“Coronavirus de la chingada”,
dice la estudiante al cerrar la puerta.
“Coronavirus de la chingada”, dice la estudiante al cerrar la puerta. Es martes 14 de abril de 2020. El colectivo anónimo y separatista Mujeres Organizadas de Filosofía y Letras (MOFFyL) entrega las instalaciones de su facultad después de 163 días de paro.
La toma de Filos empezó el 4 de noviembre de 2019, su movimiento formó parte del mayor ascenso de la cuarta ola feminista en México, uno de los más notorios del mundo. Mientras ellas sostenían el paro, 80 mil mujeres marcharon el 8 de marzo por las principales avenidas de la capital del país. Un día después, cientos de miles, acaso millones de mujeres, se sumaron a un histórica huelga nacional. Según el Sistema de Transporte Colectivo (STC), en el metro de la Ciudad de México se reportó una disminución de la afluencia de pasajeros en un 40 por ciento. La Secretaría de Administración y Finanzas informó que pararon 60 mil mujeres del gobierno capitalino. José Manuel López Campos, presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio (Concanaco), dijo que “Un Día Sin Mujeres” generó un impacto económico por 30 mil millones de pesos: 15 por ciento más de lo que se tenía previsto. Ese día, las mujeres se quedaron en sus hogares, no recorrieron las calles, no asistieron a la escuela ni al trabajo. El 9 de marzo las ciudades lucieron semidesiertas.
Por eso ahora, con la puerta de la facultad cerrada, resuena la frase: “Coronavirus de la chingada”, porque no solo la toma, sino, además, ese maremoto morado —el color que adoptó la movilización de mujeres— se vio interrumpido por la pandemia del nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
El 20 de marzo las autoridades federales suspendieron la actividad educativa como una medida para impulsar el confinamiento domiciliario. Desde ese momento, los paros se quedaron resistiendo en medio de una universidad despoblada. Pero llegó el martes 14 de abril y las estudiantes se vieron desprovistas de opciones. No contaron con las condiciones para sostener la toma durante la emergencia sanitaria.
“La respuesta de las autoridades universitarias consistió en aprovechar la contingencia para generar presión e intentar romper la organización estudiantil”, escribieron las Mujeres Organizadas en el comunicado donde informaban la entrega de la facultad. “Pedirle a lxs estudiantxs en paro que abandonen las instalaciones en lugar de priorizar la resolución de las demandas es una forma en que la universidad se deslinda de su responsabilidad con la comunidad en resistencia”, remarcaron.
La última petición dirigida a las directivas de la facultad –no incluida en el pliego petitorio original– fue incumplida:
-Queríamos una pinche comisión sanitaria, pero ni eso nos dieron.
–Nos salieron con tres botellas de cloro y nosotras quedamos con cara de… what?
Ese martes, al recibir la facultad, las autoridades universitarias, acompañadas por personal de la Rectoría y de Protección Civil, recorrieron el edificio para verificar el estado de las instalaciones, ubicadas a un costado de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria. Antes de irse, las mujeres pintaron las paredes, acomodaron algunas de sus maletas con ropa, cobijas y productos no perecederos y las ubicaron en un espacio del segundo piso al que llamaron la salona.
–Lo hicimos para que nadie olvide que la tarea les quedó inconclusa, para que recuerden que es su deber erradicar y castigar la violencia de género.
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Meses atrás, la entrada de la facultad era custodiada por una o dos mujeres encapuchadas. Una lona gris cubría la reja evitando que alguien pudiera espiarlas. Pegadas a las rejas, unas hojas llevaban por título: “El camino hasta ahora”.
Nadie entraba sin el permiso de todas. ¿Cuántas eran, cuántas son?: Varias, muchas. Mantenían el número en secreto. Hablaban en colectiva, tomaban decisiones por consenso, pensaban en el bien común. Esas decisiones incluían quién podía o no traspasar la reja de entrada.
