Mi cuerpo, mi baile: twerk y dancehall por la emancipación corporal
Asistentes a la clase de dancehall female de Jessica Ordóñez en la Alameda Central, Ciudad de México. Foto: Paulina Padilla Suárez

Mitzui Olea asegura que sólo a través del twerk ha combatido sus miedos e inseguridades corporales. Al género llegó por admiración a su profesor, el bailarín Carlos Estrada. Aunque ya había incursionado en otros géneros como el jazz, el ballet, el contemporáneo o el hip-hop, sólo mediante el twerk logró, dice ella, empoderarse. 

En sus inicios, recuerda que llegaba a sus clases con ropa holgada y con el temor de ser juzgada, pero veía la soltura de su profesor y pensaba: “wow, yo quiero hacer eso”. Es decir,  —explica— liberar el cuerpo, mirarse al espejo y gustarse a ella misma. No a sus compañeras o a sus profesores, ni siquiera a su audiencia, sino probarse que es capaz de seducirse a ella misma y sentirse bien haciéndolo. 

Mitzui, en la mitad de sus veintes, llegó al twerk luego de un receso debido a la pandemia de COVID 19. Notó que en ese momento el twerk estaba de moda y era, probablemente, porque aquel género llegado de Nueva Orléans, y primo del hip- hop y las danzas africanas, contenía en su ejecución una libertad de movimiento que otros géneros como el ballet o el contemporáneo no tenían. 

Cuenta que le llamó la atención la dislocación de cadera, la fortaleza en la pelvis y cómo se involucra la acrobacia y las distintas calidades de movimiento. Además de ser un género muy inclusivo, pues profesores como Carlos Estrada la fascinaban.    

Aunque vive en el Estado de México, Mitzui, de 29 años, ofrece clases de twerk en la Ciudad de México. Ahí conoció a Nadia Michaus, que lleva tres años dedicada al mismo género, aunque desde su adolescencia también practicó hip-hop y urbano. 

Asistentes a la clase de twerk de Mitzui Olea en Dancenter Iztapalapa, Ciudad de México. Foto: Paulina Padilla Suárez

En un principio, Nadia no quería participar en las clases porque pensó que era requisito tener el booty (las nalgas) de Shakira. Recuerda que al inicio se sintió muy avergonzada de mover las caderas, pero cuando veía que sus compañeras no compartían el mismo pudor, poco a poco empezó a sentir más confianza. 

Años después, Nadia decidió subir un video a las redes sociales. Su abuela cuestionó su vestuario, pero su madre se encargó de explicarle que no había nada de malo con que la nieta vistiera de esa forma porque ella, como madre, la apoyaba. 

Sin embargo, pronto las críticas a su cuerpo, a sus movimientos y a su físico les hicieron temer a ambas por la seguridad de Nadia, quien dice que con mucha tristeza tuvo que cerrar sus redes sociales hasta sentirse fuera de peligro. 

Después de una clase de twerk llena de fuerza y acrobacia, las asistentes a la clase de Mitzui Olea toman un descanso. Foto: Paulina Padilla Suárez

El baile es político

Samantha Ramírez y Jessica Ordóñez se conocieron en el 2016 durante un curso de Paola Cerecedo, una de las pioneras de dancehall female en México. Ambas bailarinas, y ahora instructoras, llegaron al dancehall por distintas razones, pero coincidieron en una: la liberación de su sensualidad. Antes de practicar este baile, dicen, algo no cuadraba en sus cuerpos.

Para Jessica fue fascinante sentir que el dancehall le permitía liberar parte de su sexualidad reprimida, antes de eso, recuerda que se le hacía un nudo en la garganta cada que se hablaba de temas sexuales. 

Y es que el dancehall se caracteriza por movimientos pélvicos con una fuerte carga erótica, al igual que el twerk; sin embargo, se diferencia porque su origen jamaiquino lo acerca más al reggae desde un ritmo acelerado.

El dancehall nació precisamente en las “salas de baile” de Kingston, donde los sound systems (sistemas de sonido) tocaban para poner a bailar a las audiencias populares de los años setenta. 

En su adolescencia, Jessica era fan de Rihanna y bastó con que una vez la escuchara hablar sobre el dancehall para que poco a poco se adentrara en su historia. Así llegó a las danzas afrodiaspóricas, es decir, aquellas que llegaron a América desde el occidente de África de la mano de las personas esclavizadas en la época de la Colonia y que fueron transmutando según el sitio al que arribaron: Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe.  

Más tarde, interesada en las danzas afrodiaspóricas, Jessica comprendió la importancia que tiene la pelvis para muchas culturas que comparten ancestría africana, como el twerk y el dancehall, además de otros géneros. 

Su estudio la ha llevado a viajar a países como Jamaica para conocer más sobre el dancehall; a Brasil para acercarse al funk; a Nueva York para empaparse de la cultura afro migrante; y también a regiones de México, como a la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca para conocer danzas afromexicanas. 

Su colega y amiga, Samantha Ramírez, dice que el dancehall fue su vehículo para salir de una relación violenta. Recuerda que la primera persona en avergonzarse por su forma de bailar fue un exnovio. En un principio le hizo caso, pero conforme la relación se tornó cada vez más asfixiante, decidió salir de ahí. 

Después empezó a estudiar Trabajo social en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y comenzó a adentrarse en toda esa información teórica que le repetía que “lo personal es político”. Ahí fue cuando sus experiencias de vida y los textos académicos tomaron sentido en conjunto.

En 2019, Samantha fundó el proyecto Punany Squad, un crew (grupo) de dancehall female en el que además de bailar, también se discute sobre el disfrute del cuerpo de las mujeres en la danza. El proyecto tiene sedes en distintas ciudades de México como Aguascalientes, León y Monterrey, y han colaborado en conversatorios con colectivas de otros países de Latinoamérica como Baila Capucha Baila de Chile o ZorrorAss Twerk de Ecuador. 

Para bailarinas como Samantha y Jessica, el baile tiene una carga política porque crea espacios colectivos de lucha donde se decide romper con la censura impuesta culturalmente hacia los cuerpos de las mujeres. Es decir, se crean espacios seguros para explorar su erotismo y su sensualidad. Para ellas, a través del baile, las mujeres se apropian de su libertad, lo que implica la primera batalla para emanciparse de la validación masculina y para reapropiarse del primer territorio en disputa: su cuerpo

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