Salud mental, el otro rostro de la vida universitaria
Desde 2011, ESPORA Psicológica ha acompañado a más de 40 mil personas de la comunidad UNAM. (Ilustración: Cecilia Falcón)

La UNAM, un coloso de concreto y expectativas, atrae cada día a miles de jóvenes que, sin pensarlo dos veces, cruzan sus puertas con sueños y desafíos. Es un lugar donde las tensiones académicas conviven con silencios apenas perceptibles. Nadie lo sabe mejor que Angélica Sánchez Campuzano, que dirige una de las sedes de apoyo psicológico de la universidad y ha sido testigo de cómo esos silencios se transforman muchas veces en llamadas de auxilio. “La UNAM es un lugar de oportunidades, pero muchos estudiantes enfrentan pobreza y violencia”, dice con la certeza de quien ha escuchado estas historias una y otra vez, siempre con el mismo eco de urgencia.

Detrás de las aulas, de los libros, de los exámenes, se esconde un territorio mucho más complejo: la salud mental de quienes luchan entre las exigencias académicas y las dificultades personales. La vida universitaria se convierte entonces en un campo minado, donde no solo se trata de obtener un título, sino de sobrevivir emocionalmente.

Para responder a esta necesidad, en 2011 nació ESPORA, el “Espacio de Orientación y Atención Psicológica”. Un ámbito que plantea calma para mitigar muchas tormentas, con un enfoque basado en el psicoanálisis, para aquellas personas que necesitan algo más que un consejo rápido: una verdadera escucha. 

El deterioro de la salud mental en el estudiantado, aunque latente, mostró su cara más cruel a partir de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 rompió los hilos de muchas vidas que ya estaban al borde de un colapso. “No es que antes no hubiera problemas de salud mental, es que la pandemia agudizó muchos de los padecimientos que se venían cargando”, señala el doctor Vicente Zarco, uno de los fundadores de ESPORA, con la sabiduría que da haber sido testigo de la angustia en miles de estudiantes.

Los números no mienten, pero, como sucede con frecuencia, esconden más de lo que revelan. En 2022, ESPORA atendió a más de 2,600 personas. El año anterior, apenas superaba los 1,100. Las demandas se duplicaron, pero los recursos no. En 13 años de existencia, el programa ha acompañado a más de 40 mil personas. Por cada una, hay cientos más que aguardan un espacio en una lista de espera que puede prolongarse hasta cuatro meses.

Las sesiones, de entrada, se dan en dos etapas: un diagnóstico inicial, seguido de un acompañamiento personalizado de 12 encuentros. Como si la mente fuera un territorio que puede explorarse en dosis controladas, en sesiones medidas. Pero Jimena García, psicoterapeuta y encargada de la sede CCH SUR, sabe que, a veces, 12 encuentros no son suficientes. “Al finalizar, determinamos si el paciente recibe el alta o, de ser necesario, lo canalizamos a otra área de apoyo, dependiendo de la gravedad del caso”.

El equipo de ESPORA Psicológica durante una de sus reuniones de asesoría y evaluación. (Foto: Cortesía ESPORA P.)

La escucha y las barreras culturales

La doctora Bertha Blum, otra de las mentes fundadoras de ESPORA, comparte con un tono reflexivo: “Escuchar implica una descarga de ansiedad que nosotros estamos conteniendo, lo que puede tener un efecto de calma”. Sin embargo, en una institución que alberga a más de 350 mil estudiantes, la calma es un lujo, y las listas de espera, una constante. La demanda sobrepasa la capacidad de contención, y los psicoterapeutas se ven desbordados: sostienen un sistema que a veces parece resquebrajarse bajo el peso de sus propios números: 700 pacientes aguardando, a veces más, en un ciclo interminable.

“Atender una solicitud puede tomar hasta cuatro meses”, señala Édgar Ojeda, psicoterapeuta. En facultades como Filosofía y Letras, las listas superan las 200 personas. Mientras los síntomas graves persisten: aislamiento, desinterés, y, en los casos más dolorosos, la intención de no querer seguir viviendo. Ante esta marea de angustia, ESPORA hace lo que puede, pero, como cualquier red, tiene sus límites.