Cuando se traspasaba la reja aparecía una hilera chueca de once pupitres. Al otro lado del paredón, una placa en italiano con una frase de La Divina Comedia que en castellano traduce: “La luz es dada para el bien y para la malicia”, y en la parte de arriba, una pinta: “Violador, cuídate, te vamos a cortar el pito”. Más allá, un pañuelo verde pro aborto le tapaba el mentón al busto de Dante Alighieri, que en la cabeza llevaba una capucha y, a su lado izquierdo, una inscripción: “UNAM feminicida”.
Al avanzar se encontraba una sala no muy grande. Cinco por cinco, apenas. A un costado, la librería Mascarones y la antigua fotocopiadora permanecían cerradas. El resto de los muros, pintados, repletos de consignas: “Aborta tu orgullo universitario”, “Existimos porque resistimos”, “Las amo, morras”.
La sala –el antiguo recibidor de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM– era a la vez dormitorio y comedor. Alrededor, cobijas y mantas permanecían en el piso y hacían las veces de lechos. Tres estantes unidos del que pendía un toldo servían de cama. En el suelo había zapatos, botellas vacías: el desorden habitual en un hogar numeroso. Sin embargo, todo se conservaba limpio. Un hombre, el único hombre que habitaba la facultad, barría con la cabeza agachada.
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El hombre, el único hombre que habita la facultad tomada y barre con la cabeza agachada, cursa séptimo semestre de Letras Hispánicas. En sus ratos libres escribe poemas, lee a Sor Juana, a Virginia Woolf. Se ha unido a la causa feminista desde hace tres años al atestiguar el drama diario de sus amigas. El único hombre que habita la facultad arrastra la escoba y se retira cuando el grupo de mujeres llega a ocupar la sala para conceder la entrevista a Corriente Alterna.
Las mujeres: veinteañeras, vivaces, capucha en mano, de ojos pintados con sombras de colores, vestidas de negro en su mayoría, se sientan formando un círculo y hablan desenfadadas.
–Al principio podían entrar vatos. No para que tuvieran chamba intelectual, sino solo para limpiar y cocinar.
–Pero, poco a poco, se fueron yendo.
–Es que no aguantaron.
–Al principio nos dijeron que eran solidarios con nuestra lucha y fuimos descubriendo secretos que nos intentaban esconder.
–Nos fuimos dando cuenta de que eran amigos de agresores.
–Después supimos que esos mismos vatos llegaron a agredir a algunas compañeras.
–Una vez, incluso, notamos que filtraron información. Supimos que estaban infringiendo los protocolos de seguridad y, cuando los encaramos, les valió verga, porque, claro: ¡eran hombres!
–Así se fueron yendo uno a uno.
–O los fuimos echando.
–A otros les decíamos: “buey, es que hay un buen de trastes sucios”, y se iban a lavar los platos a regañadientes, hasta que se cansaban y terminaban yéndose.
–Al principio sí teníamos apoyo de aliados, pero ahora solo queda uno.
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El paro se justificaba en once peticiones. De su cumplimiento dependía que las Mujeres Organizadas permanecieran en las instalaciones o las devolvieran. Los reclamos de las estudiantes eran:
La modificación de estatutos de la UNAM para reconocer la violencia de género como falta grave, la destitución de dos funcionarios de la FFyL y la creación de una Comisión tripartita encargada de supervisar el buen funcionamiento de la Unidad de atención a la violencia de género.
Las Mujeres Organizadas exigían, también, seguimiento y transparencia a las denuncias de acoso, además de talleres y cursos con perspectiva de género a docentes, administrativos y estudiantes. Demandaban la no criminalización de las paristas ni la destrucción de sus murales. Exigían una disculpa pública a la familia de Mariela Vanessa Díaz Valverde porque la Universidad no se pronunció frente a la desaparición de la joven de 21 años ocurrida el 27 de abril de 2019. La última exigencia, a sus ojos, era primordial: la asignación de espacios para grupos de mujeres y disidencias.
