Desmontar las “bellas artes” desde un arte latinomaricón y antirracista
Mar Coyol se sienta recargada al muro donde cuelgan sus piezas, los cristales reflejan el pasillo del metro (Foto: Ulises Martínez)

Todas, todos y todes llevan las uñas pintadas, rojo pastel, verde turquesa. Ya sean largas o cortas, puntiagudas o chatas, las uñas no pasan inadvertidas. Cada cuadro de Mar Coyol recrea diversas situaciones, desde un puesto atendido por dos fruteros, o una pareja abrazada en el transporte, hasta el asesinato de un hombre a manos de la policía. Los mismos componentes se enfatizan en cada obra: la raza, el género no binario y esmalte de uñas. 

La raza porque todos los personajes son “prietos”, pintados con un café oscuro que resalta de los tonos claros de la ropa. En uno de los cuadros se leen consignas como “México es racista, colonial, clasista, cisexista, asesino”.

El género porque en los lienzos no hay mandatos asignados y se pueden presumir hombres que aman a otros hombres y mujeres que aman a otras mujeres; además de los gestos y las posiciones de los cuerpos, hombres feminizados, mujeres masculinizadas y personas indiscernibles de un género preciso.

Y las uñas, que aunque parezcan meramente prostéticas, lanzan un mensaje, como asegura Coyol: “las uñas son armas, es como decirle a la imagen que sí, estoy vulnerable pero a la vez me estoy defendiendo”.

El cuerpo que habito

Mar Coyol (@coyol_mar) es artista visual y gestora cultural. La apariencia masculina y femenina de Mar puede confundir al nombrarla, pero basta con escucharla referirse a sí misma. Ella y elle son los pronombres que utiliza.

“Mar es el nombre que yo elegí… sí una fractura tal vez, pero es una elección”, dice. Cuenta que conserva aún su identidad legal asignada al nacer y que no se reconoce como hombre, ni como mujer. Escapa, afirma que como el propio mar, que define como una inmensidad que contiene tanto la fuerza como la vulnerabilidad.

Mar Coyol toma un respiro del desmontaje de su exposición a la salida del Metro Bellas Artes (Foto: Ulises Martínez)

Normalmente Coyol titula sus obras en náhuatl, como su apellido paterno. Nació y creció en el municipio de Teoloyucan, en el Estado de México, al que suele hacer referencia en su obra. Sus estudios universitarios los realizó en la UNAM, en la Facultad de Artes y Diseño con sede en Xochimilco, al sureste de la Ciudad de México.

Mar dice que cuando decidió estudiar Artes, se encontraba en un “estado de ingenuidad” pero que no lograba ubicarse en el arte eurocentrado, o sea, con el canon en “la representación del cuerpo blanco”. Fue en esta búsqueda como se encontró a sí misma, dice, reflejada en su familia, su contexto, su color, su pasado y presente.

Ella no lo llama decolonialidad, ni tampoco es solo una propuesta teórica: para ella su propuesta es más un diálogo entre la realidad y su representación en los subterráneos de un palacio de mármol cuyo nombre le viene como anillo al dedo.

“Se siguen usando ciertos clichés, o se siguen dando ciertos colores o cierta composición que te arroja siempre a que la persona se crea que no tiene una agencia política”.

Adiós en rosa

La estación Bellas Artes del metro de la Ciudad de México despide la muestra temporal Moyokoyani, resguardada y exhibida tras una vitrina en una pequeña galería del 20 de junio hasta el 12 de agosto de 2024. Una docena de pinturas se colorean con tonos vibrantes, típicamente mexicanos: rosa, rojo, azul y morado.

La gente camina a un lado de la galería; la pared completamente rosa contrasta con los cuadros. (Foto: Ulises Martínez)

Moyokoyani significa, según Mar, “el que se crea a sí mismo”, en referencia a las limitaciones que la diversidad sexual y el tono de piel imponen al pleno goce y desarrollo de las personas.

“La realidad de la sociedad es que nos rompen. Nosotras nacemos completas, pero la sociedad es quien nos va fracturando, nos va incidiendo, nos va agujereando, nos mata al final”, dice Mar, mientras el ruido del metro llega y se va, entre oleadas de gente que camina con premura.

Mar llega con prisa. Siempre sonríe. Saluda a una mujer que vende chips telefónicos a un lado de la galería: “¿Otra vez acá?”, “Sí, ya estamos acá de nuevo”. Abre la puerta de la galería, entramos, el ruido se disipa allí dentro, como una pecera que nos exhibe.