A pesar de los esfuerzos, la salud mental todavía enfrenta una barrera cultural. “Los prejuicios siguen siendo un obstáculo para que los estudiantes busquen un apoyo adecuado”, nos explican los psicoterapeutas de ESPORA. Recuerdan que, a menudo, la vulnerabilidad, en este contexto, sigue percibiéndose como una debilidad, y buscar ayuda es, para algunos, una admisión de fracaso.

Los orígenes de ESPORA, que ahora cuenta con 14 espacios de atención en toda la universidad, no se encuentran en los despachos ni en las cifras, sino en los pasillos de la Facultad de Ciencias, donde las doctoras Rosaura Ruiz Gutiérrez y Catalina Stern, preocupadas por lo que veían en sus estudiantes, dieron los primeros pasos para crear este proyecto. “Había una serie de muchachos que ya presentaban signos de patologías graves, y ellas les preguntaban, ¿y tus papás, dónde están?, ¿dónde te atiendes?”, recuerda Vicente Zarco sobre los inicios de un proyecto que, desde entonces, ha crecido sin perder de vista su misión: cuidar de la comunidad universitaria.

El detonante que visibilizó la necesidad de crecer las oportunidades de atención mental fue un hecho trágico: en 2020, un estudiante del posgrado de Ciencias Biomédicas se suicidó. La universidad, golpeada por el suceso, comenzó a sumar más facultades e institutos a ESPORA. Así, poco a poco, otras áreas, como el Instituto de Ecología y el de Fisiología Celular, también se unieron. Hoy, el equipo de ESPORA está conformado por más de 100 personas, mayoritariamente psicólogos clínicos, que se enfrentan día a día a las realidades complejas de una comunidad que, en muchos casos, simplemente necesita ser escuchada.

Del desgaste emocional a los derechos de salud mental

Los espacios de Espora no cubren todas las facultades, y la distribución desigual de recursos, dependiente del presupuesto de cada área, es otro de los problemas que enfrenta el programa. “Una de las principales preocupaciones siempre ha sido cómo ampliar la cobertura sin sacrificar la calidad del servicio”, confiesa Blum. Y es que la alta demanda de apoyo tiene un impacto directo en las y los terapeutas. “Sin apoyo, los psicólogos también se desgastan emocionalmente, lo que afecta su capacidad de escuchar y sostener a otros”, subraya Blum. Por ello, ESPORA ha diseñado estrategias de supervisión y contención para que sus especialistas puedan mantener conexión y empatía con quienes solicitan su apoyo.  

Llegar a la UNAM es, para muchos, el cumplimiento de un sueño, pero mantenerse en ella puede convertirse en un reto descomunal, sobre todo para quienes cargan con dificultades económicas o familiares. “Ahora les decimos ‘chillones’ porque se quejan, pero antes no teníamos esa cultura de quejarnos”, reflexiona Vicente Zarco, sin perder de vista que la presión sobre los jóvenes, hoy más que nunca, se ha convertido en un factor crucial en el deterioro de su salud mental.

“Los estudiantes de ahora son más conscientes de sus derechos y de la importancia de la salud mental”, indica Blum, señalando cómo las nuevas generaciones están, poco a poco, transformando las narrativas.

Sin embargo, los prejuicios persisten. “Antes no nos quejábamos”, se escucha en los pasillos. Pero esta afirmación no es solo una anécdota; refleja un sistema en el que las quejas eran vistas como signos de debilidad. “A veces se espera que los jóvenes sean los que lo resuelvan todo, sin tomar en cuenta las diferencias sociales y económicas que enfrentan”, explica Sánchez Campuzano, apuntando a una realidad que muchos prefieren ignorar.

