Un derrumbe en Milagros Caninos, refugio para perros víctimas de violencia y abandono, genera la movilización de vecinos y organizaciones solidarias en la alcaldía Xochimilco.
Apenas unos minutos después de las ocho de la mañana de ayer, martes 1 de septiembre, Patricia Ruiz recibió una llamada: un talud acababa de sepultar el área donde duermen los perros de la tercera edad del refugio “Milagros Caninos”.
Según la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y PC de la Ciudad de México, en total tres perros perdieron la vida, mientras que se logró el rescate de 24. Uno más sigue atrapado, pero las labores de búsqueda se detuvieron por las lluvias.
Ubicado en San Bartolomé Xicomulco, en la alcaldía Xochimilco, “Milagros Caninos” se fundó sobre una hacienda que el ingeniero Eduardo Ruiz, padre de Patricia, donó para la causa.
Patricia asegura que todos los perros que viven aquí han sido salvados de situaciones que van desde los golpes hasta la violación y uso de drogas por parte de humanos.
El talud
Andrea Almaraz, vecina de San Bartolomé, no culpa a las lluvias de la tragedia. Aunque en esta zona alta ha llovido sin parar desde el sábado, cuenta que desde hace un año, y a pesar de que la zona quedó vulnerable con el sismo, comenzó a urbanizarse sin control.
—A partir del sismo fue peor. La colonia que está frente al refugio se ha construido en el último año. Todo eso era cerro.
Andrea se refiere al paraje Zacapa 3 y los alrededores, zona que, además, pertenece a una reserva ecológica conocida como Centro Ecoturístico Teoca, a 300 metros del refugio y que conforma lo que antiguamente era un volcán. Ella considera que el talud fue provocado por el exceso de construcciones.
San Bartolomé Xicomulco es una localidad que, al igual que San Gregorio Atlapulco y Santa Cruz Acalpixca, sufrió graves daños en el sismo y recibió poco apoyo gubernamental para las tareas de reconstrucción, según Andrea.
Desde que se enteró del deslave, no ha parado de hacer llamadas: “Yo solo ayudo y coordino un poco cuando existen accidentes incluyendo incendios, etcétera. Por eso tengo todos los números de bomberos y protección civil”, remarca.
Al igual que cuando sucedió el sismo de septiembre de 2017, hoy son los vecinos de los pueblos y parajes aledaños quienes se organizaron, solicitaron ayuda y comenzaron con las labores de rescate. “Yo no me acerqué a la zona porque estaba al teléfono con Protección Civil de Milpa Alta indicándoles cómo llegar”, dice.
El rescate en el santuario canino
Roquefort, de pelaje corto y dorado, talle mediano, orejas dobladas y trompa achatada, fue el primer perro en salir vivo. “Todos los perros que rescatamos tienen nombre de algún alimento —jalea, mandarina o rompope— porque, para Paty, ellos son un alimento del alma” cuenta Miriam Nieto, coordinadora del refugio mientras se talla los ojos rojos e hinchados.
Roquefort tiene 6 años. Hace cinco años fue rescatado por Milagros Caninos.
Llegó al refugio con fuertes problemas en la piel, desnutrición y una pata fracturada. Tras mucho esfuerzo y cuidado, salió adelante.
En el refugio de Milagros Caninos viven alrededor de 348 perros. Según Miriam, en el lugar del deslave, además de Roquefort, se encontraban aproximadamente 11 perros. Algunos lograron escapar, pero cuatro quedaron sepultados. Con la humedad y las lloviznas, el rescate se complicó.
La hacienda es amplia y, en su mayoría, está conformada por pastizales que se distribuyen entre laderas y barrancos. Para llegar al área central del refugio se debe subir una pequeña y empinada rampa de piedra. Dentro solo hay un par de casas pequeñas y de un solo piso. En una de ellas estaba el almacén de alimentos y, detrás, la zona de perros de la tercera edad. El talud las destruyó.
Ahora, 12:30 de la mañana, un grupo de voluntarios, incluidos niños, saca los costales de croquetas mientras los rescatistas remueven piedras y lodo. Cientos de costales de 5 kilos cada uno se apilan afuera de lo que fue el almacén. La zona apenas está siendo acordonada. Se escuchan algunos aullidos de perros que están todavía atrapados.
Al lugar llega la asociación civil de rescate conocida como Los Topos. Se suman al trabajo de muchos bomberos, policías y miembros de Protección Civil de la alcaldía Xochimilco. Los Topos entran al lugar.
Maritere Serralde llega a las puertas del refugio. Tiene 31 años y es vecina del pueblo de San Gregorio Atlapulco. Junto a otras mujeres ha venido a echar una mano en lo que se pueda. Todas están paradas en la entrada y llaman por celular. “Se necesitan ambulancias y doctores”, dice.
En uno de los rincones del refugio, Protección Civil y elementos del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) instalan una especie de triage improvisado con sillas, lonetas y una pequeña mesa. Ahí, el jefe marca una ruta a seguir para atender a los perros recatados, entre ellos, Roquefort.
Las discusiones comienzan. Han acudido al llamado tantos y tan diversos grupos de rescate, que la coordinación de las labores se complica. Un miembro de Protección Civil calma los ánimos y recuerda que todos están ahí con el mismo objetivo: sacar con vida a los perros.
A las 13:18 todavía hay información confusa. Unos dicen que han fallecido cuatro perros; otros, que ninguno. Lo que sí es una certeza es que aún quedan varios animales con vida atrapados entre las ruinas. En la entrada, un policía le dice a la señora Paty que si autoriza que entre un tractor al refugio. Ella se niega rotundamente.
—No lo voy a permitir. Aún hay muchos perritos con vida.
Segundas oportunidades
El diagnóstico de Roquefort es incierto. “Es que no sé, ahorita no sé. Todo es un caos. Necesita que le saquen unas placas pero todavía no sabemos los daños internos que pueda tener”, dice Miriam. Mientras tanto, Roquefort ha sido llevado, junto a otros perros heridos, a la pequeña caseta donde se guardan las herramientas de mantenimiento.
La circulación en la carretera hacia Santa Cecilia va a vuelta de rueda. Han llegado autos de todos los sitios de la ciudad. La mayoría se detiene en la entrada del Centro Ecoturístico Teoca y, ahí, los guardabosques les señalan el camino hacia el refugio.
Una señora llega a pie cargando unas lonas. Cuenta que caminó desde San Gregorio Atlapulco, un par de kilómetros abajo del lugar, el guardabosques le ofrece ayuda para cargar. “Tengo las manos débiles, pero el corazón grande”, le contesta.
Patricia está conmocionada, respira hondo y responde las preguntas de los medios frente a cámaras y micrófonos, con la zona de desastre al fondo. Con voz temblorosa, pide ayuda.
—Yo les prometí a ellos que les iba a dar de nuevo vida y de aquí no me voy a mover hasta que no salgan vivos —dice.
Comienza a caer una suave brisa que antecede a la tormenta. La jornada de rescate será larga, no hay tiempo que perder.