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¿Cómo llegaron a tomarse la facultad? Todo comenzó el 2 de octubre de 2019 —en el 51 aniversario de la masacre de Tlatelolco—. Nadie lo planeó. Estaban llenas de dolor y rabia. Armaron un paro mixto donde pintaron murales. Dibujaron a La Victoria Alada y a Atenea besándose; a través de carteles manifestaron su repudio al machismo y al acoso. El 18 de octubre, furiosas, llamaron a un paro separatista, la razón: una estudiante de la CCH Sur fue drogada por sus compañeros con un brownie y, cuando recuperó el conocimiento, estaba desnuda, con señales de violencia sexual.
Tan solo tres días después se encontraron con que el mural del beso había desaparecido. “Fue un acto de lesbofobia”, dijeron.
Estaban desconcertadas. La facultad de Estudios Superiores (FES) de Cuautitlán había entrado en paro indefinido por la violencia de género. El 9 de octubre las Mujeres Organizadas llamaron a una asamblea mixta donde se estipuló un paro de 12 horas exigiendo una disculpa por la eliminación de lo que llamaron la murala. También pedían la destitución de Yadira Coronado y Jesús E. Juárez: funcionarios de la oficina jurídica de la facultad, encargados de la Unidad de Atención a Casos de Violencia de Género de la escuela.
Las quejas de las estudiantes frente a Coronado y Juárez eran numerosas: “no atienden las denuncias de acoso”, “las agresiones no se resuelven”, “no surge un mínimo de empatía”. “Yadira llega a decir que es mejor perdonar al agresor para no vivir atribuladas”.
La idea de parar nació de la asamblea del 4 de noviembre, pero según las MOFFyL a la reunión acudieron solo 20 personas de los 7 mil 939 estudiantes y mil 320 académicos que componen la facultad. No importó. Las 20 personas votaron. Formaron comisiones. Convocaron a 12 horas de cese de actividades. Llamaron a los directivos para que salieran de la facultad, pero hicieron caso omiso.
Movidas por sus propios bríos y atendiendo a una hermandad de género, empezaron a actuar. Al día siguiente, inició la toma feminista y las demandas fueron explícitas. “Los funcionarios ya tenían el aviso de que íbamos a entrar en paro y no se querían salir. Estaban muy necios. Se supone que nos íbamos a tomar la fac a las 7 de la mañana y solo salieron del edificio hasta las 10 de la noche”.
Los directivos dieron dos versiones contrarias sobre la eliminación del mural: “los trabajadores de limpieza lo borraron accidentalmente”, dijeron primero. Y, luego: “fue borrado por orden de las autoridades de la facultad porque atentaba contra un símbolo patrio”. Pero en realidad, los únicos símbolos patrios protegidos por la ley mexicana son el escudo, la bandera y el himno nacional. Sobre la demanda de remoción de Coronado y Juárez, no se pronunciaron.
“Si en dos semanas no cumplen las exigencias, nos vamos a paro indefinido”, sentenciaron las estudiantes aquella noche. Creyeron que con esa estrategia los directivos iban a ceder, pero no fue así.
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El 5 de noviembre, cuando los funcionarios salieron del edificio, las mujeres se apoderaron de la puerta. Llevaban candados y cadenas. Al día siguiente, las autoridades universitarias pidieron la facultad.
–¿Ya nos cumplieron? –preguntaron las mujeres.
Los funcionarios dijeron estar abiertos al diálogo y atender sus peticiones, pero advirtieron:
–Hay cosas que no son fáciles de gestionar.
No necesitaron oír más y tomaron la escuela. «Mujeres Organizadas FFyL», un grupo de Facebook abierto en mayo de 2017, les sirvió de altavoz para emitir comunicados y denuncias. Pidieron cobijas, suministros, medicinas. Muchas llevaban comida preparada porque no sabían qué iba a pasar. Recibieron ayuda de otras facultades de Ciudad Universitaria y de colectivas de la FES Cuautitlán.