Mar decide sentarse de espaldas a sus cuadros. Vestida con un traje completamente rosa mexicano, se confunde con el color de la pared. “Es muy performativo sentarse frente a mi obra”, dice entre risas. 

La gente pasa y pasa. La galería está al costado del pasillo que conecta la línea 2 y 8 del metro, es un transbordo muy frecuentado. La mayoría no se fijan mucho y unas cuantas personas se detienen a mirar. Mar descuelga uno a uno sus cuadros. Algunos los resguardará consigo, pero otros los devolverá a sus coleccionistas.

El transbordo, un pasillo de no más de cinco metros de ancho, es recorrido por decenas de personas cada minuto. (Foto: Ulises Martínez) 

Vivir, nombrar, molestar

¿Cómo terminó la obra de Coyol aquí, en un transbordo del metro, hablando sobre vivir siendo una persona prieta y disidente sexogenérica, además de ser una de las primeras artistas que, según me cuenta, ha hablado abiertamente de vivir con VIH?

Coyol enfatiza que no ha caminado sola. A ella la acompaña un grupo de activistas con los que ha tejido redes de discusión, apoyo y creatividad: “Muéganxs”, un colectivo que se puede rastrear desde 2017 en internet, pero que comenzó un año antes.

En 2019, decidieron darle vida a todo el archivo que tenían guardado y crearon MALA, el Museo de Arte Latinomaricón Antirracista, un juego de palabras con múltiples significados.

Según Mar, la “mala” representa a “la fea, la culera, pero también a la fuerte, la que resiste”; mientras que “latinomaricón” busca denunciar y  “nombrar esa parte de la historia que se niega a través del nombramiento de Latinoamérica que es un nombramiento colonial. Entonces para mí era como el decir: también existen otras historias de la diversidad sexual y de género que no se están nombrando ahí”.

MALA es un repositorio virtual del trabajo de años, no solo de Coyol, sino de muchas otras personas como Saúl de León y Luis Matus. Actualmente, su trabajo se puede seguir en Instagram como @mueganxs_museo_mala. Pero, además de la virtualidad, el MALA ha devenido en un museo andante, en constante creación y exposición. MALA es Moyokoyani y más.

“Yo digo que el MALA es un espacio físico y tangible porque cuando voy colaborando con instituciones o en lugares, casas de amigos, pues está por un momento ahí”.

A mi novix lx asesinó un policía

Mar toma uno de sus cuadros y sale al pasillo, lo carga al nivel de su pecho. A mi novix lx asesinó un policía es una obra que hace eco en el fanzine realizado por el artista Ioshua Marcos Balmontes. El lienzo plasma a un hombre que sostiene por la espalda a su novio, muerto, con una herida de bala en el pecho. Alrededor de ellos hay agentes con chalecos, escudos, cascos, armas largas y cortas, tanto hombres como mujeres. Mar sonríe para la foto, mientras que el cuadro regresa miradas serias.

“Actualmente estoy como en una transición, estoy en otra búsqueda. Trato de salir un poco de los discursos de las visualidades en torno al género para seguir buscando esas otras fracturas que nos atraviesan como personas, que es la racialidad:  cómo se vive en las comunidades rurales o la violencia o la celebración o el goce”. 

Mar Coyol posa cargando uno de sus cuadros más recientes, “A mi novix lx asesinó un policía”, frente al letrero del metro. (Foto: Ulises Martínez)

Mar asegura que vivir del arte es una decisión de vida. Uno de los objetivos del MALA es lo que en náhuatl se llama el ‘Ihiyotl’, que es el aliento vital que se imprime en el trabajo y que reconoce también la importancia del cansancio. “Por ejemplo, aquí en el metro, tú tienes que hacerlo todo: barrer, pintar, montar. Es agotador, pero es vital”.

Coyol regresa tras la vitrina para dejar el cuadro y envolverlo en plásticos, sale de nuevo para platicar una última vez. Nos interrumpe una viajera que se toma una foto con ella. “Me encanta tu trabajo, gracias por hacerlo”, le dice, para desaparecer, de pronto, entre la gente del metro. 

Mar me acompaña afuera del metro para tomar un respiro y posar una última vez frente a la cámara, sin retroceder nunca. Mar es también la que saca las uñas, la que se chinga y la que “le chinga”. Haber luchado contra la enfermedad y, aún más, contra los estigmas, le recuerda la importancia de lo comunitario en la vida. “Porque esta exposición la construimos gente que estamos dispuestas a poner nuestra fuerza de voluntad para hacer que las cosas sucedan, y que las cosas sucedan es bajar un poquito esos sistemas de opresión, juntarnos y sostenernos, para cuidar nuestra vida”.