A medida que las y los estudiantes avanzan en su formación, las presiones aumentan, especialmente en los niveles de especialización. La doctora Soledad Funes Argüello rememora el suicidio del estudiante de Ciencias Biomédicas como un recordatorio de que no se pueden ignorar las necesidades específicas del estudiantado. “No es lo mismo atender a un estudiante de primer semestre que a uno que está por terminar su doctorado”, expresa, consciente de que las exigencias emocionales y académicas varían con cada nivel.

Pero ESPORA no solo se enfoca en la población universitaria; su intervención ha comenzado a expandirse hacia la comunidad preuniversitaria, un paso crucial en una etapa donde los desafíos emocionales ya comienzan a manifestarse. Desde septiembre de 2024, ESPORA ha extendido sus servicios a 8 centros entre preparatorias y Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH) de la UNAM y para enero, explica Zarco, prevén estar atendiendo a la totalidad (9 preparatorias y 5 CCHs), que suma unos 110 mil estudiantes.

“La adolescencia marca un antes y un después en la vida”, expresa Sánchez Campuzano. Es en este periodo, añade, cuando se tejen los primeros vínculos sociales, cruciales para definir cómo se enfrentarán los problemas en la adultez.

Vicente Zarco y Bertha Blum, fundadores de ESPORA. (Foto: Leslie Casales)

Caminos nebulosos

La perspectiva de género también es un componente fundamental en el trabajo que realiza ESPORA. Rosa María Ramírez, doctora en psicología y colaboradora del proyecto, destaca que muchas estudiantes llegan por síntomas de ansiedad y depresión, pero al profundizar, se revelan casos de violencia en su contra. “Las chicas, la mayoría de las veces, llegan con otro motivo de consulta… y cuando vamos rascando, vemos que hay alguna situación de violencia sexual o de género”, relata. 

Édgar Ojeda apunta que “el 47% de las solicitudes son de hombres, y 53% de mujeres, pero los motivos de consulta difieren”. Los hombres, presionados por los roles de género, enfrentan dificultades para expresar sus emociones. Por eso, en ESPORA también se desarrollan actividades para abordar temas como acoso o masculinidades. “Es fundamental reconocer que la experiencia de la violencia no se vive igual para todos”, concluye el especialista.

La pandemia reveló debilidades del sistema de atención psicológica pues aunque ESPORA desarrolló medidas de atención virtual, muchos estudiantes vieron cómo sus problemas emocionales se profundizaban en la soledad de la pantalla. “Las solicitudes de ayuda durante 2021 eran graves, con jóvenes enfrentando dificultades de socialización y frustración”, explica Jimena García, psicoterapeuta de ESPORA.

La tarea, entonces, no es solo aumentar la oferta de apoyo psicológico, sino también replantear qué significa el éxito en el ámbito académico. “La presión por ser ‘el mejor’ no siempre toma en cuenta las diferencias entre los estudiantes”, señala Sánchez Campuzano, recordándonos que la excelencia no es un concepto único.

Pero el impacto de la pandemia no solo intensificó los problemas emocionales, sino que también amplificó el sentido de incertidumbre. El contexto económico pospandemia y la crisis laboral global aumentaron la ansiedad entre quienes ya se preguntaban si el esfuerzo académico garantizaría alguna seguridad a largo plazo. A esta presión se sumó un temor más concreto: ¿cómo asegurar una vida digna fuera del campus?

El futuro, siempre incierto, ahora se presenta aún más nebuloso, responde Zarco: “Va a ser muy difícil comprar una casa, tener un trabajo que les pague la Seguridad Social”. La sensación de incertidumbre ha dejado su huella en las terapias, donde la frustración por un mercado laboral que ofrece pocas garantías es un tema recurrente.

Blum y Zarco coinciden: “No todos debemos ser universitarios, citadinos, productivos”, porque la realización personal no tiene un solo camino. Y quizás, en ese reconocimiento de la diversidad esté el secreto para construir una universidad más inclusiva, más consciente de las realidades de su comunidad.

Este trabajo se elaboró para la Revista de la Universidad de México y la publicación original puede consultarse aquí.

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