El 6 de noviembre, cerca de 200 mujeres de diferentes facultades salieron a marchar. Organizaron una caminata que llamaron “Cacerolazo Separatista” con punto de partida en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales y de llegada en la facultad de Filosofía. Según las autoridades universitarias, en la marcha rompieron objetos, hicieron pintas y saquearon máquinas de comida.
Al llegar a la facultad de Ingeniería, la protesta se agravó. Destrozaron las señales de tránsito, quebraron los vidrios de los salones de cómputo y voltearon una máquina de café. Un grupo de estudiantes les exigió que pararan la violencia, pero las mujeres usaron extintores para ahuyentarlos.
Los estudiantes tuvieron que ser cercados por personal de Protección Civil de la UNAM para evitar confrontaciones. Pero, mientras algunos les gritaban: “¡Fuera, así no se defiende el feminismo!”, al mismo tiempo otros les tiraban piedras y botellas.
“Nos llaman violentas, pero no se percatan de toda la violencia a la que hemos estado expuestas. ¿No publican fotos de morras asesinadas en los periódicos, no las difunden en las redes?”
Después de ese episodio, las paristas de Filosofía y Letras empezaron a recibir una serie de intimidaciones. “Cuando estábamos pidiendo víveres, un vato en Twitter dijo que nos iba a traer comida envenenada”.
Esa amenaza fue paralela a otra, expresada a través de un mensaje en redes sociales que extendía una invitación: “favor ponerse de acuerdo en la creación de un grupo que tendrá como fin modificar un dron para que pueda rociar gas pimienta y otros desechos”. El autor anónimo aseguraba que, como habían sido agredidos injustificadamente, de la misma manera iban a responder.
Dicen las Mujeres Organizadas que por cada acción agentes externos enviaban una reacción. Aseguran, incluso, que hubo hostigamiento de “porros”. “Quienes trabajaban de la mano de los directivos interceptaban nuestros teléfonos celulares. A veces se nos ‘filtraba’ la información. Se cortaba la luz exactamente en el salón donde nos reuníamos. En la madrugada, y en las noches, escuchábamos sonar los teléfonos de la Dirección”.
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Algunas de las Mujeres Organizadas conocen el Estatuto de la Universidad. Otras enseñan vivencias, conocimientos que les ha dejado su experiencia feminista. Las más jóvenes se nutren de esos sentires y forman comunidad.
En la organización no hay jerarquías. “De lo que no es capaz una, es capaz la otra”.
Al principio intentaron crear una comisión dedicada a la cocina, pero se dieron cuenta de que los horarios de comidas fluctuaban. Dentro del nuevo hogar no establecieron roles. Cada quién ayudaba como podía. Algunas limpiaban los salones acondicionados como dormitorios. Otras lavaban la ropa. Otras se ocupaban de pedir comida. Otras preguntaban qué hacía falta.
Ellas mismas declaran que no asumen una doctrina ni están apegadas a corrientes teóricas del feminismo. Les basta con autogestionarse, autoabastecerse y sostener una convivencia en la que prima la horizontalidad.
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El 8 de noviembre de 2019 la Junta de Gobierno eligió a Enrique Graue para un segundo periodo como rector de la UNAM. El proceso duró 46 días. Quince integrantes de la Junta estudiaron la calidad y viabilidad del programa de trabajo presentado por tres aspirantes: el propio Graue, la directora de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Angélica Cuéllar, y el director del Instituto de Investigaciones Jurídicas, Pedro Salazar Ugarte. También valoraron la trayectoria profesional, académica y administrativa de los aspirantes.
Pero las mujeres de Filosofía y Letras no parecieron contentas con la noticia. Cuando se enteraron de la reelección de Graue coincidieron en decir: “Al rector nosotras le valemos madre”.
