Ante la carrera entre distintos gobiernos por desarrollar una vacuna exitosa contra el COVID-19, Ángela Shen se muestra escéptica. Investigadora en el Hospital de Filadelfia y con 22 años en el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, ha participado en el desarrollo y distribución de distintas vacunas y sabe que el proceso, si bien se ha acortado, lleva su tiempo.
* Primera de dos partes.
Ciudad de México.- “Es probable que tengamos una vacuna en tres o cinco años, y eso es bastante optimista y esperanzador; el promedio de desarrollo de una vacuna es de entre 15 y 20 años”, señala Angela Shen, experta estadounidense en vacunas.
Frente a la pandemia por coronavirus, empresas y gobiernos han apostado a crear una vacuna en tiempo récord: entre 12 y 18 meses. Gobiernos usan un lenguaje bélico y anuncian planes extremos. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció en mayo su Operación Velocidad Warp: “Será una operación de un tamaño nunca antes visto desde la Segunda Guerra Mundial”. Otros gobiernos también se han sumado a la carrera: Rusia, con su vacuna Sputnik V, cuestionada y defendida por igual. China, según expertos, ha usado sus cuatro proyectos más avanzados de vacunación como moneda de cambio en sus relaciones exteriores.
Todo esto ha generado un río revuelto, donde es difícil distinguir los intereses políticos de la información científica. Lawrence Gostin, profesor de leyes de salud global de la Universidad de Georgetown, de Estados Unidos, aseveró a la BBC: “Nunca he visto intereses políticos tan intensos en un producto médico”. Y agregó: “La razón por la que la vacuna contra el COVID-19 ha adquirido tanto simbolismo político es porque las superpotencias ven a la vacuna como una proyección de sus habilidades científicas, con lo que en realidad estarían validando como superiores sus sistemas políticos”.
Pero hay muchos que lo advierten: una vacuna disponible en tan poco tiempo es difícil de cumplir; entre ellos, la propia Organización Mundial de la Salud. Además la obtención temprana de una vacuna no se traduce en la anhelada inmunidad de rebaño. Si una de las cinco candidatas más fuertes es exitosa en diciembre o enero próximos, la pandemia no se terminará por arte de magia.
Para explicar por qué obtener una vacuna no es tan rápido, Corriente Alterna entrevistó a Angela Shen, capitana retirada del ejército estadounidense e investigadora del Centro de Educación de Vacunas en el Hospital Infantil de Filadelfia, y una de las voces más escépticas respecto a la velocidad de obtenerla.
La novedad del bicho
Vamos por partes. No se trata sólo de inventar la vacuna –algo ya bastante complejo–, sino de conocer el coronavirus que ocasiona la enfermedad. A diferencia de las vacunas anteriores, en las “ya se ha estudiado cómo se manifiesta clínicamente en la población, en este caso se trata de una enfermedad nueva”.
Tiene menos de un año que se detectó la enfermedad, y menos aún desde que científicos secuenciaron el coronavirus. La situación “no es solo nueva en cuanto al desarrollo de una vacuna, sino también es nueva en entender el bicho y cómo afecta a diferentes personas: a personas negras, blancas, viejas, jóvenes, gente gorda o delgada. Mi punto es que no es sólo la novedad de desarrollar la vacuna, sino la novedad de la enfermedad en sí misma.”
“Los médicos están entendiendo apenas cómo afecta a la población. Por ejemplo, sabemos que hay una desproporción en cómo afecta a la gente de color (en EEUU), pero también estas comunidades de color tienen trabajos que no son tan “amables”–, advierte. En otras palabras: los bajos sueldos, las malas condiciones de trabajo, la pobreza, todo eso impacta; pero todavía no es posible atribuir riesgos y causas en actividades específicas.
Shen enumera lo que ya se sabe: que a la gente mayor o con comorbilidades como diabetes u obesidad, son afectadas profundamente. Pero hay otros aspectos que apenas se van descubriendo. “Cada día hay información nueva”.
Como muestra basta un botón. The Lancet es una revista médica británica, de las más prestigiosas del mundo, enfocada a las enfermedades infecciosas. Para mediados de septiembre su centro de investigación tenía ya mil 436 artículos médicos relacionados a COVID-19: los más recientes son sobre la probable capacidad del coronavirus de infectar células en el cerebro; o el síndrome de inflamación multiorgánica que puede afectar a niños; sobre la participación –o no– de mujeres embarazadas en las pruebas de clínicas de vacunación… cada día se aprende algo nuevo.
La temible fase 3
Pero volvamos a las vacunas. Actualmente, a mediados de septiembre, en el mundo hay 211 vacunas en desarrollo contra el SARS-Cov-2, y cada día se suman más. De éstas, una veintena ya inició pruebas clínicas, es decir, en humanos. Y unas cinco se encuentran en el último tramo, la fase 3. Entre ellas, Astrazeneca, Moderna y la del Grupo Nacional de Biotecnología de China (CNBG). Dicho así, parece que la solución está cerca pero “la vasta mayoría de las pruebas clínicas falla”, advierte Shen. Se calcula que un 80 por ciento de las vacunas que llegan a fase 3 no serán efectivas.
