Ya no está. Pero durante 18 días, Samir Flores permaneció en Ciudad Universitaria en forma de bronce. El día 19 de febrero, su busto apareció entre el pasto y el paso apurado de estudiantes en las Islas frente a la Torre II de Humanidades, cuando se cumplieron seis años del asesinato del activista, defensor de la tierra, y periodista.
“Fue asesinado por defender cuestiones ecológicas”, dice un estudiante de Filosofía al preguntarle si sabe quién fue Samir Flores. Otro agrega: “Su cara la tengo muy grabada, lo he visto en muchos lados”.
“Para mí lo que significa es fuerza, es otra forma de expresar esta rabia, este dolor. Y de decirle al gobierno que no ha habido justicia”, señala Anselma Margarito, integrante de la Casa de los Pueblos y Comunidades Indígenas “Samir Flores Soberanes”, promotora de la instalación de la figura del defensor.
El busto, uno de los seis colocados en una acción coordinada en lugares como Francia, Guadalajara, e Italia, fue instalado para recordar que “Samir no murió, el Estado lo mató, y sigue vivo para nosotros porque nos enseñó a defender el territorio, el agua y la vida”.
En la instalación hubo coro, rap, y palabras. Ahí estaban artistas como Zeiba Kuicani y defensoras del territorio como Doña Fili, del Pedregal de Santo Domingo. La instalación fue también de resistencia, decisión y memoria.
“El busto representa la fuerza de las comunidades indígenas”, dice Anselma.“Por él gritamos, aunque no esté. Él sigue vivo para nosotros”, señala. “Queríamos que los estudiantes vieran por qué lo asesinaron, y entendieran lo que vivimos los pueblos y comunidades indígenas”
Aún sin justicia
Samir era campesino, defensor de la tierra, padre de familia, coleccionista de semillas, y locutor de Radio Comunitaria Amilcingo.
Como representante de su comunidad, fue una de las voces más visibles contra el Proyecto Integral Morelos y la termoeléctrica de Huexca. Comunidades originarias de Puebla, Morelos y Tlaxcala se opusieron a estos megaproyectos por los efectos negativos que tendrían sobre el medio ambiente, la tierra, y la salud, riesgos señalados por la Procuraduría Federal de Protección Ambiental en 2014.
El 20 de febrero de 2019, Samir fue asesinado a balazos justo frente a su casa. El crimen sigue sin resolverse.

Antimonumentos para incomodar
Gabriela Delgadillo Guevara, profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, es especialista en antimonumentos. Para ella, este busto podría considerarse pionero en la historia de los antimonumentos en el país: “No hay más antimonumentos en CU. Es el primero”, asegura.
“Los monumentos narran la versión oficial del Estado. Los antimonumentos aparecen como una respuesta a esa exclusión. Su memoria es urgente, apegada al presente, y nacen de la violencia”, explica.
En México, el primer antimonumento fue el +43, colocado en Paseo de la Reforma en 2015, tras la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Normal Rural Ayotzinapa. Desde entonces, estas formas de recordar la lucha de víctimas y sus familias ante la violencia, han permanecido en distintas ciudades como respuesta a la crisis continua de feminicidios, desapariciones, represión y despojo territorial.
“Estas piezas son creadas por comunidades que cargan con el duelo, pero también con la organización. Son actos de memoria, pero también de resistencia y reparación”, señala la profesora.
Ya no está. Pero el busto de Samir Flores ocupó un espacio en el campus central de la universidad más grande del país durante 18 días. El 9 de marzo, el colectivo Camino al Andar dio a conocer en su cuenta de X que el busto había sido retirado y que esperan poder negociar con las autoridades universitarias su reinstalación.