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Entre el 13 y 14 de noviembre las Mujeres Organizadas establecieron mesas de trabajo para abordar la situación del movimiento. La preparatoria 9 entró en paro en los días posteriores, se habían unido la preparatoria 7 y la Escuela Nacional de Estudios Superiores de Morelia.
El 20 de noviembre ya tenían listo un “diálogo” para presentar las demandas: el pliego petitorio con las 11 propuestas. Sin embargo, los directivos convocados no asistieron. La primera respuesta oficial se dio un día después, pero no por parte del rector Graue –como ellas esperaban– sino por el director de la facultad, Jorge Enrique Linares. Sin embargo, las estudiantes señalaron que la respuesta era ambigua: no incluía plazos ni calendario preciso para el cumplimiento de las propuestas. Tampoco era clara en cuanto al plan de trabajo planeado, por lo que decidieron que la toma sería indefinida.
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A dos meses del paro, Ricardo García Arteaga dimitió al cargo de secretario general -segunda posición jerárquica- de la facultad de Filosofía y Letras. Su renuncia era una de las exigencias de las Mujeres Organizadas: estaba señalado de cometer agresiones sexuales contra las alumnas.
Según consta en un comunicado emitido por la UNAM, García Arteaga presentó su renuncia dirigida a Graue y a Linares. En el documento expresa su voluntad de no ser un impedimento para la terminación del paro de actividades en la facultad y pidió que, de ser el caso, se realizaran las investigaciones y procedimientos sobre sus acciones, de acuerdo con la legislación universitaria.
–Es muy incongruente. Ese vato renunció a un cargo, al de Secretario General, pero sigue como profesor de la Universidad -dijo una de la paristas.
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“Tengo una relación de pareja con una chica que estudia en la facultad”, dice Jorge, estudiante de Letras, a quien llamaremos así para proteger su identidad. “Llevamos cinco años juntos y ella fue víctima de violación por parte de un compañero de la facultad antes de que yo la conociera, así que tuve que acompañarla en todo el proceso de denuncia y fui testigo de cómo la escuela dudó de sus palabras, a pesar de que ella no era la única violada por ese hombre. Al final, los maestros no creyeron que el alumno hubiera violado a alguien. Argumentaron que él tenía buen promedio y le dieron todas las facilidades para que terminara la carrera lo antes posible, de manera fácil, sin tener que ir a la escuela. Básicamente, lo premiaron”.
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De acuerdo con Mónica González, abogada general de la UNAM, “hasta el momento se han atendido mil 200 casos de acoso sexual en la institución y se han despedido a 25 funcionarios”.
Según explicó, una alumna de la UNAM víctima de acoso o violación “debe ir a la Unidad de Atención a Denuncias; allí recibe contención psicológica y, si se requiere, se canaliza a una de las áreas de salud mental de la Universidad. Después, se le explican los procedimientos detallándole que puede levantar un acta formal acompañada de abogadas especializadas en violencia de género y el acta se manda al titular o director de la facultad. En caso de que el acosador o violador sea un académico o un trabajador, se abre un proceso de investigación administrativa y se remite al Tribunal Universitario“.
Sin embargo, para las paristas:
–Una cosa es lo que dicen los abogados de la UNAM y otra lo que pasa de verdad.
–La atención para ese tipo de denuncias y delitos es ineficaz y revictimizante.
–¡Que no chinguen! La Universidad siempre señala que se debe seguir el debido proceso, pero nunca hay un debido proceso.
–Las denuncias se estancan porque quien las lleva quiere persuadir a las morras. Nos dicen: “¿Estás segura que pasó eso, estás segura que quieres seguir?”. No güey, así no es. Lo que tiene que hacer la Universidad es acompañar a la chava en su proceso.
–Es claro que una mujer que sufrió violencia machista necesita apoyo psicológico, pero el que se ofrece es súper ineficiente y, a veces, ni siquiera se da.
–Estoy segura de que las instancias de la UNAM encargadas de la atención de la violencia de género no cuentan con gente capacitada. La gente no sabe cómo manejarlos. A veces, las morras van a denunciar y ellos ni siquiera consideran el nivel de gravedad.