“Por eso es que hay tantos intentos, tantos proyectos, con la esperanza de que alguno de éstos funcione. Pero hay algunos de nosotros [los investigadores] que estamos enraizados en el entendimiento de que esto lleva mucho tiempo.
Luego matiza:
–Entre estas 5 vacunas que están más avanzadas, una de ellas tendrá que funcionar. Y dos de ellas están basadas en una tecnología que no ha mostrado eficacia en ninguna otra vacuna antes. No tenemos ninguna vacuna con licencia que use esta tecnología.
–Suena de miedo.
–No sé si dé más miedo que maravilla. Como científica es fascinante. Es como cuando ves a tu niño maravillado en algo nuevo. No es que sea algo bueno o malo, sino que es nuevo. Esta tecnología toma blueprints del virus, y le da una instrucción al cuerpo de impulsar una respuesta inmune. Pero no se ha aprobado ninguna vacuna con esta tecnología.
Shen se refiere a la tecnología ADN y ARN mensajero, la cual es inédita, y se le ha llamado una “idea valiente”. En ésta, la vacuna lleva los “blueprints” o “instructivos detallados” que las células utilizan para construir proteínas nuevas. La vacuna lleva las instrucciones que el coronavirus usa para replicar ciertas proteínas del virus que no son dañinas. La célula “infectada” por la vacuna, entonces comienza a construir estas proteínas, y el sistema las detecta, lo que ocasiona una respuesta inmune. (La vacuna de la farmacéutica Moderna (basada en EU) está desarrollando su propuesta bajo esta tecnología.)
Esta tecnología, u otra, funcionará. “Así que podemos estar esperanzados, optimistas, de que tendremos una vacuna en unos tres o cinco años. Y cuando cambias un promedio de 15 a 20 años por tres a cinco, es bastante optimista.”
Manufactura de riesgo: El peligro, más que sanitario, es económico
La carrera y el ruido mediático, también han generado incertidumbre sobre si estas vacunas, una vez en el mercado, serán realmente seguras para la población. Frente a esto, Shen advierte que el riesgo no es sanitario. “Cuando ellos [los gobiernos, las farmacéuticas] invierten cientos de millones de dólares, el riesgo no es de salud, sino económico”.
Por ejemplo, para mediados de agosto, el gobierno estadounidense había ya erogado al menos 10 mil millones de dólares a un puñado de gigantes farmacéuticos. Están preparándose para hacer lotes enteros de vacunas que todavía no han probado su efectividad.
Manufacturing at risk
La experta ejemplifica: “Es como cuando vas a hacer una receta nueva: no es lo mismo hornear galletas a nivel del mar que en una montaña; o si le pones mucha azúcar o poca azúcar. Si las cosas salen mal en tu receta, el dinero de esos ingredientes se tiró a la basura”.
Pero actualmente, en vez de probar con ingredientes para hacer un lote de 12 galletas y probarlos, se están comprando y procesando ingredientes para millones de galletas que, si no funcionan, deberán tirarse.
“El gobierno [de EEUU] está poniendo miles de millones de dólares en una sola tanda de galletas, para ti y tu hija, y las galletas no están hechas.” En otras palabras, “el gobierno compró un millón de galletas sin haberlas probado. Lo que ves en las noticias cuando escuchas que se ha invertido, es que compran un millón de galletas, antes de probar las 12 galletas de la prueba clínica”.
Y es que, “como no pueden acortar los tiempos de pruebas clínicas, están tratando de acortar los tiempos de manufactura posterior, invirtiendo en todo al mismo tiempo. Hay mucha preocupación por la veracidad de las pruebas clínicas. Sin embargo mi preocupación es más bien económica”.
Obtener la vacuna no es lo mismo que distribuirla
Pero hay un bache más al final de esta carrera por la inmunización: una vez que se obtenga una vacuna hay que producirla y distribuirla.
A finales de año o inicios de 2021 quizá exista alguna vacuna que haya aprobado la fase clínica. Pero esto no implicará que una persona pueda ir al consultorio de su médico familiar a que le aplique una inyección. Que esté lista, en realidad “significa que habrá un par de millones de dosis para la población más en riesgo o vulnerable”
Un par de millones de dosis en un mundo de más de 7 mil millones de personas.
La vacuna “estará sin licencia y se usará para casos de emergencia”. La licencia es un trámite también ineludible: cada país debe hacer pruebas en su población antes de aprobar la distribución y venta. Por ejemplo, en el caso mexicano es la Cofepris. De hecho, uno de los objetivos de invitar a las farmacéuticas a hacer la fase 3 en la población mexicana, es ahorrar tiempo en la aprobación requerida.
Después de las licencias, se vacunarán a algunos sectores prioritarios: médicos, personal sanitario, miembros del ejército. Más adelante, la población de mayor riesgo, como los adultos mayores.
Además, la vacuna no estará disponible en todos los países ni en todas las regiones al mismo tiempo, porque su distribución no será sencilla hasta por logística: miles de dosis que necesitan ser refrigeradas.
Shen advierte que es por eso que se debe investigar también los tratamientos profilácticos, los cuales, por cierto, no han recibido tanto financiamiento: medicamentos, tratamientos, además de las medidas de la prevención no farmacológica: la sana distancia y el cubrebocas.