Esta es la primera vez que la comunidad estudiantil se manifiesta contra la transfobia en la UNAM. En Ciudad Universitaria, en la capital del país, son poco más de las tres de la tarde y unas 150 personas cruzan Las Islas, como se le conoce a los jardines donde convergen cuatro facultades, el edificio de Rectoría y la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Las banderas de colores llaman la atención de estudiantes y paseantes que reposan sobre el pasto: son tantas y tan distintas sus combinaciones de rosa, amarillo, violeta, azul –una por cada grupo de la diversidad sexual–, que es difícil no advertirlas. Hoy es lunes 28 de marzo. Quienes se manifiestan se enuncian como “disidencias sexo-genéricas”: personas que no se identifican con el género que les fue asignado al nacer, que se desprenden de las definiciones binarias –hombre o mujer– o que mantienen prácticas afectivas fuera de la heteronorma.
Un grupo canta una versión adaptada de un viejo mambo de Pérez Prado. Les sirve para nombrarse, para pasar lista:
–¡Yo soy! –grita alguien.
–¿Quién? –responde el resto.
–La transexual –se escucha desde el tumulto.
–Que sí, que no: la transexual.
–¡Yo soy!
–¿Quién?
–Trabajadora sexual.
–Que sí, que no, trabajadora…
A pesar del ambiente festivo la rabia es notoria: hace unos días, el jueves 24, tuvo lugar un foro virtual organizado por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEICH), en el que participaron cuatro académicas feministas de renombre, moderadas por la ex-legisladora Angélica de la Peña. Algunos de los comentarios sostenidos en el foro fueron considerados transfóbicos y hasta racistas por más de un sector de la comunidad estudiantil, además de organizaciones e instituciones que combaten la discriminación.
Por eso están hoy aquí ellas, elles, ellos. El contexto virtual de la pandemia de covid-19 ayudó a cientos de estudiantes a definir su identidad de género en la intimidad, así como a construir otro tipo de relación con sus cuerpos y sus afectos. Ahora que regresan a las aulas físicamente, luego de dos años de suspensión de las actividades debido a la contingencia sanitaria, no piensan tolerar ningún asomo de violencia simbólica hacia elles.
Lo gritan claro en megáfonos y consignas: “mi identidad no está a debate”.
“El empujón que faltaba para organizarnos contra la transfobia en la UNAM“
El foro “Aclaraciones necesarias sobre las categorías sexo y género” abordaba un antiguo debate en los círculos feministas. ¿Tienen las mujeres trans –es decir, varones que transicionaron hacia el género femenino– un sitio dentro del movimiento feminista?
Durante el foro, Marcela Lagarde, Amelia Valcárcel, Alda Facio y Andrea Medina, todas académicas e investigadoras de larga trayectoria, coincidieron en que es el sexo femenino, y no la identidad de género, sobre el que se ejerce la violencia machista y opresión patriarcal. Esto, a pesar de las cifras que colocan a México como el segundo país con más transfeminicidios, sólo después de Brasil. El foro, además, se llevó a cabo sin contemplar a la población trans ni debatir las ideas de otras académicas e investigadoras que han estudiado las identidades trans o no binarias.
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Diversas personas y organizaciones universitarias manifestaron en redes sociales que las ponentes se refirieron a la comunidad trans e intersex de manera despectiva y deshumanizante. Por ejemplo, la filósofa española, Amelia Valcárcel, aseguró que solo existen dos sexos en la naturaleza: masculino y femenino, refiriéndose a la intersexualidad como “una anomalía”.
El Observatorio Jurídico de Género no tardó en reaccionar y señaló que “las personas trans, no binarias e intersex existen y tienen un lugar importante en la universidad”. “Este tipo de expresiones son inaceptables, vulneran la dignidad de las personas y las colocan en riesgo, pues legitiman, multiplican y fomentan las violencias”, se lee en un comunicado del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación en la Ciudad de México. El Centro de Investigaciones y Estudios de Género también tomó postura: “no existe genitalidad que defina nuestra identidad de género, intereses y deseos”.
Neené, estudiante no binarie de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Intercultural de la Facultad de Filosofía y Letras, recuerda que este espacio sirvió como una excusa para que otros sectores de la comunidad vertieran insultos y comentarios de odio en las plataformas donde fue replicado. Estos insultos estaban dirigidos no solamente contra las personas trans sino contra todo tipo de “disidencias sexo-genéricas”.
–Pero, quizás, éste era el empujón que faltaba para agarrar valor y empezar a organizarnos –dice.
La concentración la Segunda Torre de Humanidades fue convocada por el colectivo feminista “Antipatriarkas de oriente”. Hoy, las pancartas y las consignas dan cuenta de las exigencias no sólo a las autoridades universitarias sino a quienes también ocupan espacios de docencia: “Biología no es destino”, “Odio no es teoría”, “Abajo el cis-tema”; “No es libertad de expresión, es discurso de odio”.