–Si la denuncia llega a oídos del director de la facultad, lo que menos se espera es que él tome la decisión de expulsar a un académico. Esos vatos se cuidan entre sí. No les conviene hablar.
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El único diálogo público y válido que aseguran haber tenido las Mujeres Organizadas, hasta el momento, ocurrió el 15 de enero. Ese día entregaron las demandas del pliego petitorio a las autoridades de la Universidad. Lo que convocó la atención de los medios, que llegaron hasta las inmediaciones de la facultad, donde se celebró la reunión.
Para muchos, como para Pietro Ameglio, docente y activista por los derechos civiles, “era muy significativo, y transparentaba los problemas, el hecho de que hubiera un ejemplo a nivel nacional para que las mujeres se pudieran enfrentar con diálogos abiertos y públicos donde la misma comunidad las presenciaba”.
Después de ese momento no hubo más diálogos. Pero, gracias a esas reuniones, las Mujeres Organizadas y los demás planteles que se habían unido al paro lograron lo que para terceros resultaba impensable: hicieron que el Consejo Universitario, en la sesión celebrada el 12 de enero, modificara el Estatuto General de la UNAM para que la violencia de género fuera reconocida como una falta grave. Le pidieron al Consejo Técnico de la institución que ejerciera presión y trabajara para que el Consejo Universitario aprobara nuevos cambios al reglamento y se incluyeran disposiciones que obligaran a que las agresiones fueran sancionadas según su gravedad.
Las Mujeres de FFyL también consiguieron crear una comisión tripartita autónoma conformada por alumnas, académicas y trabajadoras, que se encargará de revisar las políticas para enfrentar la violencia contra la mujer y dará seguimiento a las denuncias por temas de género en la facultad.
Además, lograron el pronunciamiento del rector. En un mensaje ofrecido a la comunidad el 28 de febrero, en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM, Enrique Graue anunció el mayor programa que ha emprendido la Universidad para conseguir la equidad de género y combatir la violencia contra la mujer.
El programa contempla un diagnóstico sobre el panorama de violencia en la Universidad. Plantea cambios legislativos para conformar un sistema de justicia transparente que termine con la impunidad, repare el daño y garantice la no repetición. Esto, aunado al asentamiento de la política institucional de “debida diligencia” para todas las denuncias.
Además, Graue anunció la celebración de un Congreso Universitario sobre género que deberá abordar tanto medidas de prevención como un vasto programa de formación, nuevas masculinidades para la comunidad y cursos obligatorios de perspectiva de género para todos los funcionarios universitarios.
Frente a las 400 mujeres que lo escuchaban, el rector anunció la creación de la Coordinación de Igualdad de Género que, acompañada de un nutrido programa cultural, estaría destinada a impulsar políticas de este tipo en toda la Universidad.
–La lucha de las mujeres –dijo Graue– está llena de verdades y dignidad. Dignidad y respeto que nos debemos todos.
También declaró que, el de las mujeres, es un llamado de urgencia que debe ser escuchado y entendido en toda su dimensión. “La sociedad no debe esperar y la comunidad universitaria tampoco”, concluyó.
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Antes de la toma de noviembre, la recepción de la facultad de Filosofía y Letras albergaba una foto de la escritora Rosario Castellanos. A su lado, las Mujeres Organizadas instalaron un memorial con el nombre de algunas de las víctimas de violencia de género de la Universidad:
Alí Cuevas, asesinada de 26 puñaladas por su novio, Oswaldo Morgán, en septiembre de 2009.
Lesvy Berlín Rivera, ahorcada por su novio, Jorge Luis González, y encontrada en una caseta telefónica cerca del “Camino verde” de Ciudad Universitaria, en mayo del 2017.
Mariela Vanessa Díaz Valverde, desaparecida en abril de 2018 en la delegación Iztapalapa.
