Se dice que en el nombre se lleva el destino. Así lo cree Laura Barranco. Hace pocos años, cuando limpiaba barrancas en Naucalpan —otras zonas ambientales protegidas y degradadas—, alguien le hizo ver la ironía de su apellido.
Proteger Los Remedios de la urbanización, que en ocho décadas de vida como Área Natural Protegida ha reducido al bosque a una cuarta parte de su tamaño original, se ha vuelto la principal lucha de Laura. Las razones son muchas. Claro que identifica los “servicios ambientales” que un pulmón así ofrece a la Zona Metropolitana del Valle de México. Pero, también, ha formado una conexión profunda con este lugar, pues lo conoce desde que era una niña. Hoy tiene 47 años.
Ser activista ambiental, explica, comenzó como una actividad lúdica que se tornó violenta. “Todo el tiempo lidias con el temor. Y es una lucha muy solitaria”.
La defensa del bosque se ejerce a costa de perder la tranquilidad. Parada junto al Río Chico, con un desvencijado puente de fondo y arañas que llueven desde las ramas altas, Laura confiesa que a raíz de su labor de defensa ambiental ha recibido amenazas de muerte. En una ocasión, en redes sociales le escribieron que le iban “a dar un tiro en la cabeza”.
Las amenazas y el acoso se extendieron a su familia. Cuando Laura hacía más ruido por los problemas de invasión en Los Remedios hubo sujetos que comenzaron a rondar la escuela de sus hijas —antes de la pandemia— y llegaron a fotografiar a las niñas. “Estaban literalmente amedrentando a mis hijas”, sentencia Barranco.
Aunque se incorporó al Mecanismo de Protección para las Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación (Segob), Barranco insiste en que su seguridad no está garantizada. Cuando realiza sus actividades de limpieza o de visitas al Área Natural Protegida, el Mecanismo no coordina su seguridad y tampoco le ha proporcionado apoyo frente a otro tipo de agresiones, como el hostigamiento legal.
Lo que le sucede a Laura es, apenas, el reflejo de un contexto nacional y global. La violencia contra las personas defensoras del medio ambiente se ha ido incrementando. En 2020 fueron asesinadas 227 personas defensoras en todo el mundo, pero 99% ocurrieron en el cono sur. En México, Lucía Velázquez, investigadora de conflictos ambientales y colaboradora de la Comisión Estatal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de Michoacán, documentó que entre 1994 y 2018 (incluido el inicio del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador) se contabilizaron 147 asesinatos de defensores: 134 hombres y 13 mujeres; 63% de los casos, en relación con la defensa forestal o contra el despojo del territorio. Por su parte, el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda) consignó que durante la primera mitad del sexenio de López Obrador (2018-2021), fueron asesinadas 58 personas defensoras ambientales.
Francisca Stuardo, integrante de Global Witness, una organización de derechos humanos que trabaja contra la explotación de recursos naturales, dice en entrevista que el vínculo entre degradación y violencia es claro: “Una crisis medioambiental es, sin duda, una crisis de derechos humanos”.
Además de Laura, otras defensoras ambientales de Naucalpan han recibido amenazas. Yared Rojo es una de ellas. La joven deportista, capaz de escalar ágilmente por rocas de 30 metros de altura sólo con la fuerza de sus brazos, se volvió una de las principales denunciantes de los intentos de invasión en el Cerro del Mazapán, un área aledaña a Los Remedios con una importancia ambiental y social muy alta. Le llamaron por teléfono para intimidarla.
—Me dijeron que “le bajara” porque, si no, conocían a mi familia y a mi hermana; esto me impresionó —recuerda Yared.
A los testimonios de agresiones se suma el de Ana Ramírez, integrante del comisariado del ejido Los Remedios. Testigo de la degradación del bosque, Ramírez ha promovido las acciones legales para recuperar las tierras ejidales dentro del Área Natural Protegida y establecer un proyecto respetuoso con el medio ambiente. Pero el hostigamiento y las intimidaciones han alterado su trabajo: “Ahora ya no vamos a los lugares. Antes hacíamos asambleas, faenas o recorridos con los ejidatarios. Ahora, si hacemos esto llegan grupos de choque o personas que no nos quieren. Es una situación muy grave”.
Proteger el bosque y luchar contra el patriarcado
La investigadora Lucía Velázquez explica a Corriente Alterna que hay un factor de género en las amenazas dirigidas a las personas defensoras del medio ambiente. Aunque las agresiones pueden ser igual de graves que las dirigidas a hombres, a las mujeres se les ataca junto con sus familias, se les cuestiona desde roles como la maternidad o enfrentan difamaciones relacionadas con su vida personal.
