado por la recesión económica. A los 14 abandonó la escuela y se mudó a Manhattan. Nueva York, entonces, era la ciudad más violenta de Estados Unidos, un espacio fértil para que miles de adolescentes –los hijos de la Segunda Guerra y de la Guerra de Vietnam– abrazaran cierto nihilismo o radicalidad como bandera.
Algo se agitaba entre el ruido y la electricidad. Decenas de jóvenes, muchos no mayores de 20 años, empezaron a formar bandas o proyectos musicales, aunque algunos ni siquiera sabían tocar una nota. Inspirados por la banda Velvet Underground, por el ruido intenso de The Stooges o por las técnicas anti-academicistas de compositores como el alemán Karlheinz Stockhausen, comenzaron a hacer grabaciones de bajo presupuesto con el equipo que tenían a la mano; sin importarles la falta de limpieza en el sonido y, por el contrario, apostando abiertamente por lo imperfecto, por el ruido y sus matices eléctricos.
No era sólo la música. La poesía, el cine o cualquier expresión artística eran subvertidas. Antes de hacer música Lydia Lunch comenzó a usar el Spoken Word como principal herramienta: declamaba discursos en público incorporando elementos musicales y teatrales en el escenario. Todavía, hoy, suele usar sólo su voz y la experimentación para denunciar la industrialización de la vida, la contaminación que afecta el agua o la comida que consumimos, la mercantilización del arte, la tristeza de las nuevas generaciones.
En los años ochenta su estilo pronto derivó en el No Wave, un movimiento sonoro definido por ella misma como “una expulsión violenta e instintiva de ruido, una variante del punk con dinámica experimental”. De aquellos años conserva la práctica de la autogestión: su sello discográfico, Widowspeak Productions, sigue activo desde entonces.
–La mayoría de mis títulos y grabaciones las financio yo, pongo todo de mi bolsa. Es como ser una combatiente solitaria que marcha sin parar: un ejército de una sola mujer.
Pero, también, sabe hacerse acompañar. Para su concierto en la UNAM anuncia que la acompañará RetroVirus, ensamble conformado por Weasel Walter en la guitarra, Algis Kizys en el bajo, Bob Bert en la batería y ella al micrófono.
–En RetroVirus yace una retrospectiva de mi música: ellos cubren cada género y periodo que he desarrollado de 1979 en adelante. Me hubiera encantado invitar a más gente, pero RetroVirus es el ejemplo ideal del tipo de cosas que hago.
De la página al escenario, de la intimidad al film
Lydia Lunch se considera feminista. Una feminista que, a veces, resulta incómoda. Desde hace décadas imparte talleres separatistas –sólo para mujeres– sobre manejo de emociones, arte o escritura; y en los medios no teme lanzar severas críticas a movimientos recientes como el #MeToo.
–Tengo una labor evangélica con el feminismo… yo lo llamo evaginical –y ríe de su juego de palabras que, en inglés, incrusta la palabra vagina en el término cristiano–. Todo aquel que lucha contra el patriarcado es feminista, sin importar si es hombre o mujer. Porque la política del patriarcado impacta en todos los individuos. El abuso patriarcal cae sobre las mujeres, sobre el pensamiento independiente, sobre gente de diferentes colores y naciones. Los únicos que no están por debajo de él son los hombres blancos, desde jóvenes hasta octogenarios. El resto somos mayoría.
En un futuro cercano, cuenta, le gustaría volver a México y ofrecer un taller dirigido sólo a mujeres que escriben. Tiene un título tentativo: “From the page to the stage” (de la página al escenario). Su propósito es ayudar a las escritoras a interpretar en escenarios y espacios públicos lo que escriben en la intimidad de sus recámaras.
–Las escritoras son mujeres que tienen diarios y cuadernos llenos de sentimientos que deberían ser expresados en una plataforma pública. Quiero subirme con ellas al escenario y que griten lo que piensan.
Con más de 40 años de trayectoria, el repertorio de Lydia Lunch incluye más de 400 piezas sonoras, varios libros publicados, un podcast con 169 episodios y más de una incursión en el cine, como su documental –por estrenarse en 2023– Artist: Depression Anxiety Rage, un filme dirigido por ella en el que aborda los problemas de salud mental en las comunidades de músicos, literatos y cineastas.
–El 73% de los músicos tienen depresión y ansiedad –advierte–. Y entiendo por qué: es una vida muy pesada; lidias con la decepción y la pobreza que acecha a estas profesiones.
La cifra proviene de un estudio realizado en 2015 por la Universidad de Westminster, de Inglaterra, y la organización Help Musicians UK: 71.1% de los artistas entrevistados han declarado haber sufrido ataques de pánico y niveles altos de ansiedad, y 68%, haber sufrido depresión.
Lunch quiere hablar, cada vez más alto, de estos problemas: los artistas crean a pesar de su precaria salud mental y no gracias a ella; la depresión y la ansiedad que viven los artistas no es algo natural ni deseable.
–A mí me importa el individuo, no las multitudes. Si el mensaje llega a una sola persona, es suficiente. Para mí, luchar es crear sin preocuparse por lo que piensa alguien más, o por alcanzar grandes audiencias. Yo no me voy a detener si mi audiencia eres sólo tú: tú me importas. Yo lucho a nivel individual.