La catedrática Graciela y su hija Sol Cifuentes, asesinadas por “Alan N”, novio de Sol, en agosto de 2018.
–En la UNAM estamos inseguras. ¡Hasta la madre de inseguridad!
–A partir del caso de Lesvy todo se complicó. Es que pareciera que la vida de las estudiantes no importa, que solo somos un número de matrícula.
–Indigna que no se hubieran pronunciado frente a la muerte de una de nosotras.
–¿Por qué la Universidad difundió datos, diciendo que Lesvy había reprobado materias, eso qué chingados importa?
–La Rectoría fue negligente con su caso. Graue sacó un comunicado condenando los hechos, pero a partir de ahí no se pronunció más.
–Con el feminicidio de Lesvy nosotras empezamos a actuar. Es que, cuando ocurre algo tan fuerte, las mujeres notan que se pueden organizar. Después preguntan: ¿qué se ganó? Pues, morras: darnos cuenta de que no estamos solas, porque cuando aquí se iba a denunciar a la Unidad Nacional de Atención de Denuncias, te decían que no le contaras a nadie.
–¡No mames!
–Al sabernos acompañadas, ahora podemos actuar.
–La rabia y el enojo te dan pie para unirte.
–La rabia es necesaria.
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Ahora que la facultad se encuentra de nuevo en manos de las autoridades, los estudiantes que no participaron en la toma han tenido todo tipo de reacciones.
–Yo creo que lo del paro ha sido un logro de años.
–¿Neta? Esas morras creyeron que les estaban haciendo un favor a todes, pero nos dejaron sin clases un buen de tiempo.
–Ajá. La fac se tomó en el festivo de día de muertos, ¿así cómo iba alguien a reaccionar?
–Al principio, todo se veía bien chido: ay sí, pinches culeras, se encapuchan y se quedan en el edificio hasta que les cumplan lo que piden. Pero, después, los argumentos se les vienen a pique. Ellas mismas se alejaron, se creyeron bien vergas fundamentalistas y perdieron credibilidad.
–Yo creo que al final hubo logros que hay que reconocer y hay que estar bien contentos por eso. Las chavas pusieron su cuerpo y su energía.
–¡No mames! Fueron bien poquitas, como tú, las que al final las apoyaron, pero entre ellas mismas se discriminaban. No todas eran admitidas, no dejaban entrar sino a quien quisieran.
–¿No les pareció un chiste bien malo el día que salieron encapuchadas? Si se trata de una lucha estudiantil deben salir y poner la cara, pero prefirieron un disfraz.
–A mí me enoja que nos dejaron sin estudiar dos semestres sin previo aviso y nos pusieron a aguantar vara. El paro no nos benefició en nada: todo lo contrario, ¡nos chingaron!
–Pues acéptalo, mano. Ya lo dijo Octavio Paz: “para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado”.
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–Hemos hecho de todo: Intentamos diálogos, mesas, debates. Escribimos ensayos. En las marchas gritamos cada vez más alto. Pusimos tendederos, participamos del #MeToo.
–Puede que para una mirada externa la toma haya sido radical y violenta. Y, para las futuras generaciones, también. Pero, desde prepa, se andan topando con que no quieren vivir así, no quieren estudiar junto a sus agresores.
–La gente liga lo radical y lo violento, pero esto no se compara con la violencia que hemos sufrido nosotras. Tal vez es radical y violento, sí, les rompió su cotidianidad, les negamos su derecho a la educación. ¿Pero y qué hay de nuestros derechos? ¿Los derechos de las morras, para cuándo?
–Eso no depende de nosotras. Ellos tienen que responder al “pliego”.
–“Una vez tomamos la facultad”, vamos a contar. Y, para nosotras, este espacio no va a ser el mismo, va a resignificarse. –Antes, cuando entraba a la fac, me sentía ajena. Volver a la cotidianidad va a ser distinto. Ojalá que sea como volver a una casa en donde una se sienta a salvo, donde una se sienta en paz.