—Han llegado al grado de manipular fotos mías para que parezca que estoy en tiraderos clandestinos; han hecho campañas de infodemia espantosas, muy violentas, donde te dicen “puta”, “pendeja”, “hija de la chingada”… Cosas muy desagradables —ejemplifica Barranco.
Las estadísticas muestran que suele haber más hombres defensores asesinados que defensoras (21 hombres y cuatro mujeres en 2021), pero esta diferencia podría relacionarse con el hecho de que las mujeres son relegadas de posiciones de liderazgo dentro de movimientos ambientales porque se les considera más vulnerables, a pesar de su “ardua labor en la defensa ambiental y del territorio”, ha expuesto Lucía en su artículo.
Luz Coral, abogada del Cemda, comenta en entrevista que para el informe de 2020 documentaron cómo las cuarentenas por covid-19 afectaron el trabajo de las defensoras; sobre todo, a causa del cuidado del hogar: “Esto ha mermado, por supuesto, su participación dentro del espacio público y de lucha”.
“El trabajo de las mujeres en estos espacios también es dividido por sexo o género. Entonces, muchas veces las labores que las mujeres llevan a cabo es la del cuidado, por ejemplo, un rol que se ha adjudicado a la mujer de forma histórica”, coincide Lucía Velázquez durante la entrevista.
La presión violenta que se ejerce contra las defensoras puede ser tan fuerte que acaba por aislarlas. Cuestionadas por arriesgarse —y poner en riesgo a sus familias—, cuidar el bosque puede terminar con relaciones personales o afectar las dinámicas con hijas e hijos. Laura confiesa que, a veces, el cansancio y el hartazgo son tales, que se reflejan en su vida cotidiana; que siempre está enojada y lo notan sus hijas. “Creo que esta parte sí la tengo que trabajar: no permitir que me afecte tanto anímicamente y, a su vez, afectarlas a ellas”.
A pesar de todo, las niñas comprenden el trabajo de defensa ambiental su madre y siguen sus pasos: en los cercos tras los cuales hay maquinaria removiendo tierra de una barranca, una de sus hijas pegó dibujos donde pide “más verde, menos gris”; y, con la misma pose que Laura acostumbra, se detuvo a observar la destrucción ambiental.
—Es mi hija —escribe Laura, orgullosa, tras mostrar la fotografía que capturó el acto de protesta de la niña.
Crecer el Área Natural Protegida
Laura Barranco es un engrane que pone en movimiento todo un sistema organizado de defensa en el bosque de Los Remedios. Antes de dedicarse de tiempo completo a esta labor, otras organizaciones ya trabajaban en el cuidado de esta ANP, como Ecopil, Bicimixtles, Enchúlame el Río, Salvemos el Mazapán o la Alianza por la Defensa y Protección del Cerro de Moctezuma, aunque solían hacerlo por separado.
Laura ha logrado articular un trabajo conjunto y más. Junto con el investigador y biólogo Gustavo García, la escaladora y defensora Yared Rojo y las organizaciones civiles, tienen un plan para expandir el bosque de Los Remedios: piden que se adicione como zona protegida un corredor verde que conecta con la Sierra de las Cruces, donde se ubica el bosque primario Otomí-Mexica.
Para conseguir este objetivo, el Cerro del Mazapán es una pieza clave. El cerro está a menos de un kilómetro al poniente de Los Remedios. Aunque forman parte del mismo ecosistema, El Mazapán no forma parte de ningún área protegida por las autoridades, así que las invasiones han sido todavía más frecuentes en este sitio.
El lugar es hermoso. El cerro es una elevación con una cima en forma de corazón. Desde lo alto se aprecia al bosque de Los Remedios, por un lado, y el bosque Otomí, por el otro; también quedó en medio de las residencias con enorme ventanales orientados hacia el verdor del bosque y las colinas cubiertas de concreto y casas grises sin un solo árbol.
Sus laderas sólidas se han convertido en el hogar de una comunidad escaladora y en la única área verde de una zona densamente urbanizada que no posee ningún parque público. Pero en El Mazapán —llamado así porque su forma es parecida al dulce de cacahuate cuando se quiebra— también se levantan residencias de varios pisos y cercos de malla para apropiarse del territorio.
Yared Rojo considera que hay otras formas de convivir con el entorno natural y pone de ejemplo a la comunidad escaladora. Cada fin de semana el lugar se llena de personas que viajan desde fuera de Naucalpan para practicar la escalada en roca. El único otro sitio con las condiciones para este deporte está en Los Dinamos, 20 kilómetros al sur, en una reserva ecológica de la Ciudad de México. La escaladora expone que es posible explotar un bien natural como el bosque sin acabar con él.
