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Carlos Dada y Monseñor Romero

Ilustración: René Zubieta

Notas sobre una charla con Carlos Dada

Adolfo Sánchez, estudiante / Corriente Alterna el 29 de diciembre, 2021

Carlos Dada tenía nueve años y solía matar el tiempo con sus primos y otros niños escuchando una radio de banda ancha. Se divertían paseando el dial de izquierda a derecha, sintonizando distintas señales. 

–Era como el Twitter de aquella época –dice ahora. 

Ocurrió el 24 de marzo de 1980: en medio del juego, se coló una transmisión de la policía.

—¡Mataron al cura! ¡Mataron al cura!

El periodista Carlos Dada no olvida ese día ni el momento exacto en que se enteró del asesinato de Óscar Arnulfo Romero Galdámez. El hoy  santo de la Iglesia católica y, en aquel entonces, arzobispo de San Salvador, incómodo para los grupos de la ultra-derecha anticomunista de El Salvador por sus denuncias de violaciones a los derechos humanos, recibió un disparo mortal durante una eucaristía en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia.

Carlos Dada, entonces niño de 9 años, corrió a la sala de su casa a contar que habían matado a monseñor Romero.

—Fue la primera noticia que di en mi vida –dice al recordar cómo, de inmediato, corrió a informar lo que había escuchado casi por accidente.

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—Una disculpa por llegar tarde —Carlos Dada tiene una voz dulce y calmada. Su cara aparece en la galería de pantallas de Zoom de la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) de Cultura UNAM. Se acomoda los anteojos que no alcanzan a disimular sus ojeras. El pelo rizado y cano delata décadas de experiencia, pero la actitud tranquila y curiosa por momentos lo hacen parecer un niño habitando el cuerpo de un adulto.

Carlos Dada nació en El Salvador en 1971. Durante la guerra civil salvadoreña (1980-1992), su familia se exilió en México.

“El asesinato de Monseñor Romero no solo es uno de los eventos más impactantes en la historia de El Salvador sino, también, en mi vida”, afirma.

*

Algunes de mis compañeres comentan por mensaje privado la emoción que desata la charla con Dada. No es para menos. Hasta hace unos días, Dada era un completo desconocido para mí –que estudié actuación y me encuentro un tanto alejado del ecosistema periodístico de América Latina¡.

Tras escuchar a Emiliano Ruiz Parra, periodista y titular de la UIP, remarcar la importancia del encuentro me di a la tarea de teclear el nombre del invitado en Google. Fue entonces que leí una de las investigaciones más importantes del periodismo en español y una de las piezas más leídas del medio salvadoreño El Faro: “Así matamos a Monseñor Romero”, reportaje publicado por Dada en 2010 y que sería el centro de nuestra charla.

Mientras Dada cuenta la manera en que la historia de monseñor Romero lo impactó, no puedo evitar recordar otro magnicidio: el de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1994. No son personajes comparables, por supuesto, pero recuerdo de forma nítida la interrupción abrupta de las caricaturas en Canal 5 para anunciar la muerte del candidato. 

Yo tenía cuatro años.

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Dada relata cómo obtuvo la entrevista con el capitán Álvaro Saravia, uno de los autores materiales del asesinato de Romero, y su voz logra contagiar una emoción particular: el conflicto interno que implica acercarse a quien, durante años, fue considerado un monstruo sanguinario y encontrarlo –de pronto– envejecido, aterrado y vulnerable. Humano, pese a todo.

Pienso en eso y en la trayectoria apasionada de Dada; en los premios internacionales que han recibido él y el equipo de El Faro, el medio centroamericano que ha sufrido ataques constantes desde su fundación; el último, encabezado por el propio presidente de El Salvador, Nayib Bukele —quien hace unos meses se autonombró “El dictador más cool del mundo mundial”—, luego de las críticas hacia su gobierno.

¿Cómo hacen los periodistas para persistir pese a las amenazas y el acoso permanente de gobiernos, empresarios o criminales? ¿Qué es lo que hace que este oficio sea tan necesario para la sociedad? 

No tengo la respuesta. El buen periodismo debería ser capaz de lo que hizo Dada: humanizar incluso a los villanos de la historia, cimbrar el pensamiento maniqueo. Pienso que uno de los deberes periodísticos sea mostrar al ser humano en su infinita gama de contrastes. Como el buen teatro, el periodismo tiene la capacidad de revelar el caos que sucede por debajo de la simulación de normalidad y orden.