Alrededor de las dos de la tarde aparece el contingente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Algunes usan capuchas moradas y negras. Su presencia es recibida con aplausos y vitoreos. No tardan en tomar el megáfono y leer su pronunciamiento. Acusan al CEIICH de haber convertido una plataforma, construida con recursos públicos, en un espacio que reproduce discursos de odio y transfobia en la UNAM. Por esto, afirman, la universidad sigue sin ser un espacio seguro para las disidencias sexo-genéricas.
Más adelante se exigirá, también, la promoción de espacios de reflexión y convivencia segura para las personas trans que habitan la universidad, y que los programas, institutos, centro de investigación, comisiones internas para la igualdad de género y la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM se posicionen de manera clara en contra de cualquier discurso de odio.
Una revolución de la vida cotidiana
“Lo que hizo la UNAM es lo mismo que hacen los medios de comunicación: replicar discursos de odio y lavarse las manos diciendo que son responsabilidad de sus opinadores”. Quien habla al megáfono es Bry, alumna de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Intercultural. Sus amigues la acompañan con gritos: “Transfobia no es feminismo”.
Desde antes de la una de la tarde Bry se reunió con su contingente en las afueras de la Facultad de Filosofía y Letras. Allí la espera se extendió por casi una hora. Había quienes coordinaban, otres trazaban con pintura y pincel las frases que avivarán la manifestación más adelante.
–¡No se hagan a un lado: hay que incomodar! –ríe ahora Bry con sus amigues (sus amix), quienes sugieren abrir paso para quienes intentan continuar con su trayecto cotidiano.
“Yo estoy aquí por mí, por mis amigas, por mis amigues, pero también por quienes no pudieron venir”, sostiene. Tiene claros sus motivos. A muches la pandemia les ayudó a cimentar una forma de identificarse y de reconstruir las relaciones con sus familiares y seres cercanos; ahora que, por fin, regresan a las aulas, tras dos años de virtualidad por la contingencia sanitaria, no están dispuestes a ceder un centímetro.
“Estas personas están retomando sus discursos de odio, están posicionándose otra vez… Se me hace algo muy violento hacia mí y hacia quienes estamos todo el tiempo en este movimiento de nuestras identidades: de definirnos, de identificarnos”, denuncia.
Bry pone un ejemplo. Cada día, para trasladarse a Ciudad Universitaria, emprende un largo camino desde la alcaldía Xochimilco. Para ello suele tomar medidas de protección en su vestimenta: ponerse un suéter amplio, amarrarse el cabello, usar lentes oscuros para ocultar sus ojos delineados.
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“Lo hago por protegerme, no porque me sienta insegura conmigo misma, porque sé que todavía hay gente que te puede violentar por cómo te ves”, dice.
Bry, por ejemplo, sabe que estudiar en una universidad, incluso pública, es un privilegio del que no goza la mayoría de la población: sólo 18% de la población en México entre 25 y 64 años cuenta con estudios de educación superior. Además, al menos en su Facultad, puede vivir su identidad de género y sentirse segura. Sobre todo, gracias a los vínculos afectivos que ha tejido con sus compañeras: “Necesito estar con mis amigas, son mi soporte emocional”. Pero sabe que en otras facultades la realidad es distinta y que la UNAM no está excenta de transfobia.
La comunidad trans apuesta por eso: están convencides de que en los afectos y en la comunidad hay una revolución. Y no piensan renunciar a los espacios seguros que han construido en los últimos años.
Un pequeño trofeo
No todo es rabia bajo la Segunda Torre de Humanidades. Apenas consiguen una bocina, hay quienes comienzan a bailar, formando círculos en medio de la multitud. Al centro los cuerpos se mueven con velocidad, apuntando en diferentes direcciones sus manos y muñecas: es el voguing, una danza de protesta que se ha popularizado entre las personas racializadas, personas de la diversidad sexual y otros grupos marginados. En la UNAM, la transfobia también se combate así: con baile y con goce.
Cautelosamente y respaldados por elementos de seguridad, un par de representantes de la autoridad universitaria se acerca a la multitud que se ha trasladado a Rectoría. Visten de traje o de pantalón de mezclilla, con una formalidad que contrasta con la colorida manifestación. Les manifestantes se toman de la mano para “acuerparse” y los rodean.
Comienzan los reclamos: “¡¿Cuando hay foros trans?!” “¡No queremos ningún documento, queremos que borren el vídeo ya!” “¡Una búsqueda en Google les hubiera dicho quién era Amelia Valcárcel!”
Ante la falta de respuesta de los representantes de Rectoría, los ánimos se crispan y se desata una pequeña trifulca. Hay empujones, gritos. Una alumna comienza a jalar el cabello de uno de los hombres, él la empuja contra los cuerpos de seguridad de la UNAM, quienes se apresuran a encapsular a un par de estudiantes. Una de las autoridades, quien se niega a revelar su nombre o cargo, anuncia que emitirán una respuesta a las demandas de la comunidad trans en un plazo de una semana: “No queremos dar una respuesta sin tener las bases suficientes”, concluye.
En la disputa, una de las manifestantes se abalanza sobre uno de los elementos de seguridad y logra arrebatarle el zapato. Después de tratar con alcohol en spray, gel antibacterial, desodorante y papel higiénico, le prenden fuego y lo sostiene en alto, como si fuera un trofeo.