Lo dice mientras señala una zona cercada en una esquina de El Mazapán que, a pesar de exhibir sellos de clausura de la Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México (Propaem), ya cuenta con toma de energía eléctrica y conexión pública de agua. Los vecinos desconocen qué se pretende construir en el terreno invadido. Se rumora que una fábrica de chocolate o un supermercado de una firma trasnacional. Lo único que saben es que, un día, unas personas comenzaron a tirar y quemar los árboles, para después levantar el cerco.
Ahora, al trabajo de protección del ANP Los Remedios, los defensores ambientales suman el cuidado de este cerro. Porque si se lo come la mancha urbana, Los Remedios finalmente quedará encapsulado por la ciudad y perderá su conexión con otros bosques y otras vidas que, en palabras de Barranco, “permitiría ampliar el horizonte de los servicios que provee”.
Los bosques de la Sierra de las Cruces, hacia donde se pretende extender el área protegida de Los Remedios, forman uno de los ecosistemas más ricos del país y del planeta. Este lugar, junto con el corredor biológico Chichinautzin, conforman el llamado Gran Bosque de Agua, una gigantesca área natural sin la cual la megalópolis, simplemente, no podría sobrevivir. “La biodiversidad de esta región representa, más o menos, uno de cada diez especies que tenemos en México”, destaca en entrevista Víctor Ávila Akervber, biólogo y docente en la Universidad Autónoma del Estado de México y de la UNAM.
La propuesta de ampliación de Los Remedios para acercarse a esta zona se incluyó en el Plan de Desarrollo Urbano de Naucalpan de Juárez de 2020. Sin embargo, el 18 de abril de 2022, la Dirección General de Planeación Urbana del estado de México notificó al Ayuntamiento de Naucalpan que, por cumplimiento de una sentencia de amparo, se revocaba el Plan de Desarrollo Urbano.
A pesar del revés, las personas activistas y defensoras no pierden la esperanza. Confían en que encontrarán otra manera de formalizar el corredor y ampliar la zona protegida.
Explotar el bosque no significa destruirlo
Las hectáreas que conectarían la actual Área Natural Protegida de Los Remedios con el Cerro del Mazapán y la sierra son parte de la dotación que administra el ejido Los Remedios. Ana Ramírez, del comisariado ejidal, dice a Corriente Alterna que la ampliación del parque es factible, aunque antes habría que negociar con los ejidatarios dueños de esas hectáreas: “Son parcelas de mis compañeros que ya tienen título de propiedad. Cada ejidatario decidiría si lo vende, lo cede o lo dona”.
Ana Ramírez cree que es posible llegar a acuerdos para impulsar la extensión del ANP por medio de proyectos ecológicos que beneficien tanto a los posesionarios de la tierra como al mismo bosque. Ella se imagina actividades que se pueden realizar en el bosque sin ponerlo en riesgo. “Se me ocurre de todo: un kiosco, tirolesa, espacio para boy scouts”, dice emocionada. Un proyecto que, finalmente, materialice la reserva ecológica que el gobierno del estado de México prometió a cambio de quitarles 64 hectáreas y que al final, en su mayoría, entregó a la urbanización.
La idea, insiste Ramírez, es “regresarle a la comunidad de Naucalpan el contacto con la naturaleza para su disfrute y conservación”. Un lugar donde los ejidatarios puedan realizar actividades económicas con conciencia ambiental y los pobladores del Valle de México escapen del estrés de la megalópolis. Visualiza infancias que crezcan con la idea plena de proteger las áreas naturales y ayudarlas a crecer. Incluso, piensa que en el cauce del Río Chico —que atraviesa Los Remedios— algún día podrían volver a correr aguas limpias.
—Es una idea ambiciosa —reconoce la ejidataria—, pero creo que podría realizarse.
El plan de recuperación de Los Remedios que la coalición de defensores como Laura Barranco, Gustavo García, Yared Rojas y diversas organizaciones entregó a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) no sólo plantea conservar la biodiversidad de este bosque sino resarcir más de 80 años de degradación sistemática.
Es la luz al final del túnel a la que se refiere Barranco. La esperanza de uno de los últimos pulmones de la Zona Metropolitana y de México ante el avance de la crisis climática que amenaza el mundo entero.
Aunque se antoja imposible, Laura está resuelta a lograrlo. Se trata de hacer crecer el bosque en medio de la ciudad y que recupere, con su verdor, el territorio que alguna vez habitó.
El canto de las aves del bosque en primavera la interrumpe mientras comenta la propuesta. Laura se conmueve y levanta los pulgares, agradeciéndoles.
—Ve: están conmigo —ríe sonoramente y agudiza la voz para hablar por los pájaros—: sí, sí, ella tiene razón —se anima a sí misma.
Laura levanta los ojos y, aunque no puede verlos, saluda al aire con las manos enguantadas, que se han teñido de verde bosque después de una jornada de levantar cascajo.